I
Los ángeles esperan, afuera, mi frente.
Los ángeles esperan, afuera, mi frente.
Los ángeles, a merced del viento, en la escarcha, como blancos párpados ansiosos,
Baten alas,
Queman el sueño en la casa de la negrura.
Y las luces del cielo, las luces de la arena, vibran juntas en la espera.
¿Mis manos? ¡Abiertas, descuartizadas, abiertas en la sangre!
Las puertas de mi soledad golpean en los espejos del viento.
Y todas las hojas nacidas de la Naturaleza,
Que velan en torno sobre esta luz de tristeza y ansiedad.
Pero no puedo ausentarme, y en modo alguno, alegrar las formas de mi visión.
Pero no puedo ausentarme, y en modo alguno, alegrar las formas de mi visión.
Tengo que sufrir, créanme, muchas palabras y numerosos climas,
Los múltiples alientos del alma desesperada.
¡Pues lo rojo está allí!
¡Pues lo rojo está allí!
Ese rojo extremo ante mi mirada, ese rojo en las sienes y en mis manos.
Y el penoso golpear de la puerta crea, de vez en cuando, afuera, la confusión en los hermosos rostros de esa legión.
Y la luz, que desconfía, guarda a mi alrededor como una espera roja en los muros.
Esos pájaros dispersos adelante, espejean en el aire-
Esos pájaros dispersos adelante, espejean en el aire-
¡Esos grandes pájaros que reivindican un tan largo viaje,
Que me enseñan, en ese virtuosismo de vuelo,
Las aguas primigenias que no pude beber!
Y la luz, como un pensamiento, en la cima misma del espíritu.
¿Quién franquearía, hacia afuera, estos muros?
¿Quién franquearía, hacia afuera, estos muros?
Como una corteza bien ajustada
Nos mantienen en este impulso, derechos hacia el cielo en plena inmovilidad.
¡Y mis venas que se asfixian!
Mis venas, cargadas de lágrimas, que pesan tanto en mi cerebro.
¡Vamos, rehuid mi vida, rehuidla, pues, presencias de afuera, y no me hagáis soportar más este hielo en el terror!
¡Pero allí está ese viento, ese viento de todos lados!
¡Pero allí está ese viento, ese viento de todos lados!
¡El viento que, rápido, se apresta a devastar hasta en las blancuras límpidas de mi frente!
¡Así es!, y este color tan suave, también, venido del fondo de los tiempos, como una voz secreta de las íntimas sombras,
tan suave y venido de tan lejos en la líquida soledad de mis párpados.
Como la sal nocturna de la mirada, que benévola estalla en los días de vergüenza y tempestad,
Como la sal nocturna de la mirada, que benévola estalla en los días de vergüenza y tempestad,
Un astro está desnudo en mi mente.
¡Oh sol con tus brisas, tu paraíso soluble en nuestras venas y nuestras lágrimas!
Ilumina, ilumina, oh astro tumultuoso, ilumíname pues esas espesas tinieblas de la distancia.
Y haz de modo que yo ya no esté separado de Ella, de Ella,
¡ah!, de la blanca extensión de su contacto, por todo este largo y difícil viaje.
Yo permanezco solo, aquí en esta arcilla, ángeles del afuera,
-Para mejor esperarla, en estas luces consternadas.
¡Para este llamado!
Ya que en mi frente adoro una presencia memorable.
Las flores y las brisas que se entrelazan.
¡Las flores! ¡Y el rumor de mi pupila, como la palabra feliz de su alma!
¡Y sus brazos! ¡Qué perfumes! rodeados por mis venas brillantes.
¡Callaos! ¡Callaos, pues, bocas inquietas del afuera!
¡Ya los grandes pájaros de la tarde arrancan las puertas y rompen los muros!
Esos grandes y negros pájaros que despliegan su vuelo sutil en las profundidades de mis ventanas y de mis espejos.
El mundo, en este instante, no es más que el hálito de un pensamiento.
Señor, estoy temblando.
El Espíritu, el sol, los astros y toda luz conocida tiemblan también.
Señor, que tiemblan en este conocimiento supremo:
¡Oh Amor!
Amor presente.
***
V
¡Oh Tierra! ¡Tierra tres veces maldita, esta vez, oh Tierra! Te contemplo animado por todo el odio del que mis ojos serán un día capaces.
¡Oh Tierra! ¡Tierra tres veces maldita, esta vez, oh Tierra! Te contemplo animado por todo el odio del que mis ojos serán un día capaces.
Desde que solapadamente me hablaron de mi desgracia,
Desde esa hora, la más pesada, por cierto, y la más triste de todas las horas de mi sangre,
Desde entonces, ¡oh Tierra!, con tus árboles y tus guijarros,
Tierra maldita con tus piedras -y esta lluvia y esta noche carnales que largamente te bañan, en tus valles desiertos-
Desde ese repentino corte de abismo en mi cerebro,
Heme aquí, Tierra intratable, heme aquí de vuelta de los sueños,
¡Oh Tierra! ¡Ante ti me anuncio!
Y mi palabra vengativa, y pesada con la savia de las amapolas, mi palabra te mancha, te dice:
¡Oh Tierra! ¡Así te aborrezco, solemnemente!
Y el resto de mi vida sorda y secreta lo dedicaré a fomentar metódicamente, en todo lo que vive, el desprecio y el odio hacia ti.
Y aún estoy aquí, en medio de tus sombras,
Condenado a sufrir esta amnesia, esta demencia de mis ojos-presos de un temblor tal,
Presos a tal punto que, al oírlos el mismo huracán, envidiaría su resonancia y su desolación.
Pero ya es tiempo de que me dirija a vosotros, hombres envejecidos en el polvo y en los caminos.
Pero ya es tiempo de que me dirija a vosotros, hombres envejecidos en el polvo y en los caminos.
Considerad mi turbación: ¡este abandono!
Considerad, os ruego, mi soledad y mi pena;
Creedme, las flores del día y de la noche
Se asombran de rodearme y de verme,
Las flores, en su sabiduría, se asombran de las mil sílabas abstrusas que surcan mi desesperación.
¡Oh mundo inútil!
Y mi ciencia inhumana apenas si puede otorgar su nepente a los sufrimientos que soporto.
¡Un sólo minuto de tregua y de olvido, que me permita huir de esta Tierra inhumana y sin recursos
-Tierra prometida a mis ancestros,
Tierra de oro y de luz,
Donde los ojos no arden sino con el fuego continuo y solitario de las rocas!
¡Hombres felices y de otras tierras, cómo añoro las frescuras de vuestras sombras!
Nunca sabréis lo lejos que estáis de este sitio infernal, de esta arcilla despareja y sombría.
¡Naturaleza, te odio!
Horrífica Tierra, ¿qué me importan tus reinos?
Piensa más bien en el árbol alimentado con cenizas cuya savia implica desesperación.
¡El acónito, el trigo y tanto grano tienen necesidad de tu auxilio, Naturaleza!
Tanto grano y esta hierba adulta, y esta paja rojiza, también, quemada por las tormentas, esta paja, esta hierba siniestra en el viento.
¡Olvídame pues, Naturaleza!Verdaderamente, no soy más que un fantasma en tu silencio;
¿Qué necesidad tendrías tú de iniciarte en los secretos de mi mente?
¡Un fantasma de antigua raza, necesariamente!
O incluso, ¡más bien!, ¿una forma más concreta y bien provista de un corazón que sufre?
¡Pero no!, he aquí que me acuerdo:
¡Como un cadáver, desde lejos, hacia ti he venido,
Horrífica Tierra, de nuevo a encontrarte!
***
VII
Muchos insectos en torno a un único pensamiento:
Muchos insectos en torno a un único pensamiento:
¡El mío, ausente!, bajo un cielo lluvioso.
¡Y tú viniste,un día, aquí, Pizarro, animado por una gran pasión
!Como tú, ¡fantasma!, yo quemo mi alma junto a esta extraña selva
Cuyo hálito tenaz te gustaba antaño oler.Pero cuántas de esas pupilas nauseabundas me rodean también
-Como en esta hora de angustia, pesada y mala para tu espíritu-
Que se quedan mirándome languidecer.
¡Morir!, con los ojos tan lejos de aquí
-¡Y el espíritu, más noble aún, muy cerca de las cadenas en que vivió mi corazón!
La sangre me llama,
La sangre me llama,
La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que el mar.
Esta sangre que nunca olvida, que me invade con un color terrible.
Pero, ¡rápido!, ¡que se acabe este inútil viaje de los ojos!
Así, el corazón que ha sido tan paciente quiere a toda costa volver a ver su sangre,
Gozar de una sombra codiciada, más suave y más propicia a su penoso temblor.
Pero, ¡rápido, que yo vuelva allí!
Pues ella me espera, con la mirada al viento, mi Desposada, allá lejos, blanca y secreta como las nieves de una estrella nueva.
¡Ah, Señor!, si yo recorro una patria malvada, ten piedad de quien te ofende, paupérrimo niño olvidado en las zarzas de su calvario.
Te grito: "¡Señor, cúrame del inmenso mar, de mi grandísima tristeza, y del astro banal que ilumina las tierras de tormento!"
La noche que busca sus sombras desesperadamente se hace más grave, más densa.
Grande es mi aflicción.
Y abriré mi corazón a los animales salvajes que recorren el mundo como el fuego la arena.
¿Qué Espíritu me queda por frecuentar?
El opio divide mis sombras en mil pedazos, vertiendo en toda pupila su melancolía de ausencias.
Casi sin esperanzas, el corazón recomienza:
"¡La ausencia!
La ausencia hasta donde se pierde la vista.
¡Oh, que lejos está mi hogar de glorias!
Oh, labios amantes, estas lágrimas no son lo bastante profundas para llorar vuestro lamentable alejamiento."
¡El cielo, más duro aún, no resuena!
Las flores sin tallo que tienen el peso de la sangre.
Y la noche se hace más suave, más cercana y más cautivante:"¡Ábrete!
Abre tu sueño a mis hálitos,
Pues soy la libertad de las brisas,
Pues arrastro con mis siglos la convalecencia de tus pupilas.
El camino está listo, toda forma del sueño está deseosa de cumplir con su tarea, con su destino.
El tiempo os urge, oh labios incomparables,
Dirigíos a mi cielo de inteligencia,
El único contacto de amor irreductible, lo aseguro en este reino de vida."
***
IX
Los muros tiemblan, las hojas también.
Los muros tiemblan, las hojas también.
Os lo digo, os lo aseguro:
Hay alguien que sangra aquí.
Alguien que sangra gruesas gotas,
Pesadas como el ácido enterrado en el seno terrible de la montaña.
¡Abrid las puertas, abridlas!
Que el vapor, lo más rápido posible, tome
La ruta de fuego que lo llevará de regreso a los ángeles.
Hay alguien que sangra aquí.
Si os habla: sus ojos, desde hace toda una vida,
Se abrieron en vuestra noche,
¡Ay, os lo digo, como un incendio
De savias en el bosque!
Pues bien está condenado, en su carne, en su espíritu.
Y, ¿llegará alguna vez a conocer
La dulzura del cielo que se nos infiltra largamente en los párpados,
Y esas brisas de esperanza latente
Que acunan, reclinan las hojas adormecidas?
El mundo en su corazón, en su espíritu
El mundo, para él, se ha terminado.
Dominado por la vergüenza, ya no respira más.
Se ausenta, desaparece,
Ya no tenemos que consolarlo.
¡Piedad!, sin embargo.
¡Reincidamos, reincidamos!
Colores vibrantes de su frente,
Haced que se diga:"El amor: ¡esos hálitos, esas miradas, esos sueños,
y toda imagen, toda sombra,
y la tristeza eterna en mi cerebro!"
Volved, volved, sin embargo,
a vuestro hogar lleno de luz,
manchas de un sol perdido
que os ensañáis con este hijo de la miseria!
El rayo de lo alto le acerca su manto de fuego.
Pero el frío, que congeló todo alimento, es más tenaz aún,
Sólo ese ruido de arenas que vuela a su lado...
¿Será el día, la claridad, la liberación,
O bien el hálito estéril del desierto
Que se abisma en el polvo
Y zozobra con nosotros?
Os lo digo, os lo aseguro:
Hay alguien que sangra aquí.
Y su voz, de golpe, es esta:
"¡Yo ya no sé rogar, no puedo más, estoy perdido!
¡Oh mis rodillas!
Que os extenuáis en aprehender los murmullos, las estaciones de la tierra:
Los calvarios, las músicas,
¿No están hartos ya, muy hartos,
Del calor de mi sangre?
¡Yo ya no sé rogar, el viento me desgarra!
¡Oh Tierra!, he aquí tus llanuras y tus montes,
Tus cursos de agua, tus selvas;
Pero ahora aún me ves sin cultivar, insaciado...
E incluso moribundo me relegas a la última soledad del mundo."
-Y la estrella inmóvil, que lo daña, responde:
"¡Ah sí!, ¡hasta que el cielo te haya del todo cubierto
Con su purulencia y con su lodo!"
***
Alfredo Gangotena (1904-1944).Ocupa un lugar particularísimo y aún casi secreto en la gran poesía francesa de la primera mitad del siglo XX. Entre los poetas que la América española, como diría Rubén Darío, le dio a Francia —los montevideanos Lautréamont, Laforgue, Supervielle son los otros— este ecuatoriano sigue siendo el menos conocido. Poeta místico y vanguardista, al que su catolicismo lo alejó de cualquier comunión posible con la vanguardia surrealista pero lo acercó íntimamente al inclasificable Max Jacob o al tan mundano como lleno de talentos Jean Cocteau.
Alfredo Gangotena llegó a París a los dieciséis años y muy pronto hizo suya la lengua de su segunda patria. En realidad sus años parisinos fueron muy pocos en una vida breve marcada tanto por el genio poético como por la enfermedad incurable que padecía desde niño, la hemofilia: ya a los veintitrés años estaba de regreso en Ecuador, país que no volvió a abandonar hasta su muerte en 1944.
Los poemas aquí seleccionados pertenecen al libro Absence, publicado en Quito en 1932, a cuenta de autor. Max Jacob le escribió a Gangotena a propósito de Absence: "una época trágica requiere una poesía trágica, una desgarradora época de poetas desgarrados".
Alfredo Gangotena llegó a París a los dieciséis años y muy pronto hizo suya la lengua de su segunda patria. En realidad sus años parisinos fueron muy pocos en una vida breve marcada tanto por el genio poético como por la enfermedad incurable que padecía desde niño, la hemofilia: ya a los veintitrés años estaba de regreso en Ecuador, país que no volvió a abandonar hasta su muerte en 1944.
Los poemas aquí seleccionados pertenecen al libro Absence, publicado en Quito en 1932, a cuenta de autor. Max Jacob le escribió a Gangotena a propósito de Absence: "una época trágica requiere una poesía trágica, una desgarradora época de poetas desgarrados".
No hay comentarios:
Publicar un comentario