Con Leopoldo María Panero
"Yo, Antonin Artaud, soy mi hijo
mi padre, mi madre
y yo mismo".
Al escribir poesía se tiene una doble opción: escribir para el tiempo que corre o escribir para el tiempo sin tiempo. Cuando se elige escribir para el tiempo co-generacional hay una impronta más obligatoria que en el segundo caso. La objetividad del lenguaje debe concordar con la dinámica de los acontecimientos, las preguntas y las respuestas propias de lo contemporáneo. Escoger un lenguaje objetivo significa que hay una básica seguridad de comprensión para el lector, el lector reconocerá aquello de lo que se habla, no importa que los temas hallan sido recurrentes a lo largo de los siglos. Las preguntas esenciales se contestan precisamente del modo en que los lenguajes van mudando su uso.
Sin embargo el lenguaje de los enajenados se sitúa bien en ambas opciones. Hay en ellos lo temporal y lo intemporal. Un sistema simbólico que perteneciendo a un inconsciente colectivo fuera del tiempo, obedece a sintomatólogias propias del tiempo y de este modo son a la vez resistencia, y testimonio del espíritu humano en su dimensión enigmática.
Si la genialidad va unida a una libertad desgarrada por la pérdida del sentido común, que es el nexo con el prójimo, o por el dolor desmedido, o por una lucidez que hace arder la vida, el lenguaje se vuelve astillas. Es en el trabajo por re-encontrarlo desde la casi total dispersión de sentido que deviene nuevo. -Estando en Suecia, mientras aprendo una lengua, me doy cuenta que la lengua es una libertad y una tiranía. Es la mayor herencia, como don y el más irrebatible totalitarismo. O se entra en la substancia de un lenguaje, o se tiene que sufrir el ostracismo-. En este sentido el lenguaje traduce de una manera muy completa la corporeidad de la cultura, como un organismo colectivo, pero con miembros perfectamente compuestos en cada individuo. Organismos más suceptibles a la insanía del mundo, con menos resistencia al dolor, o más proclives al tormento, espíritus muy finos sufren en el cuerpo dolores insoportables que los hacen familiarizarse con sustancias laudatorias. Es díficil medir lo voluntario y lo involuntario en tales experiencias, que por extremas son emancipadoras. Ponen en duda la razón como el cerrojo del conformismo que pretende una existencia menos incómoda.
Artaud, mi primer amor, representaba mi fascinación por la locura. Su vida fue una donación al paso de la luz, tal como un cuerpo conduce la energía, le veía prestando el suyo a la más digna guerra humana, contra la caída del espíritu, reflejando la crísis de los tiempos, haciendo de su carne materia de explosión hasta convertirse en esa especie de hoyo oscuro. Su rostro con las cuencas de los ojos hundidas, boca sin dientes, unas cuantas hebras de pelo, era la versión más aproximada al tormento, y significaba para mí la belleza de una generosidad sin límites.
Han sido muchos los que han dejado a la posteridad esas pruebas de la conversión del verbo en carne. Obras que nos conectan el temblor, porque desnudan estadios que todos hemos vislumbrado, el sufrimiento por el desarreglo del mundo, la angustia cada vez más colectiva de nuestro siglo, la verdadera demencia que es traición a la naturaleza. Nerval y Hölderlin –el primero quizás más atormentado que el segundo- dilucidaron la esencia de la existencia a través de los sueños. Quizás Antonin Artaud llegó a definir mejor que George Trakl su guerra contra el mundo, pero ambos fueron pioneros en las coordenadas del irracional teatro de la realidad. Virginia Wolf, Silvia Plath, Leonora Carrington, -para mencionar algunos de los más recientes- una vez desaparecidos se hicieron a un culto, en su cercanía se siente la irradiación de la verdad.
Todo ello me impelía a aprovechar nuestro paso por las Islas Canarias, y propuse a Lasse que visitáramos al poeta Leopoldo María Panero *(Madrid, 1948) recluído en el antiguo Hospital Militar de Las Palmas de Gran Canaria, donde continúa “cultivando el espanto como ciencia” y edita regularmente sus libros a lo largo de más de 40 años de “trastorno mental”.
La vida de L.M.P es literalmente un libro abierto. Hijo del escritor franquista Leopoldo Panero (1909-1962) y Felicidad Blanc con una carrera literaria frustrada; hermano de Juan Luis Panero (1942), también poeta y escritor; y de Chiqui, personaje clave de La Movida madrileña. Una familia-caso en la historia literaria del siglo XX español, de la que mucho se ha escrito y hasta se han hecho dos películas biográficas El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, donde Los Panero “abrían sus entrañas, exhibían su mutuo resentimiento y daban cuenta de su decadencia” y Después de tantos años (1994) dirigida por Ricardo Franco. Desde que hizo su aparición en la época de la Movida, con enfática posición de izquierda, Leopoldo María Panero ha publicado 43 poemarios aparte de ensayos, relatos y traducciones.
A través del escritor Nilo Palenzuela, -a la sazón coordinador del seminario Apariciones y desapariciones en el contexto de un evento gigante bajo el título de Cuatricromía de la muerte-, obtuvimos el teléfono del hospital mental al mismo tiempo que la paternal advertencia de ir preparados para algún evento desagradable. El antiguo Hospital Militar u Hospital Juan Carlos I como le llaman hoy, es una fortificación antigua junto a la que se construyó un edificio nuevo de ocho pisos, en la cima de la colina, espléndido mirador sobre el mar hacia el norte de la ciudad. Una enfermera nos abrió la sala de visitas, donde esperamos un par de minutos. Desde el fondo de algún corredor llegaron arrastrándose unos pasos. Leopoldo traspuso la puerta. Me asombró que en vez de las imaginadas pantunflas calzaba zapatillas negras, estilo mocasin perfectamente embetunadas. Inclinó la cabeza por todo saludo y cuando menos nos dimos cuenta ya estaba dado a la tarea de fumar. Parecía inútil presentarnos pero lo hicimos y nos miró más con un ademán general del cuerpo que con los ojos. Por toda respuesta a nuestra presentación y como si lleváramos un rato de charla, se dirigió a mi usando la voz del mismo modo que los mocasines:
-Luego podríamos salir a comer algo, ¿te parece?
-No sé si te lo permitan, me dicen que has estado enfermo, que tienes un régimen.
-Ah! sí es por el azúcar, me la encontraron alta.
Evidentemente es un hombre acostumbrado a las visitas y la institución lo facilita, aunque la responsable me había puesto condiciones. Y pese a que estábamos allí con su aceptación, fue inevitable la sensación de violar una intimidad o de subvertir un proceso natural de conversación. Él sabe muy bien el interés que despierta, pero no disimula su falta de curiosidad por los visitantes. Le advertimos que teníamos sólo unos minutos, pues nuestro avión partiría en una hora, pero aún así no logramos liar el más mínimo diálogo. Pedía con insistencia que le compráramos Coca-Cola y tabaco. Alcancé a pensar que siendo voluntaria su reclusión, aceptaba visitantes sólo por la posibilidad instántanea de una salida que se sobrepusiera a la rotunda certeza de que aún afuera no había salida.
Al preguntar a la enfermera si le estaba permitida la Coca-Cola, dirigiéndose a él, contestó:
-¿No le da vergüenza señor Panero? Usted sabe perfectamente que no puede tomar Coca-cola!
-Pero puedo tomar Pepsi Light, me aclaró, buscando con su mirada mi complicidad. Despúes de haberle traído la bebida le pregunté si le molestaba que hiciera fotos.
- No al contrario- repuso al instante, pero cuando empecé a hacer fotos, me apremió de nuevo por la Pepsi Light y por tabaco (cigarros). Entre intento e intento surgieron algunas frases inteligibles, “José Angel Valente es el poeta español que me interesa más”. Cosa que me sorprendió pues invariablemente ha mencionado a Félix de Azúa, Pere Gimferrer y Antonio Colinas. Preguntándole sobre su poesía, se re-anima visiblemente y recita algunos versos que remata sonriendo: “quisiera tirarme un gran pedo cuando me acuerdo que mi poesía fue maravillosa”. A la pregunta de si sabía algo sobre Colombia me pidió que le consiguiera una invitación al Festival de Poesía de Medellín.
-¿Entonces crees en las lecturas de poemas, en los festivales de poesía?
-Yo en lo que creo es en salir de este país de mierda. Aquí lo torturan a uno hasta porque brilla el sol.
-¿Entonces te permiten viajar?
-El año pasado estuve en Chile. Y el primero de junio estaré en la Feria del Libro de Madrid a presentar mi último libro. Se refería al libro Escribir como escupir publicado en mayo por la editorial Calambur. Pero este viaje no se cumplió.
-Oye, sal a conseguirme tabaco, hay un bar bajando la cuesta.
Bajé de nuevo. No sé que hablaría con Lasse mientras estuvieron solos. Él había tenido tiempo para examinarnos y saber que no teníamos el coraje de contradecir las reglas del sanatorio. A esas alturas de mis intentos me dí cuenta que se negaba a hablar, optando por una hostilidad sin antipatía. Era inútil querer trabar conversación en un tiempo récord, sin confiar en mis propias preguntas, mientras me daba cuenta que también Lasse quería salir de allí lo más pronto posible. Nos despedimos, pero afirmó que me esperaría en la salita hasta que yo regresara con el tabaco. Salimos y caminamos hasta el bar. Veinte minutos me tomó volver a la sórdida sala inundada de humo por el único fumador. Leopoldo se incorporó al verme. Tan seguro estuvo de mi regreso. Se guardó los cigarros, hizo un leve ademán de despedida y deslizó ruidosamente sus pasos hacia el fondo del corredor tras la puerta de acceso prohibido al público.
"Yo, Antonin Artaud, soy mi hijo
mi padre, mi madre
y yo mismo".
Al escribir poesía se tiene una doble opción: escribir para el tiempo que corre o escribir para el tiempo sin tiempo. Cuando se elige escribir para el tiempo co-generacional hay una impronta más obligatoria que en el segundo caso. La objetividad del lenguaje debe concordar con la dinámica de los acontecimientos, las preguntas y las respuestas propias de lo contemporáneo. Escoger un lenguaje objetivo significa que hay una básica seguridad de comprensión para el lector, el lector reconocerá aquello de lo que se habla, no importa que los temas hallan sido recurrentes a lo largo de los siglos. Las preguntas esenciales se contestan precisamente del modo en que los lenguajes van mudando su uso.
Sin embargo el lenguaje de los enajenados se sitúa bien en ambas opciones. Hay en ellos lo temporal y lo intemporal. Un sistema simbólico que perteneciendo a un inconsciente colectivo fuera del tiempo, obedece a sintomatólogias propias del tiempo y de este modo son a la vez resistencia, y testimonio del espíritu humano en su dimensión enigmática.
Si la genialidad va unida a una libertad desgarrada por la pérdida del sentido común, que es el nexo con el prójimo, o por el dolor desmedido, o por una lucidez que hace arder la vida, el lenguaje se vuelve astillas. Es en el trabajo por re-encontrarlo desde la casi total dispersión de sentido que deviene nuevo. -Estando en Suecia, mientras aprendo una lengua, me doy cuenta que la lengua es una libertad y una tiranía. Es la mayor herencia, como don y el más irrebatible totalitarismo. O se entra en la substancia de un lenguaje, o se tiene que sufrir el ostracismo-. En este sentido el lenguaje traduce de una manera muy completa la corporeidad de la cultura, como un organismo colectivo, pero con miembros perfectamente compuestos en cada individuo. Organismos más suceptibles a la insanía del mundo, con menos resistencia al dolor, o más proclives al tormento, espíritus muy finos sufren en el cuerpo dolores insoportables que los hacen familiarizarse con sustancias laudatorias. Es díficil medir lo voluntario y lo involuntario en tales experiencias, que por extremas son emancipadoras. Ponen en duda la razón como el cerrojo del conformismo que pretende una existencia menos incómoda.
Artaud, mi primer amor, representaba mi fascinación por la locura. Su vida fue una donación al paso de la luz, tal como un cuerpo conduce la energía, le veía prestando el suyo a la más digna guerra humana, contra la caída del espíritu, reflejando la crísis de los tiempos, haciendo de su carne materia de explosión hasta convertirse en esa especie de hoyo oscuro. Su rostro con las cuencas de los ojos hundidas, boca sin dientes, unas cuantas hebras de pelo, era la versión más aproximada al tormento, y significaba para mí la belleza de una generosidad sin límites.
Han sido muchos los que han dejado a la posteridad esas pruebas de la conversión del verbo en carne. Obras que nos conectan el temblor, porque desnudan estadios que todos hemos vislumbrado, el sufrimiento por el desarreglo del mundo, la angustia cada vez más colectiva de nuestro siglo, la verdadera demencia que es traición a la naturaleza. Nerval y Hölderlin –el primero quizás más atormentado que el segundo- dilucidaron la esencia de la existencia a través de los sueños. Quizás Antonin Artaud llegó a definir mejor que George Trakl su guerra contra el mundo, pero ambos fueron pioneros en las coordenadas del irracional teatro de la realidad. Virginia Wolf, Silvia Plath, Leonora Carrington, -para mencionar algunos de los más recientes- una vez desaparecidos se hicieron a un culto, en su cercanía se siente la irradiación de la verdad.
Todo ello me impelía a aprovechar nuestro paso por las Islas Canarias, y propuse a Lasse que visitáramos al poeta Leopoldo María Panero *(Madrid, 1948) recluído en el antiguo Hospital Militar de Las Palmas de Gran Canaria, donde continúa “cultivando el espanto como ciencia” y edita regularmente sus libros a lo largo de más de 40 años de “trastorno mental”.
La vida de L.M.P es literalmente un libro abierto. Hijo del escritor franquista Leopoldo Panero (1909-1962) y Felicidad Blanc con una carrera literaria frustrada; hermano de Juan Luis Panero (1942), también poeta y escritor; y de Chiqui, personaje clave de La Movida madrileña. Una familia-caso en la historia literaria del siglo XX español, de la que mucho se ha escrito y hasta se han hecho dos películas biográficas El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, donde Los Panero “abrían sus entrañas, exhibían su mutuo resentimiento y daban cuenta de su decadencia” y Después de tantos años (1994) dirigida por Ricardo Franco. Desde que hizo su aparición en la época de la Movida, con enfática posición de izquierda, Leopoldo María Panero ha publicado 43 poemarios aparte de ensayos, relatos y traducciones.
A través del escritor Nilo Palenzuela, -a la sazón coordinador del seminario Apariciones y desapariciones en el contexto de un evento gigante bajo el título de Cuatricromía de la muerte-, obtuvimos el teléfono del hospital mental al mismo tiempo que la paternal advertencia de ir preparados para algún evento desagradable. El antiguo Hospital Militar u Hospital Juan Carlos I como le llaman hoy, es una fortificación antigua junto a la que se construyó un edificio nuevo de ocho pisos, en la cima de la colina, espléndido mirador sobre el mar hacia el norte de la ciudad. Una enfermera nos abrió la sala de visitas, donde esperamos un par de minutos. Desde el fondo de algún corredor llegaron arrastrándose unos pasos. Leopoldo traspuso la puerta. Me asombró que en vez de las imaginadas pantunflas calzaba zapatillas negras, estilo mocasin perfectamente embetunadas. Inclinó la cabeza por todo saludo y cuando menos nos dimos cuenta ya estaba dado a la tarea de fumar. Parecía inútil presentarnos pero lo hicimos y nos miró más con un ademán general del cuerpo que con los ojos. Por toda respuesta a nuestra presentación y como si lleváramos un rato de charla, se dirigió a mi usando la voz del mismo modo que los mocasines:
-Luego podríamos salir a comer algo, ¿te parece?
-No sé si te lo permitan, me dicen que has estado enfermo, que tienes un régimen.
-Ah! sí es por el azúcar, me la encontraron alta.
Evidentemente es un hombre acostumbrado a las visitas y la institución lo facilita, aunque la responsable me había puesto condiciones. Y pese a que estábamos allí con su aceptación, fue inevitable la sensación de violar una intimidad o de subvertir un proceso natural de conversación. Él sabe muy bien el interés que despierta, pero no disimula su falta de curiosidad por los visitantes. Le advertimos que teníamos sólo unos minutos, pues nuestro avión partiría en una hora, pero aún así no logramos liar el más mínimo diálogo. Pedía con insistencia que le compráramos Coca-Cola y tabaco. Alcancé a pensar que siendo voluntaria su reclusión, aceptaba visitantes sólo por la posibilidad instántanea de una salida que se sobrepusiera a la rotunda certeza de que aún afuera no había salida.
Al preguntar a la enfermera si le estaba permitida la Coca-Cola, dirigiéndose a él, contestó:
-¿No le da vergüenza señor Panero? Usted sabe perfectamente que no puede tomar Coca-cola!
-Pero puedo tomar Pepsi Light, me aclaró, buscando con su mirada mi complicidad. Despúes de haberle traído la bebida le pregunté si le molestaba que hiciera fotos.
- No al contrario- repuso al instante, pero cuando empecé a hacer fotos, me apremió de nuevo por la Pepsi Light y por tabaco (cigarros). Entre intento e intento surgieron algunas frases inteligibles, “José Angel Valente es el poeta español que me interesa más”. Cosa que me sorprendió pues invariablemente ha mencionado a Félix de Azúa, Pere Gimferrer y Antonio Colinas. Preguntándole sobre su poesía, se re-anima visiblemente y recita algunos versos que remata sonriendo: “quisiera tirarme un gran pedo cuando me acuerdo que mi poesía fue maravillosa”. A la pregunta de si sabía algo sobre Colombia me pidió que le consiguiera una invitación al Festival de Poesía de Medellín.
-¿Entonces crees en las lecturas de poemas, en los festivales de poesía?
-Yo en lo que creo es en salir de este país de mierda. Aquí lo torturan a uno hasta porque brilla el sol.
-¿Entonces te permiten viajar?
-El año pasado estuve en Chile. Y el primero de junio estaré en la Feria del Libro de Madrid a presentar mi último libro. Se refería al libro Escribir como escupir publicado en mayo por la editorial Calambur. Pero este viaje no se cumplió.
-Oye, sal a conseguirme tabaco, hay un bar bajando la cuesta.
Bajé de nuevo. No sé que hablaría con Lasse mientras estuvieron solos. Él había tenido tiempo para examinarnos y saber que no teníamos el coraje de contradecir las reglas del sanatorio. A esas alturas de mis intentos me dí cuenta que se negaba a hablar, optando por una hostilidad sin antipatía. Era inútil querer trabar conversación en un tiempo récord, sin confiar en mis propias preguntas, mientras me daba cuenta que también Lasse quería salir de allí lo más pronto posible. Nos despedimos, pero afirmó que me esperaría en la salita hasta que yo regresara con el tabaco. Salimos y caminamos hasta el bar. Veinte minutos me tomó volver a la sórdida sala inundada de humo por el único fumador. Leopoldo se incorporó al verme. Tan seguro estuvo de mi regreso. Se guardó los cigarros, hizo un leve ademán de despedida y deslizó ruidosamente sus pasos hacia el fondo del corredor tras la puerta de acceso prohibido al público.
Angela García.
Mayo, 2008, Las Palmas de Gran Canaria.
Selección de poemas de Leopoldo María Panero
La canción del croupier del Mississipi
Canción pirata
Fumo mucho. Demasiado.
Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio,
y oigo pasar la vida como quien pone la radio.
Fumo mucho. En el cenicero hay
ideas y poemas y voces
de amigos que no tengo. Y tengo
la boca llena de sangre,
y sangre que sale de las grietas de mi cráneo
y toda mi alma sabe a sangre,
sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy,
en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños
que se mueven ingenuos, torpes, en
esta vida que ya sé.
Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan.
Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo
de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio
y mi vida oliendo.
Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo
y que este cuento es cierto, este
absurdo que delatan mis ojos,
este delirio en Veracruz, y que este
país es cierto este lugar parecido al Infierno,
que llaman España, he oído
a los muertos que el Infierno
es mejor que esto y se parece más.
Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre.
que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
- ginebra y cerveza, por ejemplo -
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en "Dulce pájaro de juventud"
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma.
O bien alguien perdido en las galerías del espejo
buscando a su Novia. Y otras veces
soy Abel que tiene un plan perfecto
para rescatar la vida y restaurar a los hombres
y también a veces lloro por no ser un esclavo
negro en el sur, llorando
entre las plantaciones!
Es tan bella la ruina, tan profunda
sé todos sus colores y es
como una sinfonía la música del acabamiento,
como música que tocan en el más allá,
y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre "Le livre des masques" de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas.
A Claudio Rodríguez
A Claudio Rodríguez, recordando el día en que, con un
cigarrillo temblándole en los labios, me dijo, en el Drugstore
de Fuencarral, «a esta gente hay que ganarla».
Aun cuando tejí mi armadura de acero
el terror en mis ojos muertos.
Aun cuando con mano blanca y nula
hice de silencio tus orines
y la nieve cae aún sobre mi cuerpo
pese a ello se impone un silencio aún más hondo
a los clavos que habían horadado mi cráneo:
aun cuando sean huesos quizá lo que no tiembla
aun cuando el musgo concluye mi pecho¹
el terror remueve las cuencas vacías.
¹Este poema puede leerse también con la siguiente variante:
Aun cuando el musgo es certeza en mi pecho
A Francisco
Suave como el peligro atravesaste un día
con tu mano imposible la frágil medianoche
y tu mano valía mi vida, y muchas vidas
y tus labios casi mudos decían lo que era el pensamiento.
Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.
Dedicatoria
Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.
Deseo de ser piel roja
La llanura infinita y el cielo su reflejo.
Deseo de ser piel roja.
A las ciudades sin aire llega a veces sin ruido
el relincho de un onagro o el trotar de un bisonte.
Deseo de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto: no hay tambores
que anuncien su llegada a las Grandes Praderas.
Deseo de ser piel roja.
El caballo de hierro cruza ahora sin miedo
desiertos abrasados de silencio. Deseo
de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto y no hay tambores
para hacerlo volver desde el reino de las sombras.
Deseo de ser piel roja.
Cruzó un último jinete la infinita
llanura, dejó tras de sí vana
polvareda, que luego se deshizo en el viento.
Deseo de ser piel roja.
En la Reservación no anida
serpiente cascabel, sino abandono.
DESEO DE SER PIEL ROJA.
(Sitting Bull ha muerto, los tambores
lo gritan sin esperar respuesta. )
Diario de un seductor
No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido.
El lamento del vampiro
Vosotros, todos vosotros, toda
esa carne que en la calle
se apila, sois
para mí alimento,
todos esos ojos
cubiertos de legañas, como de quien no acaba
jamás de despertar, como
mirando sin ver o bien sólo por sed
de la absurda sanción de otra mirada,
todos vosotros
sois para mí alimento, y el espanto
profundo de tener como espejo
único esos ojos de vidrio, esa niebla
en que se cruzan los muertos, ese
es el precio que pago por mis alimentos.
El loco al que llaman rey
Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada
con peces muertos en sus peldaños
y una sirena ahogada en mi mano que enseño
mudo a los viandantes pidiendo
como el poeta limosna
mano de la asfixia que acaricia tu mano
en el umbral que me une al hombre
que pasa a la distancia de un corcel
y cándido sella el pacto
sin saber que naufraga en la página virgen
en el vértice de la línea, en la nada
cuel de la rosa demacrada donde
no estoy yo ni está el hombre
Hay restos de mi figura y ladra un perro...
Hay restos de mi figura y ladra un perro.
Me estremece el espejo: la persona, la máscara
es ya máscara de nada.
Como un yelmo en la noche antigua
una armadura sin nadie
así es mi yo un andrajo al que viste un nombre.
Dime ahora, payo al que llaman España
si ha valido la pena destruirme
bañando con tu inmundo esperma mi figura.
Tus ángeles orinan sobre mí.
San Pedro y San Rafael
en una esquina comentan
mientras avanzo borracho
sobre esa piedra, payo,
que llaman España.
La maldad nace de la supresión hipócrita del gozo
Una cucaracha recorre el jardín húmedo
de mi chambre y circula por entre las botellas
vacías:
la miro a los ojos y veo tus dos ojos
azules, madre mía.
Y cantas, cantas por las noches parecida a la locura,
velas
con tu maldición para que no me caiga dormido,
para que no me olvide
y esté despierto para siempre frente a tus
dos ojos
azules, madre mía.
Marqués de Sade
Murió en Sicilia, a la edad de veintisiete años¹
un nombre y la apariencia de un cuerpo
(sin alma en el cuerpo moría en juego rojo
espuma por la boca, húmedos sonidos
y una calavera presa entre las sábanas
el tema punzante resistiendo a la palabra
y expresado como silencio, como vacío en el texto
hinchazones, crepúsculos sobre la cama
mientras se desvanece el falo en una embriaguez de plomo.
¹«Murió en Sicilia a la edad de veintisiete años», Cavafis
"Teoría" 1973
Un asesino en las calles
No mataré ya más, porque los hombres sólo
son números y letras de mi agenda
e intervalos sin habla, descarga de los ojos
de vez en vez, cuando el sepulcro se abre
perdonando otra vez el pecado de la vida.
No mataré ya más las borrosas figuras
que esclavas de lo absurdo avanzan por la calle
agarradas al tiempo como a oscura certeza
sin salida o respuesta, como para la risa
tan sólo de los dioses, o la lágrima seca
de un sentido que no hay, y de unos ojos muertos
que el desierto atraviesan sin demandar ya nada
sin pedir ya más muertos ni más cruces al cielo
que aquello, oh Dios lo sabe, aquella sangre era
para jugar tan solo.
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Leopoldo María Panero Blanc (Madrid, 1948) es un poeta español, encuadrado en la poesía española contemporánea dentro del grupo de los novísimos.Sus distintas entregas poéticas aparecen con regularidad:
* Por el camino de Swan (1968)
* Así se fundó Carnaby Street (Ocnos, 1970). A partir de este poemario la melancolía de los mitos de su infancia corre pareja a un experimentalismo apasionado
* Teoría (Lumen, 1973)
* Narciso en el acorde último de las flautas (Visor, 1979)
* Last River Together (Ayuso, 1980)
* El que no ve (La banda de Moebius, 1980)
* Dioscuros (Ayuso, 1982)
* El último hombre (Ediciones Libertarias, 1984)
* Antología (Ediciones Libertarias, 1985)
* Poesía 1970–1985 (Visor, 1986)
* Contra España y otros poema de no amor (Ediciones Libertarias, 1990)
* Agujero llamado Nevermore (Selección poética, 1968–1992) (Cátedra, 1992)
* Heroína y otros poemas (Ediciones Libertarias, 1992)
* Piedra negra o del temblar (Ediciones Libertarias, 1992)
* Orfebre (Visor, 1994)
* Tensó (Ediciones Hiperion, 1996). Con Claudio Rizzo
* El tarot del inconsciente anónimo (Valdemar, 1997)
* Guarida de un animal que no existe (Visor, 1998)
* Abismo (Ediciones Endimión, 1999)
* Teoría lautreamontiana del plagio (Límite, 1999)
* Poemas del manicomio de Mondragón (Hiperión, 1999)
* Suplicio en la cruz de la boca (El Gato Gris, Ediciones de Poesía, 2000)
* Teoría del miedo (Igitur, 2000)
* Poesía completa (1970–2000) (Visor, 2001)
* Águila contra el hombre: poemas para un suicidamiento (Valdemar, 2001)
* Me amarás cuando esté muerto (Lumen, 2001). Con José Águedo Olivares
* ¿Quién soy yo?: apuntes para una poesía sin autor (Pre-Textos, 2002). Con José Águedo Olivares
* Buena nueva del desastre (Scio, Lugo, 2002)
* Poemas del manicomio del Dr. Rafael Inglot (Valdemar, 2002)
* Conversación (Nivola, 2003).
* Esquizofrénicas o la balada de la lámpara azul (Hiperión, 2004)
* Erección del labio sobre la página (Valdemar, 2004)
* Danza de la muerte (Igitur, 2004)
* CD-Libro Moviedisco Colección Lcd El Europeo. Carlos Ann, Bunbury, José María Ponce y Bruno Galindo (Barcelona: Moviedisco, D.L., 2004)
* Poemas de la locura seguido por El hombre elefante (2005)
* Presentación del superhombre (Valdemar, 2005). Con Félix Caballero
* Páginas de excremento o dolor sin dolor (Editorial Azotes Caligráficos, 2008). Edición manuscrita con dibujos del propio autor
* Sombra (Huerga y Fierro editores, 2008)
* «Conjuros contra la vida» (Ed. Festival Internac. de Cine de LPGC, 2008), dentro del volumen Después de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, de Federico Utrera
* Voces en el desierto (Azotes Caligráficos, 2008). Con Félix J. Caballero
* Esphera (El ángel caído, 2009)
* Tango (El ángel caído, 2009). Con Félix J. Caballero
* La tempesta di mare (Huacanamo, 2009). Con Félix J. Caballero.
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Angela García.Nace en Medellín colombia. Co-fundadora del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha publicado las siguientes obras:
Entre leño y llama , Serie Hipnos, Medellin, 1993.
Rostro de Agua , serie Hipnos, Medellin, 1997.
Farallón Constelado/ Sternige Klippe (bilingual Spanish-German), traducido y editado por Jona y Tobías Burghardt, Delta, Stuttgart 2003.
De la fugacidad/Om flygtigheten, (bilingual Spanish-Swedish), traducido por Lasse Söderberg, Aura Latina, Malmö, 2005.
Veinte grados de latitud en tres horas, (bilingual Spanish-Serbian), traducido por Zlatko Krazni, Smederevo, Serbia, 2006.
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