FALLA EN EL INSTANTE PURO
Estudio preliminar de Eduardo Espina
Una poesía de folios y estrategias
Sometida a disoluciones que acechan la historia de su hermenéutica, la escritura poética llamada a sobrevivir será aquella que logre replicar el parcialismo de la totalidad en la lectura del mundo, y con esto hacerle un dribbling a la erudición. Hablar de lo que tiene. A partir de alternativas de evidencia, a través de las cuales el texto podría entenderse (sin que esto signifique que el significado pueda ser definitivamente interpretado), la poesía de Carlos Barbarito se instala en ese territorio textual donde la historia es desviada de sus propósitos, allí donde la poesía habla de si misma y hace su canción, que es también su autobiografía: Un lenguaje al que tal vez solo yo conozca. Mediante nada generalizantes idiosincrasias, Barbarito interroga la realidad mediante un plan distanciante, instalando estilos dentro del estilo, momentos de permisividad en la sintaxis. Oye su conversación: Aquí y solo, hablando con nadie. En tanto rechazo de la nomenclatura poética en tono realista, y sobre todo en tanto discrepancia estética con sus caprichos, esta lírica impone una oferta de deriva, la del significado, en la cual, no obstante, ninguna propedéutica queda interrumpida. Por el contrario, las palabras alertan al conocimiento para que tenga ganas de estar más cerca de ellas, que son su propio proyecto, el lugar de sus ideas. Para lograr su cometido, el lenguaje recupera los primeros momentos de su comienzo, esas instancias anteriores al origen, en las cuales actúa fuera de todo propósito para poder seguir preguntando: En qué dialecto, por qué gracia, /a través de que mecánica.
Es lo que llamo aquí, poesía del folio, esto es, aquella que articula su actuación a partir del archivo de sentidos de la palabra. En el folio se pacta la representación. La vida a partir de lo vivido, vívido.
De esta manera, la información de lo real expuesta por la intimidad del lenguaje incluye la opinión y el rastreo de los sentimientos como acceso antes no considerado, como peregrinaje hacia un punto de partida siempre itinerante. Las enmiendas de la posibilidad (lo que siempre puede ser aunque no exista) no son las de la razón establecida por prerrogativas lógico lineales. No es esa la razón en juego. Hay otra por su causa. Una razón paralela: co-razón. El corazón con razón. Las variantes poéticas que han llegado hasta otro sitio, que es el de la página, se encargan de ocupar el tramo principal del discurso. Por actuar sin motivos ulteriores, las palabras, como tan efectivamente las escenifica Barbarito, se sienten entretenidas con su desemejanza y dan cuenta de una euforia pendiente, de un coto –el suyo- al margen. Las apariencias que tienen no engañan, son ellas mismas, su propio intento de representación. El disfraz es la realidad, la manera de entrar en un interior. Pero hay mas, pues la lírica de Barbarito, rigurosa, nada complacientes con sus efectos, estipula un trabajo formal de admirable exactitud. El poeta mira antes de ver. Ordena aquello tan difícil: los sentimientos mientras están incompletos, tal como vienen del mundo y no quieren ser menos. La realidad del poema se organiza a partir de ese centro de atención, que la subjetividad privilegia y que al mismo tiempo absorbe para darse cuenta de que existe y para ser asimismo otras cosas: para ser en otras cosas no correspondidas. Aquí la mirada oye, porque habrá, seguro, un ojo caído. El trato singular que reciben las emociones en esta poesía no es el de una técnica al servicio de una simplificación. El acontecimiento de lo experimentado sigue una suerte en torno a su propio proceder, convirtiéndose en tema y pregunta de sus respuestas. El poeta resta importancia a la repetición de su constancia sobre determinados tonos transformados en serie por la insistencia. Es una paradoja en fuga: su habla evita estar siempre ahí y sin embargo no se mueve, mira desde un punto de atención cambiante. La genealogía de esta poética queda abierta a todos los casos de su ocasión. El sentido de restitución vendrá recién a continuación, impulsado por el deseo de seguir haciendo lo mismo nuevamente, para que sea nuevo. El poema obliga a su abordaje en las inmediaciones, cuando no es común ni siquiera con si mismo. Por eso hablo de un no estilo en el estilo con varios estilos, de una escritura liminar que no siempre es a continuación y que se opone a ser su propia diferencia. Lejos del dogma, descanoniza; transforma al lenguaje en el lugar interrogado: ¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio, /fuese de borde a borde conocido?/Entonces, ¿qué uniría, derecho e invisible, /al fuego con la chispa, qué / agua acogería, en la superficie,/los sucesivos reflejos de la mañana?
Esta poesía significa pues un querer decir; una parte superior que va hacia otra y a su vez es la verdad de la siguiente que aun no es ni esta completa. Su exactitud viene por asimetría antes que por añadidura. La palabra poética llega hasta todas sus interrupciones, que son también la forma en que se manifiesta el suceso de algo que no siempre sucede de la misma forma.
La poesía, para Barbarito, es la representación de una verdad que de otra forma podría igualmente estar bien. Se apropia de contenidos con relación a todo lo que puede ser representado y que en ciertas ocasiones –cuando el todo queda escrito- es más. La palabra le hace caso a muchas otras cosas, a presencias anticipadas o tardías que duran irregularmente para poder darse a entender. Según esto, entonces, ¿cómo lo verdadero puede ser referido?
Tal cual las siguientes páginas lo destacan, hay varias formas indirectas de decir propiamente una cosa, de hacerla posible en el lenguaje hasta que este deje de reconocerla. En la poesía de Barbarito, una intuición debida se da por verdad de vida al borde del habla. Diciendo promete algo y al hacerlo se compromete a estar ahí, indeterminado en la representación en torno a un todo fragmentario, jerárquico y problemático. En esta poesía tienen lugar las otras condiciones del decir, estipuladas mediante un procedimiento inaudito, abierto a consecuencias sin soluciones. La palabra está pasada por una primera vez –la página es el cedazo-, mediante un situarse en lo que recién apareció en la realidad del lenguaje, para poder tocar la superficie de la realidad tal cual es imaginada, pero antes de que esta quede advertida. Es un origen que sucede propiciatorio por si mismo, que está llamado a surgir como inicio que apareció antes y que en su aparición puede ser hallado. Con metódica táctica, en verdad no una sino varias y bien ejecutadas en una sintaxis sin altibajos, la palabra se anticipa a lo que quiere decir.
Así pues, en esta poesía, admonitoria y nada circunstancial, lo que actúa es el impulso de lo que se puede decir sobre lo mismo cuando recién empieza a decirse nuevamente. En tal contexto de posibilidades con viceversa, un sentido de entropía impone sus trampas, y con estas logra seducir. Desde esos momentos, la continuidad deviene poesía. Poesía como intención que vigila de cerca aquello que las ideas y las emociones anuncian. Asimismo, advertencia de algo que puede ser conocido o no, y que a la misma vez es irremplazable por si mismo. Ese sitio de no-prescindencia es lo que cuenta, aunque la poesía de Barbarito no cuenta sino canta para encantar sin cuento y ser instrumento de sus ejemplos.
Con este libro, Carlos Barbarito consolida una poética y una voz inconfundibles en la poesía hispanoamericana, las cuales estaban en la fábrica del acontecer desde hacia tiempo y que ahora, además, confirman la condición augural de su lenguaje. En su amplitud de desempeños, la palabra poética ha conquistado la fisonomía que más le conviene al propósito en acción de sus sortilegios y vericuetos. La voz en insurgencia llega con un plan que no se parece a otro, un plan que es su propio destino, y que por eso mismo resulta desde ya imprescindible.
Eduardo Espina
***
A María y Cecilia
Entre nosotros y el cielo o el infierno no hay más que la vida, que es la cosa más frágil del mundo. Pascal, Pensamientos, IV, 349.
Un largo trueno hueco…
Un largo trueno hueco.
Un andén, mojado y vacío.
Una maleta, adentro camisas, un saco, libros.
Pero el viaje no comienza, ¿entonces?
La mirada, puesta más allá de la última casa.
El puño que se cierra y tiembla.
Pero el viaje no comienza, ¿entonces?
Una lluvia gris, densa y persistente.
Cae sobre las vías, los tiznados galpones.
Espera, mira el reloj, se pregunta por la hora de partida.
Cierra los ojos, dice Nilo como dice bosque de Duino.
Y sombra de Byron, cántaros de Grecia, grullas y sudarios.
Pero el viaje no comienza,¿entonces?
A lo que ya no respira, todo…
A lo que ya no respira, todo
lo que se asienta y reposa;
a lo que respira todavía,
un cuaderno de anchos márgenes
con nerviosas anotaciones
acerca de chispas, fulgores y olas.
¿Y yo? ¿Indiferenciado
de mi sombra? ¿Llama
sin atizador? ¿O, tal vez,
aferrado a la última voz
del coro, abriéndome paso
hacia una lejana leña que arde?
¿Me sostiene una tela burda
o una tela suave, de la India?
¿De qué antigua escena
con nudos, remiendos e hilachas convalezco?
¿O no hay cosa alguna en el fondo,
ni el jadeo de un perro?
Toco el lado frío, frío
que en una mínima porción se concentra;
toco el lado opuesto, claridad
que hacia la vastedad se extiende:
¿dónde me sitúo realmente?
¿en lo que ya no exhala olor?
¿en lo despojado de gravedad y núcleo?
¿en lo que todavía halla cobijo en la grava?
¿en lo prieto, consistente?
¿en lo que adquiere temperatura,
de paso al día, el cielo, las bandadas?
No importa en qué idioma se escriba...
No importa en qué idioma se escriba.
Toda lengua es extranjera, incomprensible.
Toda palabra, apenas pronunciada,
huye lejos, adonde nada ni nadie puede alcanzarla.
No importa cuánto se sepa.
Nadie sabe leer.
Nadie sabe qué es un relámpago
y menos cuando se refleja
en el pulido metal de un cuchillo.
Ahora la noche parece un mar.
Por ese mar remamos,
dispersos, en silencio.
¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio..?
¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio,
fuese de borde a borde conocido?
Entonces, ¿qué uniría, derecho e invisible,
al fuego con la chispa, qué
agua acogería, en la superficie,
los sucesivos reflejos de la mañana?
¿Habría chispa, fuego, agua,
un remo, apenas, rozando el fondo,
apenas una humedad en los muros más viejos?
¿Quedarían siquiera un pie en mar oscuro sumergido,
un edredón, una máscara?
Aquí y solo, hablando con nadie..
AH! LE POÉTE écrit pour le vide des cieux…
Pierre Jean Jouve
Aquí y solo, hablando con nadie.
Desde el follaje, el constante árbol sombrío.
El niño no se apiada y se extravía en el agua.
Se apaga, se cierra con su secreto.
Para la santidad basta con un silencio espeso.
Para matar basta con un color, ocre o bermejo.
Rodean la ciudad, la devastan e incendian.
Lo profundo se divide y la pesca no se inicia.
Recogerán pañuelos donde nada perdura.
Habrá, seguro, un ojo caído y un No entre llanto y sangre.
Un humo erróneo, sin fuego.
Un padre tallado en bronce, eterno e inmóvil.
Una cal de la China, un siglo sin tu sexo.
El arco se tensa, la flecha se parte.
Se rompe la respuesta contra el metal del eco.
El corazón es inhábil, todo pájaro naufraga.
Un vacío al que sólo acuden el tiempo y los motores.
Un lenguaje al que tal vez sólo yo conozca.
O conozcan ciertos y raros animales, los muertos.
Abajo, muy abajo, más abajo..
Abajo, muy abajo, más abajo
que el sueño oscuro,
bebe su porción de polvo,
y yo, desde mi pobre cartílago, la llamo.
Veo su apresurada boda con el musgo, y está sola.
Veo su pelo raído, y está sola.
Veo sus ojos ya cifrados, su cuenta sin lógica, y está sola.
Hay olor, allí, a luz que no sabe,
a sombra que ignora, a vestido helado
y sin botones, hay
allí poleas que bajan materia
y suben ceniza, bajan
ceniza y suben materia
sin centro, ni diámetro, ni límite.
En el centro del día, la muerte, insepulta...
En el centro del día, la muerte, insepulta.
En mitad de la noche, un relámpago helado
contra la madera que se pudre,
la palabra que se pudre.
¿Pedir una respuesta- estallido de bengala,
una hipótesis ingeniosa,
un polvo para el rostro que ya es casi sólo huesos ?
¿Soñar con una nevada en donde nunca nevó,
con una lluvia donde siempre fue desierto ?
Nada crece excepto el pasto..
Nada crece excepto el pasto.
Nada salta a la vista salvo alguna piedra
y lo que la piedra contiene y resguarda.
Aquí, lejos de la playa,
lejos del sitio donde el agua
devuelve cada tanto metales oxidados,
maderas enmohecidas,
algún cadáver de delfín o tortuga.
No sopla el viento capaz de empujarnos
hacia lo entonces prometido.
Los minutos que pasan se hacen horas
pero jamás días y sí noches
que jamás consienten en ser años
y sí siglos en los que alguien muere
y otro, que lo ignora, bosteza.
María Gracia Subercaseaux, Espejo
Los ojos abiertos, cuando está oscuro,
los ojos cerrados, cuando estalla
el relámpago. ¿Qué
falla en el instante puro,
en la instancia más abierta y destilada?
No somos polvo ni hierba.
Y lo somos, aunque entremos al mar
y, entre olas, sepamos
que allá abajo hay plantas y peces.
¿Quién instaló muerte,
azar? ¿Quién puso llama
en el extremo de la vela,
bestias cabeza abajo,
dolor en el dolor?
¿Es todo cuanto podemos decir?
¿Y esa que, desnuda,
al pie de una cama
con sábanas revueltas,
a si misma se contempla?
46 de la rue Hippolyte-Maindron
Aquí, donde señalo, padre seco
de hijos secos que el tiempo gasta
en bordes y centros. Espacio
en las lindes de lo inmóvil,
se avejentan sin envejecer, figuras
dispuestas en línea recta
bajo estrellas fijas, fijos polos.
Bajo el mar, no hay mar,
largos y vacíos peces con ojo hueco
y marca, ópalos, arcillas,
cobres, cada muerte con su cábala,
cada vida con su ojiva, y, en lo alto,
aguas dispersas, tramas, médulas.
¿Es destino, inocencia, idioma
de panal, de éter? ¿Es
falso o hermoso, hermoso y falso,
digno de sal o digno de melodía,
abeja que pica y enseguida muere,
sangre que fracasa, marco
que aguarda una tela que aún no es pintura,
estrella que cae al suelo
y estalla y disuelve tiempo y sombras?
Desnudo, expuesto a la radiación del día...
Desnudo, expuesto a la radiación del día.
Se tuerce la hierba en dirección opuesta al viento,
luego de ser pisada por dioses torpes
y alguna que otra bestia.
Duele. Es un dolor sin especie, sin mancha.
Un dolor que mata de otra muerte,
casa vacía en la tormenta, río inmóvil
donde el olvido es lo único que dura.
Hubo un libro leído más allá...
Hubo un libro leído más allá
del deseo, de lo que desgasta la madera
y torna inútil cada vela encendida.
¿Cuándo? Será pronto de noche.
Habrá pequeñas luces en la distancia,
montículos de tierra seca,
lámparas caídas – aún encendidas-
sobre débil certeza y ciencia errónea, ciega.
Detrás, tal vez, sople el mar...
Detrás, tal vez, sople el mar.
Sople algún verbo
fuera de todo destino de limo, óxido.
Tal vez, ungüentos de Avicena,
bosques de abrazos,
cultivos, enjambres, húmedas implicaciones.
O, tal vez, lo mismo.
Se incorpora. Se viste. Anda.
La hierba se reacomoda.
A su paso todo parece encontrar
dentro de si cierta forma de la calma.
No debe ser mucha la distancia
- piensa.
Robert Lowell, aeropuerto de Ezeiza, 1962
¿Cómo luchar contra la locura,
dolor azul en ninguna y todas partes?
Del mundo ahora apenas puede ver el dorso,
un número seco, la zarza antes de las llamas:
no puede subir desde lo oscuro,
desatar el nudo, calmar el hambre.
Hay una aguja que perfora una a una las olas,
un agua salobre y espesa
que llega hasta la boca luego de infinidad de conductos,
un antiguo hedor que no se disipa.
En la palabra, la sutura.
En la razón, cuerpos que no se adhieren a sus sombras,
ecos que resuenan sin origen aparente,
una memoria de infancia,
soterrada, transformada en escarcha.
Al sueño sucede una obsesión.
La obsesión precede a la muerte,
con precio y sin estética.
Y la muerte tarda,
viene a lomo de perro con tres patas.
Quiero empezar todo de nuevo con usted –
dice.
Se lo dice a una desconocida,
como se lo diría, en su desesperación,
a una rueda que no parara de girar,
a un evangelio bajo una roca,
a un pez envuelto en pasado y acre.
Y sopla piedad desinflada, apócrifa.
Agua, argamasa, caolín…
Agua, argamasa, caolín,
brea. ¿Y la carne?
Hay quien observa con lentes lo remoto.
Hay quien encuentra lo remoto
en lo más próximo, en una flor blanca,
de plástico, sobre la mesa.
Día: cuanto existe gira llaves,
abre puertas, deja entrar el mar.
Noche: en el agua, seres y cosas
se internan y, en lo oscuro, se abandonan.
(Febrero,9)
Voces. Hablan lenguas diferentes...
Voces. Hablan lenguas diferentes,
sibilinas, furtivas, sinuosas.
En lo profundo, entre las raíces,
raras criaturas ciegas.
Hablan idiomas sumergidos,
umbríos, brumosos, nocturnos.
Dicen: almagre, cardenillo,
herrín, herrumbre, verdín.
Se lo dicen unos a otros,
no saben de otra vida,
no saben de otra muerte.
I
El mundo,
lo que parece ser el mundo:
dilatadas orillas
llenas de bestias sedientas,
estiran sus lenguas
ante ríos secos, todo polvo.
Arriba ni una nube.
II
El dolor no duele como dolor,
duele como otra cosa,
papel que se consume,
todavía en blanco, ante los ojos.
Se lava en el agua encrespada…
Se lava en el agua encrespada;
en el horizonte, lejos,
nubes que el viento
junta por un momento
y luego dispersa.
Está desnudo,
acaso quien se desnuda y se lava,
en el exacto momento de la borrasca,
es un poco menos mortal,
un tanto menos efímero.
¿Quién tapió el jardín..?
¿Quién tapió el jardín,
poseyó hasta hacer cenizas
aquello que debía fluir,
transfigurarse, hablar en lenguas?
Cada animal diurno y nocturno
toma conciencia del frágil peso de su deseo,
de la potencia de la peste,
de lo inútil que es lavarse
en madrigueras asentadas en lodo.
Y tañe dios impío, polvo.
Y ahora todo sucede...
A Mirta Kupferminc
...hijos de un alma tímida que la tristeza arroja al delirio.
Spinoza, Tratado teológico-político.
Y ahora todo sucede,
afección de una sustancia
menos densa que la noche
y más espesa que el agua.
A través de un juego de lentes
—que otros llaman Dios—,
un eco reverbera de muro en muro
bajo la lluvia.
Y ahora, ¿qué sucede?,
rotura, emigración, extravío,
piedra que al ser frotada
no produce chispa.
No hay agua que bebida
traiga sueños, visiones.
No hay materia que,
imantada o perforada, revele su secreto.
Alguien, un instante antes de morir,
siente que la vida
no es sino una variante menor
de la fuerza que pudre los frutos
y arrastra las hojas secas.
I
¿Y por qué llorar a los muertos?
¿Por qué soñar y despertar y volver a soñar?
¿Cómo obtener abrigo
mientras el día queda siempre del otro lado,
las ramas se amontonan en un rincón del patio?
Enciende un fuego bajo un cielo que huye.
Arma una pasión con hojas, cáscaras, palos.
Solo, entre pequeñas bestias que amamantan
y maduran para la gravedad y no para el vuelo.
¿Una piedra puede florecer? ¿Qué espera,
entonces, qué hace allí, sucio, desnudo?
De lado a lado, ventanas apenas iluminadas,
detrás, una marca, la vejez, la costumbre.
II
¿Cómo es ahora el mar? ¿Y
el salto del delfín? ¿Y el niño afiebrado,
el miedo a las arañas, la carcoma,
la piel de la culebra, la mujer desnuda
frente a la mujer vestida que la contempla?
Irá la sangre al fracaso...
a W.S.
Irá la sangre al fracaso
y la muerte será, ¿alguna vez no lo fue?,
madre y padre de la belleza.
La tinta desconsuela y nadie llama a la puerta…
La tinta desconsuela y nadie llama a la puerta.
La luz proviene de la lámpara
y no desde el oro de las hojas
que pisé en la breve mañana de la inocencia.
Hoy la muerte juega con mis cosas,
entre los lentos y mansos animales
que mascan hierba dura y no entienden.
Hoy la vida avanza en la lluvia, y no me lleva,
tropieza, cae y se levanta, y no me lleva,
en el barro encuentra claridad,
en el agua de los charcos se sacia, y no me lleva.
¿Esto fue todo? ¿Y ahora?...
¿Esto fue todo? ¿Y ahora?
¿Una larga conversación silenciosa
con la única, constante figura del tedio?
¿Para qué entonces la casa, sus aleros,
la claridad intangible en el dorsal de las horas,
el antepecho, las ropas recogidas
antes de la tormenta, el esmero del cartógrafo
ante la precariedad del mundo:
materia que no se hincha,
no gana densidad, fluye sobre musgos
por un instante y, luego, prescribe o se disocia?
¿Con qué hilos tejer la novedad,
al menos una sombra casi música,
al menos una línea de tiza,
al menos un instante sin tutela ni desdicha?
Un súbito pinchazo en la muñeca izquierda…
Un súbito pinchazo en la muñeca izquierda.
Un beso apurado en una mañana de truenos.
Una frase, dicha u oída, interrumpida por sirenas y bocinas.
Un pelo que queda, con cada despertar, en la almohada.
Pétalos blancos en el agua, la infancia.
La sarga, el rojo y el negro, la muselina.
Un olor a creosota en los pasillos, un caracol sobre el vidrio.
Hojas resecas o estremecidas y siempre el viento.
Edimbugo, donde nunca estuve.
Cierta página de Rimbaud, de Nerval.
Bandadas de teros a medianoche, una moneda de Suiza, oxidada.
La tarde que se azula, cierto perfil que, de a poco, se disipa.
Un quiero estar solo y, enseguida, un por favor, no me dejen.
Punzar la piedra antes del final…
Punzar la piedra antes del final,
en años de sangre o ceniza;
la tierra constante bajo un cielo que se revuelve,
el agua que fluye más allá de la sed,
de la mano que se hunde en la arena,
de la inocencia a la que suelda,
sin piedad, nunca desnudo, el padre;
pungir, lancinar para dejar inscrita
una señal en la apretada materia terrosa,
en lo grueso del azar del que surgieron
la sangre, la arena, la inocencia, el padre y la piedra.
Marcar como marca el fuego en la carne,
el deseo que atraviesa el hierro
hacia el oculto pez, su núcleo tenue y sedoso,
antes de la dispersión, del hundimiento
del relámpago, del raspado de la escarcha,
de la semejanza de cuna, cama, vientre y tumba.
Está escrito en la losa, en la vara, en la argamasa…
Está escrito en la losa, en la vara, en la argamasa,
en el oficio, en la ceguera, en el hambre,
en la cortina que se agita y en la que se rasga,
en el antiguo bosque y en la jornada lluviosa,
en la boya que flota, en la espera,
en el zorro que persigue a su presa
y en el zorro disecado junto a la ventana;
en el primer tambor y en la última trompeta,
en el olor a madera de roble, en la dársena más olvidada,
en el mal y en la cura, en la sal y en la escama,
en la piedra verde, en la piedra roja, en piedra blanca,
en el viento del este, en la cola del cometa,
en el amor, en el veneno, en el metro patrón,
en sílabas, acechos, escarchas, cúpulas:
No hay vida después de la vida,
Siempre hay muerte después de la muerte.
Y es Tiempo, no Amor, lo que juzga.
***
Carlos Barbarito, nació en Pergamino, Argentina, el 6 de febrero de 1955. Su obra literaria comprende libros de poesía y de crítica de artes plásticas.
Libros publicados:
• Poesía quebrada (Mano de Obra, Buenos Aires, 1984)
• Teatro de lirios (Fundación Alejandro González Gattone, Pergamio, 1985)
• Éxodos y trenes (Último Reino, Buenos Aires, 1987)
• Páginas del poeta flaco (Filofalsía, Buenos Aires, 1988)
• Caballos y otros poemas (Hojas de Sudestada, La Plata, 1990)
• Parte de entrañas (Arché, Buenos Aires, 1991)
• Bestiario de amor (En: El primer siglo, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1992)
• Viga bajo el agua (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1992)
• Meninas/Desnudo y la máscara (En: Poesía. Ganadores del Concurso Nacional de Poesía Enrique Pezzoni 1992 Centro de Estudiantes Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Último Reino, Buenos Aires, 1992)
• El peso de los días (Ediciones Electrónicas Altamira, Buenos Aires, 1995)
• La luz y alguna cosa (Último Reino, Buenos Aires, 1998)
• Desnuda materia (Ediciones del Árbol, Buenos Aires, 1999)
• Puntos de fuga (Colectivo ZonAlta, Toluca, 2002)
• La orilla desierta (Andrómeda, San José de Costa Rica, 2003)
• Piedra encerrada en piedra (Hespérides, La Plata, 2005)
• Les minutes qui passent (Poietes, Foetz, 2005)
• Figuras de ojo y sombras (Bermingham Edit., Donostia, 2006)
• Música humana y de paramecio (Colección Manija, San José de Costa Rica, 2008)
1 comentario:
Gracias, mil gracias! Un enorme abrazo desde Argentina para vos!
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