sábado, 20 de junio de 2015
ARDE EN LETRAS EL RAYO DE LA VOZ. Por Jairo Guzmán
Arde en letras el rayo de la voz
En el crepitar de antorcha del mito
Bramo resoplo me desboco
Muerdo la aurora me desgarra tu grito
Arde en letras el rayo de la voz
Incuba la palabra su estertor primero
Sangra el nombre su leyenda
Tu nacimiento
Palabra
Es una joya del milagro
Entrelazada a un rocío de eternidad
1.
Revivimos el antiguo gesto de la voz. La palabra que canta, la palabra que resucita en cada uno al mensajero de los signos, al trashumante por la estepa órfica.
De todos los despojos del día, de su lastre de palabras que son dictámenes, órdenes instauradas por frases que son guijarros en el desierto de la producción; de todo el infierno kafkiano de la palabra maniatada por los formalismos, de todo ese dédalo de contingencias, surge la palabra engendrante, la palabra que se hace memoria y nos une a lo maravilloso.
Con el imaginario que se nutre de las potencias de la vida, la poesía avanza, manifiesta su fuerza fundacional.
Cuando las palabras vienen como olas cargadas de plenitud, el poema surge en el desierto de los eslogans y sus signos que no irradian sino que succionan los imanes de la significación, detienen su luz.
Los poemas de un autor son parte de un gran himno, transmitido de generación en generación. Lo que surja de ese devenir, lo que perviva de todo ese movimiento, es el poema que vendrá.
Existe el poeta del vértigo o el del sosiego, el que tiene un clavel en la solapa o el que se olvidó de los buenos modales en las calles "que no ahondan el poniente".
Existe el poeta en el palacio, el poeta del periódico o el poeta que resiste en la calle o encerrado en una covacha.
Nuestro tiempo está invadido de truculencias. Es un tiempo que ha querido hacer de la poesía una caricatura para uso decorativo del verbo en los salones. El poema no puede ser una pieza municipal de museo literario ni caballito de tiovivo en el circo de las tertulias.
Un poema es un tragacuchillos o un león alucinado en la fronda de las visiones.
Cuando el poeta interroga, a todos nos hace partícipes de la orfandad de luz o de un vacío por el que se ensancha nuestra mirada y nos vamos quedando sin palabras, sólo nos van quedando muchas preguntas y como expresara el poeta Gregory Corso: el gozo está en saber que no hay respuesta.
2.
Como especie avanzamos a tientas entre la tóxica nebulosa de nuestros engendros. El delirio por sobrevivir en esta jungla misteriosa, exageró el diapasón y ahora, después de confinar a la naturaleza en el rincón de los oprimidos, permanecemos expectantes ante el desierto, el glacial y la inundación, que avanzan como los nuevos titanes. También se ha vuelto nocivo el sol por los agujeros del ozono, ese dios malherido.
Tiempo difícil que invita a re-sacralizar lo viviente, ahora que se nos aleja. Tiempo para hacer del globo terráqueo una burbuja plena de vida en el que se haya desterrado el sufrimiento de milenios, reflejo de una práctica de la culpa que nos condenó a un circo de dolores.
Invocando a Hölderlin, lo que permanece ha sido fundado por la palabra de los poetas, por las acciones que la poesía hace brotar como llamas en la noche.
Que se escuche la palabra de aquellos que han guardado el suficiente silencio, sólo para entonar la voz que eleve nuestro sueño al plano de las realizaciones, como seres en la penumbra sideral que celebran el milagro de la luz.
Estamos ante un tiempo de dureza, en el que todos los paradigmas entraron en eclosión como los promontorios de la corteza terrestre, que se rompen por el empuje del fuego. Se trata de sincronizarnos a una gran ola de transformación, que todo lo remueve, camino a la otra orilla, tan anhelada, después de haber resistido las aguas turbias de la historia.
Son las trepidaciones, los cataclismos de la conciencia los verdaderos fundadores de un nuevo sentido del ser en la vida y para la vida.
3.
La escritura en el rol del control a escala planetaria es un engendro aterrador: el terrorismo semiótico y semántico de la ley y sus trampas, sus hermenéuticas enchufadas a un aparato de devastación mediante las implacables y absurdas leyes del hipercapital, con su aritmética infernal de usura a ultranza. En ese sentido la palabra se convierte en el más peligroso de los bienes (según el decir de Hölderlin).
Ante ese escenario ya no será preciso afirmar que la palabra del poeta y su experiencia personal obedezcan a la más inocente de todas las ocupaciones. En este contexto opresivo y alienante ya el poeta ha perdido su inocencia hölderleineana, el rol es distinto, es un hombre como cualquiera y por lo tanto su acción lleva el estigma de la rudeza de un mundo que perdió radicalmente la inocencia. Esto ya se observó de manera radical en la época de las vanguardias poéticas y artísticas, por allá a comienzos del siglo XX.
La poesía es la experiencia del espíritu ante los grandes estremecimientos existenciales, ante la orfandad del ser en la noche oscura del alma (San Juan de la Cruz); de ahí que la escritura sea el instrumento aliado del poeta ante su mutismo.
En silencio el poeta le devuelve la pureza a las palabras de la tribu y en voz alta esa palabra retorna a ella, enriquecida, decantada, plena de revelaciones y de luces. De estos trasvases está hecha la vida y la permanencia de la poesía. Sin la conjunción del poeta con quien le escucha, el poema permanece en potencia, espíritu coagulado en letras, encapsulado en signos, semillas milagrosas que sólo germinan en quien las pone a vibrar en voz alta.
Esas cápsulas de poesía siempre estarán allí a punto de explotar en sonido, sentido, música liberada, genio escapado de la cripta . Esa es su magia, su función sagrada: preservar el espíritu, el soplo divino que pervive en lo escrito.
Esa escritura frotada, a la que se le extrae la palabra hecha voz, como una joya del espíritu, adquiere su dimensión sonora, encantatoria, por su música, por la alquimia verbal modulada en palabra .
El milagro de la voz nos define, nos otorga esencia, nos trae el eco de nuestro propio misterio. Siempre habrá asombro ante la voz del otro y el encanto viene adherido a la poesía que despliegue.
4.
El lujo de la poesía viene de la explosión de una pre-palabra. Ese big-bang del habla está precedido de una poiesis de la errancia, una poética que activó la dínamo de la supervivencia y extendió la presencia del animal humano por todo el globo azul, ahora agujereado por los venenos gaseosos que son los colosos o titanes de nuestro tiempo, la tóxica posmodernidad.
¿Para qué poetas en tiempos tóxicos, además de aciagos? Para cantar. Nuestra única y gran riqueza es el canto. Nuestro gran patrimonio es la capacidad encantatoria del verbo. El canto que nos une en una voz incandescente gracias al fuego de la poesía.
Es el momento de escucharnos como especie que se ha excedido en su narcisismo. Estamos en un tiempo narci-sísmico. Un exagerado antropocentrismo nos ha situado en un devenir errático, de fracaso en fracaso.
Tiembla el animal humano ante el espejo roto del desastre. Las aguas del abismo donde se enamoraba de si mismo, parafraseando a algún poeta español, le inundan tanto las geografías físicas como las del inconsciente.
Mientras haya aire para cantar, a pleno pulmón, la grandeza de la vida; mientras haya un ánimo vivificante que se ocupe de mantener el más elevado sentido sagrado de la poesía, mucho más decantado estará el espíritu para dar los saltos que sean necesarios en la perspectiva de la vida y la permanencia de la naturaleza, sin los venenos que nos han separado de su seno sagrado.
5
En los tiempos tóxicamente aciagos o en los tiempos aciagos de tanto tóxico, aparecen los poetas para darle sentido espiritual a la vida con los dones de la palabra. Es misión del poeta resucitar el sentido sagrado del mito de la vida en la tierra.
Es misión del poeta mantener viva la memoria de los pueblos originarios. En estos tiempos de la globalización de la infamia, a la par que se globalizan los derechos humanos se globalizan la xenofobia, el racismo, la exclusión, la pobreza y la policía.
Ante toda esta arremetida globalizante de la muerte, las legiones de la poesía responderán de manera lúcida y consecuente con las acciones poéticas en beneficio de la existencia y la permanencia de la vida en el planeta.
Esto presupone estar en oposición a la delirante máquina de la destrucción a nivel planetaria como la industria militar de alto nivel de exterminio masivo de lo viviente.
Ahora mismo son dos las amenazas reales: el cambio climático y el animal humano, por su capacidad de destrucción general.
Es el tiempo propicio para el retorno de la palabra esencial, que genere un sentido más elevado y digno de la naturaleza humana. Ahí entran las voces como un coro que esparce sus dones poéticos para que la humanidad se reencuentre con sus orígenes.
6.
El legado de los poetas es el tesoro que heredamos para respirar, con los pulmones del canto, la aventura que somos: el habla de la intemperie ante lo imposible, esta sed de ser en la deriva, en la espesura del día a día, mediante un mundo de fuerzas concurrentes y chispazos del sueño, coronados por un misterioso rayo de luz para danzar en el abismo.
Ante la algarabía celeste nos unimos a la fiesta solar. Ante los animales, esos asustadizos seres de la vigilia, invocamos los cantos ancestrales de comunión con su inocencia y con la serenidad del bosque, frente a los desiertos que avanzan hacia la vida de las ciudades.
No sólo de versos o de prosas, está hecha la poesía. Los poemas son unas de las tantas huellas que deja el paso de la poesía por nuestras vidas y aquel que se dispone a que el lenguaje cante a través de él, es el poeta. Nos reúne nuestra sed de infinito ante lo efímero. Deseamos el encuentro. Somos la tribu que ríe, los animales que imaginan.
7.
Palabra sin tiempo, el mito respira con el oxígeno de la poesía. Danza, rito e iniciación en los misterios , la poesía es la sustancia que moviliza los símbolos en que el mito se manifiesta. El mito contiene todos los dioses, todas las narraciones que les dan vida y poderes; su esencia es permeada por todo lo viviente.
Lo ignoto, lo increado, lo incognoscible, los arquetipos, el misterio, el origen y la otredad tienen un gran peso específico en nuestra deriva por el océano de la historia. Somos mucho más que el relato de la historia. En nuestra esencia gravita la conciencia del huevo solar. En nuestras células están grabadas las grandes epopeyas, las grandes batallas que ha librado lo viviente para permanecer y continuar de cara al sol. Esa poética de lo viviente ha dado paso a nuestra presencia en el mundo. La poesía es la sangre del mito.
En su carta del Vidente, Rimbaud expresa: “El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen”. En esta perspectiva rimbaudiana, el poeta es un Prometeo desencadenante. Roba el fuego de la poesía y lo distribuye entre la humanidad. Vemos cómo un mito resucita en un poeta, justo para renovar el sentido de la experiencia poética: la poesía para “cambiar la vida”.
Así, el poeta contemporáneo, al igual que Prometeo, tiene una parte de sí enraizada en el mito y otra en la utopía, ya que descifra el código (mito) del fuego (conocimiento, poesía, técnica) y lo distribuye entre la humanidad, con la promesa de cambiar la vida (utopía actuante), de liberarnos de toda opresión y ejercer la libertad como una adquisición.
Seguimos en el laberinto y el hilo de la poesía nos va guiando, al transmitirse de generación en generación, para no perecer ante la realidad, esa contingencia, ese minotauro de la sobre-explotación y la devastación. Encontrar la salida es el sueño que alimenta la utopía. Sueño actuante, en el día a día. No se trata de ignorar la realidad. Más aún: hay que asumirla y transformarla, radicalmente. Ahora ya no nos conformamos con proclamar que "otro mundo es posible"; proclamamos que es factible y lo hacemos. Promesa por cumplir, con raiz en el mito y la historia, la utopía es una acción permanente, es el motor de nuestras acciones poéticas.