martes, 27 de diciembre de 2011

POEMA DE MOISES MALDONADO. Del libro: "Alguna voluntad en la zona”. Selección de Rodrigo Verdugo



ALGUNA VOLUNTAD EN LA ZONA…

Recuerdo que decían “esto es la tragedia”
Y era un día como ayer,
Como lo es hoy
Y lo será mañana.

Era un día que sobrepasaba a la sombra
Y las aguas,
Un rito obsceno, cuidaban admirablemente
Los generosos cadáveres de ayer.

Difícil es recordar el viento infatigable del suicida,
Difícil la noche que precede la visión 
Y su belleza subterránea.

¡Silencio!
¡Silencio!..., ampliad esa cuenca y mirad por debajo de la nebulosa.

¡Silencio!...,
            El hambre es el principio de la canción.
Esto es un jardín
Esto es un hombre,
El hombre vive por la memoria.
La memoria es la corriente del día.
El día roe la piel del hombre,
Y la piel entra en un pozo y sale de un pozo 
Bifurcando el tedio,
El tedio que nos hacer resignados y cobardes,
El tedio que pregona la miseria sin despertarnos,
Y nos compra sonriente el traficante absurdo y visionario,
Que siempre es un ladrón,
Un caballero
O un obispo,
Salen de las casa del sudor
Con las manos cuidadosamente barnizadas,
Sus frentes dignas,           
Altas por sobre el día y los techos estelares,
Lo quema.

Los destrozos entonces vuelven al hoyo
Como en todas las leyendas,
Vuelven al albergue de la piedad santísima.

Yo te voy a decir: “Solo presiento el desolado mecanismo
Para las grandes ocasiones elegiacas,
Y los dioses y los dioses
Palabra transida
En los horribles cajones del vacio”.

Cae en el hoyo
Cae en el hoyo.
Con parsimonia grosera y abstracta…,
La substancia desordenada del gemido se va para siempre
Y ahora te pregunto: ¿si ese personaje de las aguas
Se va en cuatro pies como el llanto,
Como ese ojo magnético que fija en la sien
El endemoniado ritmo terrestre?

Es un sollozo,
No, sólo un gemido
La lengua blasfema 
Que tritura al borde
De la trampa;
Ahí, en actitud cobarde,
Esta el hoyo
Se abre:
La locura 
La impureza
Lo inmóvil, 
Agitan el fondo.
Parece un perfecto cilindro humano
Sin embargo, es el HOYO RETORICO
La carcajada horrenda 
Del duende metafísico
Que nos dice desde su sanatorio eclesiástico:
“Valor esto es la tragedia.
“olvidémoslo.
“Vamos al funeral, hermano piadoso.
“que ha muerto la belleza
“en el hoyo del trastorno”

Moisés Maldonado: (1928). Poeta Chileno. Autor de “Alguna voluntad en la zona” (prologo de Dámaso Ogaz), Ediciones Evandro, Santiago de Chile, 1952. Mantiene inéditos los sgtes libros: “Los actos interiores” y “Los salmos humanos”. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías chilenas. 




viernes, 16 de diciembre de 2011

LA TIERRA ES EL LIBRO DE LA PARTITURA SOLAR. Por Jairo Guzmán.


La tierra es el libro de la partitura solar



No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.                     
        Attila József                                                                                                

En el campo difuso de la historia de los pueblos, la poesía atraviesa los ríos torrentosos de sus dramas, canta en las batallas del sol su avidez de espiga; sus atuendos lunares son un cortejo de símbolos, su trepidación esparce la gracia germinativa y todo canta por su lealtad de meteoro, por los dones que nos ofrenda su complicidad de hoguera en ascensión.

Diríamos: La Tierra es el libro de la partitura solar, un colibrí es un verso de su poema de luz, un río es un tropo, una línea de fuga, musical. Diríase: La noche es el silencio de transición hacia la otra estrofa o día que vendrá. Diríamos: Las letras con que escribe el sol , el escriba de  dedos de flama, son los átomos de la luz. Diríamos: El libro de la Naturaleza es un capítulo del libro futuro o pasión de los soles en nacimiento.

Frente a ese libro estamos atónitos, viendo su desgarradura. Sus hojas se descuadernan ante la orfandad celeste, se tuestan tocadas por las manos abrasivas del sol que instila sus peligros por los agujeros del ozono. El globo azul de una leyenda paradisíaca, flota agujereado, vulnerada su membrana protectora por los venenos que exhala el animal humano. Esa es la impronta de nuestro delirio, esa es la huella de nuestro afán de infinito y avidez de dominio. Insaciable, el animal humano marcó su distancia de quien lo engendrara. Se separó tanto que ya todo se le volvió sobre-naturaleza, virtualidad, espejismo, alucinación, velo de maya. Avanza a tientas en la niebla y su obsesión por la energía lo llevó a manipular lo que no conoce, ignorando los alcances de su locura, y henos aquí ante los retos de un tiempo cuya urdimbre de información y tecnología, de conocimiento científico y discursos apocalípticos han creado un caos que se traduce en desconcierto e incertidumbre.

Nunca será tarde para el animal humano, siempre que la sustancia de sus sueños siga irrigando su más soberano deseo: la libertad y el esplendor de la conciencia que avanza a ritmo de galaxia en expansión. 

Somos hijos de una herida, de una desgarradura: la pérdida de lo sagrado. La abolición de cualquier centro o foco esencial, caracteriza lo que hemos heredado desde que la modernidad se erige con su nuevo credo de progreso y dominio de la naturaleza, desde que somos una serie de funcionalidades, fragmentados, separados de nuestra esencia humana para entrar en el rol del autómata, como nueva versión de la esclavitud. La razón pragmática sacrificó el pensamiento mítico, lo redujo a la condición de superchería, introdujo una noción utilitarista de la existencia, proclamó nuevos discursos en torno a la barbarie para maquillarla de civilización, después de haber causado los grandes genocidios y de haber proclamado las grandes mentiras de oro.

Ante el fracaso del proyecto racionalista, ante la ausencia de los dioses desterrados por la producción en serie y la alienación, ante los grandes desiertos que avanzan tanto en la condición humana como en la tierra, el ser busca su refugio en el único espacio donde es posible lo sagrado: la poesía, esa potencia que logra conectarnos con las fuerzas supra racionales y a-históricas, en un tiempo maniqueo y truculento al que han llamado postmodernismo (actualmente transmodernidad), signado por la simulación y el fetichismo de la mercancía.  En este contexto la poesía, a través de las acciones de los poetas, rompe la homogeneidad pagana del territorio cotidiano y convoca a la población para realizar un acto de consagración de la palabra poética como puente de conexión con las fuerzas míticas, fundadoras de un territorio protector de la muerte. Estas fuerzas resurgentes que se invocan y se materializan en una emocionalidad  colectiva, crean una nueva noción de la congregación y permiten consolidar un centro de irradiación que conecta todas las culturas de los pueblos del mundo.     


Habla el origen

“La creación sin nombre ardía inmóvil,
Zumbaba igual a un cigarrón de lumbre”
Juan Liscano

El origen canta en el mito. En la física actual (nuevo mito) el origen es una explosión y nos monta en una onda expansiva hacia la disolución. Aun estamos disparados, expulsados por una sobresaturación de energía condensada en un punto infinitamente pequeño. El origen sigue siendo, nos recuerda el poeta Juan Liscano.

El origen dormía en la gran noche. Desde el momento en que consideramos nuestro origen (a escala del universo) nos percibimos ínfimos. Se asume que nuestros átomos, los átomos que nos estructuran, vienen de un poco después de que explotó un punto infinitamente pequeño, pero sobrecargado de gravedad, hace quince mil millones de años. Nuestros cuerpos de hidrógeno son el reflejo de un universo de hidrógeno (tenemos mayor cantidad de átomos de hidrógeno que de cualquier otro elemento).

Antes de que la materia primigenia que configurara a la Tierra se reuniera en el interior de nuestra nebulosa solar, ya habían transcurrido de cinco a quince mil millones de años. En la nube de gases, que luego sería la tierra, había hidrógeno, helio, carbono, nitrógeno, oxígeno, hierro, aluminio, oro, uranio, azufre, fósforo y silicio . Todo se habría enfriado y habría ido flotando a la deriva de no ser por la estrella que se formó en el centro de la nebulosa: el sol, duradera incandescencia que sumergió a sus satélites en continuas emanaciones de luz, gas y energía.

Desde ese momento, hace cuatro mil seiscientos millones de años, la masa de la Tierra ya estaba en condiciones adecuadas para la aparición de la vida, donde la luz impera/donde cada día su raudal estalla/remolinea, bulle, resplandece/esparce su refracción innumerable/multiplica sus crestas y destellos/su impalpable mar cabrilleante/su nebulosa, su ardimiento,/dispersa su polvillo fértil/respira nieblas, rocíos, terrales/brisas azules,/alisios, calmas sofocantes/montes de viento huracanado/y se transforma en arenal, en costa brava,/en arboleda, en serranías,/en torre de metal, en urbes/en hombre/en su mirada que abarca el porvenir (Juan Liscano, del poema Zona Tórrida).

En su dimensión humana, el sentido de la poesía es la posibilidad de consagrar el ser al canto para volver a sentir el ritmo celeste en el que viajamos.


La tierra, poética de la vida: Autopoiesis

Venimos de un gran incendio y, según parece, en un futuro lejano para el animal humano,“todo ha de tornar al fuego original / Tempestad de llamas/Así hablaba HERÁCLITO Levante y poniente de! hombre lúcido y duro". (Bataille)

Hace cuatro mil quinientos  millones de años la Tierra era una bola incendiada, de lava que ardía por el calor desprendido de la desintegración del uranio, torio y potasio radiactivos de su núcleo. La atmósfera era espesa con gran cantidad de veneno: cianuro y formaldehido. No había oxígeno ni organismos capaces de respirarlo.

Seiscientos millones de años después (hace 3900 millones de años) se inaugura un período milagroso de mil trescientos millones de años, llamado eón Arqueense, que va desde el origen de la vida hasta su expansión en forma de “suaves tapetes microbianos de vistosos colores rojos y verdes en forma de fuertes y redondeadas cúpulas bacterianas”  (Lynn Margulis).

Para considerar que una entidad está viva, ésta debe ser, ante todo, autopoiética. Ser autopoietico es “mantenerse activamente contra las adversidades del mundo”. En organismos como plantas y animales la autopoiesis es lo mismo que salud. La autopoiesis permite mantener la identidad del organismo,  a pesar de las contingencias. Todas las células reaccionan a las perturbaciones externas para conservar aspectos claves de su identidad dentro de sus límites.

Esta poesía de lo viviente es un ejemplo de preservación. Esta poética nos confirma la capacidad creativa de la vida. Como expresan Lynn Margulis y Dorion Sagan, “Las estructuras autopoiéticas  utilizaron energía para mantenerse a sí mismas de manera activa y con éxito al enfrentarse con serias perturbaciones externas. Eso les dio identidad y memoria… Desde los sistemas autopoiéticos a los primeros seres replicándose de manera tosca, se dibuja la tortuosa senda que las estructuras autoorganizadas tuvieron que recorrer en su trayecto hacia la célula viva”.

Dado que la autopoiesis es un imperativo de lo viviente considerado como una unidad, la vida gastará grandes cantidades de energía para conservarse a sí misma. Cambiará con la única finalidad de mantenerse. Como afirman Margulis y Sagan: “Más del 99.99 % de las especies que han existido están extinguidas pero la pátina del planeta, con su ejército de células, ha continuado existiendo durante más de tres mil millones de años. Y la base, pasada, presente y futura de esa pátina es el microcosmos, constituido por billones de microbios en comunicación y en continua evolución. Excluyendo la intervención divina y la suerte, sólo la vida misma parece lo suficientemente poderosa como para promover las condiciones que favorecen su supervivencia prolongada frente a condiciones adversas en el medio ambiente”.

Como se observa, una poética de la biología ha modelado nuestro organismo, desde que éramos un microbio hasta esta versión actual de nuestro vehículo por la vida: el cuerpo. El motor del alba, de Huidobro, es la poesía misma. Desde el microbio  sin voz hasta el hombre que habla ha habido un océano de batallas en las que la vida  persiste y se nos manifiesta como espejo donde la divinidad ausculta el vacío del que venimos y hacia el que viaja  lo existente y lo no existente. 

Más allá de la pesadilla, reverberante en cada punto del planeta, lo bello y lo sublime resisten, se manifiestan con la sutileza necesaria para no dejarse aplastar. Lo grotesco es emblema del hipercapital, que todo lo deforma en su tropel de producción y consumo desenfrenados.

Ahítos de la sobre explotación y el detritus, al inicio de la segunda década del siglo veintiuno, asistimos a un escándalo climático que rebasa nuestra arrogancia como especie que tomó por asalto el paraíso y se quedó con un océano de chatarra y pájaros asfixiados en nubes letales.

En esta encrucijada geológica la tierra aloja las legiones de la poesía, quienes continúan un trabajo milenario de preservación de la naturaleza que es la morada de la memoria, del mito, de lo sagrado, de  los que en su errancia, de siglo en siglo, han ido construyendo un cuerpo, el cuerpo que sueña, imagina, crea y piensa.


Habla el bosque


Santuario. Fuente del misterio, hábitat de los dioses, el bosque se nos revela como la gran anunciación de la vida en el planeta. El gran milagro. La casa de la ebriedad. El templo del dios Pan. La morada de Diana, la diosa. Fuente del mito. Las celebraciones solares, de la abundancia, de la visión colectiva, eran la alta poesía de los pueblos antiguos, regidos por una visión mítica y sagrada de la existencia. El bosque representaba lo más sagrado y el culto a los árboles era esencial para la vida y el recibimiento de sus dones. El gran imaginario colectivo de la antigüedad está sustentado en su gran valoración del bosque. El profundo respeto al bosque era el mismo que hacia una divinidad. Bosque y divinidad se confunden.

El bosque marcó el ritmo de los pueblos y su presencia era símbolo de grandes hazañas mágicas que representaban el misterio de la existencia. El aquelarre y los grandes ritos de iniciación en los misterios, cuyo motor es la poesía surgida del encantamiento del bosque. El bosque es la respiración, la inspiración, la condensación. Es el representante de una larga historia de procesos de la vida y su soberanía se debe a los dones de la luz transformada en savia y oxígeno, esplendor, danza, flores, frutas que nos conectan con la gracia erótica de la abundancia y los ritos de la espiga, el juego, la música, el acertijo, el talismán, la magia.

James Frazer, en su libro la Rama Dorada, afirma: “Nos es necesario examinar con atención las ideas en que se funda el culto de los árboles y las plantas. Para el salvaje, el mundo en general está animado y las plantas y los árboles no son excepción de la regla. Piensa él que todos tienen un alma semejante a la suya y los trata de acuerdo con esto. "Dicen —escribe el antiguo vegetariano Porfirio— que los hombres primitivos tenían una vida triste, pues su superstición no terminaba en los animales, sino que se extendía aún a las plantas. ¿Por qué ha de ser la matanza de un buey o una oveja mayor agravio que el sentimiento por la tala de un abeto o un roble, ya que también estos árboles tienen alma?" 

Esa conciencia lúcida de la gran conexión universal de todo lo viviente, ese reverenciar al bosque se sustenta en el conocimiento profundo de las grandes luchas de la vida por confrontar la contingencia. Ante la adversidad de las catástrofes geológicas el bosque se revela como fuente de salvación y de luz espiritual. Habla el bosque un lenguaje polifónico y toda la gama de sus sonidos y misterios nos sitúan en un ámbito encantatorio. Origen de los poemas y leyendas, eje de la memoria colectiva, es el bosque el motor de las grandes adquisiciones espirituales, rituales y religiosas.

La magia signa su origen en estas zonas misteriosas donde los símbolos son revelados y dispuestos a operar sobre la realidad. Es el bosque el centro del conocimiento, allí son transmitidos los grandes saberes de la doctrina secreta, los saberes perseguidos, los saberes esenciales y mágicos que pudieron preservarse gracias a los dones del árbol en su dimensión de guerrero de la luz. El bosque soberano, el gran cómplice, dínamo de savia, morada del rocío de los dioses donde brota la letra, el alfabeto. Casa de la poesía, el bosque es ascensión hacia los cielos más incógnitos a través de los hilos de luz que lo conectan al cosmos.


Hablan los animales

Su inocencia es auténtica. Su valoración ha sido grande por parte de los poetas y la gran mayoría de humanos miran perplejos su devenir por la tierra. Las  cosas han cambiado desde la ilustración, desde que el animal humano se montó en su nueva locomotora de ciencia positivista y arrogancia sustentada en la fuerza bruta del dinero y sus acciones para cercar la naturaleza, medirla, manipularla.

La empresa de devastación que se genera, a nivel mundial, con la industria y la máquina ha desencadenado una serie de problemas que han situado a los animales en un ámbito de desolación,  persecución, confinamiento, estrés. Ya huyen despavoridos del mundo interpretado, nos dice Rilke de manera muy lúcida y acertada. El mundo interpretado: he ahí el asunto que más se acerca a una dilucidación entre poesía, racionalidad positivista y naturaleza.

La poesía en su esencia va en contravía del mundo interpretado, que es en realidad un mundo surgido de la opresión del discurso racional que encadena fraseologías para perfilar una noción del mundo. La poesía no interpreta, agrega misterio pero a la vez  conocimiento de lo poetizado. La poesía ha realizado un trabajo enorme por divulgar el amor a los animales. Basta observar la gran cantidad de bellos poemas dedicados a estos seres que han sobrevivido a muchos desastres.

Los desiertos avanzan, el planeta se calienta, muchos son los animales que mueren en legión, ya no soportan las condiciones actuales. Por este tiempo abundan noticias acerca de cientos de pájaros que se desploman, caen muertos. Esto ocurre en varios puntos del planeta. Cada vez aumentan las señales de la catástrofe ambiental. La desquiciada maquinaria de las multinacionales pesqueras arrasan el lecho marino, acaban con su proliferación viviente de microorganismos que son el sustento de muchos peces. El petróleo crudo derramado por millones de toneladas en los mares. Los animales están sumergidos en una burbuja envenenada. La tierra y sus animales. La tierra y sus complicaciones climáticas que amenazan la vida del más excéntrico de todos animales , el animal humano que ha alcanzado la potestad del ángel y se ha sumergido en el cieno de las bestias


El animal humano


«La enfermedad de la razón radica en su propio origen, en el afán del hombre de dominar la naturaleza»  
Horkheimer

¡Oh,  la humanidad! expresaba en un lamento el piloto de ese dirigible cuyo incendio, en 1937 en  New Jersey con 97 personas, determinó el fin de esas naves surcando el cielo. Delirante, el animal humano se ha movido por el planeta; son muchas sus aventuras por este globo convulso. Su avidez de espiga y sosiego, después de las grandes batallas por sobrevivir, lo han llevado a parajes paradisíacos, a imaginar y realizar los sueños del sueño en que se mueve su vida pero también ha trasegado por terrenos abruptos y la pesadilla determina gran parte de sus días en este lado de la galaxia. El animal humano es un personaje muy especial en este cuento cruel del acabóse climático. Los escándalos meteorológico, geológico, económico, ético, humanitario  y ecológico sitúan a la humanidad  en un borde peligroso.

El animal humano es el más vulnerable, el que más se ha afectado con este delirio  por recluir, matar, torturar, encerrar y vender para luego comerse a los otros animales que no saben de motosierras ni aspersiones. Este delirio que llenó de gases tóxicos el globo azul lo convierte en un animal exótico y bastante implacable con sus semejantes, los animales de la tierra. Si la brecha entre lo humano y lo animal se establece fundamentalmente en el interior del hombre, lo que debe plantearse de un modo nuevo es la propia cuestión del hombre, y del “humanismo”.

En nuestra cultura, el hombre ha sido pensado siempre como la articulación y la conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un logos, de un elemento natural (o animal) y de un elemento sobrenatural, social o divino. Ahora tenemos que aprender a pensar, muy de otro modo, al hombre como lo que resulta de la desconexión de esos dos elementos, e indagar no el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio práctico y político de la separación. ¿Qué es el hombre, si es siempre el lugar – y a la vez, el resultado – de fragmentaciones y brechas incesantes? Trabajar sobre estas divisiones, preguntarse de qué modo – en él mismo- el hombre ha sido separado del no-hombre y el animal de lo humano, es tan urgente como asumir una nueva actitud ante los grandes interrogantes, sobre los llamados valores y derechos humanos. Y, quizá, hasta la esfera más luminosa de las relaciones con lo divino dependa, de algún modo, de esa otra esfera, más oscura, que nos separa del animal. 

Ahora, respecto al devenir animal del hombre, Alexandre  Kojève  nos dice: “Si el hombre re-deviene un animal, sus artes, sus amores y sus juegos deberán re-devenir también puramente “naturales”.  Habría que decir que los animales pos-históricos de la especie Homo sapiens (que vivirán en la abundancia y en plena seguridad) estarán contentos en función de su  comportamiento artístico, erótico y lúdico, visto que, por definición, se contentarán con él”.

La aniquilación definitiva del hombre en sentido propio debe implicar también, no obstante, de manera necesaria la desaparición del lenguaje humano, sustituido por señales sonoras o mímicas comparables con el lenguaje de las abejas. Pero en tal caso, argumenta Kojève, lo que desaparecería no sería sólo la filosofía, es decir, el amor a la sabiduría, sino la propia posibilidad de una sabiduría como tal.

Ante esta posibilidad de la desaparición de la sabiduría que baje al animal humano de su nube de mesías y salvador, nos encontramos con las palabras de Lynn Margulis  y Dorion Sagan: “el nombre científico que Linneo dio a nuestra especie es Homo sapiens sapiens, es decir “hombre sabio, sabio”. Nosotros proponemos, un poco en broma, que se bautice a la humanidad como “Homo sapiens in sapiens: “hombre sin sabiduría, sin sabor” . Nos gusta creer que regimos la naturaleza –“el hombre es la medida de todas las cosas”, dijo Protágoras hace 2400 años-, pero no somos tan regios como creemos…. Nuestra imagen auto-aumentada no es más que la de un loco a escala planetaria”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

UN POEMA DE OLGA OROZCO

(Par de botas. Vincent Van Gogh Fecha:1886)

BOTINES CON LAZOS

¿Son dos extraños fósiles,
emisarios sombríos de una fauna sepultada en un bosque de carbón,
que vienen a reclamar un óbolo de luz para sus muertos?
¿Son ídolos de piedra,
cascotes desprendidos del obraje de los más tristes sueños?
¿O son moldes de hierro
para fraguar los pasos a imagen del martirio y a semejanza de la penitencia?

Son tus viejos botines, infortunado Vincent,
hechos a la medida de un abismo interior, como las ortopedias del exilio;
dos lonjas de tormento curtidas por el betún de la pobreza,
embalsamadas por lloviznas agrias,
con unos lazos sueltos que solamente trenzan el desamparo con la soledad,
pero con duros contrafuertes para que sea exiguo el juego del destino,
para que te acorrale contra el muro la ronda de los cuervos.

Pero son tus botines, perfectos en su género de asilo,
modelos para atar a cada ráfaga de alucinada travesía,
fieles como tu silla, tus ojos y tu Biblia.
Aferrados a ti como zarpas fatales desde las plantas hasta los tobillos,
desde Groot Zundert basta la posada del infierno final,
es inútil que quieran sepultar tus raíces en una casa hundida en el rescoldo,
en el barro bruñido, el brillo de las velas y el íntimo calor de las patatas,
porque una y otra vez tropiezan con el filo de la mutilación,
porque una y otra vez los aspira hacia arriba la tromba que no entienden:
tu fuga de evadido como un vértigo azul, como un cráter de fuego.

Botines de trinchera, inermes en la batalla del vendaval y el alma:
han girado contigo en todas las vorágines del cielo
y han caído en la trampa de tu hoguera oculta bajo el incendio de los campos,
sin encontrar jamás una salida,
por más que pisoteen esas flores fanáticas que zumban como abejorros amarillos,
esos soles furiosos que atruenan contra tu oreja, tan distante,
perdida como un pálido rehén entre los torbellinos de otro mundo

Botines de tribunal, a tientas en la noche del patíbulo,
sin otro resplandor que unos pobres destellos arrancados al pedernal de la locura,
entre los que hay un pájaro abatido en medio de su vuelo:
el extraño, remoto anuncio blanco de una negra sentencia.
Resuenan dando tumbos de ataúd al subir la escalera,
vacilan junto al lecho donde se precipitan vidrios de increíbles visiones,
trizado por una bala el árido universo,
y dejan caer a lentas sacudidas el balance de polvo tormentoso adherido a sus suelas.

Ahora husmean la manta de hiedra que recubre tu sueño junto a Theo,
allá, en el irreversible Auvers-sur-Oise,
y escarban otra tumba entre los andamiajes de la inmensa tiniebla.
Son botines de adiós, de siempre y nunca, de hambriento funeral:
se buscan en la memoria de tu muerte.

sábado, 19 de noviembre de 2011

EL ÁNGEL NEGRO. Por Pablo Montoya.


El ángel negro*

1
Me horroriza la patria, decía Arturo. Y los pasajeros miraban sin entender los perfiles de esa confesión. El viaje había iniciado horas antes en Medellín. El bus, después de subir hasta el Alto de la Sierra, planeó bajo la oscuridad de Santuario. Luego se precipitó por entre las curvas que terminan en las llanuras del Magdalena. El cielo se veía iluminado por una exhalación parda que parecía una baba. La noche poseía algo de garganta abierta. Arturo la miraba fijamente desde la ventanilla. Estrellas de espanto, mascullaba incansable. Y, de lo hondo de su memoria, brotaba otro delirio. Escribí silencios y noches, decía para sí, y anoté lo inexpresable. Una música de mariachis flotaba alrededor de los pasajeros. Las luces de los ranchos del monte se confundían con cucuyos que Arturo veía agigantados. En Dorada, el chofer se detuvo. Algunos pasajeros bajaron a orinar. El calor era inmenso y asordinado y se medía por la humedad que aplastaba la ropa sobre los cuerpos. Arturo no descendió. Una mujer pasó a su lado. Ofrecía mecato, gaseosas frías, cervezas. Tras ella, una sombra se irguió como un reflejo intenso. Arturo creyó ver esa misma sombra alrededor de quienes fueron subiendo al bus minutos más tarde. Entonces volvió a hablar, pero esta vez lo hizo con fuerza; y no para que fuera escuchado, sino porque así conjuraba lo descomunal que le nombraba el mundo desde hacía días. El bus avanzaba, veloz, mientras Arturo repetía sin pausa, la senté sobre mis rodillas y la encontré amarga y la injurié. El chofer frenó. Acompañado por algunos pasajeros, preguntó por lo qué pasaba. Vieron estrago en el rostro de Arturo. Obtuvieron una vaga respuesta hecha de sustantivos impenetrables. Lo amenazaron con bajarlo si no cesaba la habladera. Pero Arturo siguió mirando las estrellas y percibiendo que la oscuridad estaba suspendida en el filo de un puñal que quería cercenarle el corazón. Fue atravesando el puente cuando se levantó. El infierno, dijo, estoy en el infierno, y una sonrisa se extravió en el rostro. Sus gritos despertaron a los pocos pasajeros que aún dormían. Un pánico incontrolable le sacudía las venas. Rogó que lo bajaran. Dijo que al bus se lo iba a tragar un abismo. “¡Drogo hijueputa!”, exclamó alguien desde las bancas de atrás. El motor volvió a ronronear y se sumergió en las tinieblas. Arturo acomodó la mochila en su hombro. Caminó en dirección contraria al bus. Sintió el piso caliente bajo sus pies. Al cruzar el río, escuchó el cauce. Voces y suspiros se desprendían de él.



2

La cantina tenía una atmósfera desvaída. La música, roída por un acordeón, brotaba de la vitrola. En la puerta dos mujeres susurraban somnolencias. Arturo entró, puso la mochila en la mesa y buscó una silla. Una de las mujeres preguntó algo y Arturo sintió que esa voz caía como un agua opaca pero fresca. La mujer alzó los hombros ante la falta de respuesta. Arturo reaccionó. La siguió, la detuvo de un brazo, pero lo hizo con suavidad. ¿Dónde estamos?, preguntó. En Honda, respondió ella. Y Arturo pensó otra vez en el vértigo. Creyó que estaba en una llanura poblada de tumbas y paladas de fango se trazaron en su mente. Cerró los ojos para expulsar la visión. Se pasó las manos por las mejillas sudorosas. Déme una cerveza, dijo. Cuando la mujer puso la botella en la mesa, Arturo la tomó de la mano. Le pidió que se quedara. La mujer hizo un gesto de molestia. Tenía sueño y ya se iba, explicó. Me bajé del bus, replicó Arturo, tuve miedo de los hombres y me bajé del bus. La mujer enarcó las cejas. Arturo siguió hablando de una comarca verde, tan lejana que parecía un espejismo. Mencionó jóvenes caballos y una vaca en medio de paisajes lunares. Habló de una anciana que cantaba en las noches para hacer dormir a niños asustados por la enormidad del silencio. ¿Qué le pasa?, dijo ella riéndose. Arturo describió hombres de torsos desnudos, olientes a hierba, que amanecían radiantes y anochecían taciturnos. Yo puedo hablar mientras llega el amanecer, dijo Arturo, sólo necesito que esté sentada a mi lado. La mujer volvió a reír, pero esta vez hubo un fulgor tenue en sus ojos. Estoy rodeado de muertos, continuó Arturo. Todos lo estamos, dijo ella. Soltó la mano y se sentó. Entonces de afuera terminó por llegar la voz. Hubo una mirada entre las mujeres y ellos entraron. Lo habían seguido, ocultos bajo la oscuridad pegajosa forjada por el río. Lo habían visto gritar en el puente con las manos en las orejas. Se rieron, pero en sus risas había inquietud al ver que lanzaba manotazos a los árboles que bordeaban el parque. Rara esa caspa, había dicho el más bajo en tanto vigilaban la penumbra de Honda y controlaban el sosiego sofocante en las flotas de los buses. El más bajo empuñaba el akacuarentaisiete a todo momento. El otro, mientras caminaba, miraba hacia la punta de sus botas. En la cantina preguntaron. La mujer levantó los hombros, dobló la boca y cerró los ojos haciendo un gesto de displicencia. El bajo insistió agresivo. Tiene miedo, dijo ella, sólo tiene miedo y quiere que lo escuche. La mujer trató de regresar a la mesa, pero una mano se interpuso.



3

Soy un fantasma, contestó Arturo. Y los encaró con la mirada intensa, les sonrió irónico y, antes de que ellos reaccionaran, levantó las dos manos. Trazó con ellas una rápida cruz y los señaló a los dos. He dejado las regiones de la luz, dijo, y ahora desciendo a las tinieblas donde ustedes son sus prelados. Sepultureros insomnes, lo sé, pueblan las orillas de este río, yo logro verlos en sus ojos, y el horizonte es un mar de fuego negro y en el cielo el humo planea como un pájaro agorero. La mujer le puso la mano en los hombros. Cálmese, hombre, le dijo, por lo que más quiera. Arturo la miró y, con un tono que de pronto se tornó leve y tembloroso, dijo que él era un maldito, pero que no quería adorar ninguna bestia. Y le tomó otra vez la mano. Le rogó que se quedara. Usted es la claridad y ellos el légamo, continuó. El más alto, de pronto, lo empujó hacia la silla. El otro pidió los papeles de identidad. Arturo rió de nuevo. Soy un fantasma, güevón, gritó. ¿No se dan cuenta? Soy nadie, soy el que canta en el suplicio, el despedazado en las palabras y no comprendo las leyes de ustedes. Mis ojos están sellados a la lava de sus armas. El bajo lo tomó del cuello, lo levantó hasta tenerlo cara a cara. ¡Loco malparido!, le escupió. Enseguida, entre los dos, lo arrastraron hacia fuera. ¿Qué es lo que estás diciendo?, preguntó el más alto. Las mujeres intervinieron y halaron a Arturo de un brazo. No ven que está desjuiciado, alegaron. Pero en el forcejeo el delirio seguía. He llamado a los verdugos y aquí están, siguió, he llamado a todos los flagelos y aquí están. Me ahogo en el barro, me asfixio en la sangre, estoy de crímenes empapado y me horroriza la patria. Un golpe brutal de la culata interrumpió las incoherencias. Arturo se fue de bruces contra el suelo. Las dos mujeres intentaron hacer un cerco protector. Una de ellas alcanzó a pasar su pañoleta. La sangre rodaba desde la nariz hasta el mentón. En vano intentaron socorrerlo. Ambas fueron empujadas contra las mesas. A Arturo entonces lo levantaron de los cabellos, lo tomaron de las axilas y lo lanzaron a la calle. Frente a la noche, la luz de una lámpara los delineó durante un trayecto. Al fondo, en dirección del río, una callejuela con muros descascarados finalmente los borró.


4

El negro preguntó por ellos. Había estado en las flotas de los buses y los había buscado en los tenderetes donde vendían tinto. Las mujeres lo miraron con estupor, parado, como un inmenso ídolo negro, a la entrada de la cantina. El temor hizo surgir la respuesta. Ellas contaron lo que sucedió. Él también había escuchado, mientras seguía el rastro de sus hombres, algo del que hablaba solo. El camino fue indicado. Apartó a las mujeres y ordenó sin palabras que se quedaran. Sus botas resonaron hasta desvanecerse en la oscuridad. Inmerso en ella, y al borde del río, Arturo estaba arrodillado. Las sombras de los guardias, a su lado, se mezclaban a las sombras de los árboles. Arturo buscaba sus raíces como si estuviera buscando un asidero. Indagaba en sus follajes intentando un escape, pero sólo percibía un hoyo oscuro desde donde brotaba y se sumergía todo. Quiso respirar pero no había viento. El mundo estaba detenido y un olor a aguas podridas inundaba el espacio. Arturo sintió que lo agarraban de la cabeza. El acero del fusil le refrescó la frente. En su rostro la sangre se había tornado grumos. La desdicha ha sido mi dios. Y ustedes son los progenitores de todas las desdichas, les dijo una vez más. Pero los hombres lo tumbaron, la boca pegada al pantano. El bajo quitó el seguro del arma y el otro lanzó la mochila al cauce. Fue entonces cuando el ámbito se iluminó. Un resplandor arrasó la mirada de Arturo. Oyó pedazos de palabras que discutían, como hechas de ecos lejanos. Tenía las manos maniatadas, pero logró voltearse. Cuando el chorro de luz se desvaneció, vio la figura a sus pies. Era más alta que las otras y poseía un aura negra que brillaba en la oscuridad. Pensó en el primer nacido de entre los muertos, en el príncipe de los reyes de la tierra, en el ángel que libera de la sangre y del pecado. Dos manos vigorosas lo levantaron. Váyase, le dijo el negro. Y en las aguas del Magdalena un reflejo de sol tocó por fin los ojos de Arturo.


* Este cuento forma parte del libro “Réquiem por un fantasma”, Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006.



Pablo Montoya
(Barrancabermeja, Colombia, 1963)

Ha publicado los libros de cuentos Cuentos de Niquía (Vericuetos, París 1996), La  sinfónica y otros cuentos musicales (El propio bolsillo, Medellín 1997), Habitantes (Indigo, París 1999), Razia (Eafit, Medellín 2001) y Réquiem por un fantasma (Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006); los libros de prosas poéticas Viajeros (Universidad de Antioquia, Medellín 1999), Cuaderno de París (Eafit, Medellín, 2006) y Trazos (Universidad de Antioquia, Medellín, 2007); el libro de ensayos Música de pájaros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2005); y las novelas La sed del ojo (Eafit, Medellín, 2004) y Lejos de Roma (Alfaguara, Bogotá, 2008). Pablo Montoya es Primer Premio del Concurso Nacional de Cuento “Germán Vargas” (1993). En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorgó una beca para escritores extranjeros por su libro Viajeros. El libro Habitantes ganó en el 2000 el premio Autores Antioqueños. Réquiem por un fantasma fue premiado por la Alcaldía de Medellín en el 2005. Ha participado en diferentes antologías de cuento y poesía colombiana y latinoamericana. Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Hizo la licenciatura en filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá. Igualmente, obtuvo la maestría y el doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III). Sus traducciones de escritores franceses y africanos, sus ensayos sobre música, literatura y pintura, han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa. Actualmente es profesor de literatura y coordina el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia. Es escritor asociado de la Red Nacional de Talleres de Literatura (Renata) del Ministerio de Cultura de Colombia.



lunes, 14 de noviembre de 2011

Dos poemas de Anna Aguilar-Amat.



Plantillas
(para mi hijo Raimon)

Éstas ya te quedaron chicas. Las
repaso con los dedos y toco la planta
de tus pies, el negativo de un tiempo en el
que siempre estábamos juntos y los días
que vivirás cuando yo desaparezca. Un futuro
que modela la ortopedia, la gravedad
que te ha hecho caminar extraño a mis
pasos. Pisa con tus pies mis fracasos
como si fuesen peldaños de un saber
antiguo, porque son el baúl que siempre
podrás vender al arriero que pase.
Di que has perdido la llave, que
te paguen por su peso; si lo encuentran ligero
les dices que son mapas y si lo encuentran
pesado, que son gemas preciosas. Y después
vete lejos, camina hasta las cimas. Regala
una moneda de perdón. Todo cuánto des
te llevará más lejos.



Entomología y cinema

La espera es primero blanda, como una gota de resina,
el deseo escondido del insecto que eres, fútil vistosidad
las alas frágiles dentro del denso líquido.
Mientras espero que llegue el tiempo de ver a los hijos
el día es una boca de estación y el verano se ha sentado
en la sexta fila. En la pantalla dice que han pasado ya
veinte años, y sales tú cuando se rompe la aceitera por segunda
vez. Colocas la mano sobre el cogote para comprobar que llevas
puesta la careta que hará dudar al tigre donde está
tu espalda. Y el tigre es la secuencia donde riñes
a una niña que ha tirado un vaso de agua.
Puedes hacerlo: transforma esta piedra de la espera
en un pez de colores, quizá un melocotón. Pinta
con los nombres naranja sobre el gris, recuerda aquella
espera de color de miel, cuando el pequeño niño volteaba
la arena. Muévete y escapa de la gloria de permanecer
para siempre, como un fósil dentro de un ámbar.
Escribe, escribe, escribe.



Del libro “Música i escorbut” (Música y escorbuto"), Ed. 62, Barcelona 2002.
Traducido del Catalán por Concha García


Anna Aguilar-Amat. (Barcelona, 1962) es profesora en el Departamento de Traducción de la UAB. Hecha pública su actividad literaria en Catalán, recibe los galardones Carles Riba 2000 por Trànsit entre dos vols (Tránsito entre dos vuelos), Ed. Proa, 2001; la Englantina de Oro de los Juegos Florales de Barcelona 2000 por Petrolier (Petrolero), Ediciones de la Guerra, Valencia 2003); el premio Màrius Torres de Lleida 2001 por Música i escorbut (Música y escorbuto), Ediciones 62, 2001. Publica posteriormente los libros de poemas Jocs de l'oca (SPUAB, 2006) y Cárrega de color (Meteora, 2011). En 2003 funda y preside la asociación QUARKpoesia (Aula de Poesía de la UAB), así como la colección de poesía Refraccions (Servicio de Publicaciones de la UAB) donde publica las antologías Europa es una mujer -9 poetas d’Europa (2007), Cuánticas! 10 poetas jóvenes en diferencial femenino (2008) y Como cada jueves: Poesía emergente en La habana (2009). A cuatro manos con Francesc Parcerisas publica El placer de la lectura (ed. Síntesis, 2006). Ha sido traducida a más de 11 lenguas.


lunes, 7 de noviembre de 2011

TREINTAIDOSAVO ANUNCIO. Poema de Rodrigo Verdugo





TREINTAIDOSAVO ANUNCIO          

“La noche descansa en tu esqueleto de paloma”      
                                                 Sergio Macias


Una caracola rige las constelaciones promiscuas
Yo fumo mi pipa bajo los alhelíes
Decidiré más tarde si tomar el camino que parte hacia el mar
O el camino que parte hacia el desierto
El sexo nos deja trasfondos de mar, trasfondos de desiertos
Extendemos las sábanas del lecho y las dejamos tiradas hacia atrás
Cuánto podríamos dejar escrito en dichas sábanas
Si al menos pudiésemos enviarlas como cartas, pero no caben en los sobres,
En esos trasfondos de mar estamos atrapados
Aunque luego extendamos las sábanas del lecho hacia atrás
Alguien me habló también de estar atrapado
Alguien me habló de estar empapado, y de todas las cajas de cristal
Qué daría por revolcarse en esas constelaciones promiscuas
Y es como si me hablaran de ti, ahora que el lecho está vacío
Ahora que quiero enviarte una carta, pero escrita en sábanas que no caben en sobres
Siempre hay vigías de turquesa interceptando trasfondos de mar o de desierto
Hasta que perdamos el aliento no nos encontrarán
Dime: ¿cuál es el espejo con que destruiremos el desierto?,
 ¿qué gemido decantará la inmensidad del agua?
Podrías mandar una sábana como carta
Pero hay que guardar muchas cosas en cajas de cristal
Porque el mundo será tragado por gargantas de cisnes  y  tragadas serán las sábanas también
Decidiré más tarde si tomar el camino que parte hacia el mar o  el camino que parte hacia el desierto
Todo peregrino debe saber lo que es extender las sábanas sobre el lecho
Sé que los vigías de turquesa restarán nuestras sombras
Siempre me recuerdo de alguien que está atrapado y empapado
Como él quisiera revolcarme sobre las constelaciones promiscuas
O sentir mis manos dentro de las caracolas hasta romperlas
Hasta que una embriaguez oscura y una embriaguez blanca se enfrenten en los mares
Y tú seas lo que salte de aquello, así con un ramo de alhelíes en medio del pecho
Como cuando te ibas a casar conmigo, cuando las cajas de cristal no nos dejaban ser profundos
Pero ahora las sábanas son tragadas por gargantas de cisnes
Pero ahora las sábanas son tragadas por gargantas de cisnes
El sexo nos deja trasfondos de mar, siempre estaremos atrapados y empapados
Si decides partir, hazlo pero desde esos alhelíes así como lo hace todo peregrino
Ahora que el lecho esta vacío, las páginas del rayo se abrirán sobre mares y desiertos
Llevaremos grandes sobres para probar si algunas de ellas caben adentro,
Ahora que las sábanas están escritas, una paloma será mi destrucción, no lo olvides
Aun cuando dejes de regir esas constelaciones promiscuas y yo deje de estar empapado y atrapado

Irrecuperable nos parecerá todo en aquellas cartas
Irrecuperable en aquel amanecer que aborta los espejos
Siempre el humo de mi pipa volverá a envolverte como una consumación.




Rodrigo Verdugo.Santiago de Chile.1977. Coeditor y articulista de la Revista Derrame. Miembro del Grupo Surrealista Derrame. Sub director de Ediciones Derrame. Sub director de la Revista Rayentru y Coeditor de la Revista Labios Menores.  Se inició en el taller de Poesía "Isla Negra" dirigido por el poeta Edmundo Herrera desde 1922 a 1996 en la Sech. Su obra ha sido publicada en revistas y antologías chilenas y extranjeras siendo traducido parcialmente al Frances, Italiano, Portugués, Polaco y Árabe.  En 2002 publica su primer libro "Nudos velados" Ed Derrame  En 2005 participa en la exposición colectiva "Derrame cono sur o el viaje de los argonautas" en la Fundación Eugenio Granell (Santiago de Compostela, España) y obtiene el primer lugar en el concurso "Alas de poesía" organizado por la Asociación "Amigos de la poesía" (Monterrey. México). En 2008 participa en la exposición internacional de surrealismo "0 reverso do Olhar", en la Casa de la Cultura de Coimbra (Coimbra, Portugal) y en 2009 participa en la exposición internacional de surrealismo "Iluminacoes Descontinuas" en el Convento de San José, (Lagoa, Portugal) y el el XIX Festival Internacional de Poesía de Medellín.

sábado, 29 de octubre de 2011

Los elementos de la alquimia (Selección de poemas) . Daniel Día.


 a   María Magdalena, 
la errante,
desde las antiguas arenas del desierto 
a los confines  tierra adentro.




Estrofa al alba del 14 de septiembre
de 1959


Soledades del cielo, las estrellas;
los hombres, soledades de la tierra;
nos separan dioses, mas luchamos 
hasta habitar un día entre los astros.

    Jorge Gaitán  Durán



Tzolkín

Como hijos de las estrellas
vendremos a sembrar de cielo la tierra,
de eternidad nuestro trance
de esplendor nuestra senda
de plenitud nuestro corazón,
de amor
nuestra existencia…
y un alfabeto galáctico
ofrendará las palabras
para erguir nuestros sueños.

Claudia Trujillo
La sombra del árbol


De repente la sombra de un árbol cayó sobre mi cuerpo, pero en derredor no había árbol.

Ahora espero que la sombra de ese árbol ascienda en mi sus raíces, que su tallo sea su tallo y no mi cuerpo y que los frutos sean los frutos innombrados de la sombra. Que se agite y convulsione en mi torrente la savia que le nutre. Que se conjuguen como espiral su precipitud de cielo y su vocación de profundidad.  Su esencia de abismo y ascensión habiten el vacío original del que procede; y su forma, la materia informe de la nada.  Que su espacio sea un habitáculo del tiempo que no tiene espacio ni perennidad.

Será la sombra del árbol que nombre el origen, la procedencia del origen y su devenir, el caos y la armonía del caos, la violenta lucha de los elementos y las cosas, de la sombra de las cosas y los elementos que se nombran por sus nombres.

La música de la sombra sonará en el silencio de la sombra y la sombra de la música en la sombra del silencio.  Origen de todos los sonidos y todos los cantos; después, si hubo un antes, el reposo, porque el movimiento vino con la sombra del árbol que no podemos nombrar, pero sabemos que existimos por su sombra.

La sombra inabarcable nos abarca, fuego inextinguible en el que renacemos, como renacen también, innombradas, las estrellas del polvo.

Las raíces de la sombra son la fundación telúrica de las palabras; arrancadas, fueron grito y nacimiento estremecido de los nombres.  En sus perfiles, movimiento y conjugación.  Toda sombra es acción de sí misma, hace crecer al árbol, traza sus distancias invisibles, sus recodos inasibles de donde procede el viento.  Los ciclones son muñones del árbol arrojado (prohibido); la lluvia es la sustancia líquida de la sombra; los ríos, la savia impetuosa de la sombra arbórea del mar.

Quien cortó el primer árbol fue expulsado de la sombra, habita las tinieblas.  Todo árbol es luz y sombra de la luz.
La Noche es la sombra mayor del árbol, su fuente primordial, expansión de su semilla, su flor imperecedera, la bóveda fundante.

Cuando cruzas la Noche asciendes a la raíz del árbol; por la raíz el árbol se aferra de la sombra.  A quien corta un árbol, la sombra cae en sus ojos cegándole, pierde la visión del árbol y de sus frutos luminosos.  Repercutirá para siempre en sus oídos el estruendo mudo de la caída “¡odumodneurtse!” “¡odumodneurtse!”.  No contemplará los nacimientos ni escuchará su canto sino su grito.

El insomnio fue esparcido sobre la tierra cuando cortaron el árbol de los sueños.

En la sombra perdura la condición flamígera del árbol.  Los árboles conviven con el fuego y con el espíritu del fuego.  El bosque es un incendio perenne que nutre los ojos.  La florescencia del guayacán es un estremecimiento del sol; las flores caen al abismo de la sombra cubriéndola con un manto solar en donde mora la salamandra.  La sombra renace del humus como Ave Fénix y preserva el secreto del árbol y el misterio del fuego.

La salamandra trama en su piel la corteza del árbol.



Luna de locos

a Giro de la Mirandolla

Los locos llevan la luna entre los ojos

Desorbitada esfera espiral sin centro
donde naufraga la noche barco de penumbra
pupila y párpado henchidos por la sombra
esa montaña de cráteres y ríos
fuego sagrado en las cuencas donde moró la sangre
y el silencio fue grito y mutación el rostro

Los locos llevan la luna entre los poros

Noche son y soledad curtida por aguas sin reposo
sólo les asiste su verdad enloquecida fiebre
y el puño de donde mana la leche de los días noctívagos
cristales fundan a su paso para el limo del insomnio
en sus huellas un halo un resplandor de cometa y de olvido

Los locos llevan la luna entre la boca

Nombran el sol con risa de canícula baba de azufre
dientes de piedra que muerden la sal y el óxido de nubes
                                                                         la espesura

Clama en su boca ¡Dios, por qué no me has abandonado!
y exige ¡mamá, deberías cuidarte un poco más de mí!

Boca de luna de locos          ¡ay! de mí          luna


Agua esencial

a los Nukak Makú

quién   pondrá agua en mi pecho para los latidos

           traedla de la cúspide de los nevados
          del fondo de los lagos donde nacen los ríos
          del vértice de los polos

agua esencial para mi pecho
  cráter de paso
 a migraciones de aves antiguas
 de nómades ignorados que robaron el fuego
 y el principio del fuego

 a cada siglo de olvido
retornan al origen
 las aves
 a cada explosión en desbandada

quién pondrá agua en mi pecho
         para el fluir de los sentidos

 trastocados sentidos
 por imágenes de horror y devastación

 una mujer
 recorre el desierto tras la estrella de la fugacidad
 el sol rojo tragado por el mar de la discordia
 un niño llora en la esquina de la guerra

quién  pondrá agua en mi pecho
          para escuchar
          las palpitaciones del mundo       de la tierra

agua en mi pecho
          para ver a los pueblos liberarse
          del paradigma del poder

agua en mi pecho              ¡pronto!
         que revienta mi cabeza



Avalancha

“nadie se baña dos veces en el mismo río”

Sale del océano un río                 Inunda               El delta de la desembocadura
Choca contra el puño        Del río de la sangre              Quebrándole los huesos
Asciende incontenible  Surca la sabana  Cruza el valle  Reconoce los cuchillos
Trepa cataratas y cascadas      Recupera la fuerza      Destruyendo los embalses
Serpiente escalando las montañas                          Harto el mar de tanta muerte
Retorna al origen            Purifica con su sal la tierra            Arrasa en su caudal
Nubarrones     y    aludes     y     lodo del cielo                                       Busca
La estrella fluvial                                                       En el nido de los cóndores


a Remedios Varo, “Tejiendo el manto terrestre”




Alquimia

a Claudia Trujillo

un círculo de fuego para el renacimiento del origen en donde se consuma la palabra prisma del silencio al iris de los ojos esferas que circundan la luz y la oscuridad de la existencia trazos en el cuerpo que recorren las distancias las paralelas del olvido hacia el punto de la fugacidad el finito horizonte del reposo espiral de la sangre el pasado es el álgebra del futuro dictan se lee en las estrellas se escucha todavía en el eco de los tambores de la selva se percibe en las señales de humo legado de los antiguos guerreros sus cantos ceremoniales hacen la guerra a la cibernética a la desinformática el graznido de las águilas funda cantos nuevos su vuelo estelas en la memoria deshacer las pirámides para levantar un punto abolir la torre para rehacer el habla la extraviada arquitectura de los sueños las vocales brotarán de las piedras arrojadas por el sol polvo lunar impregnará el rostro de la esfinge a imagen y semejanza de los huesos el esqueleto articulado se levantará de las tumbas secretas y recorrerá los desiertos que los caracoles sembrarán de espuma noche cósmica de constelaciones el origen en el círculo de fuego una geometría de ríos y montañas en el cuerpo danza de los elementos el viento fluye en las clepsidras donde el agua retorna a los nacimientos a las esporas de la noche los labios nombrarán el día de cristales las pupilas se inundarán de llanto marino y la sal recobrará su sabor salobre almendra de los ojos en el crisol de pedernales alquimia de la vida

martes, 18 de octubre de 2011

POEMAS DE REGINALDO VÁSQUEZ. Del libro: “El querido animal”. Selección de Rodrigo Verdugo.




EL QUERIDO ANIMAL


Preso en su armadura musgosa,
Enredado en melodías castigadas,
Canta a la vida,
Canta el prólogo de todos los futuros,
El Querido Animal.

Espejos vencidos de imágenes
Impregnan su ansiedad de marfil.

Con su traje de polvo ensangrentado
Y purificadas yemas,
Acompañado de su sombra pisoteada,
Interroga a los signos verdaderos.

Hay en la copa de su sed una catarata mordida.

Encima de los arcos,
Con la desventura a cuestas murmura pasiones incoloras.
Contornos puros
Exhortan su caminar lamoso de distancias.

Su equipaje de alas amarra las alturas.

Por el inmenso lomo de la tierra,
Ondas de él mismo se saludan.
Su canción es eterna,
Sus notas crean armonía.

Es noble dentro de su miserable marco desgarrado.

Miradlo.
Materiales de su gran aliento, de su jornada precisa,
Se descubren en cada descanso.

Inciensos naturales
Humedecen su pupila milenaria con gotas de astros.

Permanentes látigos
Sacuden el caparazón de su alma estrujada.
Mientras se baraja en potencia,
Busca mechas para sus leyes inmutables.

En su ser
Siempre hay un anfitrión brindando por el amor,
Siempre un liquido que apaga las pavesas de una llama inmóvil.

Con la inteligencia encima de su instinto,
Montado en el presente,
Lee un poema interminable
Escrito en las espaldas de otro muerto.

Las noches fuman opio calentado,
El, zumo de pensamientos crecidos.

Cuando suelta su canto de colores,
El silvestre grito calla,
Se levantan las ausencias y los mástiles,
Y un tropel de pedestales le sonríe.

Las mujeres
Le comtenplan con su letrero de carne,
Y en los brazos de su “yo”,
Atando horizonres,
Sus sueños bailan desnudos.


II

¡Oh! Hermoso animal,
En tu pecho
Cuelga el índice de todos los momentos.
En tu frente,
Dos luciérnagas iluminan las flechas.

Porque eres grande
Con sus rodillas volteadas al cielo llora religiones.

Con tu escudo primitivo
Y esperanzas salvadas,
Construyes la torre de los años, con nómades estilos.


Creaste la llama del beso
Y la perla en la lágrima.

Primogénito del cosmos.
Sangre de sol.
Las avenidas de cicatrices tienen flores
Y aroma tus raíces.

Pastor de ideales.
Ave de mil paraísos están tejendo tu lecho.
¡Que nunca muera el olivar de tu conciencia!

Enredos inmensos
Y misterios azules
Te ocultan las escalas y las curvas.

En el claroscuro de los dioses,
Fue un susto tu primer saludo,
Un aullido tu primer dilema.

El primer eco
Aún vive, aún se arrastra sobre la esfera del tiempo.
Enigmático, respira dolorido.

No se han ido todavía
Las sombras que vieron tus dolores, los enfermos días.
No importa:
El rosal silvestre,
El rosal de espinas indias,
El que perfumó tus sueños,
Siempre florece silencioso.

Poeta con báculo de culebra encendida
Y empuñadura fabulosa.
La luna
Palpitante mira tus auroras purisima.

En tu caverna moderna
Remiendas la red de los océanos
Cuidas los ungüentos de la mente
Y frotas tu lámpara en los sueños.

El Escultor del Tiempo
Con sus manos heridas y temblando de miedo,
Sigue puliendo tu cabeza caliente,

¡Oh! Querido Animal.
Con leyendas vividas,
Delirando tu honda, palpa el infinito.



POESÍA

Rosa extrema,
Impalpable rosa trastornada.
La pezuña quemante de los dioses
Abrevando besadas carreras,
Se ha detenenido en el valle de la inercia,
En los estáticos alientos del sudor.
En el fragante nacer de las entregas.

Yo,
Con los aniversarios de mi canto en gracia,
Decrépito te escalo con mi frase muerta.

Hay transfiguración,
Hay un nuevo semblante en la herida de la espuma.

Verdad, verdad,
De mis lágrimas cae un tigre desollado,
Y la más femenina de las horas soba mi piel.

Frente a tus rodillas laicas
El santo y seña del espíritu,
Solemne se arrastra frotando aceites.

Cuando venda el último pecado,
Compraré la mañana de los bosques.

Eterna novia del perfume triste,
Convalesciente,
Convalesciente moriré amando tu sonido.


Reginaldo Vásquez (1903). Poeta Chileno. Autor de “El querido animal” Imprenta “Fernidando Ongania Editore Chilena”, Santiago de Chile (1952).   

domingo, 9 de octubre de 2011

Tres poemas de Ophir Alviárez




EFERVESCENCIA

Abro la puerta y el viento pasa y me agasaja. Convertida en el aullido de la perra que me consume, sólo sé de la sangre que brota por orificios convenidos y no añade valor alguno a la esclava. Quiero ser amable y soy furia, rozo los límites de lo perverso y hay malicia, molicie, pegoste en mis cutículas. Abro la puerta y el viento es una ola con mil lenguas: papilas ansiosas del sabor de mis rincones. Blanco móvil acepto el acierto del guijarro, el abismo de otras bocas, la huella que se mira sin el paso. Vestigio de los miedos de ancestro, de las ganas de hoy, oigo burbujas en la entrepierna, pirañas que escupen la carne y la maldicen. Abstinencia del que la padece porque las comparaciones son injustas y he conocido a un hombre que me poseyó no en sueños, una a una reviento las pompas y el viaje no tiene venida porque no hay retorno cuando me parezco a él y gime el reto en la curvatura de la esfera




ONÍRICA

Mi cotidianidad se vuelve onírica. Abro los ojos y sueño, los cierro y el desparpajo de una voz se afinca en la escisión entre las piernas como cuando era otra y me llovía en procura de un pacto que trascendiera el lugar común y succionara los peces. Hay un itinerario que no confunde y pedacitos de vidrio que se nutren de luz; no sé usar zapatos y arrodillada hace mucho que no sé de solaz pero tengo las babas viscosas y la moral de turno se burla del resabio de dos dedos que no toman posesión de altar pagano. Y digo turno y el vicio del círculo me vuelve gato, hembra con ganas, con la cola por la situa clausurada porque el ábrete sésamo no forma parte de la repartición de bienes y vienes y entra la sombra, el rumor mortecino, el contrato sin firmas, el verso largo, el juicio corto, la fuga, la sílaba tónica, la pretendida confianza en el símbolo de  al que el ingenuo insiste en apoyarse porque yo no pertenezco, hay un orificio por el que me escapo y ululo, me torno poza, soborno, arrechera y boca abajo un eco se duerme en la nuca, rebota en lunares y cuando el demonio brinca, yo entelequia capeo el temporal




GEOTROPISMO NEGATIVO

Los tonos de las voces me desarman, el siempre de un desconocido, el secreto de otro, la mirada de un gato que persigue mis huellas; la calle oscura, los objetos punzantes, los amores antiguos, las letras de un mismo bolero. Un autógrafo, la sonrisa evidente, la evidencia del que se decide, la sensibilidad del músico, el enigma en las líneas de las manos, el abismo del que se sabe adulado; la necesidad de un cable que me conecte a Tierra porque es peligroso deambular y reconocer debilidades me vulnera y presa fácil débil y  devil me vuelvo migajas, paredes de adobe prontas al aire, a la boca del lechón que sopla y tumba, pasa y se sienta cuando sentir es un verbo tan peligroso como deambular si ya no tienes veinte años y la lengua sigue paladeando cicatrices y memorias porque la saliva sana y esta noche moja mi frente cual agua bendita que nos germina pero aquí el árbol tiene las raíces expuestas y es indudable que mi geotropismo insiste en ser tan negativo.




Ophir Alviárez   nació en Venezuela en 1970. Escritora venezolana corresponsal de páginas literarias y suplementos culturales. Ha publicado Escaleno el triángulo (Editorial La Escarcha Azul, Asociación de Escritores de Mérida, 2004) y Ordalía o (La pasión abreviada) (Fondo Editorial del Caribe, 2009). 

Sus textos han sido incluidos en la I Antología de Poesía de la Asociación Casildense de Escritores (Argentina, 2004); en las I y II Antología de Poesía de la Asociación de Escritores de Mérida, (Venezuela, 2004, 2005). en la I Antología de Narrativa de dicha asociación, (Mérida, 2006); en la V Antología y en la Edición Oro del grupo español Sensibilidades (Madrid 2004, 2005); en Conjuro de Luces (México, 2006) y en la Antología de Poesía Joven Venezolana, edición bilingüe traducida al árabe (Casa de las Letras Andrés Bello, Biblioteca Ayacucho, Universidad Libanesa Internacional, 2009). Muestra de su obra ha sido reseñada en diversas revistas literarias. Vive en Houston Texas.



domingo, 2 de octubre de 2011

LA MUERTE. Por Jairo Guzmán

                                                                     óleo de arturo garcía fernández

LA MUERTE

I
La muerte es un espectro
que no tiene ojos
ni oídos

Es una cosa sin rostro
experta en relaciones
públicas

No se baña
pero canta en las lagunas
y usa tu nombre

Se sabe de memoria
todos los números
de teléfono
y le ordena a las momias
que nos den un besito

La muerte
antes de existir
no sabía que iría al cine
y a ti se parece
cuando te miras
en un espejo de sangre
cuando te quedas
sin brazos
y se te cae la cara

La muerte
es una autosugestión
crónica
es un problema psicológico

La muerte
es una alucinación colectiva
que se convirtió
en un suceso tan real
como un mordisco

La muerte
debería cambiar de oficio
debería volver
a su burdel de sombras
y que por favor
no me moleste




II

Si la muerte me sigue molestando
Pego un grito o llamo a mi mamá
Y si eso no basta le muestro mi calavera:
Así se bajaría de la nube
en que anda viajando gratis
Cuchicheando en los bares que es mi novia
Cuando se vuelve un travesti ganando
Reputación entre los juerguistas
Muertos de la borrachera

La muerte no existe y los muertos tampoco
Muéstrenme un muerto que exista y tampoco les creo
Ni a ustedes ni a los muertos

Todo está tan vivo como una roca
O como un aforismo
Si lo dudan pregúntenle a las esculturas
O a los paramecios
O a los enfermos
Que son vida a todo vapor

Las bolas de billar también saben del asunto
Y las cucarachas trepando un fémur están ilustradas al respecto

El concepto de muerte no se pudre
E ignoro el nombre del perro de Spinoza

Las cucarachas de Kant se le tomaban el vino
Y los muertos de Rilke se le tomaban la leche

Si tuviera una mandarina se la daría a un ángel

En 1999 descubrí que un ángel es
Una invasión electromagnética no geometrizable

Volvamos a la muerte
Pero para asustarla o para prestarle un libro
De Martin Heidegger

La muerte detesta el Bardo Todol
Porque lo que más ama es el Samsara

Lo que me diferencia de la muerte
Es que ella tiende una cama cuando yo me quito
La mortaja


III

La muerte viene de sus confines púrpuras
con sus castañuelas y sus disfraces
me entretiene con sus guiños
se enamora de mi boca
y me dice que le cante

Pobrecita muerte tan necesitada de mí
tan cargada de harapos
tan poco sexi

Cuando descienda a mis sótanos emocionales
le cantaré la tabla de la ley de mi vida
le colocaré un mortiño en alguna parte de su espectro
y si se pone muy romántica
le dedico un reggaetón

Si quiere que le enseñe a bailar
lo mejor es que se ponga un disfraz más cómodo
pero que no imite a mi novia
y que tampoco se alíe con mis amigos

Ella vendrá a mí con su sex appeal de anoréxica
y me dirá que tiene sed de infinito
y hambre de mí como siempre
Que se sacrifica
para que yo pase bien mientras
prepara mis corotos

La muy ilusa cree que soy un chico fácil
Ella cree que me va a convencer con sus trampas

Su soliloquio de huesos se lo tiro a los perros

domingo, 18 de septiembre de 2011

Un poema de Wislawa Szymborska

                                                                           paisaje polaco



POSIBILIDADES

Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

De "Gente en el puente, " 1986



Poeta y ensayista polaca nacida en Kórnik, Poznan, en 1923.
Vive en Cracovia desde que  su familia se trasladó allí en 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian, dedicándose desde entonces al ejercicio literario.
Con su primera publicación "Busco la palabra" en 1945, seguida de "Por eso vivimos" en 1952 y "Preguntas planteadas a una misma" en 1954, logró situarse en los primeros planos del panorama literario europeo. "Apelación al Yeti" en 1957, "Sal" en 1962,"En el puente" en 1986, "Fin y principio" en 1993 y "De la muerte sin exagerar" en 1996, contienen parte de su restante obra.
Ha sido galardonada con importantes premios entre los que se destacan, Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963,  Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995  y Premio Nobel de Literatura 1996.  Recibió además el título de Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995.




sábado, 27 de agosto de 2011

LAS GORDAS DE PAPÁ Y UN SECRETO. Por Liderman Vásquez



                                                                                       pintura de diego velásquez




LAS GORDAS DE PAPÁ Y UN SECRETO

Papá se iba a casar con una gorda famosa, una que sale en la televisión. El día de la boda no apareció y la gorda se quedó vestida. Dice mi abuelita, que nunca se ha llevado bien con mamá, que si papá se hubiera casado con esa gorda mi situación, y la de mi hermana, sería mejor. Esto, como es lógico, no tiene sentido. Si papá hubiera tenido hijos con otra mujer, gorda o flaca, otra mujer distinta de mamá, mi hermana y yo no existiríamos, estaríamos en la nada. 
El caso es que entre papá y las gordas hay química.
Mamá, en cambio, es flaca como papá. Flaca y celosa. Cuando yo tenía seis años se separaron, ¡y a que no adivinan por qué! ¿Por una gorda?  Sí, por una gorda fea, chaparrita, de boca grande, muy grande, con bigote, la gorda Cruz Mery. Papá se perdía dos, hasta tres días, y cuando aparecía había platos rotos, insultos, lágrimas…Todo, seguido de una reconciliación ruidosa y frágil. A los días volvía a sus andanzas. La gorda quedó embarazada y mamá, poseída por la ira, se fue de la casa. Nosotras nos fuimos con papá para la casa de mi abuela y algunos días mamá nos llevaba con ella.
A pesar de andar separados, los celos de mamá se exacerbaron, siempre por lo mismo, por las gordas. No había día en que las amigas de mamá, flacas como ella, pues se cuidaba de tener amigas gordas, dejaran de mortificarla. Papá manejaba un bus de Florencia, un bus que mi abuelito le había regalado, y siempre había una gorda en la silla del ayudante. “Israel anda con otra gorda para arriba y para abajo”, decían las amigas. Entonces mamá se cuadraba en una esquina por donde sabía debía pasar el bus y le armaba un escándalo, le tiraba piedras, se metía dentro del bus y lo insultaba. Una vez, en pleno centro, se agarró con una gorda y tuvo que ir la policía a despegarla porque mamá parecía una garrapata.       
El día de las velitas se reconciliaron y esa navidad volvimos a ser una familia aunque las gordas, en la afiebrada imaginación de mamá, estaban al acecho como barcos piratas, dispuestas a devastar su frágil seguridad. Todo iba bien hasta que unos amigos les pintaron un negocio en el que ganarían mucho dinero y ambos aceptaron, mamá, por alejar a papá de las gordas, papá, porque el negocio le pareció muy bueno. Consistía en llevar carros robados a la costa. Papá viajaba con documentos falsos y tenía que memorizar los números de las matrículas. 
De todos los años que he vivido, tengo dieciséis, ese estará siempre en mi recuerdo como el mejor. Fuimos más de diez veces a Cartagena y parecíamos una familia normal que viaja un fin de semana a descansar. Cuando no hay gordas de por medio las cosas funcionan bien, aparece una gorda, y todo se enrarece. En uno de esos viajes comprobé que papá, a las gordas, les resulta el hombre más atractivo del mundo. Llegamos a un restaurante lujoso, con parqueadero y cantidades de matas, un restaurante en la carretera, cerca a un pueblo que se llama Caucasia. La dueña, una gorda grande y exuberante abandonó la caja para atendernos personalmente y luego, cuando nos trajeron el servicio, se dedicó a devorar a papá. Dos veces se acercó a preguntar si el señor se sentía bien atendido, contoneándose en sus tacones, moviendo el enorme trasero. Era bastante cómico y mi hermana tenía la cara roja de tanto aguantar las ganas que tenía de reírse y empezó a toser porque un grano de arroz se le fue por la nariz. Papá estaba feliz y mamá echaba chispas. 
El resto del viaje fue una eterna discusión. Mi hermana se hizo con papá y mamá se hizo conmigo en el puesto de atrás, estirando cuello y cantaleteando. Decía que todas esas gordas, incluyendo a la del restaurante, eran unas putas. La tal Cruz Mery, decía, no sabe ni de quién es el hijo. Entonces fue cuando me enteré que el hijo de la gorda, que a esas alturas debía de ser un recién nacido, no tenía padre. Enumeró a todas las gordas, como doce, que habían tenido algo con papá y repetía y repetía que todas eran unas putas. “No digas palabras delante de la niña –decía papá-, la vas a acostumbrar a ser grosera”. Siempre he creído que en algún lugar, entre las cosas de mamá, hay una libreta con todos los nombres de las gordas, y que esa vez, cuando retornamos a Medellín, lo primero que hizo fue buscar su libreta y anotar: la gorda del restaurante.
Nos quedábamos en Marbella, en el hotel Bocachica. Papá nos dejaba y se iba a entregar el carro y a cobrar. En la noche comíamos en el restaurante del hotel, caminábamos por la playa, sin zapatos, y aunque el agua estaba tibia no nos bañábamos porque a mamá le daba miedo. Luego papá nos dejaba en la pieza y salía con mamá a tomarse una panchita de aguardiente. En el hotel, en la playa, o caminando por la ciudad amurallada, todo era felicidad. Las rivales de mamá no frecuentaban los hoteles, ni las calles estrechas de la ciudad colonial, ni mucho menos la playa. A mamá le gusta mucho Cartagena, siempre dice que de todas las ciudades (sólo conoce Medellín) Cartagena es la única donde le gustaría vivir. Muchas veces la escuché renegar del calor, de los negros —mamá es un poco racista— y sé que no cambiaría Medellín por nada del mundo. Lo que pasa es que  en su mente recalentada por los celos Cartagena es una ciudad sin gordas, sin rivales. Medellín, en cambio, es la ciudad de las gordas. Ella no tiene en cuenta, quizá porque en esa época todavía no se conocía con papá, que la gorda famosa, la que se quedó vistiendo santos, es costeña, una gorda costeña. 
Ustedes se estarán preguntando cómo hago para recordar cosas que ocurrieron en la prehistoria de mi vida. Muy sencillo: ese año, y el siguiente, cuando cumplí los siete, son, hasta ahora, los más importantes de mi vida. El uno, porque viajé muchas veces al mar y parecíamos una familia normal, el otro, porque a papá lo metieron preso. El último viaje, que papá hizo solo porque peleó con mamá, tuvo como destino final Bellavista. Días antes una mujer dejó en el contestador un mensaje: “Flaco lindo, soy Graciela, la del restaurante, llámame cuando vayas a venir”. Era una voz de costeña, de costeña gorda. Mamá, para vengarse, se desquitó conmigo. Me pegó tanto, me sacó tantos morados, que estuve postrada una semana. Desde entonces descarga toda su rabia sobre mí, como si castigándome castigara también a papá. 
Cinco días después de ese último viaje nos enteramos por las noticias que a papá lo habían cogido. Aparecía con otros hombres, cabizbajo, más flaco de lo normal, sin afeitar y esposado. La presentadora que pasaba el informe dijo su nombre completo: José Israel. Yo no entendía, pero las lágrimas de mi hermana y de mi abuela decían que papá estaba mal: “No lo vamos a volver a ver”, decía entre sollozos mi abuela. Mamá vino al día siguiente, muy temprano, con los ojos hinchados, ojerosa, como si toda la noche se la hubiera pasado despierta, llorando. Mi abuela ni siquiera la miró.
Al mes hicimos nuestra primera visita a Bellavista. Durante siete años, todos los domingos, fuimos a la cárcel a visitarlo. Un amigo de papá que tiene un taxi nos recogía a las seis de la mañana donde mi abuela. Mamá vivía en la casa de un hermano y trabajaba en unas confecciones. La veíamos, igual que a papá, los domingos. Cuando llegábamos a Bellavista mamá estaba en la fila, bien ubicada, feliz porque iba a ver a papá y porque ahora, sin gordas de por medio, papá era sólo para ella. Sé que en la cárcel hay gente horrible, pero papá no es horrible. Hizo algo reprochable desde todo punto de vista: llevar carros robados a otra ciudad, carros en los que posiblemente… Ustedes pensarán que estoy justificándolo. No es así. Las personas son como un costal lleno de lo bueno y lo malo y en el costal que es papá hay más cosas buenas que malas, sólo que esa vez las cosas malas estaban en la superficie. Uno no sabe en qué momento estas cosas están al alcance de nuestros actos. Esta es mi teoría, la pueden llamar “El principio de incertidumbre de Laura” 
Papá tenía un atlas y me enseñaba todas las capitales del mundo, me hablaba de países, de ríos, de sistemas montañosos, de mares donde la gente flota aunque no sepa nadar, de razas, de costumbres… Él, condenado a ver un pedazo de cielo durante años, se aferraba al mundo de afuera a través de un atlas. También me enseñaba las tablas de multiplicar, hacía conmigo las tareas, me enseñaba adivinanzas, chistes. Si tenía que consultar sobre las edades de la tierra, o sobre las células, papá conseguía una enciclopedia donde los presos políticos. Decía que los presos políticos eran unos bacanes, gente estudiada, con títulos universitarios. Cuando la tarea no se encontraba en la enciclopedia los presos políticos la sacaban de su cabeza como por arte de magia. Papá nos contó la historia de la embarazada, mujer de un extorsionista, que parió en Bellavista ayudada por los presos políticos. Yo no entendía, por más que me explicaran, quiénes eran estos señores. Hoy entiendo cosas difíciles, cosas de nuestro mundo interior, y sé, con toda la certeza del mundo que papá, a pesar del delito que cometió, es un hombre bueno.
El primer domingo que fuimos a Bellavista, así como las capitales de muchos países, está grabado en mi cerebro para siempre. Papá se abalanzó sobre mamá, luego sobre mi hermana, y, finalmente, se arrodilló y me estrechó en sus brazos. Sentía las contracciones de su pecho agitado por el llanto, sus lágrimas mojando mis cabellos, su voz entrecortada diciendo mi bebé, mi bebé. Una hora estuvo papá arrodillado, abrazándome y llorando. Otra cosa que no olvido son las despedidas cuando la visita se acababa y sobre Bellavista caía un manto de tristeza, un manto tejido por todas las personas que hacían parte de esa realidad, un manto que ensombrecía las cosas. Papá siempre lloraba, abrazaba a mamá, a mi hermana, y luego se arrodillaba y me estrechaba en sus brazos, me prometía que cuando saliera íbamos a estar juntos. 
Desde muy temprano, en mi pecho, se abrió el vacío de la tristeza, un vacío inmenso los domingos por la noche, enloquecedor los lunes, un vacío que, a medida que avanzaba la semana, atenuaba la esperanza, y, los sábados, estallaba como una bomba de felicidad. Por eso me gustan los sábados. Estoy tan familiarizada con la tristeza que la considero parte esencial de mi vida, necesito de los días grises, de las personas aburridas, me gusta pensar cuando estoy bajo el efecto de una mala noticia. Mamá, descerebrada por largos años de celos, acosada por fantasmas obesos, dice que soy una amargada, que no entiende cómo alguien puede estar encerrado un fin de semana leyendo un libro, que una persona joven necesita divertirse, salir con los amigos. Un día le dije que con la sabia estulticia era mejor no discutir y me miró como se mira a alguien que acaba de perder la razón. Últimamente, cuando las cosas se ponen difíciles, la freno con una frase, para ella, incomprensible. Así he logrado liberarme de sus castigos. 
Papá estaba preso y la vida continuaba. Mi hermana, el mismo año que cogieron a papá, quedó embarazada y, muy pronto, se convirtió en madre soltera. Yo dejé de ser niña, fui queriendo cada vez menos a mamá y mucho a papá, un amor aprensivo, sin límites, un amor que él corresponde en la misma proporción. Por eso, cada vez que aparecía una gorda, mamá se desquitaba conmigo, me pegaba, me encerraba todo un fin de semana sin comer ni beber, me humillaba. Ahora ya no lo hace, sabe que tengo frases afiladas, llenas de aristas, frases que no están al alcance de su comprensión.
El año en que papá salió de Bellavista hice un descubrimiento. Todos los días el sobrino de la gorda Cruz Mery pasaba por el frente de la casa de mi abuela. Siempre iba solo, con su morral a la espalda. Pero ese año lo acompañaba un niño como de siete años que resultó ser el hijo de la gorda. Como yo sigo la misma ruta, me iba muy pegada a ellos y me fijaba mucho en el niño: tiene la misma cara de papá. Estoy segura de que ese niño es mi hermano. Nunca he compartido este secreto con nadie, ni con mi hermana, ni con mi abuela, ni con papá, ni siquiera con Echeverri, mi mejor amiga.