domingo, 26 de febrero de 2012

DE "EL HOMBRE APROXIMATIVO" Autor: Tristan Tzara





DIMINGO PESADA TAPA...

domingo pesada tapa sobre el hervor de la sangre
semanal peso acuclillado sobre sus músculos
caído en el interior de sí mismo reencontrado
las campanas suenan sin razón y nosotros también
sonad campanas sin razón y nosotros también
nos regocijaremos con el ruido de las cadenas
que haremos sonar en nosotros junto con las campanas

qué es ese lenguaje que nos azota nos sobresaltamos a la luz
nuestros nervios son látigos en las manos del tiempo
y la duda viene con una única ala incolora
atornillándose comprimiéndose aplastándose en nosotros
como el papel arrugado del paquete desenvuelto
regalo de otros tiempos con el deslizarse de los peces de amargura

sonad campanas sin razón y nosotros también
los ojos de los frutos nos miran con atención
y todas nuestras acciones son controladas nada hay oculto
el agua del río tanto lavó su lecho
con ella se lleva el dulce hilo de las miradas que se detuvieron
al pie de los muros en los bares que han lamido vidas
tentado a los débiles atado las tentaciones agotado los éxtasis
cavado hasta el fondo de las viejas variantes
y liberado los manantiales de las lágrimas prisioneras
los manantiales sometidos a los ahogos cotidianos
las miradas que agarran con manos enjutas
el claro producto del día o la susceptible aparición
que brindan la esforzada riqueza de la sonrisa
atornillada como una flor en el ojal de la mañana
las que solicitan el reposo o el placer
los tactos de eléctricas vibraciones los sobresaltos
las aventuras el fuego la certeza o la esclavitud
las miradas que han reptado a lo largo de discretas tempestades
gastado las calles de las ciudades y expiado innúmeras bajezas en las limosnas
van unas detrás de otras alrededor de las cintas de agua
y van hacia la mar llevándose con ellas a su paso
las humanas basuras y sus espejismos

el agua del río tanto lavó su lecho
que la luz incluso se desliza sobre la onda lisa
y cae al fondo con el pesado estruendo de las piedras

las campanas suenan sin razón y nosotros también
las preocupaciones que llevamos con nosotros
que son nuestra ropa interior
que nos ponemos cada mañana
que la noche deshace con sus manos de sueño
adornadas con inútiles símbolos metálicos
purificadas en el baño de los paisajes circulares
en las ciudades preparadas para la masacre y el sacrificio
cerca de los mares con escobazos de perspectivas
sobre las montañas con inquietas severidades
en los pueblos con dolorosas displicencias
la mano grávida sobre la frente
las campanas suenan sin razón y nosotros también
nos vamos con las despedidas llegamos con los regresos
nos vamos con los regresos llegamos cuando se van los otros
sin razón un poco enjutos un poco duros severos
pan alimento sin ya pan que acompañe
la sabrosa canción en la gama de la lengua
los colores dejan caer su peso y piensan
y piensan o gritan o se quedan y se alimentan
con frutos livianos como el humo planean
quién piensa en la tibieza que entreteje la palabra
en torno de su núcleo de sueño que llamamos nosotros

las campanas suenan sin razón y nosotros también
caminamos a fin de escapar al hormigueo de las rutas
con un frasco de paisaje una enfermedad sólo una
una sola enfermedad que cultivamos la muerte
sé que llevo en mí la melodía y no le tengo miedo
llevo en mí la muerte y si muero es la muerte
que me tomará en sus imperceptibles brazos
finos y livianos como el olor de la hierba delgada
finos y livianos como la partida sin causa
sin amargura sin deudas sin añoranzas sin
las campanas suenan sin razón y nosotros también
para qué buscar la punta de la cadena que nos une a la cadena
sonad campanas sin razón y nosotros también
haremos que suenen en nosotros los vidrios rotos
las monedas de plata mezcladas con monedas falsas
los añicos de las fiestas estalladas en risa y en tormenta
a la puerta de las cuales podrían abrirse los abismos
las tumbas de aire los molinos que muelen los huesos árticos
esas fiestas que nos llevan las cabezas al cielo
y escupen sobre nuestros músculos la noche del plomo fundido

yo hablo de quien habla que habla yo estoy solo
no soy más que un ruidito en mí poseo algunos ruidos
un ruido helado arrugado arrojado en la esquina en la acera húmeda
al pie de los hombres apresurados que corren con sus muertos
alrededor de la muerte que extiende los brazos
en el cuadrante de la única hora que vive bajo el sol

el soplo oscuro de la noche se espesa
y a lo largo de las venas cantan las flautas marítimas
transpuestas en las octavas de los lechos de distintas existencias
las vidas se repiten al infinito hasta la extrema delgadez atómica
y en lo alto tan alto que no podemos verlo
y con sus vidas al lado que nosotros no vemos
el utravioleta de tantos senderos paralelos
esos que habríamos podido seguir
esos por los cuales podríamos no haber venido al mundo
o habernos ido desde hace tanto tiempo tánto
que ya se habría olvidado la época y la tierra que nos chuparon la carne
sales y metales líquidos límpidos en el fondo de los pozos

pienso en la tibieza que la palabra teje
en torno de su núcleo de sueño que llamamos nosotros

Traducción de Miguel Frontán Alfonso.