ELEGIA VII
Ahora, esta noche, los martillos en la sien
Noche de la madre dispersa
Dispersa de la casa donde habitaba la palabra
Palabra que besa al caminante en la frente
Olor a aceite y a sales minerales cuando el crucificado
Denuncia y anuncia una falta, el pecado
En tus labios desiertos y abiertos por las heridas y la flor
Carne de tu carne; palabra de azufre
Padre que no pronunciamos delante de ti, porque no existías
Si no como emblema, exorcismo, protección sin mancha
Tú y yo traemos la corona de espinas
Extenuados cantamos sobre la piedra blanca que
Enseña el profeta para callarnos ante lo insondable
Levantas paredes, murallas, el sueño petrificado del hermano
Muerto
Para purificarnos de la nada que nos destierra del cuerpo que
Aún poseíamos
Tú lo llamas, lo invocas y el nunca viene, porque nunca estuvo
Entre nosotros ¿Para qué?
Cerramos sus labios esa noche para ver la pirámide
Luna llena en la Isla de San Andrés
Que me hizo verlo en las olas del mar que rompen antes de
Morir en la playa del silicio
Arena, ceniza, tumba, alcohol y cuerpos a punto de caerse
En el abismo de la desnudez
No había más que ojos inclinados ante el misterio indescifrable
Te hallé para no morir, cuando la muerte no era nada e iba a
Serlo todo para vernos
Te vi para no caer en tentación tras el vidrio en la hora de la
Cámara ardiente
Me arrodillé para no orar, para insultar
Hice trizas todas las palabras que el silencio me traía
No quería morir, no había por qué
La palabra no alcanza ni basta, por eso mismo encontré
El epitafio osario de mis huesos, mis palabras como huesos que Te buscaban en lo eterno
Eternidad que no me tiene como camino o senda
Es mi testamento, son mis cenizas las que hablan, no estoy
Muerto
Abro el libro del día como cráter de un volcán
Los que me ven solo me ven cuando el maná se convierta en
Lava
Bocas, hambres, llantos que no pueden beber sino como condenados
Nuestra ley es purificar al que no cree
El santo de la esperma levanta catedrales de sombra en tu mano
Del fondo del mar no vienen las olas sino auroras boreales
Al fondo de la roca Melusina lleva el pie desnudo
Invocando a los peces la hallé tambaleando, susurrando su
Nombre
Ante los vientos y las nubes
Porque nunca hay nada más ni siempre
Y el rostro musical de la muerte
Levanta la piedra de sal de las estatuas
En la tumba del yacente mientras la Madre cuida.
Óscar González, Medellín, Colombia, 1957, ha construido su obra poética simultáneamente con su trabajo ensayístico. Ambas prácticas son partes unificadoras de su devenir y su aporte ha sido muy valioso en diversos ámbitos del arte y la poesía. Dirige la revista virtual de poesía, arte y literatura Rinoceronte 14, es parte del grupo editor de la revista de poesía Punto Seguido, en la ciudad de Medellín, Colombia.
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