miércoles, 31 de diciembre de 2008

ESCRITO CON NUBES. Poemas de Wilson Frank



1.

Pasa la luna
sigue la rosa
en el tallo.


2.

Se miran la luna
y el poeta
sobran las palabras.


3.

Lluvia sobre el colibrí
de nada valen
las hojas del árbol.


4.

Al ver la luna
el vagabundo
no anda solo.



5.

Sobre la sombra
del bambú
confundida la mariposa.


6.

Jardín abandonado
solo una rana
de paso.


7.

Aún sin salir
la luna
nada que escribir.

8.

La flor
sigue volando
el colibrí se ha ido.


9.

Salen las palabras
el poeta
olvida la luna.


10.

Viajando
la nube
parece esperar.


***

Wilson Frank: Medellín, 1966. Algunos de sus poemas han sido publicado en diversas revistas del país y en la antología Madame Destino. Perteneció al comité editorial de la revista Punto Seguido. Obras: Danzas adivinas; El vuelo de la espada y Agua del fuego.

viernes, 26 de diciembre de 2008

POETAS Y MÍSTICOS. Autor: Roland de Reneville


Roland de Reneville es autor de una importante obra sobre Rimbaud ("Rimbaud le Voyant”, 1928). En este texto olvidado que ahora presentamos, Reneville aborda una estimulante cuestión: las relaciones entre poesía y mística. El místico percibe un estado de unión con el todo. Esta experiencia extática es, en sí misma, silenciosa. Pero la profundidad y el valor del éxtasis impele al místico a expresarse poéticamente; mediante símbolos y palabras de potencia evocadora intentará transmitir algo de su excepcional y efímero encuentro con la esfera infinita de la existencia. El místico deviene entonces poeta. Y el poeta, comienza con la palabra. Pero en su exploración de las profundidades, de los abismos que giran dentro de la materia, advierte la insuficiencia de lo verbal para expresar lo más profundo del ser. La condición del poeta y el místico tiende de este modo a confundirse. Reneville recorre varias personalidades o momentos de la historia donde acontece ese encuentro. Desde Laotzé y los Vedas en el Oriente, pasando por San Juan de la Cruz, hasta los románticos alemanes, William Blake, Rimbaud, Lautréamont, Nerval, Poe, Mallarmé o Baudelaire.

La íntima coincidencia entre la poesía que desciende a lo profundo, en un lugar que siempre se evade del lenguaje, y la mística, habla a su vez del vínculo entre arte y religión. El místico respira en la cumbre de la sensibilidad religiosa, y el poeta es uno de los pináculos de la creatividad artística. Cuanto más se sumerge en la oscuridad misteriosa, más se disuelven las diferencias entre el artista embriagado por una fuerza sin límites y la mística que, desde la bruma de lo inmemorial, invoca una suprema unidad con una secreta divinidad.


Esteban Ierardo


***




POETAS Y MÍSTICOS

Por Roland de Reneville

Los pueblos de la antigüedad no establecían distinción precisa entre los místicos y los poetas. Los veneraban igualmente como a mensajeros de los dioses. Las experiencias de los unos y de los otros se interpenetraban de tal suerte que, con derecho, se podía confundirlos. Los Vedas, los aforismos de Lao Tsé son poemas. Las grandes obras que la civilización griega elaboró están secretamente cargadas de una enseñanza que sus autores habrían recibido en el momento de su iniciación en los Misterios. El Antiguo y el Nuevo Testamento, enteramente construidos en períodos ritmados, iluminados por imágenes grandiosas, fueron, durante largo tiempo el libro básico de la poesía occidental
Si se considera el espíritu humano en su totalidad, parece que su centro de conciencia, es decir, su parte más desnuda, esté situado en Occidente y que de ello provenga la necesidad de que nos veamos obligados a llevar hasta el límites extremos el método analítico, cuyas gestiones obligan al observador a distinguirse de manera cada vez más acusada del objeto que considera antes de aprehenderlo. Los objetos mismos son descompuestos por el análisis en elementos simples y solamente cuando nuestras investigaciones se detienen ante la noción de energía podemos llegar a redescubrir la unidad del mundo, que el Oriente nunca ha tenido ocasión de olvidar. La distinción que, en nuestros días, se admite, sin definirla, entre la experiencia poética y la experiencia mística, parece ser la consecuencia de nuestros métodos de conocimiento y es extraño que tales métodos no hayan puesto todavía, explícitamente, el acento sobre el solo momento en que poetas y místicos se separan en el curso de su labor.
El estudio de la inspiración nos ha revelado que algunos poetas se abandonan al fluir de la sensibilidad y de las pasiones hasta el instante en que resuena a sus oídos una voz que parece exterior al espíritu, mientras que otros se esfuerzan, por el contrario, en realizar, por medio de una atención sostenida, la construcción verbal que han premeditado. Estas opuestas diligencias los conducen a la obtención de una realidad única: la Poesía. Conocemos, por otra parte, al escuchar las confidencias de los místicos, que el éxtasis se apodera de ellos, tanto en el momento en que deja de actuar sobre sí mismos lo que ellos llaman la gracia divina, como cuando se esfuerzan, por una meditación voluntaria, en acceder a la contemplación de la entidad que persiguen.
San Juan de la Cruz distingue, de este modo, dos métodos que permiten, uno y otro, alcanzar la noche de los sentidos: “Resta ahora dar algunos avisos para saber y poder entrar en estado noche del sentido. Para lo cual es de saber, que el alma ordinariamente entra en esta noche sensitiva en dos maneras: la una es activa, la otra pasiva. Activa es lo que el alma puede hacer y hace de su parte para entrar en ella, de lo cual trataremos en los avisos siguientes. Pasiva es en el que el alma no hace nada, sino que Dios lo obra en ella, y ella se hace como paciente”.
Santo Tomás admite una discriminación de la misma especie entre las técnicas del éxtasis: “Hay efectos que la gracia en los que nuestra alma es movida y no se mueve y en que sólo Dios la mueve; entonces la operación es atribuida y, en este caso, la gracia es llamada operante mientras que, cuando nuestra alma es movida y se mueve a su vez, la operación es atribuida no solamente a Dios, sino también al alma, y la gracia se llama cooperante”.
Los místicos occidentales y los místicos orientales conocen igualmente estas dos vías que la inconsciencia total y la conciencia pura abren al que busca, pero, mientras los místicos metódicos del éxtasis, se entregan más gustosos a las prácticas que los conducen a una conciencia más y más aguda, parece que los místicos occidentales, que crean para sí mismos las reglas de la oración, de preferencia se dejan arrastrar dentro de las vías del método pasivo. De ello resulta, en los primeros, una tendencia a formular, al salir del éxtasis, preceptos de sentido múltiple y superpuesto, cuya concentración es la marca de la atención monstruosa que originó su nacimiento, mientras que, los segundos, en los estados en que la palabra les es todavía posible, presentan verdaderos casos de automatismo en sus discursos.
“Santa Magdalena de Pazzi se expresaba a veces con volubilidad tal que se necesitaban seis secretarios para poder recoger sus palabras” (Vida de Santa Magdalena de Pazzi, por el P. Cepan. Capítulo VII).
Y más aún:
“Era cosa de maravilla ver a Jean de Saint-Samson dictar sus tratados con tal presteza, sin reflexión alguna, que todos sus escribientes se fatigaban, pues era necesaria una vivísima atención para retener lo que decía y tener la mano rápida a fin de poder seguirlo… Y también es cosa admirable que cuando no se retenía bien lo que había dicho anteriormente y se tenía que hacerle repetir, con reflexión de su parte, he notado esto varias veces, no podía acordarse de lo que había dicho la primera vez y no lo decía en tan buenos términos, signo evidente de que el espíritu de Dios actuaba en él y que él no reflexionaba. Y me ha dicho varias veces, después de haber escrito los tratados, que seguramente no sabía lo que había dictado sino después de haber escuchado su lectura” (Vida del venerable Hermano Jean de Saint-Samson por el R.P. Sernin Maarie de Saint-André, carmelita descalzo. París, 1881).
No podemos menos de recordar, ante estos ejemplos, las recomendaciones de André Breton sobre la conducta que debe seguirse para escribir un poema: “Colocarse en el estado más pasivo o receptivo posible… Escribir rápidamente, sin tema preconcebido; bastante rápidamente para no retener y no caer en la tentación de releerse… Continuar tanto como plazca. Fiarse al carácter inextinguible del murmullo” (Manifieste du Surréalisme).
El surrealismo no ha hecho, desde luego, sino sistematizar una de las formas más corrientes de la inspiración. Sin que me sea necesario pedir ejemplos a sus adeptos declarados, la actividad poética de todos los tiempos y de todos los lugares nos los ofrece innumerables. William Blake, escribe Pierre Berger, “declaró siempre que sus libros le eran dictados por los espíritus, que él no hacía más que repetir sus palabras y que escribía para ellos. Lo despertaban en la noche; se levantaba y escribía, a veces horas seguidas, sin que jamás se hubiera creído con derecho de cambiar nada de lo que había escuchado…”
Oigamos aún lo que nos dicen del método de composición empleado por Rainer María Rilke: “Rilke quizás no ha escrito nunca sin inspiración o necesidad interna. Pero, en ese caso, no podía contenerse y apenas sabía cómo las palabras de su pequeño carnet de bolsillo, que llevaba siempre consigo, habían podido nacer. A menudo me ha mostrado aquel carnet y cada vez me sorprendía ante las frases claramente trazadas y que no presentaban casi corrección alguna.
“Rilke me contaba más tarde cómo nacieron esas Elegías. No tenía la menor idea de lo que se preparaba dentro de él… Ante el acantilado de Duino se detuvo de pronto: era como si en el ruido de la tempestad una voz hubiera gritado: Wer, wenn ich
“Escuchaba inmóvil: “¿Qué es?” dijo a media voz… “Qué es esto? ¿qué pasa?… Tomó el carnet de notas que llevaba siempre y escribió las palabras oídas, luego, inmediatamente después, algunos versos que se formaban por sí mismos… En la noche la elegía estaba terminada.
“Así fueron compuestas las primeras elegías. El conjunto de las elegías fue escrito en tres días, no podía ni dormir ni comer, pero sí escribir, escribir sin descanso.
Su pluma podía apenas seguir…” (Souvernirs de la Princesse de Thurn et Taxis), rapportés par Jean de Nougayrol. N.R.F. 1er., mai, 1935.)
Los poetas que, inversamente, optaron por le método activo y persiguieron por medio del ejercicio de la atención el refuerzo de su centro de conciencia, elaboraron así una accesis de pensamiento muy cercana a aquella que los místicos de Oriente practican. Estos tratan, sobre todo, de hacer pasar bajo el control de la voluntad los movimientos reflejos de su organismo. Así su atención se fija esencialmente sobre el fenómeno de la respiración cuyo ritmo puede ser modificado por la voluntad, pero que, sin embargo, se producen fuera de ella y constituye de este modo una comarca mixta en la que lo voluntario y lo involuntario se enfrentan: “El discípulo se retira al bosque, al pie de un árbol, o a algún lugar solitario; se sienta cruzando las piernas, el busto erguido, concentrado y atento el espíritu. Con espíritu atento aspira, luego espira. Al inspirar largamente, tiene conciencia de ello, pensando: “He aspirado largamente” Lo mismo cuando sus aspiraciones son largas o cortas tienen siempre conciencia de ello” Esta práctica debe conducirlo a un ensachamiento de su conciencia que, poco a poco, alcanza las regiones de la vida elemental reduciendo su imperio. Según la frase de Novalis, se dispone a hacer pasar “lo involutario a lo voluntario.”
Sin duda, los poetas, que a su vez optaron por la conciencia pura, no tuvieron nunca la ocasión, ni el cuidado, de experimentar un método de atención tan riguroso, pero el afianzamiento de conciencia que perseguían no por ello se sitúa menos en la misma dirección de aquel que debe alcanzar el místico cuyos esfuerzos acabamos de entrever. Poco nos importa que los problemas de ajedrez, para Edgar Poe; los excitantes físicos de la atención, para Baudelaire; las matemáticas, para Valéry, no hayan sido sino métodos risibles en comparación con los recursos que el Yoga pone a disposición de sus adeptos. Retengamos solamente la identidad de su ambición, por lo menos en tanto que los místicos y los poetas no hacen sino enrolarse en la búsqueda apasionada de una absoluta conciencia y cuya obtención les parece deber resultar de un desarrollo indefinido de las potencias de la atención.
Del rápido examen que acabamos de efectuar de la primera fase de la experiencia mística y de la experiencia poética, resulta la certidumbre de que el estado de inspiración así como el de éxtasis son buscados y obtenidos por dos métodos en apariencia contradictorios, pero que concurren igualmente a la realización de la unidad espiritual. Mientras que el método activo eclipsa el centro de conciencia en provecho de regiones más oscuras pero que se revelan sin límites. Sumergidos en el Alma universal, como una chispa en una llama, el poeta y el místico pierden igualmente la noción de su personalidad.
Semejante abandono caracteriza la segunda fase de las experiencias que nos ocupan; se le encuentra tanto en la una como en la otra. El sentimiento tan acusado que el hombre tiene de su yo debe ceder a la realización de su total conciencia. Que suprima la oposición que el estado de vigilia mantiene entre el centro de conciencia y la región negativamente llama inconsciente, a fin de conquistar el imperio de su espíritu, o que obtenga esta conquista por la extensión indefinida de su centro de conciencia, el hombre debe de renunciar a la noción relativa de su yo, cuyos límites estallan, tanto en la proximidad de la inspiración como del éxtasis.
A este respecto los testimonios abundan del lado de los poetas y del lado de los místicos. El tema fundamental de la poesía romántica es la renunciación a la posesión de sí mismo, la transfiguración del hombre a impulsos de la inspiración, que siguiendo la misma expresión se describía implícitamente bajo los rasgos de un gran Angel hablando por boca del poeta y del que no se sabía si venía del cielo o del infierno. La personalidad del poeta estaba en vías de no tener ya más valor que el de un instrumento espiritual sobre el que vinieran a acordarse las fuerzas de un más allá impenetrable y tumultuoso. La disociación de esas potencias en provecho de una realidad exterior a la suya propia debía consumarse en los poetas que sucedieron a los románticos y encontrar su expresión doctrinal en la célebre: Carta del Vidente, de Arthur Rimbaud: “Nunca se ha juzgado bien el romanticismo. ¿Quién lo hubiera juzgado? ¡Los críticos! ¿Los románticos? que prueban tan bien que la canción es tan poco a menudo la obra, es decir, el pensamiento cantado y comprendido por el cantor.
“Porque Yo es otro. Si el cobre se despierta clarín no es por su culpa. Esto me es evidente: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho; golpeo con el arco: la sinfonía se agita en las profundidades o aparece un salto en escena.
“Si los viejos imbéciles no hubieran encontrado la significación falsa del Yo, no tendríamos ahora que barrer millones de esqueletos que, desde tiempo inmemorial acumularon los productos de su inteligencia tuerta proclamándose sus autores!…”
Así, pues, lo que constituye la esencia misma del Yo no debe ser confundido con la personalidad transitoria y movible del individuo. El Yo superior, al que el poeta hace alusión, no se manifiesta sino por medio de bruscos relámpagos, en el momento en que el fenómeno de la inspiración hace estallar el círculo de la personalidad y obliga al hombre que lo sufre a reconocerse en todas las formas y en todos los seres del cosmos. En este instante la posibilidad de conocerse a sí mismo equivale para el hombre a conocer el mundo: realiza el famoso gnauti seaton de la antigua sabiduría. La pérdida consumada de su personalidad le permite conocer su Yo y éste se revela sin limitación.
Semejante experiencia fue llevada a cabo por William Blake, del que Pierre Berger nos dice que uno de los principales artículos de su dogma era el reconocimiento de la ilusión de la individualidad. Tennyson a su vez la conoció y trató de esbozar su descripción: “Jamás he tenido revelación por anestesia –escribe Tennyson - pero sí una especie de éxtasis en estado de vigilia –no encuentro otra expresión- a menudo se ha apoderado de mí cuando me encontraba solo, y esto debe mi infancia. Me repetía mi nombre interiormente; llegaba a una conciencia tan intensa de mi personalidad, que mi personalidad misma parecía desvanecerse en la infinidad del ser; no era un sentimiento confuso sino claro, indudable y sin embargo inefable; la muerte me parecía casi una imposibilidad, risible casi, pues la desaparición de mi personalidad, si puede llamársele así, no me parecía ser el aniquilamiento sino, más bien, la sola vida verdadera. Siento vergüenza de no poder describir mi estado de alma; pero, ¿no he dicho que era inexpresable?” (Citado por W. James, L´Expérience Religieuse.)
La noción de un Yo situado al interior de la personalidad interviene de manera turbadora en la extraña explicación que Rainer María Rilke se daba a sí mismo llegado a hacerse casi exterior a él, al extremo que rehusó, hasta su muerte, dejar imprimir, bajo su nombre, ciertos versos porque le habían sido enteramente dictados por un personaje sentado enfrente de él”.
Los poetas surrealistas tuvieron, a su vez, la ocasión de insistir –y esa insistencia caracteriza una de sus más fecundas contribuciones- sobre el carácter impersonal de la inspiración y la necesidad para el poeta de dejarse escribir sin intervenir en las palabras que vienen a la luz a través de él.
La alusión de Rimbaud a la Inteligencia universal, que él opone a la personalidad del poeta, en el texto de su carta del Vidente encuentra, sin duda, un eco en la exigencia de Lautréamont: “La Poesía debe ser hecha por todos. No por uno”. Pero su resonancia más profunda me parece encontrarse en la seguridad que se atreve a darnos Edgar Poea, al final de Eureka, de una identidad de esencia entre el corazón del hombre y el corazón de Dios. Vemos que después de haber supuesto, en el curso de esta obra, que los mundos surgieron de un centro inconocible, que él llama el corazón de la Divinidad, llega a pronunciar esta afirmación: “Y ahora, ¿cuál es ese corazón divino? Es nuestro propio corazón.”
Que la negación de la personalidad del hombre por el hombre pueda conducirlo a la conclusión de que su Yo verdadero se confunde con la divinidad misma, parece indicar que hay ahí algo más que una necesidad lógica: una verdad cuyos buscadores, que hemos observado, vivieron en su plenitud. Al menos esta afirmación, a la que los poetas se vieron conducidos en el curso de su experiencia, se vuelve a encontrar expresada con insistencia por los místicos. No es de dudar que la disolución de la personalidad en provecho de un Yo superior no se encuentre en el fenómeno de la inspiración así como en el del éxtasis. Veamos de qué manera Santa Teresa establece una distinción entre su personalidad en el estado de vigilia y el Yo que se expresa a través de ella en sus momentos de oración: “Y ansí me parece es grandísima ventaja, cuando lo escribo estar en ella, porque veo claro no soy yo quien lo dice, que ni lo ordeno con el entendimiento, ni sé después cómo lo acerté a decir: esto me acaece muchas veces. (Vida, cap. XIV.)
No nos interesa, aquí, detenernos en las justificaciones que los poetas y los místicos se imponen como tarea de añadir, bajo el imperio de sus prejuicios filosóficos o religiosos, al desvanecimiento, que comprueban, de su personalidad en provecho de un yo superior tan distinto de ésta que les parece exterior a ella, sino simplemente de corroborar tanto en los unos como en los otros, aquella necesidad que experimentan de sacrificar su existencia individual cuando llega la revelación.
A este respecto la siguiente invocación del místico musulmán Halladj testimonia la avidez de la propia pérdida que se apodera de su espíritu: “¿Te invocaría yo: “Eres Tú” si Tú no me hubieras llamado: “Soy Yo”? Entre y o y Tú se arrastra aún un “soy yo” que me atormenta; ¡ah, aleja con tu “soy Yo” mi “Soy yo” de entre nosotros dos!
“¿El camino que conduce a Dios? No existe camino sino entre dos, mientras que aquí, en Mí, ya no hay nadie.”
San Juan de la Cruz insiste varias veces en su obra sobre el intercambio que parece producirse entre la personalidad del hombre y la realidad de Dios afirmando que se produce entonces una unión tan íntima entre las dos naturalezas, tal comunión entre la naturaleza divina y la naturaleza humana, que cada una parece Dios, mucho más que, ni la una ni la otra, modifican su ser propio.
Un místico hindú como Vivekananda puede ir más lejos en el reconocimiento de la ruina de la personalidad en el momento del éxtasis, pues ningún dogma le prohibe establecer una relación de identidad entre la conciencia del hombre y la de la divinidad.
En el éxtasis “no existe ya sentimiento del yo y, sin embargo, el espíritu actúa liberado del deseo y de la impaciencia, sin objeto y sin cuerpo. Entonces la verdad resplandece y podemos conocernos tal como somos verdaderamente… Libres, inmortales, todopoderosos, liberados de lo finito, con sus contrastes de bien y de mal, idénticos al Atman o Alma universal.” (Vivekananda. Raja Yoa. Londres, 1896. Citado por W. James.)
Místicos y poetas, ya se entreguen al método activo o al método pasivo, concuerdan en reconocer el aspecto transitorio de su personalidad y en la consumación de su sacrificio en provecho de la realidad que persiguen. Que el yo se deje destruir o que se ensanche, al contrario, hasta el punto de no sufrir objeto que le escape, cada uno de esos movimientos lo conduce a la desaparición en tanto que entidad separada. El hombre oscila entre la Nada y el Todo que son los últimos velos de una fuerza por definición sin atributo.
En el momento en que poeta y místico se reúnen en aquel punto nulo en el que tanto la negación como la afirmación cesan de prevalecer, la antinomia de las realidades contrarias se borra del entendimiento. Al mismo tiempo que la máscara de su personalidad les es arrancada, las categorías relativas de Bien y de Mal cesan de oponerse y los experimentadores, cuyas gestiones hemos venido siguiendo, entran, por ese mismo hecho, en la tercera fase de su tentativa.
En el curso de sus reflexiones sobre la Vía Unitiva, San Juan de la Cruz decía que el estado de alma se asemeja entonces al estado de Adán cuando éste ignoraba en qué consistía el pecado: el alma no comprende el mal y no lo ve en nada. Si llega a escuchar cosas muy reprensibles, ve aun cometer faltas, no vislumbrará la malicia porque está liberada de la inclinación al mal, sin base ya para asentar un juicio. La sabiduría divina ha arrancado de raíz sus hábitos de imperfección y la ha libertado de la ignorancia que produce el pecado.
Este dejar atrás las categorías de Bien y de Mal por medio de la identificación de la personalidad con el Alma universal, alcanzada en un acto de amor, se encuentra en la base del mensaje poético de Arthur Rimbaud. Verlaine no dejó de insistir sobre la ambición que Rimbaud manifestaba a este respecto, cuando en el poema intitulado Crimen amoris le presta estas palabras:

Nous avons tous trop souffert, anges et hommes
De ce conflit entre le Pire et le Mieux.
Humilions, misérables que nous sommes,
Tous nos élans dans le plus simple des voeux.
Assez et trop de ces luttes trop égales!
Il va falloir que´enfin se rejoignent les
Sept Péchés aux Trois Vertus Théologales.
Assez et trop de ces combats durs e laids!
Et pour réponse à Jésus qui crut bien faire
En maintenant l´equilibre de ce duel,
Para mo l´enfer dont c´est ici le repaire
Se sacrifie á l´Amour universel!

Mientras que Rimbaud insiste en sus poemas en el deseo de ver “enterrar el árbol del Bien y del Mal”, Baudelaire se esfuerza, a lo largo de su obra, en hacer resaltar la belleza del Mal, por oposición a los postulados de la moral corriente: Algunos poetas ilustres se habían repartido de tiempo atrás las provincias más florecientes del dominio poético –escribe Baudelaire, en un proyecto del Prefacio-; me ha parecido conveniente y proporcionalmente agradable, dada la dificultad de la tarea, extraer la belleza del Mal. Nerval a su vez no deja de hacer notar el valor enteramente relativo de las categorías morales: “Sobre todo me gustaban los trajes y las costumbres extrañas de países lejanos; me parecía desplazar así las condiciones del bien y del mal” (Aurélia.) Finalmente me parece que debemos buscar en la negación voluntaria del Bien y del Mal el secreto de Lautréamont, cuando en Los Cantos de Maldoror celebra la grandeza de la blasfemia mientras edifica sus Poesías a la gloria del bien. Los poetas surrealistas que descienden de Lautreámont, conscientes del carácter provisorio de los valores éticos, pero arrastrados por su furia demoledora frente a la moral común, cometieron el error de limitarse a la exaltación del Mal. De suerte que su actitud parece originarse de un error de pensamiento que no sería, en suma, sino el reflejo inverso de aquel cuyos postulados tendieron a destruir.
La tercera fase de las experiencias poética y mística se nos manifiesta, pues, caracterizada, según la expresión de San Juan de la Cruz, por el hecho de que el alma no tiene ya base para asentar un juicio. Podemos aún citar a su propósito, y simplemente para subrayar el acuerdo de los místicos de todos los tiempos y de todos los cultos sobre este punto, algunas líneas de la Brhad Aranyaka Upanishad que celebran el desvanecimiento del bien y del mal en el momento en que el místico se identifica con el Alma universal: “Allá (en el Atman) el padre no es padre, la madre no es madre, los mundos no son mundos, los dioses no son dioses, los Vedas no son Vedas. Allá el ladrón no es ladrón, el abortador no es abortador… el asceta no es asceta: ni bien ni mal ligan a los actos; pues entonces él está por encima de todos los sufrimientos del corazón”.
Para el buscador los contrarios cesan de oponerse. Su integración recíproca ha sido reconocida y anotada por William James en el curso de las experiencias que tuvo ocasión de efectuar a propósito de los estados místicos y de las cuales se expresa del modo siguiente:
“Para volver a mis propias experiencias, me parece que todas ellas convergían en una especie de intuición a la que no me puedo impedir atribuir un alcance metafísico. Era siempre la síntesis armoniosa de los contrario, cuya oposición es la causa de todos nuestros males. No solamente veía en ellos dos especie extremas del mismo género, sino que una de las dos, la mejor, con el género absorbía la otra. Esta fórmula lógica es oscura sin duda, pero se impone a mí; tengo la íntima convicción que tiene un sentido no lejano del sentido de la filosofía hegeliana”. (La Experiencia Religiosa). Sin duda será necesario que la integración de los contrarios en el soberano Bien se encuentra desde luego como la base de las enseñanzas platónicas.
Hemos visto que los místicos y los poetas se encuentran sucesivamente a través de las fases de su experiencia: a la hora en que la inspiración o el éxtasis los arrebatan; en el momento en que el yo debe ceder ante la intervención de una realidad más vasta que se manifiesta a través de él y, finalmente, en el momento en que los valores morales se borran del entendimiento. Su acuerdo se prolonga aún en el momento en que abordan la fase final de su labor, aquella en que el reconocimiento de la vacuidad de su yo los lleva no distinguirse ya de la Unidad que han concebido y que, por el hecho mismo de que ninguna entidad puede permanecer fuera de ella para limitar su imperio, desaparece a su vez como valor positivo y de Todo que era se hace Nada. En este preciso momento los místicos, como los poetas, acceden a la realidad de la Noche.
Nos ha sido dado considerar, en capítulos anteriores, a Novalis, Nerval, Baudelaire, Poe y Mallarmé en su descubrimiento del imperio de tinieblas. Parece, leyendo a los místicos, que sus gestiones los hayan conducido a los bordes de la misma selva sin árboles cuya sombra cubrió los pasos de los poetas que hemos tomado como guías.
Saint Denys define la sabiduría secreta de Dios: un rayo de tinieblas. En el curso de Ornement des Noces Ruysbroeck asegura que la principal condición necesaria para la contemplación es la de perderse así mismo en una ausencia de modos y en una tiniebla en la que todos los espíritus contemplativos son devorados fructíferamente, incapaces para siempre de volver a encontrarse a sí mismos según el modo de la criatura. Pero, el acceso al conocimiento tenebroso no se encuentra explícitamente definido sino en la obra de San Juan de la Cruz: “… comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas Nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante”. (Subida del Monte Carmelo. Prólogo.) Y sin duda el apego a los valores morales, el conocimiento discursivo, la armonía interior no tienen relación con el sacrificio del ser que la implacable realidad de la Noche exige que se le rinda. Se trata, pues, para el espíritu, no de exaltar sus fuerzas, sino, por el contrario, de sufrir “la terrible purificación tenebrosa”. La noche del espíritu debe ir emparejada con la Noche de los sentidos y estas dos Noches conducen entonces a la Noche de Dios. Esta última se define como una Noche resplandeciente, una Noche blanca, puesto que realiza la integración de los contrarios. La destrucción del espíritu que debe dejar el lugar a la afluencia de las tinieblas queda analizada también con cruel paciencia: Toda actividad del alma debe quedar suspendida; lo que es necesario es que ella (el alma) tenga el espíritu libre, aniquilado a propósito de lo creado. Es necesario que el Alma se mantenga vacía, completamente desprendida de lo creado, en pura pobreza espiritual. Mientras se comprende distintamente, el progreso es imposible. (San Juan de la Cruz.)
La tensión de un discurso que se propone circunscribir una entidad sin frontera, expresar un objeto esencialmente situado más allá de la palabra, concluye finalmente en esas afirmaciones negativas cuya aparición es el signo de su empeño de expresión de una realidad a cuya cercanía tanto las palabras como el pensamiento se destruyen: Abandonar esos modos de saber y pasar al no saber , esto es lo que se debe practicar. En este camino no seguir ya su camino es penetrar en la verdadera vía. (San Juan de la Cruz.)
Tal revolverse del espíritu contra sus propias potencias se encuentra en los textos místicos que produjeron las épocas y las regiones más diversas: “La vía que es la vía no es la vía. El nombre que puede ser pronunciado no es el nombre.” (Lao Tsé) En el momento en que el discurso se hace inverso y se refugia en el no-discurso se presiente lo absoluto: “Es aquel que no se puede designar sino por No, no. Es inasible. No se le puede dividir. No tiene apego ni bienes.” (Brihadarnyaka Upanishad.)
Para los místicos de la India, como para San Juan de la Cruz, el acceso a las tinieblas se confunde con la contemplación de la realidad absoluta. El sol, punto central del cosmos, en analogía con el centro de conciencia del hombre, no es sino el velo último de la secreta y verdadera potencia que se esconde detrás de su esplendor: el disco solar no es sino la máscara de la Noche.

La faz de la Verdad está cubierta por un disco de oro. Oh sol, alimentador del mundo, levanta ese velo a fin de que yo, que guardo la ley de la verdad, pueda ver su rostro!
“¡Oh Sol, en todo presente, único vidente y ordenador, hijo del Señor de la Creación, aparta tus rayos, retén tu luz! ¡Haz que pueda contemplar tu forma, la más bella entre todas!”
“¡Ese ser divino que está en ti soy yo mismo!”

Místicos y poetas no solamente tienen ocasión de encontrar la última fase de su experiencia un modo común de conocimiento: el del conocimiento tenebroso, sino que se vuelven a reunir en la textura de las aproximaciones que de él tratan de darnos. Hemos escuchado a Nerval, a través de las páginas de Aurélia, insistir sobre el país sin sol que descubre a medida que la Noche lo acoge: “Todos sabemos –escribe Nerval - que en los sueños no se ve jamás un sol, aunque a menudo se tenga la percepción de una claridad mucho más viva. Los objetos y los cuerpos son luminosos por sí mismos.” También hemos seguido la descripción que Baudelaire nos dio en Rève Parisien de ese país de donde los astros y el sol han sido desterrados:

Nul astre d´ailleurs nuls vestiges
De soleil, même au bas du ciel,
Pour illuminer ces prodiges
Qui brillaient d´un feu personnel.
Una mística, Marie de Valence, en el transcurso de sus éxtasis descubre la luz sin sol esforzándose en hacer pasar con sus palabras un reflejo de ella: “Lo que veía era una cosa sin forma y sin figura y, sin embargo, era infinitamente bella y agradable de ver. Era una cosa que no tenía color y, a pesar de ello, tenía la gracia de todos los colores. Lo que veía no era una luz semejante a la luz del día y, sí, es cierto, aquello esparcía una claridad admirable y de ahí provenía toda la luz corporal y espiritual.”
De esta luz sin sol, Santa Teresa de Avila tuvo igualmente experiencia y trató de hacernos presentir su grandeza:
No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista, y no la cansa ni la claridad que se ve, para ver esta hermosura tan divina. Es una luz tan diferente de la de acá, que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz, que se representa a la vista, que no se querría abrir los ojos después.
“Es como ver una agua muy clara, que corre sobre cristal, y que reverbera en ella el sol, a una muy turbia y con gran nublado, y que corre por encima de la tierra. No porque se le representa sol, ni la luz es como la del sol; parece en fin luz natural, y esta otra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que como siempre es luz, no la turba nada. En fin es de suerte, que por grande entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es
…” (Vida. Cap. XXVIII.)
Así pues, los místicos y los poetas, empleando el método activo o el método pasivo con el fin de conquistar la plenitud de su espíritu, llegan progresivamente a la negación de su yo, a la negación de los valores éticos y acceden a una realidad tenebrosa en cuyo seno la noche y la luz cesan de oponerse.
Sin embargo, tan numerosos acuerdos y encuentros deben ceder ante la diferencia única, pero fundamental, que separa la experiencia poética de la experiencia mística: Mientras que el poeta se encamina hacia la Palabra, el místico tiende al Silencio. El poeta se identifica con las fuerzas del universo manifestado, mientras que el místicos las atraviesa, y trata de alcanzar, detrás de ellas, la potencia inmóvil y sin límite de lo absoluto.
Tal es por lo menos la conducta del poeta mientras no se desvíe del fin que originalmente se ha propuesto: prolongar el universo por el desencadenamiento de las fuerzas creadoras del lenguaje, trayéndole la conciencia de su unidad. Debe ante todo aspirar las fuerzas que constituyen el mundo, antes de espirarlas más armoniosas. Después que el poeta ha verificado que su emoción verdadera no es lo que lo distingue de los otros hombres, pero que un Alma gigantesca, aquella de la que el mundo ha surgido, es, a la vez, la suya y la del universo, llega a hacerse, en potencia, amo de este último y puede actuar sobre su orden. Ladrón de fuego, se debe a sí mismo el realizar su labor de demiurgo. La palabra le es impuesta. Desviarse de ella equivale para el poeta a renegar de la poesía.
Muy al contrario, el místico se esfuerza en dejar atrás las obras divinas para acceder a su fuente original. Su reino no es de este mundo. Que el universo sea considerado como un defecto dentro de lo absoluto, una limitación voluntaria de sus potencias, o un espejismo sin realidad que en nada podría mancharlo, el místico no se detiene en sus prestigiosas apariencias. Si reconoce la vanidad de su propio yo, la de las categorías de bien y de mal, no es sino como una consecuencia del reconocimiento efectuado por él de la irrealidad del mundo de cuya naturaleza participa. De toda la fuerza de su voluntad y de su amor tiende hacia una realidad que no tolera existencia alguna fuera de la suya y d ela que no se puede decir nada sino que es inexpresable. El silencio se hace signo de su acceso al fin que se ha propuesto. Usar palabras a propósito de la revelación viene a ser para el místico traicionarla.
Las fases de la experiencia poética y las de la experiencia mística se desenvuelven paralelamente hasta su cumplimiento, en el que de pronto se separan de todo el abismo que no cesa de oponer el movimiento al reposo, la palabra al silencio.
¿Es posible emitir un juicio de valor sobre la cualidad de estas dos experiencias? Semejante juicio supone la comparación de las realidades relativas frente a lo inconocible absoluto. Sin duda las fuerzas creadoras exaltadas por el poeta en el sentido de una conciencia más perfecta de su unidad están, por su aproximación progresivamente violenta de lo absoluto, en vías de rectificar la fallar armónica que las separa. Pero el mundo de la manifestación del que son soporte, extrae una verdadera grandeza del hecho de que puede, desvaneciéndose, dejar aparecer la realidad pura. La frase con que Mallarmé precede el cuento de Igitur está, en lo que a esto se refiere, llena de sentido: “El mismo, al fin, cuando los ruidos hayan desaparecido, sacará una prueba de algo grande (¿ningún astro? ¿el azar anulado?) del simple hecho que puede provocar la sombra soplando sobre la llama”.
Si todo el valor de la luz está en poder ser apagada en provecho de la oscuridad, no es dudoso que la experiencia cuyas vías abren directamente en plena noche prevalezca sobre aquella cuyo movimiento desde su principio se desvía de ella. La superioridad de la experiencia mística sobre la experiencia poética no puede desde luego ser concebida, si se admite que los poetas fueron cautivados por el sentido de la Noche cesaron de ser poetas. Es evidente que desde ese momento presentaron el signo característico del estado místico que es la suspensión de las potencias. El brusco silencio de Racine o del de Rimbaud, la imposibilidad de expresarse, que fue todo el tormento de Mallarmé, y hasta la angustia de lo indecible manifestada por Baudelaire, son en cierto modo el estigma del estado al que accedieron.
Por otra parte, que numerosos místicos hayan tratado, por el contrario, de violentar las palabras para traducir sus iluminaciones, hace pensar que en la medida en que lo lograron hicieron acto de poetas. Un intercambio perpetuo no ha cesado nunca de establecerse entre estas dos familias de espíritus que quizás no formaban sino una familia en tiempos ya abolidos. Parece que sus comarcas espirituales están demasiado cercanas para que en todo momento no tiendan a unirse. (*)

(*) Fuente: Roland de Reneville, "Poetas y místicos", Revista: El hijo pródigo, México, Año II, Vol IV. Nro 19. Octubre 1944; p.59 a 69; traducción: César Moro (editado con anterioridad en triplov.com/surreal).

martes, 9 de diciembre de 2008

LA DROGA. Poema de Euler Granda.Ecuador, 1935.






La más inofensiva,
la más sana,
la que nunca produjo salpullido a nadie;
la que hasta ahora que yo sepa
a nadie le ha pasmado la alegría;
la pájara,
la pajarita
que nos hizo volar sin ser aviones;
la que a mansalva nos hizo sudar miel,
quedar absortos
hasta sacar en conclusión
que el mundo lo teníamos cogido
como a una lagartija por el rabo.
Ese licor,
o si usted lo prefiere
esa licora
que nos hizo espumear sin ser cerveza,
que nos hizo calor en pleno frío.
La rica,
la pura gozadera
que no daba adicción
ni efecto de rebote
ni sueño dependencia
y así todo al respecto.
La bizca,
la bizcacha,
la tuerta,
la tuertacha
que nos hacía ver todo bonito y de colores
Esa descabellada primavera,
ese frescor sin nombre,
ese aroma sin cara,
esa borracha borrachera
que nos exacerbaba el apetito
para que devoráramos las fechas y las calles.
Esa droga, ese placebo
que no era cocaína,
ni peyote, ni crak, ni L.S.D. ni marihuana;
esa droga que en nada coincidía con un ave
y sin embargo era más ave
que las aves.
Esa destartalada,
esa chúcara fruta
que nos hacía sufrir delirios de grandeza,
alucinaciones, vahídos
y sin embargo teníamos
Más salud que los toros.
Esa recontramuerta,
esa enterrada viva droga de la juventud

viernes, 5 de diciembre de 2008

PALABRAS DEL APÓSTATA. Selección del libro de poemas de José Martínez Sánchez. Presentación de Jaime Mejía Duque.



PRESENTACIÓN



Jaime Mejía Duque





Sea breve o sea extenso, un texto bien escrito produce alegría e invita a la invención (en cambio, una página burda sólo genera emociones negativas). Es la doble ley —ética y estética— de la literatura.


Pero un “buen texto”, como presencia artística real, presupone diversos y exigentes requisitos entre los cuales el talento (creatividad innata) no es sino la condición primaria. El trabajo y la sinceridad del autor consigo mismo son, sin duda, esenciales para la validez del resultado. En suma: la vocación, que reclama plenos poderes, no puede engañarse ni eludirse impunemente.


En este libro de José Martínez Sánchez se trata de poemas en prosa, un género cuya prestancia en la época moderna desciende de Baudelaire; las prosas líricas de éste son tan significativas en el orden de lo bello, como las mejores estrofas de las Flores del mal. Y hacia finales de aquel siglo Oscar Wilde rescató la dignidad del gran modelo, afincándose en el corazón de la leyenda y el mito.


En Colombia, como en el resto de Latinoamérica, esa forma, desde Rubén Darío, ha proliferado por épocas, con éxito muy vario.


Los poemas en prosa que integran Palabras del apóstata, de Martínez Sánchez, en donde la invención nuclear pertenece por momentos al reino de lo insólito, participan un poco también de la modalidad de lo fantástico y paradojal.


El apóstata cuya voz —no exenta de humor— modula tales mensajes desde lo imaginario, no es otro que el Poeta insubordinado contra los tópicos de la sensibilidad y del lenguaje, reflejos de aquella empecinada sacralización del mundo que hiciera posible, aun en tiempos de escepticismo, hermanar la poesía con la religión. Lo cual no impide que en los textos de Martínez Sánchez retornen, como asordinados, algunos temas más o menos tradicionales; sólo que en estos textos —seminarrativos con frecuencia—, ellos han sufrido desplazamientos furtivos. Ahí radica quizá uno de los elementos de la mencionada apostasía.


La calidad de estos poemas, vale decir la inteligencia y el sereno y económico brillo de su lenguaje, en donde las imágenes son portadoras de un pensamiento muy personalizado, hacen del conjunto una creación con méritos propios en el ámbito actual de la poesía colombiana.





***








PALABRAS DEL APÓSTATA
















Y la humanidad, que tan alto había llegado, cayó muy bajo. Lo que antes se había consagrado al alma, se consagraba ahora al comercio.



John Kennedy Toole














JUGANDO CON LA SOMBRA

“Un sueño no es más que una sombra”.


Hamlet

La sombra y yo conocemos mejor que nadie nuestro rumbo. Ambos llegamos al lugar preciso, a veces tarde, a veces temprano, en todo caso dispuestos a ganar la partida. Se hace la luz, y la sombra recobra ante mí la dimensión de los gigantes. En pocos minutos deja los bolsillos de mi alma convertidos en paja de vagabundo. Recorro las calles, esos canales abyectos por donde pasa el vértigo, acoso a los transeúntes y al cabo de las horas torno a reunirme con la sombra. Cuando reina la oscuridad (y es justo lo ganado durante mi ausencia), ella sabe guardar muy bien el lado triste de los arruinados. Los dos comprendemos que un jugador de cartas pierde fácilmente la vida en un ligero movimiento de párpados. Por eso, y de hecho porque estamos condenados a sufrir cada uno su propia derrota, la sombra se conforma con buscar las monedas que aún conservo en mi bolsillo









EL PRINCIPIO DE HERÁCLITO


No quiero una legión de muertos en mi casa. Para qué, si el río de Heráclito llama la tempestad. Las casas de madera suben hasta las últimas copas de los árboles, millones de cuerpos de todas las edades lanzados por la ventana del olvido, tormentas eléctricas brotando del cielo... No quiero una bandera ensangrentada a la hora de contemplar el cenit. Para qué, si el río fluye inexorable por las arterias del hombre. Que los jinetes del Apocalipsis no vengan a mi aposento. Prefiero al escolarca de Citium con su mirada de ganso dirigida al pórtico de los estoicos. No permito que me hables de esta edad oscura, cuando la muerte avanza sobre las calles del único país que habitas.















EL PUNTO Y LA LÍNEA

“La segunda dificultad está en la esfera misma”.


Julio Cortázar


Y quién dijo que un hombre, por muchas vueltas que dé, regresa al punto de partida. Si todo punto se aleja infinitamente de sí mismo, si ni siquiera la imagen del punto concéntrico constituye una base firme para la multitud de imágenes reflexivas, cómo puede el hombre seguir la trayectoria de la luz que fenece. Suponiendo que el problema llegue a un punto insoluble, no sobra llamar a los cartógrafos para que nos iluminen con su entendimiento. Que saquen los esferogramas y nos digan, de una vez por todas, dónde está el corazón del hombre en este fin de siglo.











CONVERSIÓN


La hormiga, un verdadero despliegue filosófico. Entre la pata de la mesa que sostiene el codo y la extremidad donde espera el vino, un tramo recorrido. No tienen razón los detractores de Aristóteles cuando desconocen la profundidad de la hormiga. Ni Zenodoto de Efeso, más conocido como bibliotecario de Alejandría, pudo evitar esa mirada a la hora de comparar, variando un poco la costumbre de Eratóstenes, el mitógrafo, ese ritual del punto en movimiento. La cuestión se complica si en vez de volcar el vaso de vino nos convertimos, de pronto, en el escarabajo de Kafka.












LEVIATÁN


Si quieren saber de mí, busquen a un ser oculto en los escombros. En la inmensa extensión, tal vez arrasado por el último vendaval de sierpes aladas, debajo del Vesubio de lava y ceniza, o junto a los papiros olvidados por el fuego en la biblioteca magna. Si quieren saber de mí, abran las puertas de mi templo. Un aullido de olas furiosas dará cuenta de sus actos.










ESTÉTICA


El demiurgo me escribe desde la otra orilla, sentado en su trono de cristal, convertido en constructor poseso de castillos de arena. Yo, desencantado, arrojo la pluma a la superficie de mi naufragio.












MANOON



Para llegar a Manoon debes visitar tres veces el mismo templo. La primera sentirás el sonido de la palabra en la punta de la lengua, mantra, vida. Será la inocencia donde la energía del mundo actúa como seducción de otros universos. Cualquier mínima alusión a la verdad que buscas te lanzará al principio, allí donde el germen reseco empieza a desvanecerse. La segunda vez estarás en los túneles secretos de la pirámide. Verás la oscuridad de la duda, la lucha intensa de las sombras en las cavernas del miedo. Empezará para ti el viaje interminable, la tercera visita al gran templo sagrado. Sólo de cuando en cuando advertirás un orificio por donde se insinúa la luz. Manoon está al otro lado, mirándote con el único ojo que le sirve de guía.












DICEN


Dicen los pasados hombres de letras, tan distantes como la fecha de edición indica a la vuelta de la segunda hoja del obituario, que los antiguos letrados practicaban artes adivinatorias. Dicen que si los antiguos creadores de imágenes soñaban con una pantera irreal, ello no quería decir que estuviera viva, menos aún asediando a las mujeres del rey, sino que la imagen de su escritura parecía tan perfecta que no les quedaba alternativa distinta a predecir el futuro. De cualquier modo podían convencer al emperador sobre la conveniencia de redoblar la guardia en las tiendas de campaña. Lo que a la postre no admitía duda alguna era la ausencia de una lengua apropiada para reconocer el origen de la imagen soñada.












PALABRAS DEL APÓSTATA



Sentir crujir el cobre como moneda falsa. Sentir caer el vino a los pechos de las bailarinas de Río, las especias, una que otra alhaja en la feria de la vanidad. Sentir el viento renovado en la cima de cualquier montaña, lejos del condominio estéril, del inútil edicto. Apóstata al calor de los leños, descendiendo por mi propia grieta hacia el abismo sin fin. Como fiera sangrante me repliego a los lindes junto a mis antepasados, y de nuevo seré libre entre los riscos del Ande. Allí estaré, una heredad mejor no es lícita para los beduinos.












PAÍS DE POETAS

A Guillermo Valencia, in memoriam.


Vengo de un país atrapado en las formas. En sus casas y parques hay hombres de alegría insaciable, como de niños perversos en la puerta de la escuela. No recuerdan los viejos el canto de la mujer amada, ni saben las abuelas de aventuras con insomnes piratas. Han escrito entre todos un poema para honrar la memoria de los muertos. Al curioso que desee conocer a fondo ese país, yo le recomiendo visitar el cementerio a la hora en que los auténticos poetas se disponen a revolcar el follaje. Debe cuidarse, eso sí, de sacrificar un mundo para pulir un verso.










BASILISCO


Uno quisiera emprender la ruta por donde escapa el basilisco: fuego o pluma de faisán, manantial cósmico soñado por los Mayas. Uno quisiera estar dotado del poder de la roca para capturar la huella del objeto móvil. Si pudiera recobrar el tiempo como aquella serpiente que se devora a sí misma, sin duda vería una explosión próxima a la felicidad viviente. A escasos centímetros de la desaparición final, mis ojos —los grandes ojos de mis hermanos muertos— verían por última vez a un niño buscando el poder del fuego que se tragó al basilisco.




LOS AMIGOS

De todos los amigos, hay quienes aman al que se encuentra lejos. No dispone de ejércitos guerreros contra el poder omnímodo de la risa, ni toma la espada cuando los pequeños triunfos anuncian la derrota. No hacen como Alejandro el Grande con la luz de los ciegos, porque su noción de claridad borra el espectro de la última estrella. Amigos hay de todas las formas y tamaños. Ellos quieren al hombre postrado en carne viva. De mis pocos amigos, yo prefiero al que no muerde la mano cuando entrego la pluma.



***



José Martínez Sánchez nació en Aguadas, Colombia, en 1955. Premiado y seleccionado en varios concursos nacionales de cuento. Premio nacional de cuento Fundación Testimonio, 1984. Premio nacional de Literatura Infantil, 1990. Mención de honor en el certamen internacional de cuento del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1998. Ha publicado cuatro libros de narrativa, así como poesía y ensayo en suplementos y revistas literarias, entre ellas Prometeo, Punto Seguido, Mascaluna, Unaula y Universidad de Antioquia. Incluido en la muestra de autores hispanoamericanos preparada por la revista Letralia, de Venezuela. Aparece en las antologías mexicanas Abrevadero de dinosaurios y Perros melancólicos, dirigidas por Eduardo Villegas Guevara, 2008.

domingo, 9 de noviembre de 2008

miércoles, 29 de octubre de 2008

ANÁFORA DEL AGUA . Libro de poemas de Liderman Vásquez.





¡Almas de los que he querido, almas de los que he cantado, fortalecedme, alejad de mí la mentira y los vapores corruptores del mundo! ¡Y tú, mi señor y mi Dios! ¡Concédeme la gracia de producir algunos versos hermosos para probarme a mí mismo que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a aquellos que desprecio!

Charles Baudelaire



ORACIÓN

Hemos abonado la tierra
y al cielo azul dirigido
nuestra más limpia mirada.

¡Oh señor!, que estas semillas germinen,
que los troncos se alcen sobre la tierra,
que hojas y ramas busquen anhelantes
el cielo azul donde hoy hemos mirado.

***

LA PRIMERA PALABRA

Debió nombrar algo sencillo y maravilloso:
un pájaro, una flor roja alumbrando lo que
todavía no era el camino, el cielo azul un
día de la prehistoria, la tibia sangre del ciervo
entre los dedos, un sueño…
Debió ser escudo contra el peligro, medicina,
puente entre la vida y la muerte, canto de guerra,
música, paraíso…¿Cómo pudimos olvidarla?

***

ALEJANDRO DE MACEDONIA FRENTE AL CADÁVER
DE SU AMIGO HEFESTIÓN

Hoy llegó la muerte a mi tienda. Vino a recordarme
que todo imperio está hecho de tiempo. Las aguas que
recorren la tierra se detienen por un instante en el
hombre y un día se retiran: somos un periplo del agua.
Porque sé estas cosas he dominado el mundo.
Una ciudad de Egipto lleva mi nombre. Amo a todas
las mujeres y a una. Soy excesivo en todo. Cuando el
primer pájaro rompa el silencio del alba
enviaré mensajeros a todos los rincones de mi reino:
Que las crines de todos los caballos sean cortadas.
Que el mundo sepa que estoy triste, oh Hefestión, amigo.


***


CÉSAR SE CUBRE CON LA TOGA

Los serviles y gregarios
buscan siempre la sombra del poder,
allí se sienten seguros.
Julio César vivía rodeado de aduladores,
de necios que repetían los lugares comunes
de que está hecho el poder.
Esa música lo reconfortaba,
le recordaba que era César.
A veces, por alguna oscura razón,
César cae en desgracia y un puñal
se hunde en su cerviz.
Las manos que tantas veces se humillaron
empuñan las espadas
y César se cubre con la toga.


***

TERSITES

¿Era realmente así Tersites
como lo pinta Homero en el
segundo canto de La Iliada
o era un espíritu disidente
en un mundo donde la autoridad
de los reyes era incuestionable?
Bizco, jorobado, de cabeza puntiaguda
y rala cabellera: El hombre más feo
que fue a Troya. Así describe Homero
a este griego capaz de desafiar
la arrogancia de los poderosos.
Acaparador, injusto, miserable...,
todo cuanto dice de Agamenón es cierto
—lo podemos comprobar leyendo
el primer canto— y sin embargo
sus palabras no tienen eco entre los aqueos.
Desde los albores de la historia
la voz de este hombre nos recuerda
que el poder de los reyes se sustenta en
la iniquidad, en la miseria del pueblo.
Entonces aparece Odiseo, ese Jefe de Personal,
y descarga su mazo sobre el valiente Tersites.

***

MONEDAS

Soy un coleccionista de monedas.
Las miro de tarde en tarde, las pulo, les
saco brillo. Monedas con las que he pagado
el amor, la amistad y los escasos momentos
de felicidad que he robado a la vida.

Ésta, por ejemplo, la utilicé para pagar
a una mujer que me ofreció su cuerpo y su alma.
En su única cara está acuñada la imagen de Narciso
persiguiéndose eternamente en el espejo.

Ésta otra, tangible y dorada, fue con la que mi amigo
Saúl sedujo a las puticas de Amsterdan: En una de sus
caras la estatua de la libertad espera en una esquina de
Wall Street con una minúscula cartera debajo del brazo.

Para pagar a los amigos, esta moneda con la imagen de
Dionisos: El dios tebano, rodeado de Ménades y de
Sátiros, sonríe ante el cuerpo despedazado de Penteo.

En el abismo de mi mano
una moneda que no he visto nunca.
Sé que en el último momento veré su única cara
y podré saber si he merecido
este fugaz instante de la muerte.

***

PUELAE

Crecen, se redondean.
Calladamente maduran
como frutas en el bosque.
Se toman las aceras
con sus cabellos húmedos,
alto el borde de las faldas
¿Qué época, que ciudad no las conoció?
Por una muchacha ardió Ilión.


***

ANÁFORA DEL AGUA

El agua apresada en una página de Whitman, y que,
viéndolo bien, es el río de su mirada mojando los
cuerpos de esbeltos muchachos,
El agua azul de las fuentes que conoció la salvaje
intimidad de la bella Artemis,
El agua de los sueños que nos arrastra todas las noches
lejos del tiempo y el agua de la vida cotidiana
que nos devuelve a la muerte,
El agua que cayó sobre Atenas, Roma, Sodoma, Jerusalén...
El agua que se esconde en tu cuerpo y que yo miraba en el
fondo de tus ojos,
El agua que conquistaron los argonautas y que Medea
daba a Jason, agua encantada,
El agua de las sandías y el agua de las muchachas,
La circunspecta H2O que desde el fondo de los tubos
de ensayo sonríe a hombres también circunspectos,
El agua sucia de humanidad, que se arrastra, amorosa,
como la putica de la canción que sólo se entrega por amor,
El agua de la uva, donde palpita la embriaguez,
El agua que Tántalo no podrá saborear jamás,
El agua que mojó los jardines colgantes de Babilonia,
El agua que vieron los espantados ojos de Heráclito,
El agua que cantó Saint-John Perse: agua salada
y turbulenta del deseo, agua que gime
en el furioso clímax de la mujer,
Las aguas del Leteo, que nos ayudan a olvidar
que en un remoto lugar de la historia
fuimos asesinos, parricidas, mendigos,
sabios, reyes, verdugos, mártires
y los muchos nombres con que solemos
bautizar nuestra triste miseria.


***


PARIS (tercer canto, Iliada)

El alba besa la tierra,
los pájaros cantan.
Hoy no quiero combatir.
Sé que ante los ojos de mi padre soy un cobarde.
Sé que la espada de mi hermano es terrible bajo el sol,
pero aún así me quedaré.
¡Ah... Helena, hija de Zeus!
Que esta absurda guerra que tanto
divierte a los atridas
sirva de música de fondo a nuestra
batalla amorosa.


*


PARIS (tercer canto, Iliada)

Afuera el sol escribe la crónica del día
y a mis oídos llega el lejano fragor de la guerra.
Hoy estás más hermosa que nunca, hija de Zeus,
y tu cuerpo emana ese olor de las muchachas en sazón.
Ven, desnúdate a mi lado
y entreguémonos a las dulces caricias.
Que los Atridas emulen a Heracles y hagan rugir el bronce.
Para ellos la gloria de la espada, para mí el dulce aroma
de tus secretos lugares. Ven, hermosa muchacha,
entreguémonos a los juegos de Adonis.


***

ACUARELA

Es joven y fuerte y afortunado.
Tuvo la suerte de toparse con un reino
mientras huía del destino.
Tebas, la ciudad da las siete puertas,
la tierra de Cadmo, de Dionisos,
lo acogió como al mejor de sus hijos.
A su lado yace Yocasta,
esa mujer inflamada por el deseo
y sabia en las caricias. Otro enigma.
Un pezón morado asoma
por entre el borde de la túnica
y Edipo se inclina para besarlo.
La ciudad abre sus puertas
y comienza un nuevo día.


***


CON LAS ASCUAS DEL INSOMNIO

La noche cae como sombra sobre la tierra
y los hombres se retiran, algunos a soñar,
otros, a sentir el peso del tiempo sobre sus
lábiles hombros ¿Qué oscuro secreto comparten
quienes atraviesan la noche con las ascuas del insomnio
escociendo sus ojos?
El día los vomita nuevamente a las calles
y seguramente se miran sin reconocerse.
Pero la noche llega puntual como un torturador
que busca arrancar el secreto a su víctima
y algunas mañanas, sobre pedazos de papel,
quedan versículos extraños que hablan del tiempo,
del amor, de la muerte


***


EL CONDENADO

Hombres, mujeres, ancianos
y niños llenan esta plaza donde
en breve la espada del verdugo
cortará mi cabeza. La multitud
luce alegre. Un niño, trepado en
los hombros de su padre, me mira.
Su mirada es limpia como el cielo
de este día. Más allá, en la cima de
la colina, un viejo árbol, quizá un roble,
menea suavemente sus ramas.
Pido a Dios, si lo hay, que borre
todos mis recuerdos, que ese árbol
y la mirada de ese niño, sean mi
único equipaje hacia la muerte.


***


COMO UN PEZ FUERA DEL AGUA

Me muevo en la vida
como un pez fuera del agua
y soy más callado que una tortuga,
callado hasta la exasperación.
Escucho las sandeces de los
seguros de sí mismo, necios
a quienes el mundo no talla.
Voy por la vida como un pez fuera del agua
y a veces, en sus márgenes,
dejo pequeñas glosas,
garabatos en una lengua que apenas entiendo.


***


AL OÍDO DE LOS SORDOS

En el cementerio Pére Lachaise
yacen hombres ilustres.
Sé que en la tumba de Balzac
hay siempre flores frescas.
Mujeres hermosas
que hablan lenguas extrañas
se toman fotos y sonríen.
Cuatro pasos más allá
hay una lápida llena de maleza,
olvidada. Es la tumba del "príncipe de
Aquitania"
Garard de Nerval,
talvez nunca te regalemos una flor,
pero algunas noches,
de este lado del Atlántico,
hombres borrachos susurramos tu nombre
al oído de los sordos.


***

SEGUNDOS DE TERROR Y ALEGRÍA

Sabía que ese hombre,
al cual admiraba infinitamente, había muerto.
El periódico publicó un mezquino obituario.
Pero hoy, entre la multitud, vi el inconfundible bigote,
la amable presencia, y un segundo de terror
y alegría me estremeció.
Igual terror debió producir Lázaro
en quienes le vieron retornar de la muerte.
Imagino al resucitado vagando, solo, por los caminos.
¿Quién querría hablar con un muerto?
Sucesos como este derrumban
el cielo melifluo de nuestras certezas
y nos recuerdan nuestra vana carrera,
nuestra condición de muertos próximos a nacer.


***


***

EL MAR

Mi infancia está en el mar y en un pequeño
pueblo sin iglesias. ¿Para qué las iglesias
si está el mar murmurando sus terribles plegarias?
Muy de mañana los hombres iban a la playa a mirarlo
y los muy viejos tenían los ojos color miel.
Las mujeres alimentaban los fogones con leña salada.
Todo sabía a mar. Desde pequeñas recibían ese humo
salado y muy pronto había senos duros
saltando bajo las blusas. Pero seguían siendo niñas
por unos días hasta que el mar maduraba dentro de ellas
como un vino largo tiempo añejado.
Entonces alguien se las tomaba, se las comía.
Mi infancia, y el primer dolor, están en el mar.
Para recordarlo, no para habitarlo, nos dieron el paraíso.
Ahora vivo en una ciudad que no amo, lejos del mar,
y quisiera estar allí, no como un turista
sino como un hombre que mira el horizonte
mientras en las casas las muchachas, frutas de mar,
maduran como el vino.


***


OFELIA

Ofelia se entrega al agua
y la mano de Dios la guía
para que la muerte,
la irrepetible muerte,
tenga el efecto de un tapiz
de pétalos exánimes
que el agua apenas acaricia.


***

DESDE TROYA


Una misma ola por el mundo, una misma ola desde Troya
Menea su cadera hasta nosotros.

Saint-John Perse


***


***

ANTINOO (Pretendiente de Penelopea )

La cortejé de todas las formas posibles:
con regalos, con palabras que parecían inventadas.
Sacrifiqué hermosos toros a Afrodita,
derramé libaciones, dije su nombre dormido
para que los dioses me escucharan.
Nada la conmovió:
Como Ilión es el corazón de Penelopea.
Entonces la tomé por asalto, la devasté.
Todavía había lágrimas en sus ojos
cuando su lengua, húmeda y sabia,
se deslizaba por mi vientre.


***

EURÍMACO (Pretendiente de Penelopea)

Sabrosa es Melanto
porque en ella se conjugan
ardor y juventud,
mas Penelopea, la reina,
es como esas frutas
que han madurado solas
en el árbol y están a punto de caer.
No hay grupa igual a la suya,
ni labios, ni muslos, y en el lecho,
Penelopea deja de ser reina
y se convierte en esclava.


***

ANFÍNOMO (Pretendiente de Penelopea)

Viene como el agua, se vuelve sinuosa
en los recodos y su risa se oye, cantarina,
como la fuente de Aretusa.
A todos cautiva con su gracia y, como
las malas hierbas, en todos arraiga.
He besado sus labios, su cuello, y cuando
he intentado hurgar bajo su peplo
me ha rechazado. Es por eso que me desfogo
en las esclavas, las poseo con desesperación,
con rabia, y en el clímax de mi deseo grito
su nombre: Penelopea.


***

EURIDAMANTE (Pretendiente Penelopea)

La bella Perséfone vuelve a la luz con
un cesto de fragancias que esparce
como semillas de vida. Se siente el
olor de la primavera. Que se vacíen
las ánforas, que las palabras, extrañas
criaturas inmateriales, sean cantadas, y,
sobre todo, que el cuerpo de Penelopea,
embriagado en el ardor de la primavera,
exhale el fuerte aroma de la carne que
se consume a sí misma en el deseo.
Otra vez, hermosa hija de Icario, nos
ayuntaremos en la tibia noche.


***

AGELAO (Pretendiente de Penelopea)

Nunca he visto a las Ménades,
mujeres ebrias de furor, insaciables.
Escuché una vez a un aedo cantar la furia
de Dionisos y el estro arrebatador
de las mujeres de Tebas. La luna era roja
y las muchachas, antes dóciles doncellas,
huían a los bosques, se volvían Ménades.
Todo transcurría con la naturalidad de una hoja
que cae: se escuchaba el ir y venir de la lanzadera,
el golpe del hacha sobre el tronco de la vieja encina.
Hasta que aparecía en la cara de las muchachas,
antes dóciles doncellas, la expresión de quien
ha mirado el fuego por mucho tiempo
y abandonaban la rueca
y lo que estuvieran haciendo y corrían desnudas
al bosque inflamadas las entrañas, aullando de furor.
He visto en Penelopea esa mirada.


***

LEODES (Pretendiente de Penelopea)

Todavía es temprano para hacer vaticinios.
Hace apenas tres años las naves griegas
partieron llenas de jóvenes guerreros.
Ilión resiste. Penelopea me ofrece sus manos:
—Escudriña el destino, dice—.
Yo las acaricio con las yemas de mis dedos
y su cuerpo tiembla. Veo el deseo de esta mujer
rugiendo en sus entrañas como fiera enjaulada:
Ilión es de piedra y tú eres Penelopea,
una muchacha que duerme sola en las noches.
Abandono sus manos y ella sonríe entre feliz y triste.
Tócame, Leodes —dice.


***


ANFIMEDONTE (Pretendiente de Penelopea)

Todos se fueron al puerto
porque tres naves fenicias
cargadas de esclavos y de rumores
habían llegado esa mañana.
Yo me escabullí al palacio de Penelopea.
Dormía. Sus pechos se movían levemente al respirar.
Estuve un rato contemplando el cuerpo semidesnudo:
La rubia cabellera, abundante, regada en el amplio lecho
como una eclosión de crisantemos, el peplo recogido
a la altura de las rodillas, los largos muslos...
Recordé un vaso ateniense con la imagen de un toro
lamiendo el sexo de una ménade que yace dormida
sobre el follaje.
Esa mañana fui Antinoo, Icmalio, Agelao, Eurímaco...
Esos nombres me dio Penelopea. Nunca dijo el nombre
de Odiseo.


***


LEOCRITO (Pretendiente de Penelopea)

Mucho de agua hay en ella: es ligera,
siempre joven, y a veces se torna turbia y profunda.

Por algo es hija de una náyade.

He gozado a la Penelopea transparente y turbia
y a la que es profunda y oscura como el mar.

En las tres he sido náufrago.


***

CTESIPO (Pretendiente de Penelopea)

De todos es a mí a quien prefiere.
Y me gusta mucho cuando en la oscuridad
del alba, entre dormida y despierta, me busca.
No puedo ver su rostro, sólo escucho la música
de sus entrañas ¿Donde están las mujeres cuando gimen?
Es evidente que no están con uno.
¿Dónde están viejo Tiresias?


***


EURÍADES (Pretendiente de Penelopea)

Soñé con el agua que corre,
agua que brota de la tierra
y baja torrentosa hacia los valles.
Había un tranquilo remanso
y en el fondo del agua vi mis ojos
y en mis ojos el tiempo. Tuve miedo al despertar.
El alba era un fino manto de suave
claridad sobre el mundo y mi corazón
una brasa. Estoy atrapado en las finas redes
de Penelopea. He perdido mis ojos.


***

EURÍNOMO (Pretendiente de Penelopea )

Era un niño cuando las naves partieron.
Toda Ítaca estaba en el puerto. Las mujeres
lloraban, los ancianos derramaban libaciones.
Mi hermano, de incipiente barba,
parado en la proa de una nave, sonreía.
Dicen que Penelopea miraba impasible
el horizonte. ¡Si supieras, oh Antifo,
la guerra que vivimos en Ïtaca!


***

PISANTRO (Pretendiente de Penelopeaa

Los hombres que no fueron a Troya
están en Ítaca. Toda la Hélade:
hombres criados en Pilos, Lacedemonia,
Corinto...
Quieren compartir el lecho de Penelopea.
Sin palabras, sólo con mi silencio,
la seduje. Mas aquella tarde, mientras gozaba
de su cuerpo, un dios me susurró palabras
sucias que gustaron a Penelopea.
Quémame con tus palabras,
atraviésame con tu lanza,
dime perra. Estas cosas, y otras,
me hace decir Penelopea


***

FEMIO (Aedo)

Mucho oro y tres hermosas esclavas
ofreció Odiseo, rey de los itacenses,
a cambio de mis servicios. Sin mucho esfuerzo
imaginé el canto de las sirenas, la belleza
de Calipso, el único ojo de los Cíclopes,
las mil formas de Proteo... Pero imaginar
a Penelopea tejiendo y destejiendo la mortaja
del viejo Laertes, aplazando con esta estratagema
su entrega a alguno de los pretendientes significó,
para esta pobre imaginación, un esfuerzo desmedido.
Nunca se borrará de mi mente el día en que,
cantando los amores de Ares y Afrodita,
la bella Penelopea, a mi deseo sediento se ofreció
como agua.


***


DESDE MACONDO



EN TIERRA DE CIEGOS

Ahí viene el tuerto con su corte de ciegos.
Él mismo, con un ojo medio bueno, es casi
un ciego. Lo veo venir metiendo mano a las
ciegas, pajeándose en mitad de la plaza. Mete
mano a diestra y siniestra y a veces, por error,
toca el culo que no es, un culo de ciego.
Viene pajeándose, agitando su ridículo apéndice,
mientras el reino se hunde en la oscuridad.


***


MONÓLOGO DEL CORONEL
AURELIANO BUENDÍA

En qué lugar del tiempo vives
mi pequeña niña madre, mi dulce Remedios.
Conquisté tu corazón, todo un país de amor
que la muerte convirtió en recuerdo.
La guerra me ha hecho cruel y mis amigos
son virtuales traidores a quienes no dudaría
en fusilar. Yo mismo me vuelvo recuerdo, muero
un poco cada día. Todo indica que al amanecer
seré ejecutado, mas los signos de la muerte
no aparecen. Sólo veo a un niño
asido a la mano de su padre
y el olor de los geranios ardiendo
en el eterno estío de Macondo.
Siempre, a despecho de este rostro
labrado por la guerra, seré el niño asustado
que mi madre no encuentra, el hombre niño
que un día sintió el desaliento del amor
al mirarse en tus ojos.


***

JOSÉ ARCADIO BUENDIA IGUARÁN

No podía apartar de mi mente
el cuerpo desnudo de Úrsula, mi madre.
Por eso huí de Macondo.
Por cada mujer grabé en mi cuerpo un tatuaje
y la imagen de Úrsula se fue borrando.
Cuando no hubo más espacio
en mi piel volví a Macondo.
Nunca amé a nadie. Me gustan
las mujeres esmirriadas,
pálidas como la luna cuando sale de día.
La idea de que voy a desbaratarlas
con mi furia es lo único que me atrae.


***


JOSÉ ARCADIO BUENDÍA
(Hijo de Pilar Ternera)

Me gustan sus labios carnosos
y su culo redondo como un totumo.
Me gustan sus tetas, sueño con ellas —Los hombres
de Macondo dicen que sus pezones son grandes
como ciruelas. Las palabras sucias que dice,
su olor de hembra caliente.
Hoy la toqué y parecía asustada,
ella, que se ha acostado con todos los hombres,
parecía asustada de mi deseo, escandalizada.
La puta más puta, Pilar Ternera.


***


UNOS AÑOS DESPUÉS DE LA VIOLENCIA PARTIDISTA

La calle era ancha y al final un bloque de casas,
como un delta, la dividía.
Para los niños el mundo era simple y maravilloso,
las mañanas eran frescas como el pan.
De vez en cuando un borracho
gritaba vivas al Partido Liberal
y no había sangre ni insultos.
En una de esas casas, en el delta, vivía una puta.
Usaba faldas cortas y el viento,
en perfecto acuerdo con ella,
alzaba levemente los bordes,
dejando ver el comienzo de de las nalgas,
jóvenes, allí donde la piel se torna prieta.
El señor Rufino espiaba desde su mecedora,
quería ver más. Su cara parecía llena de odio,
pero no era odio, era el deseo animal, irracional.


***


EL LECTOR QUE YO ERA

Una sombra espesa cubre mi corazón.
Estoy triste por la muerte de mi amigo
Robert Jordan, caído en combate durante
la Guerra Civil Española. He caminado
por estas calles de mierda con un nudo
en la garganta. No sé si he gritado, pero
la gente me ve y siento que mi rostro les
da miedo. Tengo veinte años y fumo muchos
cigarrillos y estoy flaco como un gato
sin dueño. Hoy vivo la vida con rabia.
Pienso en María, esa muchacha torturada
y violada por los fascistas que atraviesa
las entrañas de la guerra como una mariposa,
una muchacha a quien la guerra ha embellecido.
¡Oh viejo Jordan, amigo!, si la hubieras
encontrado por las calles de una ciudad apacible,
o saliendo de una boutique, o haciendo las cosas
que normalmente suelen hacer las muchachas.
Pero ella estaba en pleno corazón de la guerra
con su cabeza rubia rapada brillando al sol
y tú recorrías los caminos de España
con un morral lleno de explosivos.
Hoy vivo la vida con rabia.
Cuando el policía me ha pedido papeles
he mostrado mi cara de odio y he gritado:
fascista hijo de puta.
Entonces empiezan a golpearme.
En el interior de la patrulla me insultan
y también me golpean.
Ellos no pueden saber de mi tristeza,
ni de mi amigo Robert Jordan,
caído en combate
durante la Guerra Civil Española.


***

ERA DIFÍCIL LA AMISTAD CON ESE POETA
A Raúl Gómez Jatin

¿Cabrá en un poema este día luminoso?
Las hojas, el viento, la muchacha del vestido
blanco abriéndose paso entre los cuerpos sudorosos,
el hombre de la llaga,
el ciclista a quien la muerte no encuentra...
Hace años lo busca, pero él pasa veloz como una bala.
La muerte buscándonos durante ochenta años
y de pronto nos encuentra en un hospital,
o en un parque recordando con otros viejos
lo bueno que era tirar. ¿Qué seríamos si supiéramos que la
muerte no nos ve?
Quizá Alejandro Magno, Hitler,
Julio Cesar, y tantos hombres bajo cuyos pies
corrió la sangre, se sintieron no vistos por la muerte.
A otros en cambio la muerte los ve
desde que nacen y los deja vivir por unos días,
por muchos años.
Ellos crecen sabiendo que
la muerte los ve, tiran sabiéndose vistos por la muerte
y anotan todos sus polvos en un viejo cuaderno
y al frente del polvo el nombre de la chica.
Mi amigo Gabriel
se tiraba a las dos hermanas de su novia,
a sus tías y a las hijas de sus tías,
pero su mirada era triste como un poema de
Cesar Vallejo.
Un día me dijo: viejo Lee, nada tiene sentido,
me voy.
En el aeropuerto estaban todas sus tías,
sus sobrinas, las hermanas de su novia, la esposa de X.
¡Cuánto lo amaban¡
¡Pobre Don Juan, tirando con la muerte encima¡
O somos como el ciclista que pasa veloz
por entre los carros, sabe que la muerte no lo ve
y lo único que se le ocurre
es coger su vieja bicicleta.
Justo en esta esquina, La Playa con El Palo,
vi por primera vez al poetaloco.
Se veía que
la muerte lo miraba desde niño.
Él sólo quería tirarse a un muchacho
de vez en cuando y de vez en cuando
escribir un poema, pero la vida exige demasiado.
El poeta se fue volviendo viejo y perdió
los dientes, y los efebos de la ciudad
no lo miraban. Se paraba en la esquina
y pedía dinero a la gente.
Alguna vez dejé un billete
en su mano y me alejé...
Era difícil la amistad con ese poeta.
La muchacha del vestido blanco
tiene bonitas nalgas que suben y bajan
al ritmo de sus pasos.
Si fuera posible grabar el deseo de todos
los hombres que la miran
estaría desnuda, abriéndose paso
por entre los cuerpos sudorosos,
por entre el ruido de los carros.
Quizá cuando llegue a su casa
se desnude para nadie en el baño y deje correr el agua,
y la soledad —a veces las muchachas bonitas están solas—
la haga cerrar los ojos y fantasear con el hombre feo
que le sacó la lengua como si saboreara una fruta jugosa.
La vida es así.
Hasta que la muerte le sonrió al poeta,
primero sólo lo miraba desde lejos, pero un día
le sonrió y el poeta se abalanzó sobre ella.
Dicen que en el lugar quedó un charco de sangre.
Los amigos del poeta estaban muy tristes,
se sentían culpables
¿Culpables de qué?
La amistad con ese poeta era difícil.
O puede que la muchacha tenga su marido
y una vez cierre la puerta empiecen a tirar
como en las películas,
como tirábamos Paula y yo hace años.
No importaba la comida, ni el futuro,
sólo tirar y tirar como si la muerte
nos estuviera mirando,
como tiró el poeta con la muerte.
El viejo himen de la vieja muerte
quedó en el pavimento, frente a la India Catalina,
en esa horrible ciudad donde los pobres parecen más pobres.