martes, 6 de octubre de 2009

POEMAS DE HUGO GOLDSACK. Del libro:”Elegías de L-Tor”. Selección de Rodrigo Verdugo



ELEGIA DEL PRIMER ALUCINADO

Yo no podría negar los derechos de L- Tor
Nadie negará tus derechos, L- Tor.
Aunque por defenderlos me apedreen.
Y mis hermanos de clan me arranquen los ojos.
Y me quiten de las manos el lábaro de mi tótem.
Y me abandonen ciego en la selva enemiga.

Nadie negará tu existencia, L-Tor,
Mientras yo esté vivo,
Y tu voz de azufre ritual me ilumine el plexo,
El sexo y la boca
Como si empezara a arder.

Tú sabes hablar en la noche.

Inmóvil y desvelado al fondo de la caverna.

Tú sabes hablar y ladrar
Y aún cantar como los pájaros.

Y graznar con la vieja y sabia lengua de lechuza.

Y desbordar los ríos de la sangre
Como si me deshielara.

Tú sabes herir de vida, L- Tor.
Tú enseñas a golpe de relámpago
Y sobre la fuga de los lobos
Consigues que estalle la dentadura alegre
De una flor que me hace reír hasta la aurora.

He medido tus plantas en la arena del sueño,
Son iguales a las mías.

He acariciado el follaje con mi áspero tacto
Y lo he visto temblar lo mismo
Que cuando tú lo besas
Mientras el sol se pone.

Las aves del aire se devuelven
Cuando las silbo como tú
Y tú estas dormido.

L-Tor, L-Tor,
Sombra mía,
Hermano mío,
Llanto mío,
Tú y yo somos el mismo espectro,

A veces, tú el eco y yo la voz.
A veces, tú la flauta y yo la música.

La música que empuja hacia fuera a la tribu
Y la obliga a danzar sobre la escarcha.

Pero tú no pesas, L-Tor.

Tú no necesitas alimentos, L-Thor,
Ni agua con fuego adentro.

Tú no aúllas de dolor cuando nos hieren
En medio de la guerra.

Tú eres inmutable como el sol en el aire.
Tú eres de aire,
De aire tibio,
Y te pareces extrañamente al miedo
A veces…

Porque mi lengua te sigue, me persiguen.

Porque te llamo como a mi padre, que era bueno,
Me apedrean en la fiesta.

Porque converso contigo cuando ronda la hiena,
Los ancianos azuzan contra mí
Los poderes del hechicero.

Y mi suegra suele llorar diciendo:
-Ya no es el mismo, ya no es el mismo…-

Un muro de azufre me cerca.

Un río de odio morado me ahoga.
Una noche sin luna se me congela en los huesos
Y veo los ojos ardientes del lobo
Iluminando de sangre las huellas
Del que tiene que morir esta noche.
L- Tor, estoy perdido.
Hermano mío, estoy herido.
Padre celeste, la fiebre me hace crujir las sienes.
Pero, yo no te negaré nunca, L-Thor.
Antes de negarte, que me devoren, L-Thor.
Que nunca nadie niegue tus derechos, L-Thor.


***


ELEGÍA PARA EL QUE MURIÓ DE NUEVO


Esta noche, el pecho del mar se romperá bramando contra las rocas muertas.

Esta noche, un aullido llenará de lágrimas el ojo de los faros.

Esta noche gemirán solos todos los armonios del mundo,

Y el viento de los médanos oficiará una misa
Para la muerte de la anémona
Porque el hombre está triste.


Esta noche, un llamado despertará a la madre.
Que se erguirá en la huesa
Con las cuencas quemadas por espesas lágrimas de barro.

Con sus duros dedos cogerá del aire agua lunar.

Con sus negras uñas tejerá vendas de olvido,
Y como antes a la cuna, ahora correrá hacia la ciudad,
Por caminos que sólo los ladridos transitan,
Porque el hombre está herido,
Y ese hombre es su hijo.

Esta noche el hombre estará sentado sobre un lecho negro
Partiéndose el pecho contra los muros irremediables.

Llenando de lágrimas el ojo de su dios.

Ahogándose inútilmente en las sordas músicas del vino.

Nadie vera el flujo de su sangre, creciéndole en la conciencia,
Hasta quebrantar sus sillares inmemoriales.

Nadie sabrá del derrumbe
Ni escuchara el espantoso hervor de sus piedras, arrastradas por la resaca
Hacia el abismo de la muerte,
Al abismo final en que flota una anémona,
Perdida para todo alto destino sublunar.

Pero tal vez no sea enteramente cierto.
Yo sé que el hombre tendrá un consuelo esta noche.
Es posible escuchar pasos de seda sobrecogedora.

Y es posible una mano de celestes huesos y uñas negras.
Acariciando los cabellos negros,
Mientras el mundo llueve afuera.

Qué tristes son las citas del hombre con sus muertos…

Qué desconsuelo hay en sus vendas de olvido,
Y en el agua lunar que una mujer,
Vestida de líquenes y polvo,
Ejercita inútilmente contra la fiebre,
Que ciñe de rojas y atroces coronas
Las sienes de su hijo…

El hombre está herido y muere,
Y mira como arden, lejos,
Brumosos calendarios.

Una balada tenue suelta al aire sus signos
De cristales agudos,
Por encima de los vagos abanicos del humo.

(Anémona perdida…)

El silbido viene y va, mientras se ahogan,
En los últimos limos, las pausadas
Columnas del crepúsculo.

(Oh, dedos que insistieron
En entrar en la celda del que no tenia
Otra defensa que su obstinada soledad…)

Humo y trino pastoril han conseguido
Pulir peldaños de amatista,
Para que no resbalen las sandalias del lucero.

(Ah, los pies en que el vencido
Creyó besar la tibia cifra
De su regreso al mundo…)
En el cielo indeciso,
El abracadabra de los murciélagos
Enseña, siniestramente
Que también las campanadas tienen sombra.

Ay del hombre herido que está muriendo en la noche…

Ay del que solo tiene el salmo de sus fantasmas…

Ay del que perdió su anémona, y con ella, la vida.

Ay del que desertó de su soledad para besar el viento,

Y enceguecido por su relámpago rubio y verde y rojo,

No tuvo siquiera la cama de piedra de su celda para morir de nuevo!


***


HISTORIA PARA UNA NOCHE DE NEBLINA


Ya podéis gritar y correr, deudos de nadie,
Hombres de roja gorra, caballeros
De acompasado pantalón.

Ya podéis pisotearme, señoras
De poderoso fuelle sentimental, y en mis narices
Batir vuestros pañuelos.

Precipitaos hacia las puertas
Gesticulando, sonándoos, rodando,
Riendo.

Empujadme a la margen del rebaño,
Y dejadme solo como los guardafaros
O los náufragos.

Dejad que me convenza lentamente

Que el frío del andén bañe mis huesos
Hasta que me percate de mi muerte.

O de la paradoja de estar vivo
Cuando el alma va lejos.

Lejos, más lejos, mientras fluye el tiempo,
Y la niebla se cuela por las venas
Para volverse llanto…

Nadie me escuche, nadie me consuele.

Solo nací, solo me muero
Con su desdén que me trepana el alma,
Con sus manos cuyo recuerdo lamo,
Y sus ojos que retienen el embrujo
De la primera luna que alumbró en el mundo.

En invierno las ánimas van vestidas de niebla.

Como volutas giran en torno a los faroles
Y gimiendo cruzan la cara del desamparado.

¿De qué viejas culpas le hablaran cuando pasan?

Pero el triste sigue sin decir nada.

Un pitazo infinito ha rasgado su oído
Y una voz que fue suya parece que hablara cerca.

Marejada de anhelo, la sangre se le escapa
.y se va por nocturnos campos, hacia remotos galpones ferroviarios.

El vino torna monstruosa la risa en el burdel.
Alguien me mira, Es posible. Sólo sé
Que mis besos perdidos como jauría triste
Van rodando en la bruma tras un tren.


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Hugo Goldsack: (1915-1988). Poeta y Cronista Chileno. Miembro de la Generación de 1938. Se desempeñó como director de la Revista “Zig- Zag”, fue Fundador de la Revista “Siete Días” y colaboro en los diarios: “El Mercurio”, “La Opinión”, “La hora” y “La Tercera”. Sus obras principales son: “En Torno a cierto fuego”, Ed Diógenes,(prologo e ilustraciones de Andrés Sabella) Santiago, 1949, “Pedro Prado, un clásico de América”, en colaboración con Julio Arraigada, Separata Revista Atenea, Universidad de Concepción, 1952, “Elegías de L- Thor”, Ed Francois Villon, Santiago, 1955, “Encuentro con Bolivia: Color y sorpresa de un país inesperado”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Taller Grafica Periodística de Chile, Santiago 1956, “De España un pelo”, (Prologo de Joaquín Edwards Bello), Ed Nascimento, Santiago 1968, “El rostro de Dios”, Suplemento Literario Revista Extra, Santiago, 1976, “Los Archivos del diablo”, (Prologo de Luís Sánchez Latorre), Ed Diógenes, Valparaíso, 1990, “Antología Poética” Ed Diógenes, Valparaíso, 1995. En 1968 recibo el Premio Hispanoamericano de Periodismo “Carlos Saptien”, y en 1972 recibió el Premio Nacional de Periodismo, Mención Crónica.

1 comentario:

Enrique Dintrans Alarcón dijo...

Agradezco el trabajo de divulgar a poetas chilenos. Es un real aporte a quienes se interesan en conocerlos en sus temas y propuestas.