Biosfera poética con paisaje
El espíritu de gaia, la Naturaleza, nos llama a vestirnos con sus ropajes
de verdes transparencias, de frescas emociones, de líricos acordes resonando en
las copas de los árboles; nos invita a desintoxicar nuestros pulmones
llenándolos de aromas esenciales de cálida armonía. Abrazando árboles, el paisaje nos
cubre con su mágico encanto.
Como objetivamente afirma “Red Crow” Westermann, indigena Sioux, “Nuestro ADN está hecho de lo
mismo que el ADN del árbol. El árbol
respira lo que nosotros exhalamos.
Cuando el árbol exhala, nosotros necesitamos lo que el árbol
exhala. Así pues tenemos un destino
común con el árbol”.
Escuchemos, para comenzar, una “voz
manchada de paisaje”, una voz llena de gaia, el espíritu de la Naturaleza; es la voz de Aurelio Arturo, un poeta
enmarcado en un destino común con el paisaje,
el poeta más silencioso y lejano que haya dado la literatura hispanoamericana.
Nacido
en La Unión, Nariño (1906), un pueblo perdido del sur de Colombia, Arturo es un
poeta, que en estrecha armonía con la naturaleza, le canta al paisaje.
"Este verde poema,
hoja por hoja,
lo mece un viento
fértil, suroeste;
este poema es un país
que sueña,
nube de luz y brisa de
hojas verdes."
En 1963 publicó su único libro de
poemas “Morada al Sur” con el que
obtuvo el premio nacional de poesía "Guillermo Valencia", otorgado
por la Academia Colombiana de la Lengua. Fundó y dirigió la radio-revista
literaria Voces del Mundo, donde estimuló generosamente a los jóvenes. Viajó a
Estados Unidos y tradujo poesía especialmente de contemporáneos de habla inglesa.
Muere en Bogotá, en el año 1974. He aquí
una de sus más bellos y aleccionadores poemas, titulado precisamente:
PAISAJE
Mira,
mira estos campos que por nada
te
ofrecen su extendida cosecha de belleza.
Mira
el alba desnuda bajo un arco de ramas,
un
pájaro de aire y en su garganta un agua pura.
Mira
el duendecillo de luz en toda línea.
y el
día, rubio jayán, vestido sólo de hojas.
(Que
el alba rosa la vista nupcial la transparencia.
(Que
el blanco día lo vistan sólo las hojas verdes).
El
cielo, con su silbo azul, pastorea nubes,
y la
atmósfera canta las canciones dispersas
de la
luz, de la luz innumerable espada.
Hace
siglos la luz es siempre nueva.
Pon
ternura de amor en tus ojos, tú que cruzas,
que
cruzas leguas, leguas,
siempre
en tu hombro el cielo con su gorjeo infinito,
y dos
hojas vivas sobre la cabeza de tu joven caballo.
Mira
esta inmensa hermosura, este suelto
manantial
de alegrías, esta salud de árboles.
Mira
las montañas embellecidas de distancia,
y las
distancias que lanzan su saeta.
Mira
la tarde de oro que inclina su cabeza
suavemente,
su blonda cabeza en el crepúsculo,
como
una bella mujer sobre un cojín de sedas.
Mira,
mira con ojos puros,
pon
suavidad en ellos, alegría profunda:
caen
ya las primeras lágrimas de la noche.
Antes de emprender una Deliberada Temporada
Terrenal con una poética biosfera descontaminada, reiteremos las
afirmaciones del indígena Sioux: “Red Crow” Westermann:
“Todos somos de la Tierra. Y cuando La Tierra, el agua, la atmósfera, es
corrompida, creará su propia reacción.
La Madre está reaccionando. En la
profecía Hopi se dice que las tormentas e inundaciones se harán más intensas.
“Para mí no es negativo que habrá grandes cambios. No es negativo. Es la Evolución. Si lo miras como evolución, ha llegado la
hora. Nada permanece igual.
“Debes aprender a plantar algo.
Esa es la primera conexión. Debes
tratar todas las cosas como Espíritu.
Darte cuenta de que somos una sola familia. Nunca es nada como “El Fin”. Es como la vida, no hay un Fin de la
vida…
“Todo es espiritual. Todo tiene espíritu. Todo fue puesto aquí por un Creador. El Creador.
Alguna gente lo llama Dios, alguna gente lo llama Budda, alguna gente lo
llama Allah, otra gente lo llama de otras formas. Nosotros lo llamamos Konkachila. Abuelo (Grandfather).
“Más del 95% de nuestro cuerpo es
agua. Para tener buena salud, debes
beber agua buena. Cuando los Europeos
llegaron aquí, con Cristobal Colón, podíamos beber de cualquier rio. Si los Europeos hubieran vivido a la manera
de los indios cuando vinieron, todavía estaríamos bebiendo nuestra agua, porque
el agua es sagrada. El aire es sagrado”
( “Red Crow” Westermann, indigena Sioux)
Paradójicamente, nuestra biosfera
se encuentra tan contaminada y golpeada, como Catherine Clément nos lo advierte:
«Desde hace unos
cincuenta años, la especie humana ya no se limita a rascar un poco la tierra,
ha llegado a la dermis, a la carne viva, y nadie conoce lo que pasará en el
futuro.»
Los hombres y la
Tierra se enfrentan hoy en un mismo combate. El rio sagrado de la india, el
Ganges: es hoy un foco de infecciones. El mar de Aral entre Kazajistán y Uzbekistán: se encuentra
hoy reducido en tres cuartos por culpa de una imprevista irrigación desaforada
de un monocultivo de algodón. La selva ecuatorial: es hoy despoblada de sus
árboles. El Sahel es un desierto fabricado por la mano del hombre, donde sufren
hoy millones de africanos la peor hambruna. Las plantas de residuos nucleares
nos pronostican riesgos devastadores... La Tierra está cansada y todos sus
habitantes lo sufren.
Les propongo con
este ensayo poético un reto para que nos dispongamos a dar vuelos de libertad
cargados de responsabilidad con el planeta, pese al pusilánime pataleo de las
naciones sometidas como borregos al monopolio del Mercado Mundial, esperando
que surja liberado el canto y el vuelo dignificado del Ave Fénix.
Para que no andemos como cometas arrancados
del cielo, desmechados de orla, ignorantes del origen y destino del resplandor
prisionero entre pecho y espalda, no hay
que oponer nuestros cuerpos inermes contra el ardiente estallido de la
contienda, ni salir disparados por la ventana con la casa arrancada desde los
cimientos, como cuando explotan hoy insistentes los vientos suicidas de la
venganza.
- Aunque rujan violentos los vientos de aquilón, austro y boreal y del
nadir y del cenit aniden hordas atrincheradas entre oscuros paredones y
socavones y al soplo encabritado del huracán hiendan los potros salvajes el
chispeante sendero, aún sobrevive delirante el RETO de galopar en ascuas contra
las aspas veloces de los molinos de viento -.
¡Hay que escardar conscientemente los
remotos orígenes del misterio ritual, el cual se hizo lo bastante claro para
anunciarse, retomando la luz conciliadora, con proclamas cordiales frente a los
estallidos de la cólera que cual ráfagas de viento amenazan extinguir la llama
de la inteligencia!
Palabra cálida de argento ancestral, dorada
expresión del fuego, lluvia de Orión, original forma pura de la luz: Con el regocijo cálido de la ternura, la
fuerza intensa de los abrazos y la pasión ardiente de los besos, flameen nuestros
corazones rebozando con demostraciones nobles, amables, cálidos latidos de
distensión, nos urge tornar triunfales de la trifulca, - no enlutados, ni
añublados, despejados del embeleco de estar ensimismados, enajenados,
alienados, reprimidos y veleidosos, envalentonados, presumidos, arrogantes,
egoístas, usureros, facinerosos-, siendo
cultores festivos, fascinados y fulgentes, no tenebrosos. ¡Armados de amor, sin recovecos rencorosos,
predispuestos paradigmas de paz y pulso no alterado, de pleno aplomo,
consolidados, solidarios!. Soldados de
luz, a pesar de nidos y trincheras de hielo y sombra. Estrategas de sí mismos, seguros, no
dominantes, ni desmandados.
Ni rústica, ni torpe expresión atribule la
tribu de nuestro vocabulario, que la fuerza mágica de nuestros argumentos
estimulen la danza y el vuelo de nuestras palabras.
Por la inagotable manifestación espontánea
de la vida sobre el planeta, el mundo siempre estará por descubrir. Disfrutemos libremente del misterio desvelado
de esta edificante temporada terrenal, adiestrándonos felizmente en el arte de
vivir y morir alegremente.
La urdimbre transparencia tibia de la luz
se filtra lentamente hacia el ocaso, acogiendo en su regazo indiscriminado a
conflictivos rebaños y ávidas jaurías, enseñoreando sobre las bestias, el
ardiente sol de los venados.
Por eso y por mucho más, cargo cuerdo un
legado desde las ardientes laderas del Quitasol, azotadas por la criminal
actividad de la piromanía urbana, con la convicción ancestral, que también
albergara plenamente la poeta Pizarnic: "para que no suceda lo que temo,
para alejar al malo, para exorcizar, para conjurar, para curar la herida, la
desgarradura, porque en definitiva todos estamos heridos".
Entre jaranas y jaurías, la alegría rompe
el velo del terror. Arranca espinas y
clavos, rompe yugos y cadenas, la fiesta va a comenzar. Sin ardides ni farsas, el planeta no va a
reventar. A coro, sin acosos, volverán
las aves a cantar y los hombres, ufanos, sin afanes, volverán a disfrutar del
arte de combinar con alegría el canto, la danza y el trabajo con el arte de
amar y de luchar con esperanza contra todo derroche arrogante colmado de
injusticia social.
Dura
es la lid, pero más duro es quien la lidia como tú la lidias para que no dure.
Ya no se trataría únicamente de
“vencer o morir”, como de “Aliar, vincular para la vida”, de acuerdo con el
significante latino de la palabra “vencer”: Unir, religar, contrario a “dividir
para reinar”, como postulan maquiavélicos desmanes deshumanizados.
Se trata de sumirnos en una
“sensación de eternidad”, algo sin límites, ni barreras, en cierto modo
“oceánico”, “un sentimiento de indisoluble comunión, de inseparable pertenencia
a la totalidad del mundo exterior”, lo que coincide con la concepción froidiana
de la fuente de la religiosidad y con la Teogonía Araucana sobre la Tierra:
“Toda la tierra es una sola
alma, somos parte de ella. No podrán
morir nuestras almas. Cambiar, sí
pueden, pero no apagarse. Somos una sola
alma como hay un solo mundo.”
Ante la tierra que gime con
dolores de parto, esperando el día de la distensión, los elementos renuevan
fuerzas latentes de energía, transfusoras de la esencia espiritual de los
pueblos, liberándolos de prejuicios étnicos y atavismos bestiales, generadores
de falsas expectativas de poderes sectarios.
Porque ninguna reivindicación
tribal o social puede justificar sobre la tierra el derrame de tantos raudales
turbulentos de lágrimas y sangre.
Una nueva edad de corazón alza
la frente; un nuevo sol se levanta, inflamado de justos sentimientos, verso,
danza y oración.
Una nueva raza de guerreros
avanza, librando batallas en cuerpo de corderos, sin temor a ningún rebaño de
jaurías, con la fuerza telúrica del planeta en el costado, renovando reservas
inarticuladas de convicción.
Un antiguo tesoro está boyando
del profundo mar del inconsciente colectivo, allí donde está brillando un
valiente corazón, un mismo riesgo común nos identifica:
Si quien ignora la historia
corre el riesgo de repetirla abruptamente, es necesario que corramos todos,
todos los riegos de hacer historia con valentía, a repetirla sangrientamente
con ignorante cobardía.
Los invito a cotejar nuestra forma de vivir
con lo que afirmara Jaime Pardo Leal:
“De qué vale la vida si cuando se tiene
parece muerta. La vida es para hacerla
sentir, para hacerla vibrar para combatir… Eso justifica nuestro paso por la
tierra”.
Y con Luis Vidales, yo también albergo la
esperanza:
“Un día de estos te vas a rebelar, como la
tierra que rumora debajo y todos los años aprende a estallar”.
Que no caigamos en el círculo vicioso de la
rutina ociosa. Reconciliémonos con la vida, con el planeta, con cada una de sus
especies, respetando y rindiendo culto a la creación entera, cultivando la
amistad a pesar de las controversias y adversidades enojosas. También se
rebelan y justifican su paso por la tierra, todos aquellos que apelan ante
todas la instancias por el mutuo acuerdo.
Los tribunales de conciliación restan méritos a los mismos tribunales de
justicia.
Llegó la hora de aplicar la requisitoria
poética de Gonzalo Arango:
A los hombres les da miedo ser sencillos
como niños
huyendo del
infierno social
los muchachos se
encontraron con la droga
y se quedaron en el
paraíso artificial
así viven de humo,
su alma se esfumó
hay que atravesar el mar muerto para salir
de él.
La droga para el que busca el camino es
experiencia no camino
Para el que nada busca es evasión al mareo
de la cima
La mente se
desquicia del vértigo al abismo
Volved al ácido ascético místico.
Que renovemos la aventura consciente de un
apasionado navegante inmenso en el océano de la capacidad del asombro.
Con la madeja del tiempo teje la vela que
envestida por el viento impulsará hondo tu nave en el mar. Aunque agiten violentos los vientos los
turbiones de la tormenta y amenacen romper a girones lo que a pendones tejiste,
no te canses de remar, ni de tejer. Boga
hondo, boga hondo, porque la gloria de los valientes reposa en el corazón de la
mar y de quien boga y teje sin cesar.
Rasgos salpicados de brisa salina orean el
laberíntico tejido de las vivencias náuticas a lomo del oleaje espumeante de
los descubrimientos en medio del alborozado alboroto en el que vive inmerso este
terruño planetario que nos brinda plácido su placenta como plataforma de
lanzamiento del haz espigado de nuestros sueños y de la consumación de nuestros
desbordamientos.
Relampaguean en la memoria las primeras
nociones terrícolas batiendo sus aspas al viento sobre el coruscante aleteo de
las palmeras sumergidas en el serpenteante raudal de las aguas sagradas de un
río original, saturado de trinos, gorjeos, rugidos y graznidos desde la maraña
umbría de la fronda virgen de la selva,
Paraíso Terrenal.
Que continuemos impregnados con el dorado
resplandor de las auroras efervescentes de clorofila, de follajes, pelajes
y plumajes urdidos bajo el espectro
radiante del sol.
Repito, por la inagotable manifestación espontánea
de la vida sobre el planeta,
el mundo siempre estará por descubrir.
Retorna atento al acto cotidiano de respirar dichoso,
disfrutando libre del misterio desvelado
de esta edificante temporada terrenal, viva y
conscientemente.
Cuando el
resplandor blanco de las orquídeas
llene las ubres
áridas de las montañas,
surtidores
alborozados de arrullos, trinos y revuelos
renovarán las
comarcas de capullos y polluelos,
mallas electrizadas
de golondrinas y luciérnagas
saturarán el
espacio de ases luminosos en días soleados
y en las noches
apacibles de chispeantes efluvios,
rondallas de
batracios vibrarán solazados entre los humedales reverdecidos,
y del aire puro se
llenarán los pulmones sin congestión;
hasta de los
breñales más oscuros
manarán
transparentes los manantiales de frondosa floración.
Cuando una lluvia
de semillas se derrame
sobre la sequía
calva de las montañas
Y frondosos árboles
arraiguen de nuevo en sus laderas
correrán arroyos,
pájaros y mariposas,
fomentando el
néctar electrizante de los jardines de piedra
con el sabor jugoso
de la pulpa dulce de los vientos,
trinados de
clorofila.
Nos increpa hoy a todos el planeta
amenazado a enterrar el hacha, la motosierra, las ciegas actuaciones pirómanas
y a cerrar las plantas nucleares para que volvamos a
“mirar
el sol abiertamente revelado”
“Y
ver…”, con William Blake, “una constelación de ángeles dorados”, dispuestos a
blandir flamígeras espadas, a menos que renovemos la conciencia nativa de ser
guardianes de nuestro paraíso terrenal.
Ya que cuando la conciencia del mundo fue
individualizada en el hombre
éste genio de barro envuelto en vértigo
egoísta
se volvió ciego contra la Naturaleza que lo
engendró.
Entonces, ebrio, a sí mismo se cantó:
La
arrasada “Tierra Labrantía” de un Vieco Ortiz:
“Abierta a golpes de la mano MIA”
Derribando la altura bravía del Caracolí.
El Espíritu Supremo de la montaña
hollado por la mano altiva
divorciada del corazón
que hiere con “El hacha que mis
mayores
me dejaron por herencia”,
ahogando la “libertad” que ya
no perfuma
“las montañas de mi tierra”,
como describe, en “El Canto del
Antioqueño”,
don Epifanio Mejía.
Yo no la quiero hoy cuando
lúgubre resuena
golpeando la eterna juventud de
los cedros
y el alborozo dorado de los
guayacanes,
derribando, cargado de fiera
ciega,
las especies hermanas de la
naturaleza,
animales y minerales,
pluricelulares mundos
desconocidos del aire
y demás elementales acordes de
un torbellino,
panacea secreta de lenguajes
etéreos,
fuente universal de lenguas
aladas
y matices acuáticos,
oxigenados paisajes
renovados de recursos.
El hombre a sí mismo
desterrándose del terruño sagrado del paraíso
cargando el hierro entre las
manos con la furia desatada de los tifones
que azotan las costas taladas
de las defensas naturales de manglares.
Ninguna especie
había acosado tanto
a las demás especies
y humedales
como el hombre ciego
de conciencia explotadora
que tala con saña,
que tasa y tima,
censura y derriba,
explota, asola,
espanta
y
desplaza.
-¡Ni un solo golpe más.
“Entierra el Hacha” y la
motosierra!
Para que vuelva a resonar
altivo
el coro idílico del Mejía,
“Amo al Sol porque anda libre,
sobre la azulada esfera,
y al huracán porque silba
con libertad en las selvas”,
transformando el alma del hombre
cuando piensa
que nunca es tarde
para reconocer del cielo
“la azulada esfera”
que irradia densa desde la entraña
oxigenada de la selva,
donde la lluvia
ya no sea más de plomo, ni de acero.
Así sea
la paz en la flora,
en la fauna,
en el corazón
labrantío
de fraternidad
sobre la tierra,
dando fin al vuelo
deschavetado de razones
de armarse para la guerra.
Espero que un día promovamos enseñoreados
con la seguridad poética de Catherine
Clément
que “Soy mi propio padre y soy ave inmortal.”
Creados a imagen y semejanza de Dios
En un cuerpo, plataforma de lanzamiento,
Cascarón del pájaro que alimentamos adentro
Sin sentirnos prisioneros en sus aristas;
Retroalimentemos la hoguera humanitaria
frotándole las alas al ave de la solidaridad
No palpando dolientes los blandos tegumentos de nuestro colesteroso cuerpo
ventrudo.
Sentirse adentro o afuera
Es cuestión de libertad más que de resentida dignidad.
El amor nos hace libres,
No nos ata a nuestros achaques.
Entonces, que ni de día ni de noche nos cansemos
de renacer desde las humeantes cenizas
como Aves Fénix.
Creo que todo lo que acabo de expresarles
se identifica plenamente con las palabras exploratorias del sol y la carne
paisaje de Arthur Rimbaud[1]:
“El sol fogón de
ternura y vida,
Vierte el amor
ardiente sobre la tierra gozosa,
Y, cuando yaces en
el valle, sientes
Que la tierra es
núbil y rebosa de sangre;
Que su inmenso seno
levantado por un alma,
Es de amor como
Dios, de carne como la mujer,
Y que encierra,
henchida de savia y rayos,
¡el gran hormigueo
de todos los embriones!
¡Y todo crece, y
todo sube!”
Hasta que podamos cantar como cantara el hermano poeta Francisco de
Asís:
Hermano sol, hermana luna, hermanos vientos, hermanas aves, hermanos
gusanos, hermanos hombres, Aleluya!, Aleluya!
Cabe aún concretar que, para que esta trayectoria de una Poética Biosfera surja realmente descontaminada, es necesario que restauremos la convicción de nuestros ancestros aborígenes cuando se definían a sí mismos: “somos paisaje”, hasta que podamos exclamar como lo hace un artista natural nativo, White Eagle (Águila Blaca):
“ Hay que vivir y actuar impecablemente
sobre la tierra, sin violar la armonía, el equilibrio y la belleza de todo lo
que existe. Hay que escuchar y comprender al mundo circundante: al sol, a las
estrellas, al viento, al bosque, al río, a los animales. Hay que vivir
siguiendo las leyes de la naturaleza, sabiendo que la violación de éstas causa
dolores innecesarios a todo lo viviente. No es necesario vivir encadenados en
casas de acero y hormigón, si es más relajante integrarse en la naturaleza
viviendo en los bosques infinitos, en las montañas rocosas, en los lagos azules
y en las cascadas, sentirse uno con el viento, el agua, las montañas y los
pájaros, convencidos de no ser más que pequeños fragmentos vivientes, en nada más importantes que los pinos
que susurran con sus copas, o que el viento que lleva las nubes, o que las
ardillas que retozan en los árboles, o que los peces que nadan en las
aguas...saturados de vida, entremos con respeto al templo natural, la selva, al
corazón del paraíso perdido.”
Termino este deliberado discurso transcrito
por una sana biósfera terrenal con dos
cánticos de místico vuelo. El primero
del libro de los salmos en la versión “Dios Habla Hoy”[2] y el
último es el Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís en la Versión
del poeta español León Felipe:
Dios y Salvador
nuestro,
tú nos respondes
con maravillosos actos de justicia;
la tierra entera confía en ti,
y también el mar lejano;
tú mantienes firmes las montañas
con tu poder y tu fuerza.
Tú calmas el estruendo de las olas
y el alboroto de los pueblos;
aun los que habitan en lejanas tierras
tiemblan ante tus maravillas;
por ti hay gritos de alegría
del oriente al occidente.
Tú tienes cuidado de la tierra;
le envías lluvia y la haces producir;
tú, con arroyos caudalosos,
haces crecer los trigales.
¡Así preparas el campo!
Tú empapas los surcos de la tierra
y nivelas sus terrones;
ablandas la tierra con lluvias abundantes
y bendices sus productos.
Tú colmas el año de bendiciones,
tus nubes derraman abundancia;
los pastos del desierto están verdes
y los montes se visten de gala;
los llanos se cubren de rebaños,
los valles se revisten de trigales;
¡todos cantan y gritan de alegría!
tú nos respondes
con maravillosos actos de justicia;
la tierra entera confía en ti,
y también el mar lejano;
tú mantienes firmes las montañas
con tu poder y tu fuerza.
Tú calmas el estruendo de las olas
y el alboroto de los pueblos;
aun los que habitan en lejanas tierras
tiemblan ante tus maravillas;
por ti hay gritos de alegría
del oriente al occidente.
Tú tienes cuidado de la tierra;
le envías lluvia y la haces producir;
tú, con arroyos caudalosos,
haces crecer los trigales.
¡Así preparas el campo!
Tú empapas los surcos de la tierra
y nivelas sus terrones;
ablandas la tierra con lluvias abundantes
y bendices sus productos.
Tú colmas el año de bendiciones,
tus nubes derraman abundancia;
los pastos del desierto están verdes
y los montes se visten de gala;
los llanos se cubren de rebaños,
los valles se revisten de trigales;
¡todos cantan y gritan de alegría!
Cántico
de las Criaturas de San Francisco de Asís
(Versión
de León Felipe que se usa en la liturgia)
Omnipotente, altísimo,
bondadoso Señor, tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.
*-El fin de la vida es adquirir capacidad par a morir alegremente", Fernando Gonzalez, el
filosofo mago de “Otrapate”.
[1]
Rimbaud, Arthur, “Poesía completa”, Edit. Edicomunicación, S. A., 1994, “Sol y
Carne”
[2]
Salmo 65. 5-13