martes, 29 de enero de 2008

PEQUEÑA PALINODIA PARA SIGMUND FREUD. Autor: Javier Bello.

Pintura de Max Ernst.





Los mejores poemas son los que se entierran por un tiempo, me dijo la voz. La cabeza se abre y de ella sale algo. La lepra de los santos. Una montaña rusa que se viene abajo. Una tabla ouija.Un vestido de novia vienés. El más allá no queda tan lejos, está más acá. Estoy tendido en el diván cubierto por un mosquitero en llamas. Hablo en voz baja con los árboles. Mis manos vibran repletas de imanes. La lámpara de alambre revolotea por el dormitorio. El dedo vigila la manufactura automática. Detrás del escenario la mariposa carnívora conversa con André Bretón. No tengo sexo y mi madre inaugura el Gran Beso. No tengo madre y soy libre. Soy el novio de la eternidad. El pez con los ojos podridos. Llaman a la puerta. Nadie sale a abrir. No hay nadie afuera. Donde dice dormitorio debe decir cementerio. Quiero prenderle fuego a los árboles. Leo las escrituras con los labios quemados. Los corderos cantan Elohim Elohim. Un niño recorta mariposas negras de las sotanas. La noche se degüella de pie. Libélulas de leche revientan contra una plantación de campanarios. De qué sirve estar dormido si todo tiende a despertar. El rabino baila desnudo y se saca la máscara. Entra en la sala el intérprete. Toma el violín. Tropieza. Es Rimbaud. Es otro. Es cruel. Se aburre de sus vísceras el joven condenado. El traductor no puede con las personas que se cambian de asiento. El francotirador desconfía de las partituras húmedas, pero no escupe al cielo. Imbécil, me dice la voz, no se trata de una traducción. Es más bien un espejismo. Es más bien un sueño. Un poema reversible. Un pez que boquea fuera del agua. Se abre el diccionario de arenas movedizas. La torre de Babel se hunde en la sonrisa de los manglares. Los monos cagan sobre las cúpulas de Roma. En mi casa no hay ratas, hay lagartos. El sol se quema, como siempre. La luna se masturba. La sangre salta del acantilado. Se burla de nosotros. Los muertos odian el número dos. Olvidaron la preñez de la rueda. Lo mataron de espaldas. Federico busca su cadáver. El ano es el castigo del hombre. Me hago un vestido con las tetas de Tiresias. Las tetas de Guillermo Tell. Las tetas de Dalí. Aparezco y desaparezco de El Ángelus de Millet. Estoy y no estoy al mismo tiempo. El método paranoico crítico es una mantarraya agazapada en el fondo. El fondo es un vientre vítreo por el que contemplan a su madre los milicianos ahogados. Un método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación sistemática de asociaciones e interpretaciones delirantes. Lo bautizó Huidobro en su espejo de agua en 1916. Gala lo patentó. Lacan le dio la primera comunión. Cuidado. Quien dice la verdad, antes o después, acaba por ser descubierto. El alcohol, tomado en suficientes cantidades, produce todos los efectos de la embriaguez. Debe el hombre elegir entre salvarse o perderse, pero si elige está perdido. ¿Qué rescataría si su casa se estuviera incendiando, señor Cocteau? El fuego, por supuesto, el fuego. De buenas intenciones está lleno el infierno. De grandes cenas están llenas las tumbas. El infierno, dijo una santa, está vacío. Me gusta tenderme en el diván porque hablan por mí los pájaros extintos. El televisor responde a las preguntas del Espíritu Racional con un desdén arcaico. Le da sueño. Le da frío. Siente angustia. Se ríe como loca. Leche le da. Líquido amniótico. Hipnosis por favor. Un poco de morfina. Respire. No se agite. Ya viene la enfermera. Temo que olvidé mis gafas en la consulta. No me dejan volver por el retrato de mi hija. Con el apuro las maletas se pusieron a llorar en la puerta del ghetto. Se quebraron los lentes de la llovizna. Esto no es una pipa, Profesor Freud, es una chimenea. Un trasatlántico. Llueve dentro del tren. Llueve debajo de las mantas. Humberto Díaz-Casanueva el año de la cosecha en Auschwitz. Piensa en Heidegger. Hannah también piensa en Heidegger. Heidegger piensa en las patrullas del ser. Escucha las sirenas. Oye los pasos en la selva negra. Queman los libros. Suplantan las estatuas. No le importa. Piensa en Hannah. Tampoco le importa. Su esposa ordena la ropa. El ser es esta bolsa de calcetines revueltos, piensa. Suena el teléfono. Tocan a la puerta. Baje, Profesor Freud, no nos haga esperar. Cruje la penúltima postal del infierno. El cadáver arrugado en la mano de Robert Desnos. Te llamabas Max Jacob. Te llamabas Maimónides. Juan de la Cruz. Niña incoherente. Alma en pena. Travestista del alba. Me sangran los nudillos después de la terapia. Gasté mis codos en todos los mesones. Me llevaron a misa. Fui a una fiesta. Miramos la pantalla. Las estrellas bebían champán hasta apagarse. El eclipse es el cine de los pobres. El lugar común seduce moribundos. Las mujeres feas se ven mejor con el pelo corto. Las panteras se ven mejor enjauladas. A los perros viejos no les importa dormir en las baldosas frías. Los cefalópodos tienen más razones que los cuadrúpedos para desconfiar del progreso. El ser tiene un solo pie. Descalzo. El tiempo es manco. El ser se ha mezclado con la nada. Ambos están confundidos. Juntos fumaron marihuana en la universidad. Los dos se acostaron con Allen Ginsberg. Tuvieron premoniciones. Sus hijos dicen que los abandonaron. Estoy perdido, es cierto. El tiempo borra todas las caras. He leído a Borges. Tiene razón, el tiempo borra todas las caras. Es cierto, está perdido. ¿Alguien aquí conoce a Walt Withman? Yo soy Walt Withman. Salgo en una foto desnudo, pero con los ojos cerrados. Salgo con los brazos en alto, así que no vale. Suelo desaparecer. La desnudez no es lo mismo que la transparencia. Un fantasma no es igual a una gabardina sucia. En los parques arrestan a los cadáveres. Una máscara es tan sólo una pregunta. El mar quiere decirnos, ¿cenará conmigo esta noche? ¿De qué se ríe el gato de Cheshire? Yo tenía una amiga. Una amiga invisible. Se llama Ana Semia. Ahora se encuentra hipnotizada. Nada de lo que sepulté puede morir. El cáncer no quiere morir. Señor fiscal, los obreros no quieren retirarse. No hay mucho que hacer, hija mía. Anoche soñé que hablaba con mi padre. Le queda poco. Un mes. Una semana. Deje de fumar. Abra la boca. Son órdenes del médico. Suba. Son órdenes del comandante. Esto no es una pipa,
se llama cadáver. No se mueva, lo atiendo de inmediato. La muerte no es lo mismo que la fiebre. La muerte no es lo mismo que la muerte. Como se sabe, es algo relativo. Relativo al azar. Relativo a una idea del siglo diecinueve. Relativo al color de los cerezos. La cabeza se abre. Se abre el poema. Algo quiere decirme el instrumento. Saca la lengua. Mi madre aparece de espaldas. Aparece mi sexo apoyado en una muleta. Es transportado por hormigas. Mientras tanto grita. Buenas noches, demonios, volveremos a vernos. Es verdad, me dijo. Los mejores poemas son los que se entierran por un tiempo.
***

JAVIER BELLO nació en Concepción (Chile) el 25 de octubre de 1972. Es Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile. En esa misma casa de estudios conformó el "Grupo Códice" y colaboró en la publicación del boletín "Cave Canem", en la revista "Licantropía" y en la antología Códices, de la que es coautor. En 1987 publicó el poemario La noche venenosa (Concepción, Letra Nueva) y en 1989 fue antologado en Las plumas del colibrí. Quince años de poesía en Concepción. Ese mismo año publicó el poemario La huella del olvido. En 1992 fue becario de la Fundación Pablo Neruda, y en 1994, con La rosa del mundo (Santiago, Lom, 1996) obtuvo el primer premio en la categoría inéditos de los "Juegos Literarios Gabriela Mistral". Entre 1997 y 1998 cursa el Doctorado en Literatura Española Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid. En este último año obtiene un accésit en el "Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma" con el poemario Las jaulas, que será editado por la Editorial Visor.

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