domingo, 10 de octubre de 2010

LO OBVIO. Autor: Mario Ángel Quintero




El Punto



Cuando llueve, las gotas que caen bajo los árboles son más grandes, menos frecuentes. El sonido del agua, al darse contra el asfalto, llega difuso desde afuera a su puntualidad aquí adentro.

Así es el contacto con esa otra, vivir un adentro desde la coyuntura.

Igual de frías, las gotas grandes congelan más, si llegan a deslizarse bajo el cuello de la camisa.





La Línea




Si pasa un ratón por el piso frente a ti, lo más probable es que no lo atraparás. Como en el juego de vivir el momento, te sentirás tentada a quedarte quieta, a observar como corre, su aspecto, a saborear la sorpresa de su aparición.

Quizás otra lo estaría esperando y, al atraparlo, lo analizaría minuciosamente, hora tras hora, develando todos sus misterios.

Lo curioso es la profundidad de la convicción, como una línea recta hacia tus adentros, mucho más primitiva que un pensamiento, que te da la seguridad que no sería lo mismo.





El Plano



El rectángulo de una mesa de comedor sólo experimenta su expansión cuando brazos se extienden encima de él para que manos ofrezcan y reciban alimento. En esto se parece a un lago de cisnes, sólo real en el momento que es cruzado. Como una crayola, cada gesto de una vida colorea su alcance. ¿Cuáles son los bordes de lo que una estructura de vida pueda soportar? ¿Su amplitud? ¿Dónde quedan los limites de lo que una vida sostiene? Sin uso, una estructura es sólo la posibilidad de extender algo.

O quizás los brazos son demasiado cortos, el cisne es débil, y área, más allá de un simple donde, dificulta vivir y serle útil al otro.





El Objeto



El peluche se desangró por ósmosis. La presión que había sentido dentro de su pecho era tan fuerte. El aire afuera se había proclamado tan libre, hasta silbaba, tan a la deriva lo rozaba. El pobre peluche había querido llenarse de él. Su retazo de tela, única piel y protección, ya se había sobornado con sobaítas.

Hoy, es una cáscara vacía, un escroto después del momento. ¿Qué opinión tendrá el tubo de crema dental acerca del valor del abrazo?

A puñados por la costura, el acto pedagógico de rellenar el peluche va contra la corriente. Todo Lázaro huele a remiendo. Las vejigas suspiran en coro. Pero ¿qué se va hacer? Las tripas se rehabilitan y dejan de hablar por la herida. Sutura hace besitos.

La nausea visible en los ojitos de plástico es sólo un vestigio de un periodo de prueba. Lo importante es que se pueda postular una utilidad hacia el futuro. Cualquier hinchado, por peluche que sea, sirve para algo, aunque sea sólo de cojín. Nos preocupa la repetida apariencia de la palabra solo a estas alturas del texto. Aunque sólo sea un adverbio, se tiene la plena, casi repleta seguridad, que trae en si una tristeza adentro.






El Sitio



A menudo se confunde flotar con un movimiento. Más bien se puede decir que algo flota cuando se resiste a mover. Con los años, la dificultad de flotar se vuelve notoriamente más aparente. Sin embargo, lo que queda, ahí atrás, es la sensación de haber flotado siempre.

Nada se ubica solo. Flotar en, flotar sobre. Es difícil fijar sin preposiciones. Decir simplemente coordinada. Lo bueno de flotar es que ser contenido es igual en este caso a ser sostenido, como un parche de algas en un mar inmenso. En un acto de simpatía, este texto se resiste a dejarse ubicar en este libro y quiere permanecer fuera de serie, un suspiro más arriba de los demás.




El Ánimo



En alguno de los Zettel, (no me pregunte cual que de entrada le diré que no me acuerdo), Ludwig Wittgenstein se pregunta si quizás, dada su habilidad de crear, en esta instancia panes y cacerolas, de pronto su horno tuviese alma. En unas cortas frases, explora la analogía y la abandona, dejando en duda la posible utilidad de semejante pensamiento.

Mi pregunta es la contraria. Dada mi función de artista, la de básicamente crear y seguir creando, ¿no será que yo también soy una especie de simple electro-domestico? Que yo tenga información limitada acerca de mi operario, me parece normal dado que mi tipo de maquina, al fin y al cabo, no fue diseñada para percibir operarios, sino para hacer cosas.

Normalmente, mi única manera de refutar esta sospecha sería decir que mi horno nunca se toma algunos tragos, pone la música muy alta, y canta y llora hasta las altas horas de la mañana. Pero ¿será que la mera irracionalidad, la mera nostalgia, es suficiente para ubicarme permanentemente en un reino aparte de seres incrustados con fragmentos de la chispa divina?

De todas maneras, uno sospecha que cuando lo apaguen y lo descarten a uno, todas las analogías se desvanecerán en el aire como el olor a galletas.






Mario Angel Quintero nace en 1964 en San Francisco, California, donde vive sus primeros treinta años. Estudia literatura en la Universidad de California y es becado en creación literaria en la Universidad de Stanford. Publica poemas, prosas y ensayos en revistas literarias estadounidenses; también dos libros en inglés: Globo (1993) y The Fifth Season (1996). Desde 1995 reside en Medellín, Colombia, donde publica los libros Mapa de lo claro (1996), Muestra (1998), Tentenelaire (2006), El desvanecimiento del alma en camino al limbo (2009) y un libro de dramaturgia Cómo morir en un solar ajeno (2009). Es director y dramaturgo del grupo Párpado Teatro, y pertenece a los grupos musicales Underflavour y Sell the Elephant.