jueves, 28 de junio de 2007

TODO PAISAJE ES LA ELEGANCIA DEL OJO

Pintura de René Magritte








(Autor: Jairo Guzmán.)


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Paul eluard necesitaba pájaros para hablar a las multitudes.

Si los poemas son los pájaros, el cielo es el templo de la voz.

Mientras el mundo se estremece de horror, en algún silencioso rincón se mantiene viva la memoria del canto, de la palabra que se prolonga como una arboleda extendida en la sed de un animal, extenuado en el desierto.

Animales en el desierto del afecto; del hombre, el extravío heredamos como moneda gastada en su errancia.

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Soportar siglos de nihilismo y guerras ha sido asunto de la poesía y su buen humor o su excesiva lucidez, para no lamentarse; sí danzar, para lanzarse luego al abismo de ser; su vertiginosidad, el enigma de sabernos otro que es un espejo de otro que se va hacia lo desconocido: por eso el canto, la palabra que nos envuelve y nos habita para humedecer la garganta o para que los animales duerman.


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Ya no más sobresaltos. Las calles son de los soñadores. La noche no es el imperio de los celadores. La noche es la bondad de los astros.
Ese chorro de estrellas es la risa de un dios: carne celeste, luz por donde nos escapamos como si fuese un pasadizo hacia la claridad.

Todo paisaje es la elegancia del ojo.

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El milenio que transcurre con tanta rivalidad, agrede al cielo. En un poema de Jorge Luis Borges “la carnicería rubrica como una afrenta la calle” y Coleridge nos revela que “el cielo profundo es, de todas las impresiones visuales, lo más afin a un sentimiento”.

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¿Quién? ¿Qué engendrará la voz que al sonar crea la montaña o el río?

Nos da miedo quedarnos descalzos: el animal de los sueños nos puede conducir a parajes espinosos, de zarza camuflada en el herbaje.

Ya no morimos más. Nuestra cabeza es un río. La lluvia, una muchacha. Dios se fue en una bicicleta.

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Nuestra bicicleta extática no necesita espejo. En las estrellas no se usan esos artefactos de la vacuidad poblada.

Lo increado creante que engendra es lo que preña al poeta y lo vuelve madre.

Nunca podré asimilar la perversión de los espejos.
Volvamos a huir de los colmillos de cronos.

No extenuarse más vociferando el cólico de un mendigo, en la plaza pública del país de los sordomudos.

A reír con el poco oxígeno que nos queda.

Por favor olviden los relojes en las escaleras eléctricas de los grandes supermercados. Estaremos esperándote, aguacero de mayo.

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Sin una brisa constante nos da sueño. Queremos la ondulación del aire, no lo queremos arrugado como inservible papel. Los hombres son ahora más bestiales: su rudeza es aplicada con sofisticadas máquinas y manos ortopédicas.

Un lodazal. Un centro de reclusión de animales enfermos es lo que te han creído, tierra. No tengas piedad. No lo necesitas. Mejor envíame una tórtola y regálale a mis amigos un pájaro carpintero. Un plátano maduro. Granitos de arroz. Una lechuza.

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Animales a la deriva en la vastedad.

Los carnívoros, sin dientes. Los herbívoros , sin hierba para comer; nosotros, sin yerba para fumar. El agua se evapora. Nos consumimos. Festin de las moscas nuestros cuerpos aquí en Etiopía. ¿Recuerdas?
Y esas vacas tan flacas que parecen sábanas cubriendo cuatro palos enterrados a lo lejos. Son espectros del paraíso.
Dios de las sequías: recoge los huesos que la tempestad dispersa en la extensión maldita.
No te apiades de nosotros.

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La estatua sin párpados finge cuidar el parque donde, ya decrépitos, los bebedores de alcohol impotable perecen.
¿A dónde fue a parar aquel que, pícaro, decía llamarse Rodolfo Valentino?
Se fue volviendo cojitranco y el brazo izquierdo se le encogió y torció. Ya no hablaba: emitía gruñidos para solicitar una moneda. En plena canícula le veíamos reposar a la sombra del casco de vaca reverdecido: una eterna noche lo agobiaba. Muro de negrura entre Dios y el ojo.

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Pienso en el poeta boliviano Jaime Sáenz y su percepción de la noche: esa membrana en la que el alcohol abre surcos por donde se accede a la lucidez total.
En un poema nos advierte que la noche será un mito más.
Los tecnólogos tendrán preparada una cápsula, quién sabe de qué, para abolir la noche en aras de la esclavitud, de la fuerza bruta del dinero.
La noche sería una referencia en un libro electrónico, registrada como un capítulo muy exótico en ésta novela narrada por el volatinero loco.

Señores del tribunal.

borges/ una coferencia





[Autoridades, Señoras y Señores:] Me piden que hable de la creación poética. (...) La creación poética (...) parte de la memoria y la memoria está hecha sobre todo de olvido; ya que la memoria, como dijo Bergson, escoge lo que quiere o debe olvidar. Yo escribí un cuento sobre un hombre abrumado por una memoria infinita, ese cuento se llama "Funes el memorioso". Felizmente nuestra memoria no es infinita, uno puede olvidar, uno puede inventar. Y todavía hay otro hecho: que cada lengua es una tradición, una tradición literaria y poética. Yo no estoy seguro de que la palabra lune, por ejemplo, en latín, en español, en italiano, en portugués o en rumano sea la misma palabra que la palabra lune en francés. La palabra lune es más fina y además es una sílaba, como esa palabra inglesa, muy larga, moon.
Todas esas palabras no significan lo mismo, todas esas palabras corresponden a una literatura anterior, es decir, si digo lune hay que pensar que esa palabra ha pasado por Verlaine, que la palabra moon ha pasado por Shakespeare y que la palabra "luna" ha pasado por Virgilio; entonces, cada lengua es una tradición.
Con relación a la creación poética he leído algunos libros de estética, conozco mi Aristóteles, mi Benedetto Croce, por ejemplo, pero he preferido leer las reflexiones de los escritores. Sé que hay dos teorías extremas de la poesía. La primera, que sería la segunda en el tiempo, sería la de aquel gran poeta romántico, Edgar Allan Poe, al cual todos debemos alguna cosa, como a Walt Whitman. La teoría de Poe, que él ha expresado en su Filosofía de la composición, es que la poesía, la creación poética, es un acto intelectual. Bien, yo estoy seguro de que él se equivoca. El tomó su propio poema, un poema que ha sido bien mejorado por sus traductores, por Baudelaire, por Mallarmé —"El cuervo"—, un poema bastante mediocre en inglés, y explicó cómo llegó a ese resultado. Según él, comenzó por la idea del refrán; la importancia, la fuerza estética del refrán. Entonces pensó: los dos sonidos más sonoros de la lengua inglesa son [eer] y [oor], entonces llegó, inmediatamente, según él, a la palabra nevermore y después pensó: es bastante extraño que un ser dotado de razón repita continuamente la misma palabra, entonces pensó en un animal, pensó en un loro, pero en fin... la dignidad poética le hacía falta. El leía en ese tiempo Barnaby Rudge de Dickens y ahí encontró un cuervo, entonces el cuervo le sugirió el busto de Palas, el busto le sugirió una biblioteca y siguió así, por un sólido razonamiento, hasta la escritura de su bastante mediocre poema "El cuervo". Según él, comenzó por el último verso, Shall be lifted nevermore!, y después escribió el resto para llegar a ese fin, un poco melancólico, diría yo. Y bien, esta teoría de la composición poética como un acto intelectual, como una serie de razonamientos y de silogismos es, me parece, del todo inexultable. Es extraño que esa idea clásica sea la obra de un gran escritor romántico, como lo era sin duda Edgar Allan Poe, sobre todo siendo que él no escribía versos sino maravillosas fábulas en prosa, por ejemplo, Las aventuras de Arthur Gordon Pym.
Y tenemos la otra idea. Es la antigua idea de la inspiración. Esa palabra es demasiado grandiosa para mí, pero ¿por qué no aceptarla durante el curso de esta charla?... Y bien, la idea de la inspiración es la idea del poeta como secretario, digamos: como alguien que recibe el dictado de una fuerza desconocida. Entonces. los griegos pensaban en las musas, los hebreos pensaban en los reyes, en el espíritu... Esa idea es más posible. Se puede pensar también en lo que el gran poeta irlandés William Butler Yeats llamaba great memory, la idea de que en cada uno de nosotros yace la memoria de nuestros ancestros. Somos infinitos. Entonces el poeta no se puede reducir a su realidad personal y recibe cuando escribe esa gran memoria. Se podría pensar también en los arquetipos platónicos, eso sería lo mismo; es decir, uno tiene todo y uno lo expresa.
Y bien, eso puede aceptarse o no. Una cosa es más verosímil que la otra. Yo quisiera hablar de mi larga experiencia, mi modesta experiencia. Yo pasé... yo consagré toda mi vida a la literatura. Siempre supe, desde que era un niño, que mi destino sería literario, es decir: yo me veía siempre saturado de libros como en la biblioteca de mi padre, quien quizá me dio esa idea. Y bien, sabía que pasaría toda mi vida leyendo, soñando y escribiendo, y tal vez publicando, pero eso no es importante, no hace parte de un destino literario, pero en fin... yo hice eso. Hice lo posible, no por leer todos los libros, como decía Mallarmé, sino, en fin, para leer los libros que me gustaban. Tuve conciencia de que la lectura debe ser considerada no como una carga, sino como una fuente de felicidad, posible y fácil. Entonces voy a contarles, puesto que estamos hablando de una manera tranquila, espero, mis experiencias personales. Y bien, yo camino por las calles de Buenos Aires, por la Biblioteca Nacional, que dirigí hace un tiempo y que dejé después, y, de pronto, siento que algo va a llegar. Entonces espero. Ese algo llega. Es quizá una fábula, una noción cualquiera, que no concibo de manera clara, pero percibo siempre el comienzo y el fin y después me toca inventar lo que hay entre esas dos cosas. Hago lo que puedo. Después siento que esa idea exige, digamos, un cuento, un poema, un ensayo. Eso me es revelado después...
Las teorías pueden ser útiles para estimular la poesía. Por ejemplo, yo no creo en la democracia, es una cuestión estadística para mí. Pero esa idea ha hecho de Whitman un gran poeta. La idea de la democracia, esa extraña idea de escribir un libro con un personaje... un triple personaje, una suerte de trinidad. Pues el Walt Whitman de Hojas de hierba es el periodista Walt Whitman que lo escribe; una imagen muy magnificada de su propia vida y esta idea es genial... Es decir que cada lector es un poco Walt Whitman, Walt Whitman se dirige a él; cuando uno lee el libro piensa haberlo escrito de una cierta manera. Y hay un hecho que quisiera señalar, bastante extraño, y es que todo el mundo imitó el resultado de Walt Whitman. Todo el mundo; por ejemplo, Lee Masters, por ejemplo, Neruda, por ejemplo, Carl Sandburg —puede ser su mejor discípulo americano—, en fin... todo el mundo imitó aquello a lo cual él llegó, pero nadie ha repetido esa extraña experiencia de un héroe que fue tres personas: el escritor; una imagen glorificada del escritor y el lector. Y bien, ésa es una manera de trabajar.
Pero, a veces, mi punto de partida fue un texto cualquiera, ya que, entre las experiencias humanas, quizá una de las más bellas, una que asegura la felicidad de una cierta manera, es, como lo sabemos todos, la lectura. O, como decía Emerson, otro gran poeta: la poesía nace de la poesía; o, lo que yo dije anteriormente: la poesía nace del lenguaje, pues cada lenguaje es una manera de sentir el mundo, cada lenguaje es una literatura posible, incluso si no llega a serlo. Y bien, ésa es para mí otra manera de la creación poética.
Pero hay otra manera que yo he empleado para mis modestos fines, esa manera es una reflexión cualquiera. Por ejemplo, la palabra "inolvidable", que yo pensé en inglés, un-for-get-table. Bien... Comencé por esa palabra. Me dije: todos los días empleamos la palabra "inolvidable"... pero si algo fuera inolvidable ¿qué pasaría? Uno no podría pensar en otra cosa. Si alguna cosa fuera continuamente inolvidable, entonces uno se volvería loco. Ese fue mi punto de partida para una historia que yo escribí, puede ser que ustedes la hayan leído... se llama "El zahir". Es una moneda de veinte centavos que es inolvidable. El hombre que la ha visto se vuelve loco al cabo de algunas páginas. Es un cuento bastante corto. Y en otra ocasión, partí de una reflexión abstracta también. Pensé en esa admirable invención teológica de la eternidad. Me dije: en la noción de eternidad se piensa que hay un momento, un momento divino evidentemente —no pertenece al hombre sino a la divinidad—, hay un momento donde se encuentran todos los momentos del tiempo, es decir, en un simple momento de la divinidad se encuentra todo el pasado, todo el presente y todo el porvenir. Y bien, pensé en una categoría más modesta que el tiempo, el espacio. Uno puede imaginar, por qué no imaginar, que en alguna parte hay un rincón donde se encuentran todos los rincones del universo, entonces escribí una historia que quizá ustedes han leído, "El aleph": yo no sé si es un buen cuento o no, ya mucha gente lo ha leído y lo han encontrado... legible, digamos.
Y bien, mi punto de partida, en esos dos cuentos, han sido esas dos ideas no muy interesantes, no muy nuevas que yo sepa. Y además hay otra cosa: cada vez que escribí sentí la emoción, la emoción de mi vida: yo creo que no se puede escribir sin emoción. sin pasión. La idea de la poesía como chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una idea falsa. Y además. cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en un hombre de letras esto pide una forma (...)
En La Odisea se lee que los dioses dan desgracias a los hombres para que las generaciones siguientes tengan algo que cantar. Veinticinco siglos después, Mallarmé pensó lo mismo, pero él pensó en términos de un libro, dijo: "Tout abouti à un livre", es la misma idea, la idea de que nuestras experiencias son hechas para el arte, son hechas para hacer otras formas de arte. En este arte encontramos a primera vista que quizá el infortunio es más rico que la felicidad, la derrota es más rica que la victoria. La derrota puede hacernos pensar, mientras que en la victoria se mezclan las interjecciones, la vanidad: entonces el infortunio es mejor. Ciertamente todos tenemos nuestra parte de felicidad y de infortunio: pero la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que el infortunio debe ser transformado en otra cosa. Es decir, el infortunio sería la materia del arte, o también la nostalgia, la nostalgia está ligada a una felicidad perdida, a un paraíso perdido.
Hay un gran poeta en España en el presente, el gran poeta Jorge Guillén, que quizá es el único que haya cantado la felicidad presente. No la felicidad como el paraíso perdido, sino como si él estuviera en el paraíso. Yo no conozco ningún otro poeta que haya hecho eso. Whitman hace lo posible por cantar la felicidad, pero uno siente que él era un hombre triste, solo, y que su felicidad es un deber que él se impuso, que su felicidad es una faena, digamos.
Yo comencé, como todos los escritores, siendo barroco. Eso es una forma de timidez. Comencé siendo sorprendente y genio. En el presente sé que no lo soy. Yo quería ser Quevedo o sir Thomas Browne o Leopoldo Lugones y tantos otros... en el presente yo me resigno a ser Borges. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Parece que, como yo, la gente se ha resignado a esto y yo puedo ser Borges sin correr ningún peligro.
Yo estoy muy sorprendido de encontrarme aquí con ustedes. Es una forma de felicidad a la cual yo nunca había aspirado o en la cual yo nunca habría pensado. Alfonso Reyes me dijo una vez: nosotros publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores. Eso es verdad. Cuando publico un libro lo olvido, lo olvido holgadamente. Cuando me dicen, y es una noticia sorprendente para mí, que hay bibliotecas enteras escritas sobre mí... yo no he leído ni un solo libro... yo continúo pensando en el futuro... pienso que es enfermizo pensar en el pasado, pensar en aquello que uno ha escrito. En el presente, pienso en mis libros futuros. Tengo 83 años, entonces mi futuro no es verdaderamente grande pero, con todo, trato de mirar hacia adelante y no hacia atrás pues eso es enfermizo.
Cuando yo era joven era barroco, buscaba palabras muy antiguas o trataba de forjar palabras: en el presente intento interferir lo menos posible en lo que escribo. Es decir, escribo... dejo la página de lado, la releo al cabo de algún tiempo, suprimo todas las palabras o frases que puedan sorprender al lector. Trato de que eso resbale e incluso estoy obligado a veces a dar esa impresión aunque yo sepa que eso nunca ha resbalado, y a cambiar y a corregir, y a corregir mi corrección, y así de continuo... Pero yo quiero que el lector, cuando lea mis libros (...) los mejores son El libro de arena, El informe de Brodie, La cifra. Son mis mejores libros, se pueden olvidar los otros ampliamente, yo lo he hecho. Yo pienso que alguien que no ha leído nada puede comenzar por La cifra, en la poesía, y por El libro de arena, en la prosa.
En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente. Es decir, yo no tengo estética, no busco los temas, los temas me buscan, yo intento detenerlos pero al final ellos me encuentran, entonces hay que escribir para quedarse tranquilo (...) En ese momento yo publico o no. En general lo hago para quedar libre de los borradores, como decía Reyes. Pero creo que cada tema tiene su estética. Cada tema nos dice si él quiere que lo escriba en verso, en forma clásica, en verso libre, en prosa... creo que la estética es dada a cada tema. Hay temas que exigen una novela, esos no me han visitado, no creo que escriba una novela, he leído pocas novelas, he escrito demasiados cuentos, quizá, y bastantes poemas también. Y, lo repito, intento sobre todo ser legible. No pienso en el lector salvo en el sentido de que intento que la lectura sea fácil y, si es posible, agradable.
Pero quizá he hablado demasiado. Quizá la ocasión, las palabras que he dicho, no son más que un punto de partida para las preguntas. Estaré muy contento de responder a sus preguntas. Les prometo una sola cosa: la sinceridad, no puedo prometer otra cosa además de eso... En fin, amigos, gracias.
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Este es el texto de una conferencia en francés dictada por Jorge Luis Borges y filmada por Alain Jaubert y François Luxereau en el Collège de France en 1983. Considerando la traducción como una traición, esta transcripción es una doble traición ya que no solamente hemos pasado las palabras de Borges del francés al español, sino que las hemos llevado de lo oral a lo escrito. Este atrevimiento es mucho más reprensible si tenemos en cuenta el tratamiento y los largos silencios en busca de las palabras apropiadas que revelan al observador la timidez del conferencista: sin embargo la lucidez y el orden de las ideas expuestas bien merecen este atrevimiento. Los puntos suspensivos entre paréntesis indican fragmentos incomprensibles, ya sea por la calidad de la grabación o por el titubeo de la voz de Borges. Este documento audiovisual se encuentra en la Vidiothèque de la ciudad de París y es de libre consulta. La transcripción y traducción son de Juan Moreno Blanco.

DIEZ DEFINICIONES DE POESÍA
por Carl Sandburg

1. La poesía es una proyección, a través del silencio, de cadencias adaptadas para romper dicho silencio con precisas intenciones de ecos, sílabas y duraciones de ola.
2.La poesía es el diario de un animal marino que vive en la tierra y espera volar por el aire.
3.La poesía es una serie de explicaciones de la vida que se esfuman en horizontes demasiado rápidos para explicaciones.
4. La poesía es una búsqueda de sílabas que han de ser disparadas contra las barreras de lo desconocido y de lo inconcebible.
5.La poesía es un teorema de un amarillo pañuelo de seda tejido con adivinanzas y encerrado en un globo atado a la cola de una cometa que vuela impulsada por un viento blanco en un cielo azul de primavera.
6.La poesía es el silencio y la conversación entre la húmeda y pugnaz raíz de una flor y el luminoso florecer de dicha flor.
7. La poesía es la enjaezada paradoja de la tierra meciendo a la vida y después enterrándola.
8.La poesía es la fantasmal escritura que explica cómo son hechos los arcoiris y por qué desaparecen.
9.La poesía es una síntesis de jacintos y bizcochos.
10.La poesía es el abrir y cerrar de una puerta que deja a los que miran pensando en lo que se ve durante un momento.

ANGEL HERIDO
AUTOR: HUGO SIMBERG

miércoles, 27 de junio de 2007

TITULO: HOMO SAPIENS
AUTOR: FERNANDO ARROYAVE CALLE