miércoles, 29 de octubre de 2008

ANÁFORA DEL AGUA . Libro de poemas de Liderman Vásquez.





¡Almas de los que he querido, almas de los que he cantado, fortalecedme, alejad de mí la mentira y los vapores corruptores del mundo! ¡Y tú, mi señor y mi Dios! ¡Concédeme la gracia de producir algunos versos hermosos para probarme a mí mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos que desprecio!

Charles Baudelaire



ORACIÓN

Hemos abonado la tierra
y al cielo azul dirigido
nuestra más limpia mirada.

¡Oh señor!, que estas semillas germinen,
que los troncos se alcen sobre la tierra,
que hojas y ramas busquen anhelantes
el cielo azul donde hoy hemos mirado.

***

LA PRIMERA PALABRA

Debió nombrar algo sencillo y maravilloso:
un pájaro, una flor roja alumbrando lo que
todavía no era el camino, el cielo azul un
día de la prehistoria, la tibia sangre del ciervo
entre los dedos, un sueño…
Debió ser escudo contra el peligro, medicina,
puente entre la vida y la muerte, canto de guerra,
música, paraíso…¿Cómo pudimos olvidarla?

***

ALEJANDRO DE MACEDONIA FRENTE AL CADÁVER
DE SU AMIGO HEFESTIÓN

Hoy llegó la muerte a mi tienda. Vino a recordarme
que todo imperio está hecho de tiempo. Las aguas que
recorren la tierra se detienen por un instante en el
hombre y un día se retiran: somos un periplo del agua.
Porque sé estas cosas he dominado el mundo.
Una ciudad de Egipto lleva mi nombre. Amo a todas
las mujeres y a una. Soy excesivo en todo. Cuando el
primer pájaro rompa el silencio del alba
enviaré mensajeros a todos los rincones de mi reino:
Que las crines de todos los caballos sean cortadas.
Que el mundo sepa que estoy triste, oh Hefestión, amigo.


***


CÉSAR SE CUBRE CON LA TOGA

Los serviles y gregarios
buscan siempre la sombra del poder,
allí se sienten seguros.
Julio César vivía rodeado de aduladores,
de necios que repetían los lugares comunes
de que está hecho el poder.
Esa música lo reconfortaba,
le recordaba que era César.
A veces, por alguna oscura razón,
César cae en desgracia y un puñal
se hunde en su cerviz.
Las manos que tantas veces se humillaron
empuñan las espadas
y César se cubre con la toga.


***

TERSITES

¿Era realmente así Tersites
como lo pinta Homero en el
segundo canto de La Iliada
o era un espíritu disidente
en un mundo donde la autoridad
de los reyes era incuestionable?
Bizco, jorobado, de cabeza puntiaguda
y rala cabellera: El hombre más feo
que fue a Troya. Así describe Homero
a este griego capaz de desafiar
la arrogancia de los poderosos.
Acaparador, injusto, miserable...,
todo cuanto dice de Agamenón es cierto
—lo podemos comprobar leyendo
el primer canto— y sin embargo
sus palabras no tienen eco entre los aqueos.
Desde los albores de la historia
la voz de este hombre nos recuerda
que el poder de los reyes se sustenta en
la iniquidad, en la miseria del pueblo.
Entonces aparece Odiseo, ese Jefe de Personal,
y descarga su mazo sobre el valiente Tersites.

***

MONEDAS

Soy un coleccionista de monedas.
Las miro de tarde en tarde, las pulo, les
saco brillo. Monedas con las que he pagado
el amor, la amistad y los escasos momentos
de felicidad que he robado a la vida.

Ésta, por ejemplo, la utilicé para pagar
a una mujer que me ofreció su cuerpo y su alma.
En su única cara está acuñada la imagen de Narciso
persiguiéndose eternamente en el espejo.

Ésta otra, tangible y dorada, fue con la que mi amigo
Saúl sedujo a las puticas de Amsterdan: En una de sus
caras la estatua de la libertad espera en una esquina de
Wall Street con una minúscula cartera debajo del brazo.

Para pagar a los amigos, esta moneda con la imagen de
Dionisos: El dios tebano, rodeado de Ménades y de
Sátiros, sonríe ante el cuerpo despedazado de Penteo.

En el abismo de mi mano
una moneda que no he visto nunca.
Sé que en el último momento veré su única cara
y podré saber si he merecido
este fugaz instante de la muerte.

***

PUELAE

Crecen, se redondean.
Calladamente maduran
como frutas en el bosque.
Se toman las aceras
con sus cabellos húmedos,
alto el borde de las faldas
¿Qué época, que ciudad no las conoció?
Por una muchacha ardió Ilión.


***

ANÁFORA DEL AGUA

El agua apresada en una página de Whitman, y que,
viéndolo bien, es el río de su mirada mojando los
cuerpos de esbeltos muchachos,
El agua azul de las fuentes que conoció la salvaje
intimidad de la bella Artemis,
El agua de los sueños que nos arrastra todas las noches
lejos del tiempo y el agua de la vida cotidiana
que nos devuelve a la muerte,
El agua que cayó sobre Atenas, Roma, Sodoma, Jerusalén...
El agua que se esconde en tu cuerpo y que yo miraba en el
fondo de tus ojos,
El agua que conquistaron los argonautas y que Medea
daba a Jason, agua encantada,
El agua de las sandías y el agua de las muchachas,
La circunspecta H2O que desde el fondo de los tubos
de ensayo sonríe a hombres también circunspectos,
El agua sucia de humanidad, que se arrastra, amorosa,
como la putica de la canción que sólo se entrega por amor,
El agua de la uva, donde palpita la embriaguez,
El agua que Tántalo no podrá saborear jamás,
El agua que mojó los jardines colgantes de Babilonia,
El agua que vieron los espantados ojos de Heráclito,
El agua que cantó Saint-John Perse: agua salada
y turbulenta del deseo, agua que gime
en el furioso clímax de la mujer,
Las aguas del Leteo, que nos ayudan a olvidar
que en un remoto lugar de la historia
fuimos asesinos, parricidas, mendigos,
sabios, reyes, verdugos, mártires
y los muchos nombres con que solemos
bautizar nuestra triste miseria.


***


PARIS (tercer canto, Iliada)

El alba besa la tierra,
los pájaros cantan.
Hoy no quiero combatir.
Sé que ante los ojos de mi padre soy un cobarde.
Sé que la espada de mi hermano es terrible bajo el sol,
pero aún así me quedaré.
¡Ah... Helena, hija de Zeus!
Que esta absurda guerra que tanto
divierte a los atridas
sirva de música de fondo a nuestra
batalla amorosa.


*


PARIS (tercer canto, Iliada)

Afuera el sol escribe la crónica del día
y a mis oídos llega el lejano fragor de la guerra.
Hoy estás más hermosa que nunca, hija de Zeus,
y tu cuerpo emana ese olor de las muchachas en sazón.
Ven, desnúdate a mi lado
y entreguémonos a las dulces caricias.
Que los Atridas emulen a Heracles y hagan rugir el bronce.
Para ellos la gloria de la espada, para mí el dulce aroma
de tus secretos lugares. Ven, hermosa muchacha,
entreguémonos a los juegos de Adonis.


***

ACUARELA

Es joven y fuerte y afortunado.
Tuvo la suerte de toparse con un reino
mientras huía del destino.
Tebas, la ciudad da las siete puertas,
la tierra de Cadmo, de Dionisos,
lo acogió como al mejor de sus hijos.
A su lado yace Yocasta,
esa mujer inflamada por el deseo
y sabia en las caricias. Otro enigma.
Un pezón morado asoma
por entre el borde de la túnica
y Edipo se inclina para besarlo.
La ciudad abre sus puertas
y comienza un nuevo día.


***


CON LAS ASCUAS DEL INSOMNIO

La noche cae como sombra sobre la tierra
y los hombres se retiran, algunos a soñar,
otros, a sentir el peso del tiempo sobre sus
lábiles hombros ¿Qué oscuro secreto comparten
quienes atraviesan la noche con las ascuas del insomnio
escociendo sus ojos?
El día los vomita nuevamente a las calles
y seguramente se miran sin reconocerse.
Pero la noche llega puntual como un torturador
que busca arrancar el secreto a su víctima
y algunas mañanas, sobre pedazos de papel,
quedan versículos extraños que hablan del tiempo,
del amor, de la muerte


***


EL CONDENADO

Hombres, mujeres, ancianos
y niños llenan esta plaza donde
en breve la espada del verdugo
cortará mi cabeza. La multitud
luce alegre. Un niño, trepado en
los hombros de su padre, me mira.
Su mirada es limpia como el cielo
de este día. Más allá, en la cima de
la colina, un viejo árbol, quizá un roble,
menea suavemente sus ramas.
Pido a Dios, si lo hay, que borre
todos mis recuerdos, que ese árbol
y la mirada de ese niño, sean mi
único equipaje hacia la muerte.


***


COMO UN PEZ FUERA DEL AGUA

Me muevo en la vida
como un pez fuera del agua
y soy más callado que una tortuga,
callado hasta la exasperación.
Escucho las sandeces de los
seguros de sí mismo, necios
a quienes el mundo no talla.
Voy por la vida como un pez fuera del agua
y a veces, en sus márgenes,
dejo pequeñas glosas,
garabatos en una lengua que apenas entiendo.


***


AL OÍDO DE LOS SORDOS

En el cementerio Pére Lachaise
yacen hombres ilustres.
Sé que en la tumba de Balzac
hay siempre flores frescas.
Mujeres hermosas
que hablan lenguas extrañas
se toman fotos y sonríen.
Cuatro pasos más allá
hay una lápida llena de maleza,
olvidada. Es la tumba del "príncipe de
Aquitania"
Garard de Nerval,
talvez nunca te regalemos una flor,
pero algunas noches,
de este lado del Atlántico,
hombres borrachos susurramos tu nombre
al oído de los sordos.


***

SEGUNDOS DE TERROR Y ALEGRÍA

Sabía que ese hombre,
al cual admiraba infinitamente, había muerto.
El periódico publicó un mezquino obituario.
Pero hoy, entre la multitud, vi el inconfundible bigote,
la amable presencia, y un segundo de terror
y alegría me estremeció.
Igual terror debió producir Lázaro
en quienes le vieron retornar de la muerte.
Imagino al resucitado vagando, solo, por los caminos.
¿Quién querría hablar con un muerto?
Sucesos como este derrumban
el cielo melifluo de nuestras certezas
y nos recuerdan nuestra vana carrera,
nuestra condición de muertos próximos a nacer.


***


***

EL MAR

Mi infancia está en el mar y en un pequeño
pueblo sin iglesias. ¿Para qué las iglesias
si está el mar murmurando sus terribles plegarias?
Muy de mañana los hombres iban a la playa a mirarlo
y los muy viejos tenían los ojos color miel.
Las mujeres alimentaban los fogones con leña salada.
Todo sabía a mar. Desde pequeñas recibían ese humo
salado y muy pronto había senos duros
saltando bajo las blusas. Pero seguían siendo niñas
por unos días hasta que el mar maduraba dentro de ellas
como un vino largo tiempo añejado.
Entonces alguien se las tomaba, se las comía.
Mi infancia, y el primer dolor, están en el mar.
Para recordarlo, no para habitarlo, nos dieron el paraíso.
Ahora vivo en una ciudad que no amo, lejos del mar,
y quisiera estar allí, no como un turista
sino como un hombre que mira el horizonte
mientras en las casas las muchachas, frutas de mar,
maduran como el vino.


***


OFELIA

Ofelia se entrega al agua
y la mano de Dios la guía
para que la muerte,
la irrepetible muerte,
tenga el efecto de un tapiz
de pétalos exánimes
que el agua apenas acaricia.


***

DESDE TROYA


Una misma ola por el mundo, una misma ola desde Troya
Menea su cadera hasta nosotros.

Saint-John Perse


***


***

ANTINOO (Pretendiente de Penelopea )

La cortejé de todas las formas posibles:
con regalos, con palabras que parecían inventadas.
Sacrifiqué hermosos toros a Afrodita,
derramé libaciones, dije su nombre dormido
para que los dioses me escucharan.
Nada la conmovió:
Como Ilión es el corazón de Penelopea.
Entonces la tomé por asalto, la devasté.
Todavía había lágrimas en sus ojos
cuando su lengua, húmeda y sabia,
se deslizaba por mi vientre.


***

EURÍMACO (Pretendiente de Penelopea)

Sabrosa es Melanto
porque en ella se conjugan
ardor y juventud,
mas Penelopea, la reina,
es como esas frutas
que han madurado solas
en el árbol y están a punto de caer.
No hay grupa igual a la suya,
ni labios, ni muslos, y en el lecho,
Penelopea deja de ser reina
y se convierte en esclava.


***

ANFÍNOMO (Pretendiente de Penelopea)

Viene como el agua, se vuelve sinuosa
en los recodos y su risa se oye, cantarina,
como la fuente de Aretusa.
A todos cautiva con su gracia y, como
las malas hierbas, en todos arraiga.
He besado sus labios, su cuello, y cuando
he intentado hurgar bajo su peplo
me ha rechazado. Es por eso que me desfogo
en las esclavas, las poseo con desesperación,
con rabia, y en el clímax de mi deseo grito
su nombre: Penelopea.


***

EURIDAMANTE (Pretendiente Penelopea)

La bella Perséfone vuelve a la luz con
un cesto de fragancias que esparce
como semillas de vida. Se siente el
olor de la primavera. Que se vacíen
las ánforas, que las palabras, extrañas
criaturas inmateriales, sean cantadas, y,
sobre todo, que el cuerpo de Penelopea,
embriagado en el ardor de la primavera,
exhale el fuerte aroma de la carne que
se consume a sí misma en el deseo.
Otra vez, hermosa hija de Icario, nos
ayuntaremos en la tibia noche.


***

AGELAO (Pretendiente de Penelopea)

Nunca he visto a las Ménades,
mujeres ebrias de furor, insaciables.
Escuché una vez a un aedo cantar la furia
de Dionisos y el estro arrebatador
de las mujeres de Tebas. La luna era roja
y las muchachas, antes dóciles doncellas,
huían a los bosques, se volvían Ménades.
Todo transcurría con la naturalidad de una hoja
que cae: se escuchaba el ir y venir de la lanzadera,
el golpe del hacha sobre el tronco de la vieja encina.
Hasta que aparecía en la cara de las muchachas,
antes dóciles doncellas, la expresión de quien
ha mirado el fuego por mucho tiempo
y abandonaban la rueca
y lo que estuvieran haciendo y corrían desnudas
al bosque inflamadas las entrañas, aullando de furor.
He visto en Penelopea esa mirada.


***

LEODES (Pretendiente de Penelopea)

Todavía es temprano para hacer vaticinios.
Hace apenas tres años las naves griegas
partieron llenas de jóvenes guerreros.
Ilión resiste. Penelopea me ofrece sus manos:
—Escudriña el destino, dice—.
Yo las acaricio con las yemas de mis dedos
y su cuerpo tiembla. Veo el deseo de esta mujer
rugiendo en sus entrañas como fiera enjaulada:
Ilión es de piedra y tú eres Penelopea,
una muchacha que duerme sola en las noches.
Abandono sus manos y ella sonríe entre feliz y triste.
Tócame, Leodes —dice.


***


ANFIMEDONTE (Pretendiente de Penelopea)

Todos se fueron al puerto
porque tres naves fenicias
cargadas de esclavos y de rumores
habían llegado esa mañana.
Yo me escabullí al palacio de Penelopea.
Dormía. Sus pechos se movían levemente al respirar.
Estuve un rato contemplando el cuerpo semidesnudo:
La rubia cabellera, abundante, regada en el amplio lecho
como una eclosión de crisantemos, el peplo recogido
a la altura de las rodillas, los largos muslos...
Recordé un vaso ateniense con la imagen de un toro
lamiendo el sexo de una ménade que yace dormida
sobre el follaje.
Esa mañana fui Antinoo, Icmalio, Agelao, Eurímaco...
Esos nombres me dio Penelopea. Nunca dijo el nombre
de Odiseo.


***


LEOCRITO (Pretendiente de Penelopea)

Mucho de agua hay en ella: es ligera,
siempre joven, y a veces se torna turbia y profunda.

Por algo es hija de una náyade.

He gozado a la Penelopea transparente y turbia
y a la que es profunda y oscura como el mar.

En las tres he sido náufrago.


***

CTESIPO (Pretendiente de Penelopea)

De todos es a mí a quien prefiere.
Y me gusta mucho cuando en la oscuridad
del alba, entre dormida y despierta, me busca.
No puedo ver su rostro, sólo escucho la música
de sus entrañas ¿Donde están las mujeres cuando gimen?
Es evidente que no están con uno.
¿Dónde están viejo Tiresias?


***


EURÍADES (Pretendiente de Penelopea)

Soñé con el agua que corre,
agua que brota de la tierra
y baja torrentosa hacia los valles.
Había un tranquilo remanso
y en el fondo del agua vi mis ojos
y en mis ojos el tiempo. Tuve miedo al despertar.
El alba era un fino manto de suave
claridad sobre el mundo y mi corazón
una brasa. Estoy atrapado en las finas redes
de Penelopea. He perdido mis ojos.


***

EURÍNOMO (Pretendiente de Penelopea )

Era un niño cuando las naves partieron.
Toda Ítaca estaba en el puerto. Las mujeres
lloraban, los ancianos derramaban libaciones.
Mi hermano, de incipiente barba,
parado en la proa de una nave, sonreía.
Dicen que Penelopea miraba impasible
el horizonte. ¡Si supieras, oh Antifo,
la guerra que vivimos en Ïtaca!


***

PISANTRO (Pretendiente de Penelopeaa

Los hombres que no fueron a Troya
están en Ítaca. Toda la Hélade:
hombres criados en Pilos, Lacedemonia,
Corinto...
Quieren compartir el lecho de Penelopea.
Sin palabras, sólo con mi silencio,
la seduje. Mas aquella tarde, mientras gozaba
de su cuerpo, un dios me susurró palabras
sucias que gustaron a Penelopea.
Quémame con tus palabras,
atraviésame con tu lanza,
dime perra. Estas cosas, y otras,
me hace decir Penelopea


***

FEMIO (Aedo)

Mucho oro y tres hermosas esclavas
ofreció Odiseo, rey de los itacenses,
a cambio de mis servicios. Sin mucho esfuerzo
imaginé el canto de las sirenas, la belleza
de Calipso, el único ojo de los Cíclopes,
las mil formas de Proteo... Pero imaginar
a Penelopea tejiendo y destejiendo la mortaja
del viejo Laertes, aplazando con esta estratagema
su entrega a alguno de los pretendientes significó,
para esta pobre imaginación, un esfuerzo desmedido.
Nunca se borrará de mi mente el día en que,
cantando los amores de Ares y Afrodita,
la bella Penelopea, a mi deseo sediento se ofreció
como agua.


***


DESDE MACONDO



EN TIERRA DE CIEGOS

Ahí viene el tuerto con su corte de ciegos.
Él mismo, con un ojo medio bueno, es casi
un ciego. Lo veo venir metiendo mano a las
ciegas, pajeándose en mitad de la plaza. Mete
mano a diestra y siniestra y a veces, por error,
toca el culo que no es, un culo de ciego.
Viene pajeándose, agitando su ridículo apéndice,
mientras el reino se hunde en la oscuridad.


***


MONÓLOGO DEL CORONEL
AURELIANO BUENDÍA

En qué lugar del tiempo vives
mi pequeña niña madre, mi dulce Remedios.
Conquisté tu corazón, todo un país de amor
que la muerte convirtió en recuerdo.
La guerra me ha hecho cruel y mis amigos
son virtuales traidores a quienes no dudaría
en fusilar. Yo mismo me vuelvo recuerdo, muero
un poco cada día. Todo indica que al amanecer
seré ejecutado, mas los signos de la muerte
no aparecen. Sólo veo a un niño
asido a la mano de su padre
y el olor de los geranios ardiendo
en el eterno estío de Macondo.
Siempre, a despecho de este rostro
labrado por la guerra, seré el niño asustado
que mi madre no encuentra, el hombre niño
que un día sintió el desaliento del amor
al mirarse en tus ojos.


***

JOSÉ ARCADIO BUENDIA IGUARÁN

No podía apartar de mi mente
el cuerpo desnudo de Úrsula, mi madre.
Por eso huí de Macondo.
Por cada mujer grabé en mi cuerpo un tatuaje
y la imagen de Úrsula se fue borrando.
Cuando no hubo más espacio
en mi piel volví a Macondo.
Nunca amé a nadie. Me gustan
las mujeres esmirriadas,
pálidas como la luna cuando sale de día.
La idea de que voy a desbaratarlas
con mi furia es lo único que me atrae.


***


JOSÉ ARCADIO BUENDÍA
(Hijo de Pilar Ternera)

Me gustan sus labios carnosos
y su culo redondo como un totumo.
Me gustan sus tetas, sueño con ellas —Los hombres
de Macondo dicen que sus pezones son grandes
como ciruelas. Las palabras sucias que dice,
su olor de hembra caliente.
Hoy la toqué y parecía asustada,
ella, que se ha acostado con todos los hombres,
parecía asustada de mi deseo, escandalizada.
La puta más puta, Pilar Ternera.


***


UNOS AÑOS DESPUÉS DE LA VIOLENCIA PARTIDISTA

La calle era ancha y al final un bloque de casas,
como un delta, la dividía.
Para los niños el mundo era simple y maravilloso,
las mañanas eran frescas como el pan.
De vez en cuando un borracho
gritaba vivas al Partido Liberal
y no había sangre ni insultos.
En una de esas casas, en el delta, vivía una puta.
Usaba faldas cortas y el viento,
en perfecto acuerdo con ella,
alzaba levemente los bordes,
dejando ver el comienzo de de las nalgas,
jóvenes, allí donde la piel se torna prieta.
El señor Rufino espiaba desde su mecedora,
quería ver más. Su cara parecía llena de odio,
pero no era odio, era el deseo animal, irracional.


***


EL LECTOR QUE YO ERA

Una sombra espesa cubre mi corazón.
Estoy triste por la muerte de mi amigo
Robert Jordan, caído en combate durante
la Guerra Civil Española. He caminado
por estas calles de mierda con un nudo
en la garganta. No sé si he gritado, pero
la gente me ve y siento que mi rostro les
da miedo. Tengo veinte años y fumo muchos
cigarrillos y estoy flaco como un gato
sin dueño. Hoy vivo la vida con rabia.
Pienso en María, esa muchacha torturada
y violada por los fascistas que atraviesa
las entrañas de la guerra como una mariposa,
una muchacha a quien la guerra ha embellecido.
¡Oh viejo Jordan, amigo!, si la hubieras
encontrado por las calles de una ciudad apacible,
o saliendo de una boutique, o haciendo las cosas
que normalmente suelen hacer las muchachas.
Pero ella estaba en pleno corazón de la guerra
con su cabeza rubia rapada brillando al sol
y tú recorrías los caminos de España
con un morral lleno de explosivos.
Hoy vivo la vida con rabia.
Cuando el policía me ha pedido papeles
he mostrado mi cara de odio y he gritado:
fascista hijo de puta.
Entonces empiezan a golpearme.
En el interior de la patrulla me insultan
y también me golpean.
Ellos no pueden saber de mi tristeza,
ni de mi amigo Robert Jordan,
caído en combate
durante la Guerra Civil Española.


***

ERA DIFÍCIL LA AMISTAD CON ESE POETA
A Raúl Gómez Jatin

¿Cabrá en un poema este día luminoso?
Las hojas, el viento, la muchacha del vestido
blanco abriéndose paso entre los cuerpos sudorosos,
el hombre de la llaga,
el ciclista a quien la muerte no encuentra...
Hace años lo busca, pero él pasa veloz como una bala.
La muerte buscándonos durante ochenta años
y de pronto nos encuentra en un hospital,
o en un parque recordando con otros viejos
lo bueno que era tirar. ¿Qué seríamos si supiéramos que la
muerte no nos ve?
Quizá Alejandro Magno, Hitler,
Julio Cesar, y tantos hombres bajo cuyos pies
corrió la sangre, se sintieron no vistos por la muerte.
A otros en cambio la muerte los ve
desde que nacen y los deja vivir por unos días,
por muchos años.
Ellos crecen sabiendo que
la muerte los ve, tiran sabiéndose vistos por la muerte
y anotan todos sus polvos en un viejo cuaderno
y al frente del polvo el nombre de la chica.
Mi amigo Gabriel
se tiraba a las dos hermanas de su novia,
a sus tías y a las hijas de sus tías,
pero su mirada era triste como un poema de
Cesar Vallejo.
Un día me dijo: viejo Lee, nada tiene sentido,
me voy.
En el aeropuerto estaban todas sus tías,
sus sobrinas, las hermanas de su novia, la esposa de X.
¡Cuánto lo amaban¡
¡Pobre Don Juan, tirando con la muerte encima¡
O somos como el ciclista que pasa veloz
por entre los carros, sabe que la muerte no lo ve
y lo único que se le ocurre
es coger su vieja bicicleta.
Justo en esta esquina, La Playa con El Palo,
vi por primera vez al poetaloco.
Se veía que
la muerte lo miraba desde niño.
Él sólo quería tirarse a un muchacho
de vez en cuando y de vez en cuando
escribir un poema, pero la vida exige demasiado.
El poeta se fue volviendo viejo y perdió
los dientes, y los efebos de la ciudad
no lo miraban. Se paraba en la esquina
y pedía dinero a la gente.
Alguna vez dejé un billete
en su mano y me alejé...
Era difícil la amistad con ese poeta.
La muchacha del vestido blanco
tiene bonitas nalgas que suben y bajan
al ritmo de sus pasos.
Si fuera posible grabar el deseo de todos
los hombres que la miran
estaría desnuda, abriéndose paso
por entre los cuerpos sudorosos,
por entre el ruido de los carros.
Quizá cuando llegue a su casa
se desnude para nadie en el baño y deje correr el agua,
y la soledad —a veces las muchachas bonitas están solas—
la haga cerrar los ojos y fantasear con el hombre feo
que le sacó la lengua como si saboreara una fruta jugosa.
La vida es así.
Hasta que la muerte le sonrió al poeta,
primero sólo lo miraba desde lejos, pero un día
le sonrió y el poeta se abalanzó sobre ella.
Dicen que en el lugar quedó un charco de sangre.
Los amigos del poeta estaban muy tristes,
se sentían culpables
¿Culpables de qué?
La amistad con ese poeta era difícil.
O puede que la muchacha tenga su marido
y una vez cierre la puerta empiecen a tirar
como en las películas,
como tirábamos Paula y yo hace años.
No importaba la comida, ni el futuro,
sólo tirar y tirar como si la muerte
nos estuviera mirando,
como tiró el poeta con la muerte.
El viejo himen de la vieja muerte
quedó en el pavimento, frente a la India Catalina,
en esa horrible ciudad donde los pobres parecen más pobres.