HOLOGRAMA
He vuelto por obligación. Las palabras escritas son para mí cosecha y rito. No siempre el oficiante está a la altura de la ceremonia; sacerdote del flagelo, hoy mi señor es el letargo.
Escribo para justificarme, para alimentarme, para salvar de la rutina unas líneas que también a mí me salven del ladrillo o de la marcha de la máquina. Si, le doy vida a las letras y me la retornan potenciada. Esta es mi obligación. En algún momento elegí vivir. Pero vivir a medias es traicionarme, es un desacato a mi decisión, el peor de los suicidios.
Entonces el rito invoca mi presencia y mi carne es otra vez un puente, un holograma que atraviesa el concreto y el metal.
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Intentaron sembrar en mí el odio. Aún persisten en ello. No necesito recordar para sentir la ausencia de mi padre. Lo asesinaron en la sala de su casa, donde la puerta abierta a la calle, al mediodía, se entregaba a la última trama que él protagonizaría.
Otros, acaso los mismos, me asaltan con requisas, no sé qué buscan en mis genitales. Han venido a mi casa con sus gritos y patadas a la puerta. Dentro dan órdenes y se creen señores donde saben que no hay reyes. No en vano se han visto siervos a caballo y príncipes que anden como siervos sobre la tierra, ¿pero toda la tierra?
Construyen murallas a la esquina de mi casa y con toda clase de vallas quieren delimitar mi deseo. Hasta música componen los canallas. Míralos, míralos cómo se ocultan entre las líneas. ¿Los has visto? Te dicen que no puedes, que lo más a lo que se puede aspirar es a disfrutar el momento y te dicen cómo y dónde comprarlo. Que no puedes soñar con encontrar un sentido, que no puedes hacer nada para sanar el hambre o el dolor, y que las muertes de cada día son necesarias o inevitables. Maestros de la impotencia, todo lo pueden. He creído verlos, pero están por todos lados y en ninguno. Obedecen a corrientes que también siguen las nubes y que hacen estación en cada casa, no siempre por asalto, sutiles corrientes.
Hemos de emanciparnos, espero. Yo mismo me sacudo y todo el humo negro, toda la rabia, la disuelvo en luz o en vacío. Entre tanto las grandes estructuras siguen creciendo, atropellando. Intentan sembrar en mí el odio, persisten en ello.
Invoco al granizo. Ya viene. Lo percibo en el aíre.
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LÁGRIMA
Por el rostro resbala
como si nada
y no menos que un río
arrastra una gota.
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A PROPÓSITO DE NUESTROS MUERTOS
Ellos ni se toman la molestia de despedirse porque tienen la excusa de lo imprevisible que fue su partida. Nosotros, en cambio, no terminamos de despedirnos. Nos adentramos en callejones de ensueño con la esperanza del reencuentro, acaso el reencuentro con nuestras manos vacías y el corazón roto o, en el mejor de los casos, agrietado.
El tiempo lo cura todo, insisten. Pero cada nueva pérdida es una piedra más que carga el corazón. He llegado a sentir la inutilidad del grito: ¿cómo gritar algo que no cabe en la boca? Que de nada sirve el llanto porque al final el dolor no se marcha con las lagrimas… sin embargo, lloro. Y cada pérdida lleva a la pregunta ¿dónde he de buscar lo que he perdido?
Y antes uno se da cuenta, desde lo que le dictan los sentidos, incluido tal vez el sentido común, que este es el lugar y que todo, todo, está por perderse.
Alguien, alguna vez, quiso traer consigo la flor que vio en un sueño de cielo. ¿Habrá querido llevarse otra de aquí?
Sólo contamos con este instante de conciencia.
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Juego al desnudo cuando tomo el lápiz.
Y como la piel
que también es vestido
la vieja voz dicta sus palabras
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03052011 10
Estos días que penetran la cáscara de la costumbre, en los que te encuentras de pronto habitando el mundo, desvanecen las palabras.
En uno de estos días, tal vez, poniendo mi mano sobre tu hombro, podré comunicarte lo que las palabras no. ¿Qué diría un habitante de la niebla si esta se disipa?
En estos días cada cosa resulta ser un espejo y el aíre es tan familiar que no hace falta surcarlo para sentir la libertad; simplemente la respiras.
En estos días el destino no tiene asidero.
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FIGURA DEL POETA MALDITO
La tranquilidad se sienta a tu lado
y la desechas
porque te enseñaron a buscar
el acontecimiento de las luces y los excesos.
¿De qué te sirve la penumbra si ostentas la soledad?
¿Para qué un nombre que nadie ha de pronunciar?
La felicidad, sí, la llamaste,
viene a sentarse sobre tus rodillas
y la ignoras
como otros injuriaron la belleza.
Necesitas la identidad del tormento
Embriagarte caerte negarte y sobre todo
menoscabarte.
El aplauso vendrá por tu poema, valdrá la pena
el hambre, la miseria, el hastío. Tal vez luego podrás
disfrutar de las ventajas de tu nombre.
Es otra mi poesía.
Anónima, se busca y me busca. Me cambia
y la cambio
por unas centésimas de tregua.
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LA HORA DE LAS CAMPANAS
En otros mundos salen soles sin esfuerzo. En éste, su único sol se arrastra, cuando no se esconde, para iniciar la función que no tiene norte. Llegan temporadas de frío donde el mundo se ve a través de una ventana empañada. Es peligroso morir allí. Los buenos sueños acaso no vengan a recogerte sin un sol a su espalda. Pero qué tentador resulta abandonar un cuerpo congelado…
Sin embargo, es otra la hora de las campanas. Antes eran varias las horas, pero se redujeron a una sola para evitar el éxodo de los pájaros; los invade un frenesí extraño, luego del cual todo es un reguero de plumas. Hubo uno que se hizo imperturbable después de aquello. En el pequeño bosque, a orillas del lago, se ubica muy tranquilo, como si fuera un señor de esos que alimentan palomas, y no devuelve ni un saludo, ni un gesto siquiera, de tanto mirar sin mirar lo que parece el cielo a unos pasos del horizonte. Muchos, muchos de sus compañeros desaparecieron.
A mí las campanas me recogen, me llevan con ellas en el mismo sitio donde reposo y por un momento todo se hace tan liviano que me nace la certeza de llevar este mundo en la palma de mi mano. Con ellas, hasta el sol se alegra. Una luz que no parece la suya se aposenta en las cosas y en los seres, y una risa que es volcán y no cascada, vibra en el suelo, en el aíre.
En otros mundos, tal vez todas las horas son de campanas. No tengo idea si en otros mundos extrañaría mi hora de campanas. Pero sin el recuerdo de una ventana empañada, acaso todo resulte deslucido a mis ojos.
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ARCO IRIS
“La explicación no anula
el milagro”
D.E.
Los dedos del sol
precipitan el éxtasis
y el derrame
de las nubes contempladas.
Las gotas son prismas
espectros los rayos de luz
en la retina
claro
un arco iris perdurable.
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EL TRAJE DE ÍCARO
¿Quién dice que Ícaro sufrió la derrota? Yo lo vi ad portas de lanzarse rumbo al sol, lo vi tomar la decisión del salto. Él sabía la verdad de su traje y conocía la naturaleza del sol. Incluso su más sombrío ser lo sabía y lo antecedió en su final abrazo. Un portal a un universo de lunas conscientes era para él la llama celeste. No muere quien realiza su más intimo sueño.
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Mauricio Alejandro Moreno. Poeta de Medellín. Edita el
blog:http://pabellondepalabras.blogspot.com/