Antígona por Mary Stillmann
Antígo
CORO:
La prudencia es con mucho la primera fuente de ventura. No se
debe ser impío con los dioses. Las palabras insolentes y altaneras
las pagan con grandes infortunios los espíritus orgullosos, que
no aprenden a tener juicio sino cuando llegan las tardías horas de
la vejez.
(Antigona- Sófocles)
Todavía intento capturar, sin ser capaz de abrir los ojos, el instante preciso, el momento en que lo perdí todo: mi familia, mis pasiones, mis sueños, mi voluntad de cambio, mi fuerza para dirigir y guiar al pueblo. Pero mi memoria, endeble, solo es capaz de recordar escenas de un lienzo fragmentado: Lanzas que se sacuden en la noche, un adivino que trae preguntas afiladas como cuchillas, un grito que aún rebota como un eco en el palacio, una novia que se cuelga en una catacumba y se acuesta en la noche en el lecho de Eubuleo. Cada día soy azotado por estas imágenes, látigos de las erinias, que se repiten, una y otra vez, en diferentes secuencias.
¿Que seguí reinando? Por supuesto, ¿quién más se atrevería a ocupar el trono maldito de Edipo? Sólo yo me atrevo, todavía, a sentarme en este lugar, territorio profanado por el incesto, la sangre y la mentira. Antes lo hacía por el placer ilusorio que da el hecho de ejercer el poder y dominar voluntades. Hoy por hoy, lo hago como un acto de redención con mi Polis, entrego mi cuerpo y todo lo que me queda a Tebas. Pues es mi única deuda, y lo juré ante los dioses, el resto, a mi alrededor, sólo está ocupado por el abismo y la soledad absoluta. Ya hasta el demos se ha callado, me temen, huyen de mi presencia. Saben que me necesitan, pero al mismo tiempo me esquivan y hablan en susurros cuando paseo por las calles.
Es cierto que emití un desafío a los dioses, no quería un símbolo de resistencia. Temía que su cuerpo se convirtiera en una efigie que se acercará a Orión en el firmamento y sirviera de guía a los nuevos rebeldes contra el orden de la polis. Pero, luego de muchos años de reflexión, he comprendido en que he fallado. Y no lo vi, en aquel entonces.
Las estaciones se repiten cada año, porque cada una se sucede a la otra y Deméter es víctima de la misma tragedia. Hay una relación de causa-efecto, una cadena de movimientos del cielo y la tierra que no puede ser interrumpida. Todo ciclo de odio está condenado, al igual que las estaciones, a perdurar por las múltiples generaciones que caminen sobre la tierra. Sólo el perdón puede cortarlo. Yo ya lo he entendido. Pero es demasiado tarde. Ese fue el instante en que fallé: me dejé llevar de la emoción cuando pude haber perdonado.
Ahora no soy más que la imagen de un tirano que se repetirá como comedia o como tragedia, siguiendo el ciclo, en los nuevos reyes y gobernantes; quienes caerán bajo la contradicción inherente al poder: entre la ley y el deseo, entre el orden y la necesidad humana. Jamás tuve el coraje de Hemon para presionar la espada contra mi vientre y por ello soy condenado a la compañía de este silencio tan atrevido. Pues no hay nadie en el recinto, solo thanatos, quizás, quien espera pacientemente, con su sonrisa macabra, a que caiga mi rostro entre mis piernas.
Si he de morir, que esta sea mi herencia: un espejo, mi espejo. Para que quien herede el poder de Tebas y Grecia, se mire allí y juzgue, al sentarse en este trono, si es Creonte o Edipo, o un emisario del perdón. Yo por lo pronto sé, y soy consciente, que pronto desapareceré y quedará solo este trono vacío, como mi cuerpo, como mi alma.
Daniel José Acevedo.(Medellín-1986) Historiador de la Universidad Nacional, magister en estudios literarios y tallerista de escritura creativa en el Retiro desde el 2014. Pertenece al comité editorial de la Revista Innombrable. Ha participado del I Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes 2014. Hizo parte de una novela colectiva llamada “Ella, La puta” de actual circulación en la Argentina. Ha participado en la antologia del taller literario "Cruzagramas". Ha trabajado en la divulgación y organización de eventos de poesía joven en la ciudad. Aquí su blog: http://deveniresprosaicos.blogspot.com.co/