domingo, 1 de agosto de 2010

POEMAS DE STELLA DIAZ VARIN. Del libro: “Razón de mi ser”. Selección de Rodrigo Verdugo.



EXCECRACIÓN DE LA MATERIA



Crujiente, errante en medio del camino,
con la cruz abatida de mis brazos
caídos del altar de mi costado.
Sola y herida en medio del camino,
como un roble azotado por la tormenta,
sin la primera posesión del agua,
sin el último beso de la espera.


Sola, como en el páramo,
con la quietud de quien nada desea,
sin la inquietud de tu primer quejido,
viendo de las entrañas de los cardos
salir palomas, penetrar distancias;
viendo la cabalgata silenciosa,
fantasmal de las garzas emigrantes.


Como se desperezan mis serpientes,
Ay, mi selva interior, cómo me llama.


Quiero, aúnque herida y azotada y breve,
un descanso de flores en la cripta
sin el último hedor de una osamenta
y con la fuente abierta del espíritu.

Basta de la materia sin estirpe
que el ídolo de oro, siempre es barro.
Nunca produjo en mi, llanto de histeria
Profundo anhelo ni emoción profunda.
Quiero quedarme así, como fui siempre,
con el delirio de alcanzar la Hostia,
sin la profundidad de mis cavernas
por lo tanto, sin ruidos y sin voces.

Sin la profanación de tu mirada.
que horada vientres desde la distancia
¿Es que tiene sus límites la idea
y el ansia puede conquistar el ansia?

Quiero dejarme estar, aunque me azote
la tempestad de tus orgías, cuántas,
ya no recuerdo cuántas veces fuiste
el despreciado espectro del deseo
en mi sueño, en mis ojos, en mis manos.

Ahora, ya no temo,
tengo de bronce puro mis colinas, y el alma,
con su túnel de misterios donde podría cobijarse tanto
se me ha ido esta noche, al presentirte.

Por último, la roca ¿ no es feliz
en su engranaje solitario y verde,
no la acarician las espumas pálidas
con su lengua infernal de sal y hierro?
Y ella, ¿no está llorando sabias lagrimas?
¿alguien la ha visto darse a las espumas?
Nadie.




DEL PECADO Y SU SIMBOLO


Amor,
Yo he mancillado las entrañas del árbol.
Las golondrinas volaron del alero
hacia extraños veranos.
Amor,
no repitas la plegaria del árbol
ni me digas amante.

El silencio del agua, desde el límite
de tu absurda presencia,
desparramó la ausencia de mis huecas palabras.

Maldigo entre las sombras, el espejo
que copia de mi boca su mueca descarnada,
y el polvo de mis huesos se mece en tus trigales
y de insomnio, ríe el alma.

Si he mancillado el árbol en su efigie
y bebo del licor de la amapola en su cráneo de mieles
si he hundido mi violento meditar inaudito
en el cielo de brumas que me cubre las sienes
si el huerto se estremece de mi propio cadáver
si el fuego me circunda,
si he bebido el venero de mi celeste arteria
¿Qué podría ofrecerte?

Después que fui contigo al Apocalipsis,.
se trastocó de hieles mi copa rebosante,
y después el andar, y el andar y después.
la muerte con su muerte…

No. Ya no podría serte.
¿No ves que la muralla, y el abismo y la hoguera
me separan del alma?

Amor, no repitas la plegaria del árbol
que me quema los ojos una lagrima tuya
y he de vencer la absurda fortaleza del llanto.

Amor,
no repitas la plegaria del árbol
ni me digas amante.




SOMNOLENCIA INAUDITA


Yo digo
La llaga del tiempo es profunda
que cada apertura de las horas
en que suena el derrumbe de los cálices
es desolación para el espíritu.

Mas, no interpretes a tu sexo
como el desentenderse de la imagen.
no pretendas buscarme en la redoma de mi sed interior;
has de saber que el sacrificio de mi mundo triangular,
motivó la ira de los hombres
más, los dioses bendijeron mi osadía.

Ya lo sé que pulsaba mi lira en tus rodillas
y ardi de soles en tu boca
y no fui feliz.
En la estructura gris de tus milenios.
no existio la remota eucaristia.
ni en el soberbio impulso de tu mano
racicaba mi dicha.

Anduve y fui a mis reinos interiores
para verificar mi pensamiento.
Mi planta, en el sarmiento y en la roca,
y en el pezón obscuro de la sombra
fué dormido,
y tú, ibas tras de mi siguiéndome
y yo oia desde mi que me llamabas,
y sentia el cantar de las espigas en el campo de sol,
meciendo pájaros.
Más, tú ibas con tus lobos tras mi huella
mordiéndome en las sienes tus deseos
torvos, en el espasmo de tu sangre.

¿Sabes cuánto duró mi marcha al caos?
Hasta el dominio de mis madreselvas.

Mis pies de bailarina
de tanto torturarse no sangraban,
y una visión de la región del sueño
envolvia mis tules amarillos.

¡Como deben dolerme las ojeras en la vigilia azul!
Tanto quedarme a solas me hace daño
tanto sentirme mia ya no siento.
Suma benevolencia de los cielos
el poder empaparme de rocío,
suave puñal de sabio sacrificio,
lacerante estilete de mi agonía presunta.

Cómo deseo, hermano,
Tu estadía en mi hora suprema,
la joya zodiacal de tu mirada
sobre la tierra blanca de mi seno,
como deseo el tacto de tu palma
cuando resuene el derrumbe de mi cáliz.

De la sonora eternidad del niquela,
llega la vibración de mi silencio;
yo estoy conmigo
y me recuesto en ella.



Stella Díaz Varin: (1926-2006). Poeta Chilena. Autora de: “Razón de mi ser”, Morales Ramos, Editor, Santiago de Chile, 1949, “Sinfonía del hombre fósil y otros poemas”, Eds Salamandra, Santiago de Chile, 1953, “Tiempo, medida imaginaria”, Ediciones Atacama, Santiago de Chile, 1969, “Los dones previsibles”, (prologo de Enrique Lihn) Ed Cuarto propio, Santiago de Chile, 1992, “Poesía” Ed Arte y Cultura, La habana, Cuba, 1994 “(Con) vivientes en la palabra”, Ediciones la Garza morena, Santiago de Chile, 2002. Su obra se encuentra publicada en diversas antologías chilenas.