La eternidad en sábanas negras. Mis funerales vestido de ceniza. ¡Aquí el gran trepanador de imbéciles!... Nos transformaron. Lo que somos nos produce un hermoso reflejo y yo siempre llevo conmigo la foto del supremo detergente. ¡Todos nuestros puertos naufragarán en alguna parte! Tengo un navío, una pala de recuerdos que flota, que flota. No se necesita el pez, vea usted, yo elimino. Lanzo un gran día al descubierto; ya tengo comisión por el día de los muertos. En otro lugar, cerré puertas y ventanas, bajé las cortinas, busqué los venenos posibles. Tengo la vela como el interior de la vista y nada me impedirá arrojarme al fuego de los proyectiles de recuerdos. Herrero, golpeé en la cabeza de piedra los fuegos de pólvora de un acero que no quería oírse decir. Instalado por mi cuenta, separé lo propio de lo que no era; instalado especialmente, me reemplazo por un sueño lleno de galpones que me alojan un seso convertido en esponja en una cama de arañas crudas. Y a mí me gustaban bien cocidas, patas peladas, espárragos de rabia. Por último, con mucho agrado, cabalgando siempre, escuché aullar a la rompiente de los jinetes marinos, observando el ladrillo, el mar siempre tranquilo, siempre solo, eterno pulpo sin el cual mis brazos ya no sirven para tomar. ¿Quién dará la paz, qué sol a eclipsar, pasando el vaso al interior del corazón? ¿Y qué visita hará niños? Yo tendría orificios ganados en la memoria, seguidos por el resto. Si el mar sólo era campo arbolado, siento hambre de perder la fuga... Niños en cada raíz. ¿Será lo peor comer animales? En la conejera la comida es demasiado viva. Y no es que los muertos me molesten; enseguida me acostumbro... La paz de esta clase de matrimonio depende de un nudo en la garganta o de la paralización de la tierra. Por último, en el calabozo, tengo juegos muy complicados. ¡Es un secreto placenteramente difundido pero no tiene lugar! Durante la ida, hice desbordar el norte, la gota perdida del océano. Sin comunicado, ¡hola! Todas las líneas ocupadas. Más azar en los rostros. Mi conciencia engendra niños y una semilla hipnótica siempre urgente. ¡Al fin estoy en mí! Lo que soy ya no está en mí. Vea usted el cambio. ¡Responsabilidad ilimitada!
Jean Pierre Duprey (1930-1959). Poeta francés cuya obra escrita en París abarca los años 1948 y 1949. En 1950 se publicó "Derriére son double" (Detrás de su doble), libro elogiado por Breton, quien ese mismo año lo incluyó en la segunda edición de su "Anthologie de l'humour noir" (Antología del humor negro). En 1951 abandonó la escritura para dedicarse a la escultura en hierro y a la pintura, repleta de seres fantásticos y amenazantes. Escribió una obra dramática, "La forêt sacrilege" (El bosque sacrílego) y volvió a la escritura con un ciclo de poemas en los que manifestó una magnética atracción por el vacío y la muerte. El 2 de octubre de 1959 envió por correo a Breton el manuscrito de su último libro de poemas, "La fin et la maniere" (El final y sus maneras), y ese mismo día se suicidó. En todo lo que escribió Duprey no hay nada que no lleve el signo de las fuerzas más oscuras que a veces invaden la mente humana, nada que no esté marcado por la aprehensión de la noche y de la muerte. Precisamente de su último libro, que se publicaría recién en 1965,