***
Al ruido de los pensamientos, de caminos atravesados por el fuego, de corazones rotos. Al ruido de canciones que suenan en el cuerpo.
Danza vikinga, viento de eucaliptos, cascabeles de arena. Mientras juego con las manos y descorro las cortinas, el sol crece, descansa, se mece. El sol, como un punto que gira, que se balancea, que se esconde, viene por entre los intersticios del día, en oleadas, en bocanadas, como insecto que vuela, como palma que se agita.
En el crepúsculo cuando todo tiembla está el girasol. Viene, va, vaivén, como péndulo, como rueda, sin parar, loco, agitado, tumultuoso. Remolino en espiral buscando el cielo, mientras abajo algo se queda quieto. Voy, vengo, regreso, sin prisa, en medio del sonido de olas y de piedras que caen del cielo.
Soy quimera, sueño impenitente, osada, me tambaleo, ebria de vida, de vino, de barco que se mece. Tengo un canto, un dilema. Me atrevo, cabalgo, libre, me suelto, me escancio, me yergo, me aliento. Leve, muy leve, suave, en picada, en bajada, en subida, con sonido de flautas, panderetas, latidos, sin pena, como un gato, con cautela, subo por los techos, me deslizo, repto. En la noche, sin luz, hay un faro que despierta, desde los confines de Marte o de la Luna.
***
La noche es un gran abismo, me envuelve entre sus fauces y me domina sin compasión. Trato de fundirme con la luciérnaga pero la noche me persigue y me viste con su manto. La noche es un gran misterio, insondable y fatal como esas mujeres que agitan sus cabellos negros y largos. Me seduce, me enluce.
Cada día, en el día, persigo la noche, me dirijo a su refugio donde todo cambia de color y las sombras se confunden y los contornos se diluyen y los fantasmas se revelan.
La noche es un gigante vestido con una capa que me envuelve. Me aprisiona entre sus brazos como el amante apasionado, pero no me roba el aliento, me lleva de su mano hasta el océano profundo donde convivo con las rocas, allí donde se refugia el ser más diminuto, allí donde anida el pasado, allí donde encuentro el pasaporte a mundos desconocidos.
***
El origen de tu mirada, la belleza que anida allí dentro. Solo ingresan los que viven en el mundo del silencio y la palabra. Eres eso y mucho más, eres el origen que buscaba y estabas guardado en un ánfora misteriosa, bajo la custodia de los dioses. Pero ya ves, vencí sus armaduras, entré por una hendija, me convertí en brizna de luz y me colé hasta el fondo, donde me fue permitido mirarte de frente como si también fuese una diosa y juntos pudiésemos formar un nuevo escuadrón de criaturas mutantes que transitan unidas por el mismo deseo. Somos viajeros que avanzan arrastrados por la fuerza de una vida imaginada durante siglos de quietud y ahora nos envuelve un remolino que gira hacia el infinito majestuoso donde nos espera un campo abierto, sembrado de espigas luminosas.
***
NUBIA AMPARO MESA: Medellín, Colombia. Cuentista. Docente de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Danza vikinga, viento de eucaliptos, cascabeles de arena. Mientras juego con las manos y descorro las cortinas, el sol crece, descansa, se mece. El sol, como un punto que gira, que se balancea, que se esconde, viene por entre los intersticios del día, en oleadas, en bocanadas, como insecto que vuela, como palma que se agita.
En el crepúsculo cuando todo tiembla está el girasol. Viene, va, vaivén, como péndulo, como rueda, sin parar, loco, agitado, tumultuoso. Remolino en espiral buscando el cielo, mientras abajo algo se queda quieto. Voy, vengo, regreso, sin prisa, en medio del sonido de olas y de piedras que caen del cielo.
Soy quimera, sueño impenitente, osada, me tambaleo, ebria de vida, de vino, de barco que se mece. Tengo un canto, un dilema. Me atrevo, cabalgo, libre, me suelto, me escancio, me yergo, me aliento. Leve, muy leve, suave, en picada, en bajada, en subida, con sonido de flautas, panderetas, latidos, sin pena, como un gato, con cautela, subo por los techos, me deslizo, repto. En la noche, sin luz, hay un faro que despierta, desde los confines de Marte o de la Luna.
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La noche es un gran abismo, me envuelve entre sus fauces y me domina sin compasión. Trato de fundirme con la luciérnaga pero la noche me persigue y me viste con su manto. La noche es un gran misterio, insondable y fatal como esas mujeres que agitan sus cabellos negros y largos. Me seduce, me enluce.
Cada día, en el día, persigo la noche, me dirijo a su refugio donde todo cambia de color y las sombras se confunden y los contornos se diluyen y los fantasmas se revelan.
La noche es un gigante vestido con una capa que me envuelve. Me aprisiona entre sus brazos como el amante apasionado, pero no me roba el aliento, me lleva de su mano hasta el océano profundo donde convivo con las rocas, allí donde se refugia el ser más diminuto, allí donde anida el pasado, allí donde encuentro el pasaporte a mundos desconocidos.
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El origen de tu mirada, la belleza que anida allí dentro. Solo ingresan los que viven en el mundo del silencio y la palabra. Eres eso y mucho más, eres el origen que buscaba y estabas guardado en un ánfora misteriosa, bajo la custodia de los dioses. Pero ya ves, vencí sus armaduras, entré por una hendija, me convertí en brizna de luz y me colé hasta el fondo, donde me fue permitido mirarte de frente como si también fuese una diosa y juntos pudiésemos formar un nuevo escuadrón de criaturas mutantes que transitan unidas por el mismo deseo. Somos viajeros que avanzan arrastrados por la fuerza de una vida imaginada durante siglos de quietud y ahora nos envuelve un remolino que gira hacia el infinito majestuoso donde nos espera un campo abierto, sembrado de espigas luminosas.
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NUBIA AMPARO MESA: Medellín, Colombia. Cuentista. Docente de la Universidad Pontificia Bolivariana.
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