viernes, 7 de agosto de 2009

POEMAS DE MAHFUD MASSIS. Del libro LOS ASTROS APAGADOS. Selección: Jairo Guzmán.Nota de Daniel Jiménez Bejarano



MAHFUD MASSIS


Expedición al tiempo


Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto. Lo que cayó en el paño de las indecisiones,
el agua terca, y quedó tirado en el camino.
En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche, frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso, penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,
oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,
o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.

Pero hay una piel negra, un tiempo de labio leporino,
algo rasgado y esencial entre esta muerte de ahora y el candado seco de otras floraciones. Partieron los días, como golondrinas de arena, o la amante de tristes ojos,
y cuanto intenté rescatar está como cuero tendido. Yo te recuerdo atravesada por la jabalina del tiempo.
¡Qué largo andar ! ¡Qué largo viaje para este día !
Abarcabas el espacio negro, acariciabas el hocico de las horas, y yo, tenaz, ardiente, miserable, retrotrayendo un azar temible, un velo despedazado en el estupor pretérito,
pero lejano, irremediable, como una nube entre la pierna abierta.




Nocturno del piano


El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos, canta como un papa melancólico. Sus notas
caen como los huevos del esturión muerto sobre mi corazón en esta noche.
Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata. Rompe su levita de caballero velado ;
pero déjame solo, ahorcado en la cama.
El virrey baila el tango mientras lloramos, agita sus orejas como toneles,
evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,
(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),
pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga, en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.
Mata al demonio del piano, amiga mía ;
escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila como hembra preñada
encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho, una segundo vida que desconozco, y que rechazo
como la horma negra a la nube.



Retorno


Como el salmón que torna a la grava de la muerte, remonto el río, calvo, seco, desdentado,
roto ya el oro de las ensoñaciones, desdichado, veloz, cabezabajo.
Atrás : la tierra, su macho de furores, la tierra como una esponja negra,
y un collar de sombras y pedradas en los ojos. Tú que bajaste conmigo y eras un castaño claro,
que descendías como la mano blanca sobre la tecla negra, dime, ¿qué fue ? ¿Qué bestia
me apretó la cintura hasta derramarme,
vagabundo, ensimismado, con un hueso en el aire de la cabeza ? Adorabas al sol, evocabas otro lenguaje,
pero yo estaba muerto, mutilado, vivía en Asia, en Oceanía, ostentaba la filosofía redonda de los perros,
pero el mundo era cuadrado, amor mío, ¡era cuadrado !
y tenía un florete de pestaña roja.
Nunca pude explicar. ¡Todo es inexplicable !
Todo tangible, húmedo alrededor, y se escapa como la hembra del camello. Sólo tú tienes forma. ¡Arrójame tu vestido,
ahora que los sueños buscan una extraviada deidad, un presagio encima de la muerte. Esta noche remonto el río, como el salmón maldito que descendió al mar y vuelve díscolo, envuelto en pálidas alucinaciones,
saltando sobre los rápidos, entre duelos y ráfagas verdes, pero con el embrión muerto, el ojo muerto,
buscando para caer la piedra definitiva.



El rostro caído sobre la tecla


Impasible, como una reina de los ratones,
su diminuta cabeza que el sueño ha despojado, se quiebra como un pez en la trama invisible, mostrando la nuca blanca
sobre el algodón y sus dioses egipcios.
De su ojo cuelga el barmellón de las sombras atadas, y la fina
guarida de su sexo es imperceptible temblor de algo fija y tenaz en la tormenta.
Nadie la reconoce en sueño. Nadie llora.
*
Duerme sobre una quijada con el cuello esfumado,
y el negro toro del taller, el toro de las fuertes traslaciones, empuja hacia un cielo de vapor el rostro cándido.
Los que estamos cubiertos de viruelas y mordemos la cruda oreja de Dios, homicidas serenos,
besamos la dulce, navegante cabeza en los nocturnos mares ; apenas una ola hincha su angosto pecho, y en el aire encendido nace un toro nuevo en el ojo
de los toreros.



Poema de las manos muertas


Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido. Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.
Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana. Con ella te digo adiós, pájaro viejo.
Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.
Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías
la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos. Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos ! Que no se cubran de gusanos sino en la hora
en que los hurones levantan sus patas al tardecer, otras manos escriban : “fue un extraño salvaje en la tierra”. Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche, rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura, agarrando la sombra, el tabaco
del cigarro funeral en el viento.
En mi rostro -despiadado y distante- hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto de una verdad enterrada.



Océano abierto


Abrid la tierra. ¡Sacadle ! Mirad el oro de sus dientes, y ese aire huacho, como de caballo de otro mundo,
las grandes aletas con que se agitaba el pensamiento, invocando a los augures ;
pero aunque fuese la mitad de su espectro, una flor, una mosca de su esqueleto, todo basta
para el velamen de este barco de piedra hacia lo desconocido. Es posible llorar un madrigal, quemarse la cabellera,
caer hacia el oriente como un ramo hechizado ; pero ¡ay ! necesitamos de esa brisa enterrada, como la ola el viento para morir en la orilla.
* Habitante de este lagar, acaso
te quede un pulmón vivo, y tu mano fluya como la lágrima sobre mi rostro en esta hora ;
desciende, cava conmigo, arrastra estos huesos hacia afuera ; después, después el mar, la oscura potestad, las tempestades, el océano abierto de los antepasados,
eternos, sordos en el fondo del Valle,
y junto al fuego que llora al amanecer, el paso de los ratones.



Padre mono


Hierático, trascendental, antiguo padre terrestre,
yo te saludo con este fragmento de cola que el tiempo ha respetado, con esta carcajada sideral debajo del agua negra,
ululante y feroz, en la Bahía de los Hombres.

Yo te pido perdón por tus ojos humanos. (Perdona mis ojos de mono, mi mirada infinita),
y te ofrezco este nenúfar rojo, este hueso raspado, para que tu vieja cara de monje
asirio,
salte desde las edades, por sobre la caña pálida, y estreche la serpiente oscura de mi mano.
*
Raquítico, mordaz, derribando del cráneo de los dioses, haces sonar el arpa sobre la niebla de los terribles días,
y tu frente de mago terrenal es la epopeya de un lirio seco, arrancando del sepulcro de las horas. Padre
Nuestro que estás sobre los árboles,
sobre los promontorios de la razón y los ventisqueros, acércate, bebamos este vermut a solas ;
baja de tu árbol, y hablemos largamente de nuestra hedionda fortuna.



Panorama del ídolo


Gallo muerto en la sacristía, caí en la tinaja del barbero, alucinado, perseguido por hombres de larga cabellera.
¡Cómo veo caer la noche sobre el oprobio y las aguas !
(Infancia de murciélagos, de lúgubres sonatas, de papiros asados). Como un ídolo chino, o un pequeño dios de porcelana,
me arrojaron sobre las coles del cementerio, extraviado, solo,
arrodillado como un delirante en el ágora. ¡Oh !, arrástrame contigo, ave de negro moño,
cuesta abajo hacia los imperios adyacentes, cerca del jadeo de tus tetas, tocando a degüello, mientras me bordas la camisa de anagrama amarillo, y en el lecho rueda mi cabeza asediada por las moscas.



Mercado persa


Entre pordioseros vestidos de mariposas, y piojos traídos del Himalaya,
contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos. Hay una parca rodeada de flores,
un asesino, una piedra escarlata,
y yo, pobre, cubierto de manchas de resina, compro un pájaro en medio de la tormenta, un ave de pecho seco, como el mío.
Quiero escuchar su trémula voz de difunto,
su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso ;
sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño, y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,
los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.



Sesos y orquídeas


Angel invasor, en esta y en la otra vida,
dime ¿de qué astro descendí, como un carnero barbado, alado y miserable sobre estas piedras ?
Bajo un ramaje glacial, en una luna que apenas reconozco, al pie de una higuera en que grabé tu terrible nombre,
viví en el fósforo de unos ojos, que amaron la luz de este pobre cielo. Pasé. Ardí como una yesca. Me echaron en una fosa.
La tristeza me siguió como una yegua. Amé una flor,
el esqueleto de una mujer. Escribí en el muro unas palabras negras.
¿Qué más ? La vida se secó como la alfalfa, se quebró como un hongo seco.
¿Qué sueño de fúnebre enano me arrojó sobre estas piedras ?
Se me acabó la cara, como la ropa al mendigo, como la paleta al oso viejo.
¿A dónde vas, joven idiota ? ¿Por qué fumas
tu pipa, y avanzas sobre los fosos, aullando como un demente en la primavera ? Muere el hombre ¡ay ! y su pierna sigue caminando,
buscando un rostro en la lividez del sueño, un hacha en la tormenta,
pero yo te busco más allá, máscara soñada, saltando sobre los huevos y las cruces, y cavo, cavo sin cesar, para encontrar tu cabeza furiosa.



Sonata al padre eterno


Si te orinaras encima de los naranjos,
no podrías hacer un mundo más irreal, más negro, enredado en los huevos de un arte sepulcral,
dulce monstruo de omóplatos de herrero.
Bergante de los cielos, roedor de los astros profundos de la medianoche, aquí está mi pecho, rómpelo,
échalo en tu horno, gallo de viejas invulnerables utopías, húndelo en el ajenjo de tus ojos,
de tus ojos de loco, ¡y la magnolia
de los siglos reventando en tu párpado muerto !
*
Entre arañas eternas y sombras rodeadas de pelos, oh triunfador, ¡sólo tú y el tiempo !
tú devorando al tiempo como un toro la alfalfa, erguido sobre la roca con tu quepís de piedra, echando tribus, huesos al mundo, y dominas extático, fatal, como un escultor ante la muerte ;
y yo debajo de ti, inconexo, agarrado a las muelas del alma, rodando en los acantilados, escurriéndome
con la cabeza abierta, el pecho abierto, la boca abierta, y gritándote desde abajo :
¡BARRABÁS !



Elegía a Ernest Hemingway


Los que arrastramos un pescado, o una vaca negra, como el Viejo Amargo del Mar de las Antillas,
los que apacentamos una gran culebra por el llano arrojamos tu ataúd como un sauce de pelos.
¡Qué golondrina, que sueño sobrevolaba tu corazón cuando mostrabas el pecho en armas,
como el dios-padre de los mitos desaparecidos !
porque, ciertamente, en la niebla coloquial, en el designio raro, eras la almendra sobre el tizón negro,
cayendo en la eternidad, riente, inmemorial, con la bala llorando en la piedra del ojo.
*
Puro de alcohol, profundo como el aroma del tabaco, augur estupefacto sobre la tierra,
montaste a la vida como a un perro,
mordiendo su oreja verde, sonriendo en la tormenta como un búfalo, y rendido
entre el vino y la mujer, tu barba
de macho perdurable, tu barba de poderoso velamen, era la barca fenicia y roja en el rescoldo de los días. Desde mi cojera invernal, yo, americano inerme,
hijo de extraviadas religiones, pusilánime y fatal, estrecho tu brazo peludo de triunfador.



Epitafio a la memoria


Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio, pasáis como ancianos roncos
ante el caballero caído bajo las piedras,
amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.
La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar, despojos que pesan en el corazón
como gladíolos, o los ojos del padre muerto.
Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.
¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa, lingote seco en el furor pálido,
espera un descendimiento, una voz cayendo desde arriba,
porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones, el cuervo, reo de tristezas,
creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria, y su pecho de oro, su viento rasgado,
muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas.



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MAHFUD MASSIS.

por Daniel Jiménez Bejarano


De Mahfud Massis sólo sé que estuvo casado con Lukhó de Rokha, y que estuvo en Irak durante una de las incontables agresiones del Imperio, cualquiera que sea el nombre de este. Pero con esos dos datos me basta para saber que era un hombre temerario: no en vano se enamora uno de una tejedora de imágenes, hija de una figura cimera de las letras hispanoamericanas, y no en vano planta uno su voz contra las dictaduras. Bendecido por la oscuridad del Amor Loco, no tuvo otro camino que dejar en libertad sus palabras incitándonos a leerlo en libertad, sin los corsés torpes del prejuicio, de la “buena poesía”, de la “gran poesía”, y patrañas semejantes Porque la más alta poesía es siempre secreta, clandestina, marginada incluso del muy institucional rótulo de “marginal”.

Esta ausencia de datos biográficos fue el complemento necesario a la revelación: donde el poema calla comienza el ejercicio libertario de la visión, único destino de la verdad poética. Porque no son ni lo bello ni lo bueno las ambiciones del poeta, sino la ruptura definitiva, irreversible con el lenguaje ordinario y sus manidas metáforas, el acceder a la Imagen como Arquetipo y puridad, no corrompida por la “corrección” en los dos sentidos de lo políticamente correcto en términos estéticos, y en el de autocensura convocada por la facilidad de lo mercantilmente legible.

Y es que el poema transgrede todo margen de legibilidad para hacerse conocimiento arcano, no contaminado por el inconsciente colectivo de Jung, sino atravesado por el Superconsciente colectivo de Serrano, donde la oscuridad suprema, el amor sin muerte, la luz fría de la santidad guerrera encuentran su nicho, su destino y su manifestación perfecta. No la individuación desde el reconocimiento del mundo instintivo, sino la separación definitiva de los vaivenes del alma sensible, y el reconocimiento pleno del espíritu como Yo definitivamente aparte de todo, un Yo hecho de conocimiento y lucha.

Esto encontré en los poemas de Mahfud Massis: una realidad más real que lo real, fuego negro, silencio visionario. Gozo pleno al saber que a pesar de tanta poesía políticamente correcta, de tanta ignorancia ocultada en alusiones librescas y guiños fáciles a los poetas de canónicos; de tanto libertarismo barato y sensiblero, el Poema es posible todavía, con su carga de sabiduría y oscuridad supremas.



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Mahfúd Massís (Iquique, 1916-1990) fue un poeta y escritor chileno, de origen palestino. Su poesía tiene rasgos de la cultura latinoamericana al igual que de la árabe, por lo cual es considerado uno de los más innovadores de la poesía chilena del siglo XX. La crítica nacional lo considera de la Generación de 1938, aunque con esto sólo se relaciona su poética con un sentido social. Su poesía levanta un espíritu revolucionario con caracteres bíblicos, encontrándose como tópico fundamental la maldición y la pesadumbre.Su producción literaria tomó como eje fundamental la poesía y el ensayo crítico. Aunque su constante labor por la cultura de Chile lo llevó a ser director de la revista "Polémica", también Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, presidente del Instituto Árabe en Chile y agregado cultural de Chile en Venezuela (1970).Desarrollando este último cargo en Venezuela, en 1973 fue informado de que había sido exonerado de su ocupación y tenía prohibición de ingresar al país. En Venezuela siguió trabajando por la cultura, donde finalmente falleció cuando se preparaba para volver del exilio.Obras: Las Bestias del Duelo (Poesía, 1942)
Ojo de Tormenta (Poesía, 1942)
Los sueños de Caín (Cuentos, 1953)
Walt Whitman, el visionario de Long Island (Ensayo, 1953)
Elegía bajo tierra (Poesía, 1955)
Sonatas del gallo negro (Poesía, 1958)
El libro de los astros apagados (Poesía, 1965)
Las leyendas del Cristo Negro (Poesía, 1967)
Testamento sobre la piedra (Poesía, 1971)
Llanto del Exiliado (Poesía, 1986)
Antología: poemas (1942-1988) (Poesía, 1990)
Papeles Quemados (Poesía, 2001) Póstumo