LOS MOTIVOS DE TIRIEL
“Rayo, fuego, pestilencia, ¿no oís la maldición de Tiriel?”.
William Blake
Todos se irán, siempre estaré solo. Sobre el inmenso mar, bajo el cosmos eterno... Pobre vejez de hombre aterrado de sí mismo, acaso dará para sonreír un triunfo, un solo de recuerdos. Divagaré extraviado entre la miasma de Antinoo, hueso blanco, calcio dejando de ser hueso, borrón sumergido en la oscuridad profunda de la nada. Así seré, despojo del que un día fue risa y llanto y músculos ardiendo. Se irán aun después de su partida detrás de lo increado. Y el amor se fugará como un niño herido, más allá de la luz, a la tiniebla del retorno sin brújula. Otros volverán cuando yo esté muy lejos, entre las escoriaciones del enigma. Entonces no seré una lágrima viva, ni unos ojos cansados de mirar el poniente, ni esta carne transida de pústula y delirio. Todos se irán, siempre estaré solo.
CUANDO LOS POETAS SON IDIOTAS
Cuando los poetas son idiotas, las hadas caen muertas. Tal vez se revientan las cuerdas del viejo laúd o la princesa Safo abandona su isla en medio de la tempestad. No cantan los grillos en los matorrales y un manantial de luciérnagas se desvanece en la noche de los difuntos. Cuando los poetas son idiotas huyen los pájaros al oír el trino de la madrugada, y hasta el mismo Merlín abandona a Don Quijote a la suerte de los molinos de viento. Sancho Panza estalla de risa en la ínsula Barataria y en tiempos de pavor escuchamos el timbre del teléfono. Es el doctor Jekyll llamando a Míster Hyde para que juntos, al despuntar el día, se reúnan con Bill Clinton en la casa embrujada.
FUEGO
A eso que está ahí, en la boca de la cripta, los más antiguos lo llamaron vida. Los dioses del santuario vieron en él la posibilidad de enfrentar el terror del infierno. Ascendido a la categoría de mito, muchos emperadores decidieron levantar el trono de vigilia. Con lenguas de fuego se alzaron unos contra otros hasta cambiar el curso de los tiempos. Bosques y prados y ondas y ojos caen bajo el ímpetu relampagueante de la historia. Aún en la época de Quintiliano, a esa fuerza se le llamó poesía. Nosotros, menos elocuentes en la era de la devastación, nos acercamos un poco a los antiguos. Le decimos palabra. El fuego es el poema que fluye del centro de la cripta.
CRISTALINA
Detrás de la casa no había niebla. Sólo un frío nórdico y algunos árboles fantasmagóricos atraían la mirada. Tampoco había tierra para la casa. Se veía sostenida en su propia estructura, con vacío arriba y abajo, a un lado y al otro. A dos metros de la chambrana estaban las ventanas de color verde intenso, todo el tiempo cerradas. Sentado sobre el travesaño del mirador, tocando un flautín endemoniado, el guaja de los cafetales hacía de las suyas. La puerta permanecía abierta. Yo salía del sueño. Él entraba al reino de la infancia.
DESLINDE
Sobre la proa del barco un viejo dios aguarda la última batalla. Contra él se estrellan la azada y el carcaj. Avanzan los crepúsculos en asonada de titanes, negándolo, arrasando lo poco de ala de ángel que le queda.
RESTITUCIÓN
“Si acongoja un dolor a los humildes”.
Barba Jacob
Si pudiera restaurar la infancia, darle el viso de la ruta mágica o sentarme en lo alto de una roca a contemplar el fuego de los astros. Al fondo, entre los farallones del tiempo, surgiría una serpiente líquida, blanca como la leche, ágil como el dragón. Después emprendería el regreso a casa, donde mi padre no tendría ese rostro de pergamino antiguo ni mi madre andaría diluida en un vapor extraño. Uno y otro aprenderían el arte de trepar a los árboles para contemplar la danza a nuestro alrededor. Las hojas del yarumo seguirían confundidas con las alas del chamón. Una docena de pajarillos sería cristal de pedrería fina o tú irías en busca de la lechuza muerta no se sabe cuándo, no se sabe dónde. Entregarías al capitán de vuelo las coordenadas exactas de la aventura, porque si me fuera dado restituir la infancia yo sería el mismo Pájaro de la Soledad que sabe ocultarse cuando la muerte avanza sobre la cordillera.
NACIMIENTO
Si el poema no expresa lo que está al otro lado de tu cuerpo, para qué el poema. Vuelve el polvo a la tierra, el eco al viento, la gota de agua al foramen furtivo. Conjuran las palabras contra la memoria de los muertos cuando tus labios callan al pronunciar la forma. Si el poema no rasga la vestidura del instante, qué será del poeta.
ELEFANTE
Ese hombre montado sobre la cabeza del elefante, qué pradera remota observa bajo la canícula. Qué sonido viaja a través de la espesura para conducir la mirada más allá del límite, más allá de la piel de la pantera. De la tierra se alzan pequeños remolinos de polvo y el cuerpo de la gacela traza una línea de fuga entre la huella legendaria del elefante y el colmillo pateado. Ese hombre montado sobre la cabeza del elefante asiste al ritual más antiguo de su mundo.
LA CAZA
Podía detener mis pasos a muy pocos centímetros de la huella del jabalí. De hacerlo, sólo faltaba regresar a casa. Atrás quedaba el Puerco Manaos destrozado por mis balas. Una cámara fotográfica daba cuenta fiel de la aventura, porque han de saber que las gentes de mi país son incrédulas en materia de caza. Prefieren tocar con sus propias manos el cuero de la bestia derrotada, la piel del Oso Polar o la pierna de Pie Grande que todavía huye por entre la nieve. Podía salir de la selva y volver a Nueva York, pero un orgullo indescriptible me empujaba hacia dentro.
AVISO
Los padres del poeta informamos, a familiares y amigos, que nuestro querido hijo murió hoy a las seis en punto de la tarde. Acaba de publicar su primer libro.
EL ARMA
El río se desprende arriscado de la parte alta de la montaña. Efervescencia de leche, lámparas de cristal fino en la distancia bajo un cielo entre dos hemisferios, todo ofrece a la vista un espectáculo alucinante de verde y lluvia. A la una de la tarde, tras la quimera de miel de caña en los inmensos pailones, uno se aleja por el sendero de naranjos. De dónde viene el olor húmedo del cordoncillo, el aroma penetrante del ambil. Arriba, casi adherida al firmamento, la cumbre de Sonsón deja entrever presencias góticas, colores de casas regadas por la ladera hacia el cañón del Arma, filigrana, corriente creciendo fuerte y grave a lo largo de territorios de leyenda. Viejos campesinos mastican tabaco en corredores de barro, abismados, según una antigua costumbre, en el resplandor de hojas y frutos y maleza tierna. Bordeando la cuesta donde se inicia Caldas, el Arma. De sus orillas contaban las abuelas mil historias, olvidadas del manto invisible, bellota de plantas para el sustento del hombre. Allí, envuelta en un olor de mango, de zapote en flor, una vieja mestiza contó la historia de la mujer que surge de la roca con el rostro oculto en su cabellera de oro. Nadie hasta entonces le había visto los ojos. La veían, sin embargo, abrir la roca como si fuera una puerta para huir de los hombres.
VISIÓN
En la profundidad de tus ojos descubro el mar, un ligero temblor de súcubos diminutos —acaso sean aquellos seres olvidados en el paraíso miltoniano—, dos jinetes avanzando lentos a través de la lluvia de tu mirada, la urna de cristal donde la magia me recuerda la princesa que eres (otra vez ojos de mar, caderas de figuras renacentistas que vuelan hacia la esfera honda), la ventana por donde te asomas, alma, esplendor de luz y vida y rescoldo que me quema por dentro, cuando miro tus ojos, de mar, de trasgos en miniatura que juegan con mis párpados.
José Martínez Sánchez nació en Aguadas, Colombia, en 1955. Premiado y seleccionado en varios concursos nacionales de cuento. Premio nacional de cuento Fundación Testimonio, 1984. Premio nacional de Literatura Infantil, 1990. Mención de honor en el certamen internacional de cuento del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1998. Ha publicado cuatro libros de narrativa, así como poesía y ensayo en suplementos y revistas literarias, entre ellas Prometeo, Punto Seguido, Mascaluna, Unaula y Universidad de Antioquia. Incluido en la muestra de autores hispanoamericanos preparada por la revista Letralia, de Venezuela. Aparece en las antologías mexicanas Abrevadero de dinosaurios y Perros melancólicos, dirigidas por Eduardo Villegas Guevara, 2008.
José Martínez Sánchez nació en Aguadas, Colombia, en 1955. Premiado y seleccionado en varios concursos nacionales de cuento. Premio nacional de cuento Fundación Testimonio, 1984. Premio nacional de Literatura Infantil, 1990. Mención de honor en el certamen internacional de cuento del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, 1998. Ha publicado cuatro libros de narrativa, así como poesía y ensayo en suplementos y revistas literarias, entre ellas Prometeo, Punto Seguido, Mascaluna, Unaula y Universidad de Antioquia. Incluido en la muestra de autores hispanoamericanos preparada por la revista Letralia, de Venezuela. Aparece en las antologías mexicanas Abrevadero de dinosaurios y Perros melancólicos, dirigidas por Eduardo Villegas Guevara, 2008.
1 comentario:
I would like to exchange links with your site meridiano75.blogspot.com
Is this possible?
Publicar un comentario