sábado, 24 de abril de 2010

Breviario del Caos. Por: Albert Caraco





Breviario del caos*
Albert Caraco



Tendemos a la muerte como la flecha al blanco, y no le fallamos jamás, la muerte es nuestra única certeza y siempre sabemos que vamos a morir, no importa cuándo y no importa dónde, no importa la manera. La vida eterna es un sinsentido, la eternidad no es la vida, la muerte es el reposo al que aspiramos, vida y muerte están ligadas, aquellos que demandan otra cosa piden lo imposible y no obtendrán más que humo como su recompensa. Nosotros, quienes no nos contentamos con palabras, consenti- mos en desaparecer y aprobamos este consentir, no elegimos nacer y nos consideramos afortunados de no sobrevivir en nin- guna parte a esta vida, que nos fue impuesta más que dada, vida llena de preocupaciones y de dolores, de alegrías problemáticas o malas. Que un hombre sea feliz, ¿qué prueba esto? La felici- dad es un caso particular y nosotros observamos sólo las leyes del género, razonamos a partir de ellas, sobre ellas meditamos y profundizamos, despreciamos a quienquiera que busca el mi- lagro y no estamos ávidos de beatitudes, nuestra evidencia nos basta y nuestra superioridad no se encuentra en otra parte.

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Cuando los humanos sepan que no hay más remedio que en la muerte, bendecirán a aquellos que los matan, para no tener que destruirse ellos mismos. Al ser todos nuestros problemas inso- lubles y con nuevos problemas agregándose sin cesar a aquellos que no alcanzamos ya a resolver, será necesario que el furor de vivir, en el que nos consumimos, se agote y que el abatimiento suceda al optimismo criminal, que me parece la vergüenza de estos tiempos. Pues la prosperidad de los países ricos no durará eternamente en el seno de un mundo que se hunde en una miseria absoluta, y como es demasiado tarde para sacarlo de ahí, no tendrán más que la opción de extermi- nar a los pobres o de ser pobres a su vez, ellos mismos no evi- tarán ya el caos y la muerte, si por ventura se deciden por la solución más bárbara. Así, por más que se emprenda, no se llegará más que al horror, y al no comunicarse con nosotros el espíritu de las causas, seguiremos infaliblemente a Ícaro en su caída o a Faetón en su abismo, yo no creo ya en el futuro de la ciencia y al no ser la mutación del hombre más que una doble quimera, nuestros descendientes deberán recuperarse sobre el caos y sobre la muerte, en la que nosotros vamos a perdernos.

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Nosotros odiamos un mundo colmado de insectos, y aquellos que juran que éstos son hombres mienten: la masa de perdición no ha sido jamás de hombres, sino de rechazados, y ¿desde cuándo un autómata espermático debe ser mi prójimo? Si es necesario que éste sea mi prójimo, yo digo que mi prójimo no existe y que mi deber es el de no asemejármele en nada. La caridad no es más que un engaño y los que me la enseñan son mis adversarios, la caridad no salva un mundo repleto de insec- tos que no saben más que devorarlo, manchándolo de su basu- ra: no es necesario ni prestarles asistencia ni poner impedimen- to a las enfermedades que los diezman, mientras más mueran, será mejor para nosotros, pues no tendremos necesidad de ex- terminarlos nosotros mismos. Entramos en un futuro bárbaro y debemos armarnos de su barbarie, para estar a la medida de su desmesura y resistir a su incoherencia, no tenemos más que la elección de mantener o de abdicar, debemos golpear hoy a aquellos que golpearán mañana, tal es la regla del juego y esos que nos imploran nos castigarían pronto por haberlo olvida- do.

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Una vez que la gente sea persuadida de que sus hijos serán más infelices que quienes los engendraron, y sus nietos aún más infelices, una vez que sean persuadidos de que no hay más re- medio en el universo, de que la ciencia no hará milagros y de que el Cielo está tan vacío como su bolsa, de que todos los religiosos son unos impostores y de que todos los gobernantes son estúpidos, de que todas las religiones están rebasadas y de que todas las políticas son impotentes, se abandonarán a la desesperanza y vegetarán en la incredulidad, pero morirán es- tériles. Ahora bien, la esterilización parece ser la forma que la salvación toma, y sin la desesperanza y sin la incredulidad los hombres no consentirán nunca en volverse estériles, las muje- res menos todavía, es el optimismo quien nos mata y el opti- mismo es el pecado por excelencia. La negativa a confiar y la negativa a creer acarrean indefectiblemente la negativa a en- gendrar, es un nexo que se niega e incluso aquellos que quisie- ran despoblar el mundo, antes de que sea demasiado tarde, no osarán profesar esta relación de conveniencia. He aquí por qué nadie actúa sobre las causas ni deplora los efectos que éstas implican como inevitables consecuencias.


*Albert Caraco, Breviario del caos, traducción de Rodrigo Santos
Rivera, Sexto Piso, México, 2004.

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Albert Caraco nació en 1919, en Constantinopla, pues así llamaba Caraco a Estambul. Personaje irreal, aunque no imaginario, se dice que nació en julio, o en agosto, y se sabe que murió en París, suicida en septiembre de 1971, al día siguiente de morir su padre. Lo había avisado Caraco: «Si una mañana mi padre no se despertara, yo lo seguiría de buen grado». Lo siguió, como lo había seguido en su vida errante de judío rico (Viena, Praga, Berlín, París, Managua, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires), heredero de sefardíes establecidos en Constantinopla