domingo, 8 de febrero de 2009

TEXTOS DE LUIS FERNANDO CUARTAS








Acto de magia con la muñeca que besa.


La magia no está en la muñeca del Vudú, está en la fuerza con que
palpita su corazón tras la ropa del anochecer. Algo escarba en sus
pliegues, permite ver las ramas sagradas de sus arbóreas presencias.
Una cicatriz de años de inocencia se levanta tras la puerta donde se
esconde su silencio. Aparece una escritura desigual, algo enfermo que
escribe con los dedos temblorosos en los muros de un cuartel conyugal.
Luego aparece la presencia fría, la dolida esfera de un rostro que
gime por encontrar la luna entre sus piernas, luego huye, como si
supiera que todos los besos están listos para embotellar. Hay un
mercado negro, los embarcan para las barracas de un barco en el mar
quieto, los venden en porciones para los deseosos amigos de la zupia y
del miedo. Mientras tanto sabremos esperar un día victorioso, una hora
genuina, el único placentero segundo donde pueda redimir la desnudez
con la desnudez de quien exige ser vista en los tejados del alma.
Cuanta ostia amarga, cuanto vino salubre, cuanta agua envenenada, pero
todo pasa pronto...al fondo veo una puerta abierta y en ella veo un
cielo azul y una mano que me llama. Es la muñeca del vudú, la
deshilachada muñeca de mi sudorosa espera.
Ven, hay mucho por hacer y apenas se comienza.



Alcohol



La botella espera sobre una mesa, la mesa es una balsa, la botella un
mensaje cifrado. El resto es una isla, una isla pánico, una isla
ausencia, una isla de archipiélagos deformes, de acantilados que
invitan al abismo, las rocas como púas y el mar que las besa con
furia y con la pasión húmeda del que sabe del amor como de la sed de
las sirenas. La botella es de alcoholes perfumados con estrellas, es
un líquido que dulcifica y envenena, es la diáspora de mis amores por
la tierra, es la canción que se queda sobre la misma arena del ocaso.
Bebo en silencio estas palabras, me sumerjo en etílicas metáforas para
combatir la soledad sobre mi insular forma de palpitar corazones que
se alejan. Bebo, bebo más ahora que soy abstemio, bebo luciérnagas y
flores, bebo amaneceres y relámpagos, bebo de un amor que se fermenta
en cada segundo que se empoza sobre mi cuerpo humedecido en las
tristezas. Bebo de ti, bebo del mundo, soy atropellado por una botella
siempre llena, la minúscula botella donde han envasado nuestras vidas.



Rayos y centellas



Vísteme de rayos, acuérdate del sol en media noche, hay trajes para
aquietar el viento y para buscar el acogedor silencio. Toma centellas
como abrigo para el milagro de la oscuridad, habrá bufandas con la vía
Láctea, millones de botones nos vestirán estrellas, millones de
abrazos nos dejaran arropados de Universo. Una mujer cose sonámbula un
abrigo, ella viaja con una barca india por el río de la temprana
aurora, teje, viste, desnuda y viste de nuevo, cada prenda entre
sollozo y risa. Una mujer mar, una mujer cielo, toma rayos y centellas
para hacer antorchas sobre el firmamento, caricias sobre la piel,
vestidos sobre los cuerpos que salen desde el frío a recuperar el
borbotón de su sangre tibia. Rayos y centellas, los vestidos del cielo
para los humanos de la Tierra.



Esguince



Falta cometer el equívoco para saber que somos de la tierra. La luna nos arrojó hacia el suelo. El mismo Li Po conoció el agua fría en medio de su esguince buscando la luz nocturna en un arroyo. Párpados inundados de rocío, son pequeñas lágrimas que salen cuando uno se ha caído, mas el ser se levanta, anda rengo por un rato, el tobillo aumenta y el agua de los ojos ya se ha ido. La bicicleta esas gafas a caballo que leen calles y se estrellan contra el poema convertido en muro. Todo es veloz, un parpadeo, una calle, se trata de bajar de la máquina y luego se presenta el pie doblado, un cierto tambaleo que es la duda, un dolor que es certeza y un olvido que es lo único que cura. Todos tenemos nuestro esguince, la torcedura de la vida, el mal pie sobre el piso ya movido, el arte de un desamor que nos mueve hacia el lado débil por donde se gasta el cuerpo. Todos somos un esguince, tiembla el cuerpo después de amar inmensamente, tambalean las piernas después de subir miles de cuestas, se cae lo más sólido, se derrite lo perenne. Mas después de todo, seguiremos la ruta que nos otorga el gran deseo, la levedad y la sensación de estar vivos con la bicicleta del poema como una mascota urbana que nos ayuda a leer la suerte en cada esquina.



***


Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1959). Escritor y ensayista. Fundador de Taller de Luna, grupo de escritores de la Universidad Nacional. Cofundador de la Revista Punto Seguido, de la ciudad de Medellín, Colombia. Coordina un espacio en la Radio Universitaria sobre poesía y música. Dirige la Fonoteca de la Universidad Nacional, sede de Medellín. Contacto: lfcuarta@gmail.com.


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