OBRA DE MARIO ÁNGEL QUINTERO
Norte
El Agua, madre del cambio, corrientes que mueven poblaciones
marcadas por identidades híbridas e inquietas, aguas que llevan desde el oro
hasta la leche. Un altiplano de transición perpetua, ríos que recogen indígenas
y negros para después dispersar y aislarlos de nuevo.
Familias grandes y religiosas, suena un bambuco, un trio de
cuerdas, el frio en melodías como un viento desde Europa, pero también el
resguardo emberá Jaidukamá, oro, tierra y agua, una historia de arrebatos, el
rebusque minero y las explotaciones agrícolas y ganaderas para alimentarlo, un
ramal del Camino del Nare por donde llegaba la mercancía, la tierra se entrega
desde su paramillo, desde su llaga. Aire caótico y fresco, chotis, un plano
lejano y fértil. La tierra es el cuerpo de una mujer que se extiende ya herida,
para llorar ríos.
Magdalena medio
El sedimento, elementos del cemento y capas de mármol, se
asienta. Todo lo que ondulaba se queda, sofocante y quieto. Todo se concentra.
Llegan venas, salen arterias de movimiento, de sangre. El Magdalena raja y
nacen colinas de todo lo dejado a un lado. Es la tierra de los encuentros y
desencuentros.
Es mestiza, es calor. Lo húmedo de lo interior. Flora y
fauna fuera de control, poblaciones que han huido del frio llegadas al hervor,
escondidas en las riberas selváticas. Bosques y ciénagas ocultos entre el
bullerengue, más allá de la tambora, el clarinete, y el redoblante. La
seguridad que da mi dios se la lleva la corriente. Las laderas hambrientas por
más tierra encierran este corazón que trae y saca conflicto en su latido a
ritmo de fiesta, de fiebre en su afán por juzgar en ondas, atravesado por esa
corriente de apertura, donde flota el pescador su libertad y sobrevivencia.
Valle de Aburrá
Los pinos llegan de turistas. Hemos abonado estas montañas
para que sea así. Hemos renovado nuestra sangre por regaderas para rociar esta
depresión gigante con pujanza. Ver tanto puje-puje da guasca. La Iguaná y Santa
Elena bajan por las mejillas del valle, de cañada a quebrada, y de quebrada al
río. Sedimentos de origen marino nos aseguran que el valle es un acuario
inmenso. Los pájaros y las mariposas pasan por el aire en cámara lenta, como
peces exóticos.
Estamos acostumbrados a creer en erradicaciones. Una
parranda de abanicos nos vuelve cosmopolitamente cosméticos, nos vuelve eternas
primaveras. Metamórficos, construimos y vendemos para lograr la cirugía
plástica perfecta, con música que llega por riel. Así afirmamos nuestra
industria, así promovemos la exportación. Ya desterradas, las flores no tienen
más que venir a la ciudad y buscar una esquina donde venderse.
Nordeste
Mano negra, mano mulata, mano zamba, mano mestiza, mano
indígena sobre superficies de erosión. Conflicto y fricción. Río Nechí, Río
Cauca, Río Grande, Río Chico, Río Guadalupe, Río San Andrés, Río Valdivia, Río
Espíritu Santo, Río Ituango, Río Pescador, los dedos que escarban un pueblo
forjado en aislamiento, en pasados bañados de oro, hoy vuelto carbón y mármol
por el uso, por el florecimiento de las armas.
Un pueblo sin suelo flota como un rastrojo, se coloniza a si
mismo incesantemente en el silencio. La Po se mete en Popales, los rostros
negros se retiran a Machuca, a El Cenizo, y a El Cristo. Palmas de aceite,
palmas listas de comerciante, de conductor, de funcionario. El sonido de cada
cuerda del tiple se bifurca en el aire como un roble que crece hacia el cielo.
¿Cuál ha sido el usufructo de nuestros ojos? Cuando no hay comida, queda sólo
el sonido de las cucharas.
Bajo Cauca
El curanderismo murmulla y la botánica florece. El oro está
en las semillas, en un coro emberá de silbidos. Desde Cáceres y Zaragosa, una
sobre-explotación de las ultimas estribaciones de la cordillera Central. El
río, una vena de la cual ha bebido el rebusque. ¿Cómo sobrevivir nuestra mirada
líquida con la boca llena de tierra? Macho llamador y hembra alegre, se inter-penetra
una cultura costeña hacia el interior. Trompeta de tierra, transición de alta
humedad, fuerza y confusión.
Una urbanización creciente, una densidad precaria de
moto-bomberos, bota-piedras, y chorreros. La corrupción es un filtro con
resonancias entre picos. Mercurio corre sobre el aire y por los ríos, lleva la
vida limítrofe en sus manos. Sobre una ciénaga, el rayo es una voz quebrada.
Suroeste
Amanece la cuenca de un ojo. En el parque, las señoras se
toman los tragos en pocillos de porcelana. Montañas de identidad, de apellidos.
La mano se ocupa por temporadas, con café, con carbón, con truchas.
Por aquí pasó el emprendedor tumbando monte. Sombras del
asombro, del éxito de la mano, de la palma de la mano, de la palma del será.
Una pasiflora nuestra, un mestizaje propio se viene como un Atrato, un San
Juan, un Cauca de rostros, de intereses locales. Bajo el derrumbe se guarda una
tonada negra tocada sobre una guitarra y una palabra indígena cantada con
pertinencia.
Occidente
Un costal que se pasa de mano en mano, lleno de café, lleno
de papaya, lleno de corozos. La identidad se disuelve en sudor debajo de un
puente viejo. Serpientes y lagartos se arrastran bajo un enjambre de orquídeas.
Todo cae verticalmente desde el sol, a los patios, a los pasillos.
Se vende nostalgia. Un chirrido habita los cañones. Unas
manos color tamarindo tocan música fría. De plaza en plaza, la caja de cambios
se queja y sigue con su carga lentamente, nunca muy lejos de la carretera. La
cabeza de un niño se asoma a la luz, un mamoncillo pecoso de sol. Detrás, pero
nunca muy altas, las siluetas de los gallinazos le dan forma al silencio.
Oriente
Un mono cacheti-colorado
lo repite, “¿Fui yo? ¿Fui yo, entonces?” Como la falda en un bambuco, la
mariposa baja del aire sin buscar a nadie. El colibrí enamorado agita la
quietud entre las flores. Un altiplano intocable se llena de reyezuelos y de
tucanes de pico azul.
¡Grandes proyectos! Los embalses y los páramos, todo un
territorio vuelto maqueta. El bosque, lleno de venas eléctricas, siente la
energía caer en cascadas. La papa se ahoga, el fríjol se ahoga, y el maíz se
ahoga. Un barranquero se balancea sobre una rama que apenas logra asomarse de
un espejo gigante.
Urabá
El relieve de un golfo. Un cruce voluptuoso de negritudes e
indígenas. Embera-chamí, katio, tule y zenú. El emporio del banano, un trópico
seco. Sus sitios suenan: Chigorodó, Necocli. Gaita, marimba de chonta, voces y
coros, cumbia, fandango y currulao.
Pregunta y respuesta, así se narra una historia, pregunta y
respuesta. Un brazo que se extiende. Qué amarillo el que el banano le roba al
sol. Conversación en décimas entre dos océanos. En los manglares tartamudean.
Una boca de todos los tonos que se traga el más allá.