jueves, 19 de marzo de 2009

POEMAS DE DÁMASO OGAZ. Del libro: "Los métodos y las deserciones imaginarias". Selección de Rodrigo Verdugo.


LAS RATAS

Es preciso que alguien, venga y diga: hay un húmedo olor a baúl.
Nada más.
Como en esos invernaderos desolados, las ratas abrirán entonces un agujero,
Leve,
Melancólico,
Que les impida flotar a la deriva.
Junto a las ratas sobrevivimos, cada vez más tenaces y más adentro.
Expiamos,
No había nadie con apariencias humanas, con vínculos, con ropajes, con ferocidad.
Se ocultaron unos de otros.
¿Por qué tanta prisa?
Éramos los que se quedaron tempranamente solos a la hora de la siesta
Tensos y casi inmóviles.
Con una falta de preparación para la voraz visión del día.
Un rechinar de dientes
Con una posición desacertada ante los objetos en apariencia familiares..
Huesos y piedras
Y cenizas. Cada partícula caía pesada y lenta.
Hablar era para nosotros una operación difícil, como una especie de vértigo.
Ellos, los antecesores, ya habían perdido la clave de esas palabras.
Hay cosas que son definitivas.
“Inmortales”, vivisteis abrumados por el arrepentimiento y el asco insalvable.
Vivisteis para observar y exclamar: “Cuando la aguja marque ese número…”
Alfileres, Trajes usados.
Como las bestias que se reúnen para emigrar, otrora resollasteis.
Y al abrir la puerta, los vimos cambiar de nivel y ser una mancha negra.
Una mancha negra visible a nuestros ojos.
Una herida abierta, repulsiva.
Una mirada culpable y amarga publicaron los periódicos.
Hoy sabemos que sus recuerdos insospechadamente se arrastraban por los intersticios.
Sus recuerdos son instrumentos sutilmente afilados.
SED VOSOTROS… les gritamos.
Empero todos esos ojos de ayer vuelan y chocan como ratas enloquecidas dentro del baúl,
En señal de contrariedad. Esos ojos azotados por el ramaje y la maleza
Encierran, no obstante posibilidades misteriosas y amenazantes.
Yo, en particular, recuerdo unos ojos, unos guijarros tibios y lisos,
Y una voz que me dijo:
“Sale a este infierno”.



LOS PRÓXIMOS

El presente es una puerta.
Una estructura opaca, aquí
Aquí donde es necesario buscarse más hondo que en otros lugares.
Dejar que las manos vacías vayan en pos una de la otra a tientas, defendiéndose.
Hacer que las palabras se vayan quebrando muy alto; huecas e ilimitadas.
Las palabras que se apoyen ligeramente en un sistema de procedimientos y tentativas,
Colgaban de nuestro cuello como una rueda de molino.
Lograr que los pies remuevan el polvo frotándolos contra el piso,
Porque el polvo, como los objetos, se disgrega bajo la presión de la iniquidad.
Traer pálidas mujeres que cuiden de nuestros sueños y no establezcan ningún diálogo.
He aquí los hechos.
Extraños, pero verídicos.
El café amargo en la orilla de la mesa y la mesa en un cuarto
Donde los recuerdos me despiertan.
Por sus huecos, los zapatos abren el contacto entre la piel y el polvo
Y la sangre vacila.
El traje diario pende resignado, deformado en sus límites, en sus razones,
Como esos seres desfigurados por el apremio y sin voluntad
Capaces de disimular.
Llegan las voces, los próximos y el aleteo de un pájaro en lo profundo de los muebles.
Beben luego de sus jarras y sus gruesas venas transparentes dan lentos latidos.
Un agua turbia que después empujarán fuera de sus cuerpos clasificados
E irá en pos del pozo y en el pozo será transmutada.
Visten viejos uniformes que rozan de un modo inesperado las paredes.
Un sonido breve que fija las cosas dentro de un molde como un certificado de genealogía.
Luego responden o dicen o preguntan o interfieren las entradas.
Ellos encuentran placer en atormentarse, en descolorarse mutuamente, en borrarse y desaparecer.
Pellizcan a las pálidas mujeres como una pieza de caza.
Se sorprenden cuando un hombre se va de cabeza al fango como si quisiera espantar una mosca.
Un salto, ¿Cuándo exactamente?
El café vertido sobre el hule.
Los mimetismos tras la puerta.
Nos buscamos en ellos, desnudos, irremediables, con palabras a medias.
Queremos ser divisados para recogernos en sus miradas como un objeto de goma que rebota.
Conocemos sus moldes y cierta ceniza insospechada detrás de sus párpados.
Suponemos que nos perciben porque gesticulamos: un subterfugio inútil.
No hay parecido que les preocupe encontrar,.
Sus ojos están hechos para las expresiones indispensables
Sus manos se mueven sin dejar de permanecer en la indeterminación, tratando de disimular su presencia.
Son capaces de albergar todos los errores, como conservar caracoles entre elefantes por ejemplo.
Los próximos están así solamente reflejados y los viejos uniformes les devuelven la imagen.
Cuando se creen perdidos, desclavados, humedecen sus lenguas y se tornan indiferentes.
Se convierten de súbito en arrogantes y se asoman, sin interés, al borde de las interrogaciones que incitan.
- ¿Acá, nunca hay moscas en los platos?, preguntan.
Las palabras les recorren la columna vertebral y las cabezas les caen sobre las espaldas.
El miedo les enseñó el acento, les mostró la medida y su niebla les cubría.
Era como si alguien hubiera empañado un vidrio con el aliento.
Cada uno en su centro.
Aquí.
Cada uno en sentido inverso.
Entre lenguas y dientes conservaban el sabor amargo del café
Y algunos débiles clamores de ira y desesperanza.
Conservaban también el nombre, esa máscara que emplea el equilibrio.
Retenían junto a ellos, el alcance de sus manos, un montón de huesos mohosos en el borde.
Unos sacos ocultos en las mangas y unos sentidos vacíos que ya habitan.
¿A quien pertenecen esos moldes huecos? Tienen un número apretado entre los puños.
Una vieja madera pudriéndose por efecto del miedo y abriéndose al azar.
Petas, como en los finales de fiesta,
No parecían estar en su sitio adecuado y se mezclaban con los relojes de la policía que daban la hora.
Ellos ya no estaban. Ellos se habían topado con la punta e un puñal.
He aquí los hechos.
El análisis iba lejos.



LOS ASESINOS ENGENDRAN LA IGUALDAD

¿Qué palabras dirás? ¿Qué frases...? preguntaban desde el canapé Récamier.
Cubrían su palidez con una bruma fosforescente. Un hábito inconciente. Una oscuridad determinada, dije.
Inútil como un agujero más grisáceo en el fondo negruzco del barro.
Una intención que no puede ser apartada y permanece pegada al paladar. Asfixiada, como una paloma en un sombrero de copa demasiado brillante.
Atribulada mientras la soledad hiede y se expande. - ¿Qué gestos..?
El rostro crece en medio de los residuos, cuando nadie mira. Ojos. Orejas. Nariz. Boca. Lo necesario.
Pegajosos aún de la placenta, y las huellas de manos inmutables y grasientas.
Una forma que busca la espontaneidad inocente, dobla el cuello y se acaricia. Un gesto fuera de contexto.
Un ritual más en medio de una petrificada soledad. Arrojado y olvidado.
-El escepticismo es una indecencia, dijeron, y asumieron una expresión elegante, seguida de un sopor como de sueño. A tientas y con dulces engaños, desconectaron la voz del teléfono a cambio de lo real. Gatos y hongos. Y monsieur Dior con cuello alto. Algo como ceniza los cubría y alteraba sutilmente sus facciones.
-No te llamarás Dámaso, dijeron. Era una hipótesis. Andaban ahora dentro de una botella de vidrio negro. Descompuestos. Con las imágenes borrosas al pecho y su oscuridad progresando en círculo. No era posible apaciguarlos. Se habían apegado unos a los otros como animales fieles, como mundos contiguos y ordenados.
Unos después de otro. Se hacían inciertos, ciegos a la luz que alteraba sus rostros.
Creían tener un hilo conductor. Una mínima luz en cuyo centro numerosas siluetas gesticulaban y discutían sobre perros. Alguien, entre ellos, tomaba pastillas para el sueño.
Arrastraban a los demás tras las imágenes arbitrariamente elegidas.
Ya habían disipado las huellas que los testimonios de furor y desdén acumularon. Un arsenal de venenos y drogas.
Los trajes grises cuidadosamente aseados, como una vestimenta que ha de llevarse a un bautizo.
Y entre los pasos precipitados, la luz de los anuncios, el fluctuar del amor en los cinematógrafos. El dedo crispado en el gatillo.
Los amarillos documentos disimulados en la mano izquierda. Desde ese momento me perdí y me vieron flotar.
Me hice incoherente como un cadáver al que se han olvidado de enterrar. Otros paseantes un poco ausentes, finalmente, ataron esos fragmentos con alambres.
Lodo y niebla.
Un personaje interestelar.
Una serie de piezas fabricadas introvertidamente y unidas por un alambre de cuyo extremo después tiraban.
Tiraban.
Tiraban como a un animal disecado.
-La semejanza se adquiere, dijeron.
Había que acomodarse al paso de los demás, avanzar bordeando el foso, en sucios vagones de ferrocarril.
Ocultarse en los armarios rodeados de espejismos, confundirse con las ropas íntimas y los trajes usados. Inerte y culpable.
Vaivén de la balanza, apretaban con cálculo los dientes y deslizaban la cabeza entre las manos.
Si les preguntáis: ¿por qué?
Responderán: para vivir.
Se han estancado y se evaporan con los grises ropajes del sacrificio, y la piel manchada con los ojos gastados por dentro.
Uno después de otro.


***


Dámaso Ogaz: (1920-1980). Poeta y artista plástico chileno, uno de los mayores exponentes del “Arte Correo”. Miembro del grupo “El techo de la ballena”. Autor de: Tercera Elegía, Ed Evadro, Santiago de Chile, 1953, Los Métodos y las deserciones imaginarias, Ed L inconnu, Francia, 1963, Que fue de la soga del pobre Gerard, Ediciones Pata de palo, Venezuela, 1977, Los Poderes, Ediciones Pata de palo, Venezuela, 1972, Anverso y reverso del número ocho, Ediciones del rectorado, Universidad de los Andes, Venezuela, 1981, Canción para un asesino, Ediciones Bárbara, Venezuela, 1983. Su obra ha sido incluida en diversas revistas y antologías chilenas y extranjeras, como así mismo participo en múltiples exposiciones internacionales.






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lunes, 16 de marzo de 2009

A LA MEMORIA DE BLANCA VARELA. Algunos de sus poemas.


ESCENA FINAL


he dejado la puerta entreabierta
soy un animal que no se resigna a morir

la eternidad es la oscura bisagra que cede
un pequeño ruido en la noche de la carne

soy la isla que avanza sostenida por la muerte
o una ciudad ferozmente cercada por la vida

o tal vez no soy nada
sólo el insomnio y la brillante indiferencia de los astros

desierto destino
inexorable el sol de los vivos se levanta
reconozco esa puerta
no hay otra

hielo primaveral
y una espina de sangre
en el ojo de la rosa.



DAMA DE BLANCO

el poema es mi cuerpo
esto la poesía
la carne fatigada
el sueño el sol
atravesando desiertos
los extremos del alma se tocan
y te recuerdo Dickinson
precioso suave fantasma
errando tiempo y distancia
en la boca del otro habitas
caes al aire eres el aire
que golpea con invisible sal
mi frente
los extremos del alma se tocan
se cierran se oye girar la tierra
ese ruido sin luz
arena ciega golpeándonos
así será ojos que fueron boca
que decía manos que se abren
y se cierran vacías
distante en tu ventana
ves al viento pasar
te ves pasar el rostro en llamas
póstuma estrella de verano
y caes hecha pájaro
hecha nieve en la fuente
en la tierra en el olvido
y vuelves con falso nombre de mujer
con tu ropa de invierno
con tu blanca ropa de
invierno
enlutado




CURRICULUM VITAE

digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.





CANTO VILLANO

y de pronto la vida
en mi plato de pobre
un magro trozo de celeste cerdo
aquí en mi plato

observarme
observarte
o matar una mosca sin malicia
aniquilar la luz
o hacerla

hacerla
como quien abre los ojos y elige
un cielo rebosante
en el plato vacío

rubens cebollas lágrimas
más rubens más cebollas
más lágrimas

tantas historias
negros indigeribles milagros
y la estrella de oriente

emparedada
y el hueso del amor
tan roído y tan duro
brillando en otro plato

este hambre propio
existe
es la gana del alma
que es el cuerpo

es la rosa de grasa
que envejece
en su cielo de carne

mea culpa ojo turbio
mea culpa negro bocado
mea culpa divina náusea

no hay otro aquí
en este plato vacío
sino yo
devorando mis ojos
y los tuyos



***


Blanca Leonor Varela Gonzáles (Lima, Perú, 10 de agosto de 1926 - 12 de marzo de 2009[1] ) estaba considerada como una de las voces poéticas más importantes de la actualidad en América Latina. Se inició en la poesía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de la
capital peruana, donde ingresó en 1943 para estudiar Letras y Educación.En esta universidad conoce a Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, y a quien sería su futuro esposo, el pintor Fernando de Szyszlo con quien tuvo dos hijos.A partir de 1947 empezó a colaborar en la revista "Las Moradas" que dirigía Westphalen; En 1949 llegó a París, donde entraría en contacto con la vida artística y literaria del momento de la mano de Octavio Paz, una figura determinante en su carrera literaria, que la conectaría con el círculo de intelectuales latinoamericanos y españoles radicados en Francia.De esta etapa data su amistad con Sartre, Simone de Beauvoir, Henri Michaux, Alberto Giacometti, Léger, Tamayo y Carlos Martínez Rivas, entre otros.Después de su larga temporada en París, Varela vivió en Florencia y luego en Washington, ciudades donde se dedicó a hacer traducciones y eventuales trabajos periodísticos.
En 1962 regresa a Lima para establecerse definitivamente y cuando viaja suele hacerlo principalmente a los Estados Unidos, España y Francia.El hecho que algunas de sus obras hayan sido traducidas al alemán, francés, inglés, italiano, portugués y ruso implica un reconocimiento a su obra fuera de las fronteras de su país natal. A diferencia de otros escritores, Blanca Varela no acostumbraba a dar entrevistas y sus apariciones en público son más bien escasas y discretas.Ha sido condecorada con la Medalla de Honor por el Instituto Nacional de Cultura del Perú.

Murió el 12 de marzo de 2009, a la edad de 82 años. Sin duda los peruanos pierden a una gran poeta y a la mujer más representativa del siglo XXI.