sábado, 26 de diciembre de 2009

POEMAS DE ALDO TORRES PUA. Del libro: “Memoria Permanente”. Selección de Rodrigo Verdugo.



RESPIRACIÓN

El aire de todos es mi respiración. Construye.
Mis pulmones reconstruye. Y éstos se multiplican
Y prolongan la memoria de los relojes.
El aire está poblado de respiración.
A veces, de repente, me parece
Que penetramos en la transparencia de todo
Desvestidos aun de la postrer sonrisa.
Es entonces la trágica hermandad de las islas.
La piedra sepultada duerme profundamente
Soñando una corola. Es su respiración.
Desde la planta de los pies suben mis ojos
Con la antigua confianza vertical del lirio
Y trasportan ocultas mis miradas
Una sal de pretéritas pupilas.
Cómo temer al sol, cómo temer al viento,
Con la vieja costumbre de morir
Agazapada entre los huesos.
Cómo temer al árbol sin dinero de hojas,
Cuando mi pecho multiplica su caudal escarlata.
La brisa de la tarde es un cristal que pasa.
Pero mi cráneo es un vaso de tierra,
De tierra en transito hacia el vidrio.
Todas las cosas son respiración en reposo.
Todas las cosas, con mi nombre y lo sonoro
Que crea mis oídos, el rayo
De sol que tiembla moribundo,
Y la penumbra que alumbra las noches,
Y la copa sin ojos del otoño.
Una lágrima se desliza como una araña,
Y es una bolsa de respiración.
El lejano ladrido de los perros nocturnos
Es una esponja de respiración.
El recuerdo respira en los retratos.
La muerte respira en la aurora que pasa.
Por puertas y ventanas entra y sale,
Sale y entra, la respiración.
Un clavo de tiempo fija mis pulmones
Entre la respiración que viene
Y la respiración que va.




CIRCULO

Contemplar el azul y aun exprimirlo entre los labios
No es desear la resurrección, triste ignorancia del soplo
Cuyos pétalos nutren la perfección del círculo.
Lanzo una piedra y al caer son dos piedras distintas.
No es la separación. Se multiplican.
Si miro al sol, una dorada sangre me recorre
Y un pájaro de piedra disparada
Quiere romper mis sienes.
Niños y ancianos pasan hablando con mi voz.
Tiemblo en la pregunta y tiemblo,
Tiemblo en la explicación.
Si desde el caudal de mis venas
Se levanta una niebla como un gran pez que crece,
Esa es la noche y las estrellas son
Las silabas perdidas de la luz.
Somos la primavera y el invierno de la brasa.




LAS DOS SERPIENTES

La serpiente del sueño nunca termina
De pasar bajo los párpados espesos.
Hilo de arena, avanza sobre alfileres,
Se sujeta con pinzas infinitas.
La otra serpiente es la del hambre,
Y gira en redondo dentro
De una bolsa obscura y ciega.
Proyecta su peso como una sombra,
Atándome a la tierra que media entre mis pasos.
Ambas se alternan y confunden.
Una me tritura y desmorona hasta un susto de abismo
La otra prolonga mis vísceras en equilibrio
Sobre clavos.
Ambas son una misma.
Cambian solo de nombre.
Y a ello juegan
Mientras vago
Por la noche urbana.




Aldo Torres Pua: (1910- 1960). Poeta Chileno: Autor de “Imágenes silvestres”, Imprenta desconocida, Temuco, Chile, 1933. “Corbán, rapsodias y elegías” Imprenta Letelier, Santiago de Chile, 1940. “Otoño encuadernado”, Ed Nascimento, Santiago de Chile, 1955, “Memoria Permanente”, Ediciones Botella al mar, Buenos Aires, Argentina, 1952. “Montecino” Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1955. Su obra se encuentra publicada en varias antologías chilenas

miércoles, 23 de diciembre de 2009

POEMAS DE MARTA QUIÑONEZ.

el niño del pan (josé manuel merello)


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IV

Tengo temor
camino sobre los escombros
de una ciudad derruida
pisan los pies
una geografía de montañas invisibles
de valles minados
de bosques prohibidos

renace la sed
el agua aparece
en sobre sellado
con vitaminas
minerales
fecha de vencimiento
dentro del follaje caído



VIII

Entre el pan y la grieta
se interpone el abismo
sostenido en una exclamación

la boca clama para que el pan llegue
el pan humedecido por la brizna
se queda en el aire

las salivas
van al estómago
regresan a su origen

la batalla se libra
entre el pan que no llega
y la boca que se abre


IX

Uno se reinventa en la palabra pan
aspira el aire
fuera de los muros de la ciudad
entra al canso
calma las hambres
que han producido
temblor en el vientre

mitigados los ardores

desandamos
el camino de la vereda

otra hambre nueva
desconocida
se instala en el adentro

somos soldados
pereciendo en lejanas contiendas
que el pan duro-embolsado
declara a nuestra necesidad
de pan tibio casero

deseamos de nuevo
el aire de los cerros
el verde se ha eclipsado
en los sentidos


XI

El día de la prudencia
se acerca

el día de la horca
a las gentiles cabezas
se acerca

el día del escarnio
se aproxima

llegó
la hora del hambre

el aire que queda en los pulmones
alcanza a pronunciar el grito

en el eco llega la palabra
esperada
anhelada
necesitada
pan



XIII

Pan dispuesto
en los canastos de la incuria

pan tirado en el saco de la basura
pan viejo en la despensa

pan mohoso
en la cueva de un hombre desdentado
abismo que se abre como la noche
y amortigua la dureza del pan
que muelen las encías


ciudad pan
urbe vacío
dispuesto a tragarnos

ciudad sin dientes
y así nos muerdes
ciudad glotona

XIV

Del pan que se guarda
tengo hambre

tengo un hambre
que calcina las convulsiones
de la tierra

un hambre
que no me busca
que busco y nada sacia

no tengo sed
el desierto vive en mí

tengo hambre
en medio de una naturaleza muerta

desde unas cuencas vacías
el hambre me mira

tengo una ración de pan
embalada en saco de mostaza
nada guarda la potestad del hambre
sobre el huero

las cuencas irradian
sigo con hambre
y al pan nuestro
lo aprisiona un muro




XVI

escribo el encuentro
que le promete
el pan al hambre

un hombre parado
frente a los gruesos vidrios
ve su imagen
devorando un pan de miel

triste se muerde un dedo

alguien detrás del vidrio
empuja la masa en su garganta
con una cola

el hombre comienza a caminar
ya no es un pan
es un hambre
que le aruña todo el cuerpo



XVII

Estoy ebria
de ver la ciudad
con hambre

hambre
cabeza - tronco
manos - piernas
con necesidades fisiológicas
con olor a orines viejos

hambres que se fecundan
en la estéril existencia

salgo en la mañana a vivir
sólo encuentro hambre
vestida de obrero
de cansancios
de interrupciones

hambres de siglos
de pan
de negación
¡dios dónde nos cabe tanta hambre!


XXXVI

Vengo de Comala
traigo en la piel toda la tierra
todo el tamo
y el mutismo inútil del camino
traigo fantasmas
que espantan la visión

vengo de Comala
traigo el hambre
de todos los muertos
de todos los plantados
traigo el hambre
del exilio y del recelo

el silbido de los difuntos
me persigue

fui a Comala
a buscar el rostro
del no olvido

traigo un eterno olor
a pan que se cocina en el campo
traigo de Comala todas las ansias

parada en el cerro me sacudo
como un perro mojado
y Comala se desprende
en costras de mi cuerpo

Comala es el sueño que se desvanece
Comala la espera
Comala el plantón

Comala
también es el amor






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Soy Marta nacida de Berta
tengo por hermanos a Verónica,José, Carlos Jaqueline,Jesús; casi todos desde mi madre
hasta Verónica último vestigio de su soledad tenemos nombres bíblicos, no puestos al azar, si no al futuro...

Por lo demás hago lo que hacen la mayoria de los esclavos modernos; cantar, reír, odiar, amar, envidiar a uno que otro prójimo, estudiar; por cuenta de este último oficio la sociedad me ha dado un título de psicóloga que no me ha servido ni para escribir un poema, estoy a punto de obtener otro en Letras: filología Hispánica, no me enorgullezco de ello, solo ha sido una manera entretenida de vivir mientras llega la que sabemos, he probado muchas otras formas y ninguna me gusta, ni siquiera el sexo. En el amor monogámico ya nadie cree, ni yo, aunque como todas las mujeres soñé con él, sueño perdido.
Para continuar mi carrera hacia una muerte segura, estudio traducción en lengua inglesa, francesa y española. ¿Cómo le parece mi prontuario delictivo para el mundo laboral esclavista?. Lo mejor de todo es que no tengo ojo de vida para entregarme voluntariamente a los contratistas modernos que en antiguas épocas se llamaban esclavistas.

La poesía acontece en mi vida como un oráculo; soy la pitonisa de mi propio templo, al que nadie ingresa, misas sagradas acontecen allí, en el nombre de cada cosa que dispone la memoria, allí ejerzo toda mi sabiduria ancestral, "tengo recuerdos de dioses en mi canto, exaltada de porvenir no escribo, exaltada de pasado escribo"

Esa soy yo, no me he ganado nunca un premio, pues como ya me dijo un sabio poeta de Envigado "usted no escribe poesía para concursos, usted escribe una poesía demasiado sincera y nadie quiere premiar poesía que salga del fondo del dolor de la vida" y yo le creo por pura experiencia. Estoy terminando un libro que se llama "las nacidas del ..." para ver si logra un acercamiento a la conciencia corrompida y malsana de los jurados de poesía y les toco aunque sea una güevita,(Tú sabes, en este mundo donde uno está demás, el dinero, nuestro dios, no está demás) aunque es difícil domesticarlos en la libertad, son esclavos domesticados de un engranaje perfecto, lacónico y decadente. Ya lo decía el viejo maestro Vargas Vila "El esnobismo cosmopolita está en ellos" y de las mujeres de mi tiempo, que eran las mismas que las de su tiempo, escucha esto "la mujer de tintero- interrumpió Juan, con un rencor colérico; el producto ridículo y fatal, del estado morbido de nuestra civilización (la de los hombres), por toda parte pulula ese producto cruel de nuestra degeneración; ese amfibio amorfo y, repugnante, que no se sabe si disgusta más por lo nulo o por lo pedante; la mujer de letras, la desertora de la familia, la que disuelve el hogar en nombre de la libertad, la enemiga de la maternidad, el marimacho ambiguo, que prefiere ahogarse en tinta a verse en cinta..." lo triste de la verdad es que hay muchas mujeres que caemos en esta designación, aunque los machos hablen así de "ellas", no por eso se logra ser distinta de ellos. Buscando la libertad espiritual podemos escollar en mil caminos desconocidos, y muchas fieras buscan alimento al aire libre y aprovechan para devorarnos. Juan el personaje que así piensa y habla en esta novela, se siente devorado y aturdido por la belleza y la inteligencia de Cósima Doria. No conoce usted querido Jairo historias muy similares en nuestra bella villa, yo sí y dios me libró de haber sido bella e inteligente, "solo soy un pedazo de pan que nadie quiere morder".


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Ha publicado los siguientes libros de poemas:

Arcanos, 2006 y 2007
La Trinidad, 2004 (Ed. Univalle)
Kartalá, 2002
Eva, 2001
Abecedario de Eximición, 2000
Acantilado,1999
Noctívago,1998
Continente Mohíno, 1996







lunes, 21 de diciembre de 2009

UN SALUDO DE NAVIDAD CON LA PLUMA ENCENDIDA DE EDGAR TREJOS



SALUDO PLUMADO PARA UNA ENCENDIDA NAVIDAD


Recordarás nuestros nombres NAVIDAD…
Los mil rostros de la Vida y sus voraces agujas:
El amor, el olvido, el dolor,
la injusticia, los recuerdos, la ausencia,
el castigo, la noche, el silencio,
nos han hecho lejanos,
fríos agujeros de nostalgia y tedio.
obligados transeúntes de una galopante nada.
Sinembargo Tú vives NAVIDAD…
Hemos querido decir cuánto, opresos en locura,
a lo largo de un tiempo hondo que acumula umbrales,
refugiados en alguno de tu soles confiados:
Hoy es un día perfecto para el pez banana;
pero puertas cerradas sólo, ciega soberbia,
voces mudas, mundos sin invitación,
se ven.
Sinembargo Tú vives NAVIDAD…
Y aún busco porque quiero
los plenos ojos de tus hondonadas de Luz Amiga
para mi alma
en esta NAVIDAD.



Loor a ti Pluma Encendida, Palabra Acariciada y prometida a los nuevos plumosos escritores de esta tierra de viejas vigas, guerreros del verbo que encenderán las futuras navidades de más justas y bondadosas auroras en un esperado porvenir, sendero que sin duda merecemos los desdichados y espoleados hijos de Eva.
Motivo de homenaje serás, Palabra Esperanzante y Esperada, sea que se te publique o no, cumplas años o no en el escalafón de los seres de imaginación para decir algo necesario desde el umbral del Hombre, cualquier premisa delirante, alguna máxima perdurable, una broma pesada -de las que siempre hay que cuidarse-, o la más seria afirmación -de las que hay que cuidarse mucho más- sobre no importa qué, porque siempre importa, importará lo que salmodies, pienses o tengas que hacer. En cualquier instancia, lo que hagas, pienses o salmodies, tendrá un significado más allá de las palabras, los gratuitos actos, o el simple pensar por el solo pensar.
Te vemos hoy, en este luminoso diciembre que estrena caminado y gafas, como te vimos ayer: otra y la misma, asombrosamente ágil en el uso de tu inteligencia; profunda en la percepción de las cosas y materias de este mundo; segura -cuando no implacable- en tus pensamientos de una sola línea: línea-vital, línea-poética, línea-erótica, línea-política. Pensamos en cuantos te quisieran flexible, condescendiente o mansa, sin darse cuenta de que nunca vas a ceder a rastrojarte o embozarte en el silencio porque en ese momento dejarías de ser Tú, que no naciste para las concesiones, ni para la preocupación por lo inútil, las estultas pasarelas de los reality shows, la intrigante farándula de las reinitas de la noticia caliente, los visibles lagartódromos que desvelan a medio mundo corrupto, ansioso por los regalos del estado, o la mediana sociedad publicitaria.
Pluma Alerta, Pluma Inquieta, Pluma Insomne: ayúdanos a no caer por el mandato de la autoridad, la autoestima o la pereza, en la tentación de lo fácil, de lo falso, de la conformidad con lo establecido, del crear viejo y caduco, del razonar esnobista e insolente, de la costumbre irreflexiva y paquiderma.
Con placer llegamos a tu casa de solares verbales, a tus palabras, como lo hacemos ayer y anteayer, apenas años, y nos gusta que abras personalmente la puerta de tu bodega de sueños, sin protocolo, sin que te rodee nada que no sea tu gesto sencillo y tranquilo de hoja lúcida, y dices lea mijo para que vea, lean el mañana camaradas; y uno está contento de que los próximos diez minutos, o la próxima tarde entera, y los días venideros, uno estará en una habitación sólida, firme y a la vez espiritual, en la que los hechos importantes y no importantes serán vistos al derecho y al revés, con seriedad y una sonrisa inteligente, como en un encuentro con quien sabe, Hoja sabia como Tú, que lo eterno es pasajero, las más grandes y solemnes verdades, mentira; los recuerdos, insulsa nostalgia; fábula total, fabulación galopante para empalagar el sexo dormido, pretender un roce, una cosquilla siquiera con las secretas, esquivas, desdeñosas Silvias, ojos y excitante cuerpo de imposible, inabordable sibila, depositada con desparpajo en las tiendas de aproximación a la gran educación sentimental que no tuvimos, esos cuadrantes de emotivo ardor donde vamos, donde íbamos a perder la virginidad que nunca perdimos porque jamás nos prestaron, prestan, prestarán atención, ni nos miraron, miran, mirarán como deseamos lo hagan durante la vida que daríamos por ellas, sin titubear, la poca vida que nos queda, ah farsantes; y la POESÍA, esa por la que hasta ahora somos, de la que el POETA dijo, premonizador y sabio, ser la única prueba concreta de la existencia del hombre, la entenderemos, por fin, como la pluma que nos catapultará, entre atolladeros insignificantes, hacia el nuevo siglo azul. ¡¡Feliz Navidad compañeros de universo!!

Amante,
Delirante albricia:
¡Tu deseo, sueño!


EDGAR TREJOS. casapoesiapbjacob@gmail.com

miércoles, 16 de diciembre de 2009

POEMAS DE CARLOS BARBARITO. Presentación: Eduardo Espina.


FALLA EN EL INSTANTE PURO
Estudio preliminar de Eduardo Espina



Una poesía de folios y estrategias

Sometida a disoluciones que acechan la historia de su hermenéutica, la escritura poética llamada a sobrevivir será aquella que logre replicar el parcialismo de la totalidad en la lectura del mundo, y con esto hacerle un dribbling a la erudición. Hablar de lo que tiene. A partir de alternativas de evidencia, a través de las cuales el texto podría entenderse (sin que esto signifique que el significado pueda ser definitivamente interpretado), la poesía de Carlos Barbarito se instala en ese territorio textual donde la historia es desviada de sus propósitos, allí donde la poesía habla de si misma y hace su canción, que es también su autobiografía: Un lenguaje al que tal vez solo yo conozca. Mediante nada generalizantes idiosincrasias, Barbarito interroga la realidad mediante un plan distanciante, instalando estilos dentro del estilo, momentos de permisividad en la sintaxis. Oye su conversación: Aquí y solo, hablando con nadie. En tanto rechazo de la nomenclatura poética en tono realista, y sobre todo en tanto discrepancia estética con sus caprichos, esta lírica impone una oferta de deriva, la del significado, en la cual, no obstante, ninguna propedéutica queda interrumpida. Por el contrario, las palabras alertan al conocimiento para que tenga ganas de estar más cerca de ellas, que son su propio proyecto, el lugar de sus ideas. Para lograr su cometido, el lenguaje recupera los primeros momentos de su comienzo, esas instancias anteriores al origen, en las cuales actúa fuera de todo propósito para poder seguir preguntando: En qué dialecto, por qué gracia, /a través de que mecánica.
Es lo que llamo aquí, poesía del folio, esto es, aquella que articula su actuación a partir del archivo de sentidos de la palabra. En el folio se pacta la representación. La vida a partir de lo vivido, vívido.


De esta manera, la información de lo real expuesta por la intimidad del lenguaje incluye la opinión y el rastreo de los sentimientos como acceso antes no considerado, como peregrinaje hacia un punto de partida siempre itinerante. Las enmiendas de la posibilidad (lo que siempre puede ser aunque no exista) no son las de la razón establecida por prerrogativas lógico lineales. No es esa la razón en juego. Hay otra por su causa. Una razón paralela: co-razón. El corazón con razón. Las variantes poéticas que han llegado hasta otro sitio, que es el de la página, se encargan de ocupar el tramo principal del discurso. Por actuar sin motivos ulteriores, las palabras, como tan efectivamente las escenifica Barbarito, se sienten entretenidas con su desemejanza y dan cuenta de una euforia pendiente, de un coto –el suyo- al margen. Las apariencias que tienen no engañan, son ellas mismas, su propio intento de representación. El disfraz es la realidad, la manera de entrar en un interior. Pero hay mas, pues la lírica de Barbarito, rigurosa, nada complacientes con sus efectos, estipula un trabajo formal de admirable exactitud. El poeta mira antes de ver. Ordena aquello tan difícil: los sentimientos mientras están incompletos, tal como vienen del mundo y no quieren ser menos. La realidad del poema se organiza a partir de ese centro de atención, que la subjetividad privilegia y que al mismo tiempo absorbe para darse cuenta de que existe y para ser asimismo otras cosas: para ser en otras cosas no correspondidas. Aquí la mirada oye, porque habrá, seguro, un ojo caído. El trato singular que reciben las emociones en esta poesía no es el de una técnica al servicio de una simplificación. El acontecimiento de lo experimentado sigue una suerte en torno a su propio proceder, convirtiéndose en tema y pregunta de sus respuestas. El poeta resta importancia a la repetición de su constancia sobre determinados tonos transformados en serie por la insistencia. Es una paradoja en fuga: su habla evita estar siempre ahí y sin embargo no se mueve, mira desde un punto de atención cambiante. La genealogía de esta poética queda abierta a todos los casos de su ocasión. El sentido de restitución vendrá recién a continuación, impulsado por el deseo de seguir haciendo lo mismo nuevamente, para que sea nuevo. El poema obliga a su abordaje en las inmediaciones, cuando no es común ni siquiera con si mismo. Por eso hablo de un no estilo en el estilo con varios estilos, de una escritura liminar que no siempre es a continuación y que se opone a ser su propia diferencia. Lejos del dogma, descanoniza; transforma al lenguaje en el lugar interrogado: ¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio, /fuese de borde a borde conocido?/Entonces, ¿qué uniría, derecho e invisible, /al fuego con la chispa, qué / agua acogería, en la superficie,/los sucesivos reflejos de la mañana?
Esta poesía significa pues un querer decir; una parte superior que va hacia otra y a su vez es la verdad de la siguiente que aun no es ni esta completa. Su exactitud viene por asimetría antes que por añadidura. La palabra poética llega hasta todas sus interrupciones, que son también la forma en que se manifiesta el suceso de algo que no siempre sucede de la misma forma.
La poesía, para Barbarito, es la representación de una verdad que de otra forma podría igualmente estar bien. Se apropia de contenidos con relación a todo lo que puede ser representado y que en ciertas ocasiones –cuando el todo queda escrito- es más. La palabra le hace caso a muchas otras cosas, a presencias anticipadas o tardías que duran irregularmente para poder darse a entender. Según esto, entonces, ¿cómo lo verdadero puede ser referido?
Tal cual las siguientes páginas lo destacan, hay varias formas indirectas de decir propiamente una cosa, de hacerla posible en el lenguaje hasta que este deje de reconocerla. En la poesía de Barbarito, una intuición debida se da por verdad de vida al borde del habla. Diciendo promete algo y al hacerlo se compromete a estar ahí, indeterminado en la representación en torno a un todo fragmentario, jerárquico y problemático. En esta poesía tienen lugar las otras condiciones del decir, estipuladas mediante un procedimiento inaudito, abierto a consecuencias sin soluciones. La palabra está pasada por una primera vez –la página es el cedazo-, mediante un situarse en lo que recién apareció en la realidad del lenguaje, para poder tocar la superficie de la realidad tal cual es imaginada, pero antes de que esta quede advertida. Es un origen que sucede propiciatorio por si mismo, que está llamado a surgir como inicio que apareció antes y que en su aparición puede ser hallado. Con metódica táctica, en verdad no una sino varias y bien ejecutadas en una sintaxis sin altibajos, la palabra se anticipa a lo que quiere decir.
Así pues, en esta poesía, admonitoria y nada circunstancial, lo que actúa es el impulso de lo que se puede decir sobre lo mismo cuando recién empieza a decirse nuevamente. En tal contexto de posibilidades con viceversa, un sentido de entropía impone sus trampas, y con estas logra seducir. Desde esos momentos, la continuidad deviene poesía. Poesía como intención que vigila de cerca aquello que las ideas y las emociones anuncian. Asimismo, advertencia de algo que puede ser conocido o no, y que a la misma vez es irremplazable por si mismo. Ese sitio de no-prescindencia es lo que cuenta, aunque la poesía de Barbarito no cuenta sino canta para encantar sin cuento y ser instrumento de sus ejemplos.
Con este libro, Carlos Barbarito consolida una poética y una voz inconfundibles en la poesía hispanoamericana, las cuales estaban en la fábrica del acontecer desde hacia tiempo y que ahora, además, confirman la condición augural de su lenguaje. En su amplitud de desempeños, la palabra poética ha conquistado la fisonomía que más le conviene al propósito en acción de sus sortilegios y vericuetos. La voz en insurgencia llega con un plan que no se parece a otro, un plan que es su propio destino, y que por eso mismo resulta desde ya imprescindible.

Eduardo Espina


***



A María y Cecilia

Entre nosotros y el cielo o el infierno no hay más que la vida, que es la cosa más frágil del mundo. Pascal, Pensamientos, IV, 349.




Un largo trueno hueco…

Un largo trueno hueco.
Un andén, mojado y vacío.
Una maleta, adentro camisas, un saco, libros.
Pero el viaje no comienza, ¿entonces?
La mirada, puesta más allá de la última casa.
El puño que se cierra y tiembla.
Pero el viaje no comienza, ¿entonces?
Una lluvia gris, densa y persistente.
Cae sobre las vías, los tiznados galpones.
Espera, mira el reloj, se pregunta por la hora de partida.
Cierra los ojos, dice Nilo como dice bosque de Duino.
Y sombra de Byron, cántaros de Grecia, grullas y sudarios.
Pero el viaje no comienza,¿entonces?




A lo que ya no respira, todo…

A lo que ya no respira, todo
lo que se asienta y reposa;
a lo que respira todavía,
un cuaderno de anchos márgenes
con nerviosas anotaciones
acerca de chispas, fulgores y olas.
¿Y yo? ¿Indiferenciado
de mi sombra? ¿Llama
sin atizador? ¿O, tal vez,
aferrado a la última voz
del coro, abriéndome paso
hacia una lejana leña que arde?
¿Me sostiene una tela burda
o una tela suave, de la India?
¿De qué antigua escena
con nudos, remiendos e hilachas convalezco?
¿O no hay cosa alguna en el fondo,
ni el jadeo de un perro?
Toco el lado frío, frío
que en una mínima porción se concentra;
toco el lado opuesto, claridad
que hacia la vastedad se extiende:
¿dónde me sitúo realmente?
¿en lo que ya no exhala olor?
¿en lo despojado de gravedad y núcleo?
¿en lo que todavía halla cobijo en la grava?
¿en lo prieto, consistente?
¿en lo que adquiere temperatura,
de paso al día, el cielo, las bandadas?




No importa en qué idioma se escriba...

No importa en qué idioma se escriba.
Toda lengua es extranjera, incomprensible.
Toda palabra, apenas pronunciada,
huye lejos, adonde nada ni nadie puede alcanzarla.
No importa cuánto se sepa.
Nadie sabe leer.
Nadie sabe qué es un relámpago
y menos cuando se refleja
en el pulido metal de un cuchillo.
Ahora la noche parece un mar.
Por ese mar remamos,
dispersos, en silencio.




¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio..?

¿Y si el idioma perdiese de pronto su misterio,
fuese de borde a borde conocido?
Entonces, ¿qué uniría, derecho e invisible,
al fuego con la chispa, qué
agua acogería, en la superficie,
los sucesivos reflejos de la mañana?
¿Habría chispa, fuego, agua,
un remo, apenas, rozando el fondo,
apenas una humedad en los muros más viejos?
¿Quedarían siquiera un pie en mar oscuro sumergido,
un edredón, una máscara?



Aquí y solo, hablando con nadie..

AH! LE POÉTE écrit pour le vide des cieux…
Pierre Jean Jouve

Aquí y solo, hablando con nadie.
Desde el follaje, el constante árbol sombrío.
El niño no se apiada y se extravía en el agua.
Se apaga, se cierra con su secreto.
Para la santidad basta con un silencio espeso.
Para matar basta con un color, ocre o bermejo.
Rodean la ciudad, la devastan e incendian.
Lo profundo se divide y la pesca no se inicia.
Recogerán pañuelos donde nada perdura.
Habrá, seguro, un ojo caído y un No entre llanto y sangre.
Un humo erróneo, sin fuego.
Un padre tallado en bronce, eterno e inmóvil.
Una cal de la China, un siglo sin tu sexo.
El arco se tensa, la flecha se parte.
Se rompe la respuesta contra el metal del eco.
El corazón es inhábil, todo pájaro naufraga.
Un vacío al que sólo acuden el tiempo y los motores.
Un lenguaje al que tal vez sólo yo conozca.
O conozcan ciertos y raros animales, los muertos.




Abajo, muy abajo, más abajo..


Abajo, muy abajo, más abajo
que el sueño oscuro,
bebe su porción de polvo,
y yo, desde mi pobre cartílago, la llamo.
Veo su apresurada boda con el musgo, y está sola.
Veo su pelo raído, y está sola.
Veo sus ojos ya cifrados, su cuenta sin lógica, y está sola.
Hay olor, allí, a luz que no sabe,
a sombra que ignora, a vestido helado
y sin botones, hay
allí poleas que bajan materia
y suben ceniza, bajan
ceniza y suben materia
sin centro, ni diámetro, ni límite.



En el centro del día, la muerte, insepulta...


En el centro del día, la muerte, insepulta.
En mitad de la noche, un relámpago helado
contra la madera que se pudre,
la palabra que se pudre.
¿Pedir una respuesta- estallido de bengala,
una hipótesis ingeniosa,
un polvo para el rostro que ya es casi sólo huesos ?
¿Soñar con una nevada en donde nunca nevó,
con una lluvia donde siempre fue desierto ?



Nada crece excepto el pasto..

Nada crece excepto el pasto.
Nada salta a la vista salvo alguna piedra
y lo que la piedra contiene y resguarda.
Aquí, lejos de la playa,
lejos del sitio donde el agua
devuelve cada tanto metales oxidados,
maderas enmohecidas,
algún cadáver de delfín o tortuga.
No sopla el viento capaz de empujarnos
hacia lo entonces prometido.
Los minutos que pasan se hacen horas
pero jamás días y sí noches
que jamás consienten en ser años
y sí siglos en los que alguien muere
y otro, que lo ignora, bosteza.



María Gracia Subercaseaux, Espejo

Los ojos abiertos, cuando está oscuro,
los ojos cerrados, cuando estalla
el relámpago. ¿Qué
falla en el instante puro,
en la instancia más abierta y destilada?
No somos polvo ni hierba.
Y lo somos, aunque entremos al mar
y, entre olas, sepamos
que allá abajo hay plantas y peces.
¿Quién instaló muerte,
azar? ¿Quién puso llama
en el extremo de la vela,
bestias cabeza abajo,
dolor en el dolor?
¿Es todo cuanto podemos decir?
¿Y esa que, desnuda,
al pie de una cama
con sábanas revueltas,
a si misma se contempla?




46 de la rue Hippolyte-Maindron

Aquí, donde señalo, padre seco
de hijos secos que el tiempo gasta
en bordes y centros. Espacio
en las lindes de lo inmóvil,
se avejentan sin envejecer, figuras
dispuestas en línea recta
bajo estrellas fijas, fijos polos.
Bajo el mar, no hay mar,
largos y vacíos peces con ojo hueco
y marca, ópalos, arcillas,
cobres, cada muerte con su cábala,
cada vida con su ojiva, y, en lo alto,
aguas dispersas, tramas, médulas.
¿Es destino, inocencia, idioma
de panal, de éter? ¿Es
falso o hermoso, hermoso y falso,
digno de sal o digno de melodía,
abeja que pica y enseguida muere,
sangre que fracasa, marco
que aguarda una tela que aún no es pintura,
estrella que cae al suelo
y estalla y disuelve tiempo y sombras?




Desnudo, expuesto a la radiación del día...

Desnudo, expuesto a la radiación del día.
Se tuerce la hierba en dirección opuesta al viento,
luego de ser pisada por dioses torpes
y alguna que otra bestia.
Duele. Es un dolor sin especie, sin mancha.
Un dolor que mata de otra muerte,
casa vacía en la tormenta, río inmóvil
donde el olvido es lo único que dura.




Hubo un libro leído más allá...

Hubo un libro leído más allá
del deseo, de lo que desgasta la madera
y torna inútil cada vela encendida.
¿Cuándo? Será pronto de noche.
Habrá pequeñas luces en la distancia,
montículos de tierra seca,
lámparas caídas – aún encendidas-
sobre débil certeza y ciencia errónea, ciega.


Detrás, tal vez, sople el mar...


Detrás, tal vez, sople el mar.
Sople algún verbo
fuera de todo destino de limo, óxido.
Tal vez, ungüentos de Avicena,
bosques de abrazos,
cultivos, enjambres, húmedas implicaciones.
O, tal vez, lo mismo.
Se incorpora. Se viste. Anda.
La hierba se reacomoda.
A su paso todo parece encontrar
dentro de si cierta forma de la calma.
No debe ser mucha la distancia
- piensa.



Robert Lowell, aeropuerto de Ezeiza, 1962


¿Cómo luchar contra la locura,
dolor azul en ninguna y todas partes?
Del mundo ahora apenas puede ver el dorso,
un número seco, la zarza antes de las llamas:
no puede subir desde lo oscuro,
desatar el nudo, calmar el hambre.
Hay una aguja que perfora una a una las olas,
un agua salobre y espesa
que llega hasta la boca luego de infinidad de conductos,
un antiguo hedor que no se disipa.
En la palabra, la sutura.
En la razón, cuerpos que no se adhieren a sus sombras,
ecos que resuenan sin origen aparente,
una memoria de infancia,
soterrada, transformada en escarcha.
Al sueño sucede una obsesión.
La obsesión precede a la muerte,
con precio y sin estética.
Y la muerte tarda,
viene a lomo de perro con tres patas.
Quiero empezar todo de nuevo con usted
dice.
Se lo dice a una desconocida,
como se lo diría, en su desesperación,
a una rueda que no parara de girar,
a un evangelio bajo una roca,
a un pez envuelto en pasado y acre.
Y sopla piedad desinflada, apócrifa.




Agua, argamasa, caolín…


Agua, argamasa, caolín,
brea. ¿Y la carne?
Hay quien observa con lentes lo remoto.
Hay quien encuentra lo remoto
en lo más próximo, en una flor blanca,
de plástico, sobre la mesa.
Día: cuanto existe gira llaves,
abre puertas, deja entrar el mar.
Noche: en el agua, seres y cosas
se internan y, en lo oscuro, se abandonan.

(Febrero,9)



Voces. Hablan lenguas diferentes...

Voces. Hablan lenguas diferentes,
sibilinas, furtivas, sinuosas.
En lo profundo, entre las raíces,
raras criaturas ciegas.
Hablan idiomas sumergidos,
umbríos, brumosos, nocturnos.
Dicen: almagre, cardenillo,
herrín, herrumbre, verdín.
Se lo dicen unos a otros,
no saben de otra vida,
no saben de otra muerte.

I

El mundo,
lo que parece ser el mundo:
dilatadas orillas
llenas de bestias sedientas,
estiran sus lenguas
ante ríos secos, todo polvo.

Arriba ni una nube.


II


El dolor no duele como dolor,
duele como otra cosa,
papel que se consume,
todavía en blanco, ante los ojos.

Se lava en el agua encrespada…

Se lava en el agua encrespada;
en el horizonte, lejos,
nubes que el viento
junta por un momento
y luego dispersa.
Está desnudo,
acaso quien se desnuda y se lava,
en el exacto momento de la borrasca,
es un poco menos mortal,
un tanto menos efímero.



¿Quién tapió el jardín..?


¿Quién tapió el jardín,
poseyó hasta hacer cenizas
aquello que debía fluir,
transfigurarse, hablar en lenguas?
Cada animal diurno y nocturno
toma conciencia del frágil peso de su deseo,
de la potencia de la peste,
de lo inútil que es lavarse
en madrigueras asentadas en lodo.
Y tañe dios impío, polvo.


Y ahora todo sucede...

A Mirta Kupferminc

...hijos de un alma tímida que la tristeza arroja al delirio.
Spinoza, Tratado teológico-político.


Y ahora todo sucede,
afección de una sustancia
menos densa que la noche
y más espesa que el agua.
A través de un juego de lentes
—que otros llaman Dios—,
un eco reverbera de muro en muro
bajo la lluvia.
Y ahora, ¿qué sucede?,
rotura, emigración, extravío,
piedra que al ser frotada
no produce chispa.
No hay agua que bebida
traiga sueños, visiones.
No hay materia que,
imantada o perforada, revele su secreto.
Alguien, un instante antes de morir,
siente que la vida
no es sino una variante menor
de la fuerza que pudre los frutos
y arrastra las hojas secas.



I

¿Y por qué llorar a los muertos?
¿Por qué soñar y despertar y volver a soñar?
¿Cómo obtener abrigo
mientras el día queda siempre del otro lado,
las ramas se amontonan en un rincón del patio?
Enciende un fuego bajo un cielo que huye.
Arma una pasión con hojas, cáscaras, palos.
Solo, entre pequeñas bestias que amamantan
y maduran para la gravedad y no para el vuelo.
¿Una piedra puede florecer? ¿Qué espera,
entonces, qué hace allí, sucio, desnudo?
De lado a lado, ventanas apenas iluminadas,
detrás, una marca, la vejez, la costumbre.

II

¿Cómo es ahora el mar? ¿Y
el salto del delfín? ¿Y el niño afiebrado,
el miedo a las arañas, la carcoma,
la piel de la culebra, la mujer desnuda
frente a la mujer vestida que la contempla?



Irá la sangre al fracaso...

a W.S.


Irá la sangre al fracaso
y la muerte será, ¿alguna vez no lo fue?,
madre y padre de la belleza.



La tinta desconsuela y nadie llama a la puerta…

La tinta desconsuela y nadie llama a la puerta.
La luz proviene de la lámpara
y no desde el oro de las hojas
que pisé en la breve mañana de la inocencia.
Hoy la muerte juega con mis cosas,
entre los lentos y mansos animales
que mascan hierba dura y no entienden.
Hoy la vida avanza en la lluvia, y no me lleva,
tropieza, cae y se levanta, y no me lleva,
en el barro encuentra claridad,
en el agua de los charcos se sacia, y no me lleva.



¿Esto fue todo? ¿Y ahora?...


¿Esto fue todo? ¿Y ahora?
¿Una larga conversación silenciosa
con la única, constante figura del tedio?
¿Para qué entonces la casa, sus aleros,
la claridad intangible en el dorsal de las horas,
el antepecho, las ropas recogidas
antes de la tormenta, el esmero del cartógrafo
ante la precariedad del mundo:
materia que no se hincha,
no gana densidad, fluye sobre musgos
por un instante y, luego, prescribe o se disocia?
¿Con qué hilos tejer la novedad,
al menos una sombra casi música,
al menos una línea de tiza,
al menos un instante sin tutela ni desdicha? 



Un súbito pinchazo en la muñeca izquierda…


Un súbito pinchazo en la muñeca izquierda.
Un beso apurado en una mañana de truenos.
Una frase, dicha u oída, interrumpida por sirenas y bocinas.
Un pelo que queda, con cada despertar, en la almohada.
Pétalos blancos en el agua, la infancia.
La sarga, el rojo y el negro, la muselina.
Un olor a creosota en los pasillos, un caracol sobre el vidrio.
Hojas resecas o estremecidas y siempre el viento.
Edimbugo, donde nunca estuve.
Cierta página de Rimbaud, de Nerval.
Bandadas de teros a medianoche, una moneda de Suiza, oxidada.
La tarde que se azula, cierto perfil que, de a poco, se disipa.
Un quiero estar solo y, enseguida, un por favor, no me dejen.



Punzar la piedra antes del final…

Punzar la piedra antes del final,
en años de sangre o ceniza;
la tierra constante bajo un cielo que se revuelve,
el agua que fluye más allá de la sed,
de la mano que se hunde en la arena,
de la inocencia a la que suelda,
sin piedad, nunca desnudo, el padre;
pungir, lancinar para dejar inscrita
una señal en la apretada materia terrosa,
en lo grueso del azar del que surgieron
la sangre, la arena, la inocencia, el padre y la piedra.
Marcar como marca el fuego en la carne,
el deseo que atraviesa el hierro
hacia el oculto pez, su núcleo tenue y sedoso,
antes de la dispersión, del hundimiento
del relámpago, del raspado de la escarcha,
de la semejanza de cuna, cama, vientre y tumba.



Está escrito en la losa, en la vara, en la argamasa…

Está escrito en la losa, en la vara, en la argamasa,
en el oficio, en la ceguera, en el hambre,
en la cortina que se agita y en la que se rasga,
en el antiguo bosque y en la jornada lluviosa,
en la boya que flota, en la espera,
en el zorro que persigue a su presa
y en el zorro disecado junto a la ventana;
en el primer tambor y en la última trompeta,
en el olor a madera de roble, en la dársena más olvidada,
en el mal y en la cura, en la sal y en la escama,
en la piedra verde, en la piedra roja, en piedra blanca,
en el viento del este, en la cola del cometa,
en el amor, en el veneno, en el metro patrón,
en sílabas, acechos, escarchas, cúpulas:
No hay vida después de la vida,
Siempre hay muerte después de la muerte.
Y es Tiempo, no Amor, lo que juzga.



***


Carlos Barbarito, nació en Pergamino, Argentina, el 6 de febrero de 1955. Su obra literaria comprende libros de poesía y de crítica de artes plásticas.

Libros publicados:

• Poesía quebrada (Mano de Obra, Buenos Aires, 1984)
• Teatro de lirios (Fundación Alejandro González Gattone, Pergamio, 1985)
• Éxodos y trenes (Último Reino, Buenos Aires, 1987)
• Páginas del poeta flaco (Filofalsía, Buenos Aires, 1988)
• Caballos y otros poemas (Hojas de Sudestada, La Plata, 1990)
• Parte de entrañas (Arché, Buenos Aires, 1991)
• Bestiario de amor (En: El primer siglo, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1992)
• Viga bajo el agua (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1992)
• Meninas/Desnudo y la máscara (En: Poesía. Ganadores del Concurso Nacional de Poesía Enrique Pezzoni 1992 Centro de Estudiantes Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Último Reino, Buenos Aires, 1992)
• El peso de los días (Ediciones Electrónicas Altamira, Buenos Aires, 1995)
• La luz y alguna cosa (Último Reino, Buenos Aires, 1998)
• Desnuda materia (Ediciones del Árbol, Buenos Aires, 1999)
• Puntos de fuga (Colectivo ZonAlta, Toluca, 2002)
• La orilla desierta (Andrómeda, San José de Costa Rica, 2003)
• Piedra encerrada en piedra (Hespérides, La Plata, 2005)
• Les minutes qui passent (Poietes, Foetz, 2005)
• Figuras de ojo y sombras (Bermingham Edit., Donostia, 2006)
• Música humana y de paramecio (Colección Manija, San José de Costa Rica, 2008)

domingo, 6 de diciembre de 2009

LA LOCA ESPERANZA: UN CUENTO DE VÍCTOR HUGO VISCARRA





LA LOCA ESPERANZA


La noticia era escueta y por eso estaba relegada a uno de los rincones más perdidos del periódico. Decía que en las inmediaciones del bosquecillo de Pura Pura, días atrás, los de la policía habían recogido el cadáver de una mujer que había sido descuartizada brutalmente por desconocidos quienes actuaron con tal saña que la cabeza fue arrojada a cincuenta metros del resto del cuerpo. Muchas conjeturas nacieron en mi mente, las cuales deseché al instante, y pasé a leer otras noticias que llamaron mi atención.
Muchos días después alguien me avisó que el cadáver descuartizado había pertenecido a la famosa Loca Esperanza, quien, desde sus años mozos, era una especie de torturadora permanente para quienes se aventuraban a salir a pasear con sus enamoradas. Con la mirada extraviada, solía perseguir a las parejas para increpar al varón el cumplimiento de supuestas pensiones atrasadas, que no habían sido canceladas para la alimentación de los críos que ella decía haber parido.
—¿Ya no te acuerdas de lo que cada noche venías a mi cuarto a encamarte conmigo? —gritaba ella toda desaforada a la víctima que elegía—. Desde que ha nacido tu hijo vos no te has acordado de darme plata para la leche, y como la guagua mama harto, ya se me ha secado la leche de mis tetas y todo el rato está llorando de hambre, y vos, tranquilo te estás paseando con esta imilla, mientras yo tengo que estar pidiendo limosna para alimentar a tu hijo...
La Loca Esperanza tendría unos treinta años de edad. A pesar de que siempre vestía ropas sucias y pasadas de moda, por entremedio de sus harapos se podía adivinar que la naturaleza había sido pródiga con ella, motivo por el cual la mayoría de los artilleros de la ciudad la buscaban por las noches para encontrar entre sus carnes el calor femenino que tanta falta les hacía.
Sus pelos, eternamente hirsutos y despeinados, sumados a las lagañas que se enseñoreaban alrededor de sus ojos, le daban cierto aspecto macabro; y como los dientes centrales de su mandíbula superior estaban desarrollados en exceso, cada vez que ella reía, titilantes chorros de baba fluían de su boca mojándole la barbilla y el pecho. Su caminar era tan peculiar que el sólo oír el taconeo de sus zapatos apelmazados de barro, traía a la memoria el recuerdo de sus travesuras y hacía que los adolescentes ocultasen a sus novias para evitar el escándalo.
Al no haberse presentado ningún familiar a reclamar justicia para su difunta, el cuerpo fue llevado directamente a la morgue. Lo botaron en un rincón, esperando que apareciera algún estudiante de medicina que por un precio económico comprara la parte que necesitaba para profundizar en sus estudios. Nunca más se supo qué pasó con lo que quedó del cuerpo de la mujer que hacía temblar a más de un enamorado en ciernes, y hasta los artilleritos que solían buscarla para compartir algo más profundo que sus soledades, tuvieron que olvidarla, puesto que aparecieron otras mujeres que sin tener el cuerpo de Esperanza, por lo menos no eran dementes y alocadas.
Lo primero que recuerdo de ella, es aquella noche en que al volver de mi casa pasé por detrás del mercado Antofagasta, temeroso por lo avanzado de la hora y maldiciendo en mis adentros el atraso que me obligaba a inventar una excusa aceptable para evitar las reprimendas de mi madre.
Sería las diez de la noche y a pesar de que había luz de luna, no había noctámbulos por las calles. Pensé que era por causa del frío, pero, al salir de entre medio de los puestos de venta del mercado, sentí unos ruidos extraños, como si entre varias personas se estuviesen disputando algo. Miré por los alrededores y tras escrutar entre los escondrijos del mercado, a pocos metros del lugar en que me encontraba, vi una masa de cuerpos humanos. Instintivamente me oculté cerca de ellos y poco a poco reconocí a la Loca Esperanza, echada de espaldas en el suelo, con las piernas desnudas elevadas hacia las estrellas, soportando las embestidas del hombre que cabalgaba furiosamente sobre su vientre. Ella, ajena a todo, comía con avidez algo semejante a un sandwich.
Las nalgas desnudas del artillero parecían mostrar su protesta a los cielos infinitos por el olvido premeditado al que había sido condenado, sus movimientos eran tan furiosos y salvajes, que los demás, que esperaban su turno, o que se solazaban con el espectáculo, lanzaban gritillos solapados, al tiempo que se frotaban las manos nerviosamente.
Luego el hombre desfallecido cayó sobre ella, quien, ajena a todo, seguía comiendo lo que tenía en la mano. Se separó de ella y tras limpiarse su miembro con cualquier cosa, se subió los pantalones al tiempo que otro de los presentes dejaba caer los suyos y se abalanzaba sobre la mujer.
No sé cuánto tiempo estuve allí pero cuando salí de mi escondite y empecé a caminar como si no hubiese visto nada, fui reconocido por uno de ellos, quien estuvo a punto de arrojarme con una piedra por metiche.
Muchos años después, cuando hacía mis primeras armas en las farras amistosas, un compañero de curso que para el colmo de los males vivía en mi zona, atenido a los tragos que se había tomado me confesó que de adolescente había deseado muchísimas veces ir hasta el basural cercano a lo que hoy es el puente de la autopista a buscar a la Loca Esperanza para regalarle algunos pesos, o un poco de la comida que en su casa reservaban para alimento de su perro y pedirle que por favor le hiciese la gauchada de abrir sus piernas para depositar en el interior de su vientre las ansias irrefrenables que su juventud le despertaban.
Esperanza era también famosa porque no pasaba un solo año en que no estuviese embarazada, motivo que era explotado por ella para sacar dinero a los incautos que tenían la mala suerte de pasar delante. Mi madre solía decir que Esperanza tuvo hijos desde que comprendió, en su locura, que para tenerlos sólo bastaba abrir las piernas y descuidarse. ¿Acaso fue por eso que muchos de los menores que conocí en el patronato de menores tenían mucho de parecido con esta mujer?
Hay gente que se escandaliza al ver a una jovencita que camina por las calles vistiendo una mini-mini-falda, pero, para los vecinos de mi barrio (con excepción de las beatas que nunca faltan), no era escandaloso el verla durmiendo su siesta o su cansancio mal alimentado, tirada en posición grotesca en una de las aceras, tostando la piel de sus posaderas desnudas con los rayos del sol que caían generosos. (Cierta tarde, era tan profundo el sueño de la Loca Esperanza, que entre los muchachos surgió la apuesta para ver quién era el que le hacía la broma más pesada. El dinero que se juntó para el ganador, se lo llevó mi amigo y tocayo, quien acercándose despacio hasta ella, le colocó en su entrepierna un enorme cartucho de papel, mientras la loca seguía durmiendo).
Pienso que a veces la vida se divierte con aquellos que han nacido estigmatizados con una tara mental y que por lo tanto no pueden defenderse. Y antes que verla a Esperanza como a un objeto de burla o como una especie de castigo moral ante mis travesuras, con el transcurso del tiempo creo que traté de entender parte de su desvarío. Porque dentro de él, hallaba el oasis que sus locuras necesitaban, y que si era generosa con sus anónimos amantes, acaso lo hacía para paliar la necesidad de cariño que los llamados “normales” le negaban obstinadamente, tanto que, si para los otros el hecho de copular era sublime y emocionante, para ella no era tan importante como los mendrugos de pan que le daban a cambio de abrirse de la cintura para abajo mientras sus dientes masticaban cualquier cosa que pudiera llenarle el estómago.
Sí, la noticia fue escueta sobre el hallazgo del cadáver descuartizado de la mujer que escandalizaba a las comadres y encandilaba a los necesitados de placer; y esta noche tengo ganas de tomarme unos tragos para brindar por el eterno descanso de la que fue la Loca Esperanza; mientras que mi compañera, que no entiende para nada mis pensamientos hechos palabras, me mira bobaliconamente mientras sonríe y de su boca fluye una especie de baba, y sus dientes brillan a la luz de mis recuerdos...





Víctor Hugo Viscarra. La Paz, Bolivia, 1958 -2006. Autor de Alcoholatum & otros drinks (2000) Borracho estaba pero me acuerdo (2002, autobiografía), y Ch’aquí fulero (2007). Habitante del submundo urbano, vivió apegado al alcohol hasta su muerte.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Fragmentos de la novela Quemando Gasolina. Autor: William Zapata




QUEMANDO GASOLINA
Por William Zapata


Tercera vez que vengo esta semana. Tal vez cuarta, no llevo bien la cuenta, para qué, no importa. Lo que importa es saber por qué lo haces, con cuál fin, de qué se trata todo este asunto de autobuses llegando y de equipajes y de pasajeros bajándose, con sus pelos enmarañados y con esa actitud de desorientación con la que pisas el suelo después de un largo viaje. Tal vez sea eso lo que me traiga hasta aquí, cada tanto, cada noche preferiblemente, pero a veces en el día también. Tal vez sea esta imagen, del recién llegado, lo que más me defina como ser humano. Siempre estoy llegando. Esas miradas buscando algo reconocible, tratando de ambientarse al lugar, esos cuerpos aclimatándose a su nueva movilidad. Antes sobre ruedas y sentado; ahora parado y andando por mis propios medios, tirando infantería, tal como empezó el hombre a guerrearla por el mundo.

Quizá estas palabras vayan de eso; quizá busquen definir las causas de mi estado perpetuo de ser el nuevo, el forastero, el recién arrivado, más que de estar yéndome. Acaso quiera hablar de algún combustible, de algo que necesite tener todo el tiempo para poder funcionar; de quemar gasolina, de hacerme un hueco en el ecosistema; de llantas, de mirar la urbe por el rabillo del ojo y ver los edificios en barrido; de bodegas emocionales; de echar a rodar por la ciudad sin rumbo fijo, a horas extrañas, de timonear tu propia vida; una suerte de poner en marcha el piloto automático; de pisar tierra un poco desubicado, de echar el ancla en tierras poco firmes; como este señor que acaba de bajarse de un Conorte y busca alguna mirada familiar en los ojos de la gente que espera en la plataforma. Pero no; él no encuentra ninguna mirada reconocible, ningún alma afín que le haga un guiño. Dar un par de pasos al frente, mirar hacia los lados. Se acomoda su sombrero, se quita el saco que le rodea el cuello y se lo pone; hace frío; ese tipo soy yo. Ha perdido el contacto con algo, esa es la actitud; mirar desesperanzadamente el teléfono público. Para qué, parece reaccionar. Quien quiera que haya quedado en venir a recogerlo, no vino. Decide acomodarse su maletín a la espalda y caminar, alejarse por el pasillo, preguntar a un vigilante dónde queda el baño, la puerta de taxis, el lugar donde se toman los autobuses para el centro de la ciudad.

A propósito, he vuelto a escribir a mano. Me tocó comprar una libreta para registrar mis visitas a la terminal. Es fácil tener una posición privilegiada acá. Simplemente te paras lo más cerca que puedas, muy junto a las personas que desembarcan, como si estuvieras esperando a alguien y no pasas como un intruso observador de especies raras. Nadie sospecha cuando te quedas indagando en el rostro del pasajero ocasional, con fijeza y ojo clínico.

Los mejores días para observar son los festivos o temporada de vacaciones. Todo el día están llegando carros, seguido. Miles de visitantes vienen a la ciudad en esa época y vos podés darte un banquete observando viajeros en la terminal. En las temporadas bajas, uno puede entretenerse mirando aviones despegando y aterrizando en el aeropuerto que queda atrás de la terminal. Los buses inter municipales vienen muy graneados en semana. Esta terminal no es muy vieja; es más bien nueva, ha emergido con la nueva Medellín; la Medellín post Carlos Gardel, digamos. La Medellín Carlos Gardel tuvo que bandearse con una sola calle principal en el centro de la ciudad, hasta que llegaron las grandes construcciones, los anticipos de la megalópolis que fungimos ser. Me pregunto, qué diría Sandra, ahora que yo escondo con celos, más o menos, el vicio que ella solía tener.


2.

Quién iba a imaginar que yo iba a terminar sosteniendo el mismo vicio de Sandra. La mañana que me lo confesó, no pensé que fuera a trascender tanto en mi vida. Estábamos al lado de la cafetería. No en la cafetería como tal, sino junto a la cartelera de las prácticas profesionales, porque a Sandra no era que le gustara mucho estar en el meollo de la turba estudiantil.

De hecho, casi siempre pasaba de largo por la cafetería o se deslizaba tangencialmente por detrás de la facultad y se montaba directamente a su Chevrolet, parqueado junto a la circunvalar.

Me pregunto, qué será de la vida de Sandra. Es extraño que, en estos tiempos de interconexión, ella haya sido una de las pocas compañeras a la que he buscado mucho y la única que no he podido encontrar.

Iba a escribir 'amiga', pero no creo que Sandra y yo hayamos llegado siquiera a eso. Tal vez en ello radique mi intenso interés precisamente en Sandra; en que ni siquiera tuvimos tiempo de que la relación se viciara con la pócima de intimidad alguna.

El caso es que, misteriosamente, Sandra es de las pocas personas que he estado buscando en el Facebook, y en Google, pero el oráculo digital tampoco ha sabido darme respuestas. Lo mismo con nuestros ex compañeros mutuos. Nada, cero pistas.

Me impresiona el bajo perfil de Sandra, partiendo de la base de que siempre se alcanzó a graduar. Incluso ya la había empezado a buscar desde el exterior, cuando yo me la pasaba tratando de buscar algún contacto desesperado con el país. Cualquier pretexto era bueno para comunicarme con Colombia.

Pero, por qué Sandra. Qué raro. Si nunca fuimos demasiado amigos. Simplemente, de vez en cuando, había cierta química para ponernos a conversar después de clase, pero no más. Acaso alguna mañana coincidimos fuera de la universidad y terminamos almorzando juntos en J y C Delicias, pero no más. Ah, sí. En otra ocasión nos fuimos a dar vueltas alrededor del campus y terminamos en los recovecos de la Facultad de Artes experimentando la fascinación de arquitecturas imbricadas y secretas.

Recuerdo, luego, estar en clase de Técnicas Audiovisuales hace muchos años, con ella. Un profesor al frente. Del periódico El Mundo, creo. Los lunes por la noche o los miércoles por la mañana, no estoy muy seguro. Pero era uno de esos dos días. Luego salimos a la cafetería y me contó la historia de su vicio.

Resulta que a Sandra le gustaba salir por las noches a patrullar la ciudad. Decía tener problemas de insomnio, y entonces solía agarrar el carro y, con la pijama puesta, echaba a rodar por las calles vacías, todo Medellín desierto. Era eso y no más. Después volvía como a las 4 de la mañana y podía conciliar el sueño.

Hoy, casi dos décadas después, me gustaría preguntarle a Sandra un montón de cosas. Tal vez, qué dirían sus padres o cómo hacía ella para no dejarse pillar por sus hermanos; si los recorridos los haría en pantuflas o descalza; qué hacía mientras estaba afuera, aparte de conducir y ver calles solitarias; en qué barrios exactamente se metía... Hoy todo lo qué me acuerdo es que aquello era cosa de todas las noches. Me imagino. Que los días hábiles. Que los fines de semana no. Que sólo durante la época de estudio, no sé; ese es otro de los temas que me gustaría tocarle a Sandra.

Yo lo que pienso es que Sandra estaba tan aterrorizada, como yo, a quedar atrapada en discursos. Es una cosa muy loca, lo sé. Pero a mí por ejemplo, eso es lo que me gusta de esa sensación de estar rodando tarde en las noches, de estar como escapando.

Huir de la estaticidad de los discursos; es como si sintiera que todo pensamiento antioqueño está sumergido una irremediable quietud de camión lechero, pinchado en alguna secundaria carretera de la región andina. Me da susto todo eso. Los discursos como trancones. El discurso de la bohemia, el discurso de los que hacen arte, el discurso de los activistas, el discurso de los djs y sus eternos 10 grandes hits del Pub. El discurso de los que se desviven por figurar, sobre todo. Los que van a los parques y se dedican a posar. (Será porque yo mantuve a raya mi histeria con varias novelas en el pasado, que me caen tan mal esos, y esas, que tratan de llamar todo el tiempo la atención?) Y el de los bazukeros estrato 4. De los cocainómanos y los que hacen cine.

El discurso de la gente de las oficinas. El de los bares. No sé, es como estar atrapado en un embotellamiento de tráfico y ver un semáforo a la distancia, en rojo, y luego verlo cambiar a verde y sentir que el taco no avanza, que tiende a convertirse en nudo en la garganta y que vos te querés bajar de tu moto y seguir el camino a pie, porque todo el mundo anda varado y accidentado y vos te estás varando con ellos, cuando podrías estar quemando gasolina y estrellándote a solas por las noches, en las alta autopistas, a horas cuando todos duermen y cuando las avenidas se muestran libres para transitar. Creo que todo esto tiene ver con eso. De sentirse atrapado en el trancón de ciertos lenguajes y de salir por las noches a conducir en discursos mucho más despejados o de descubrir calles nuevas, con más calma de lo usual, sin semáforos en rojo, ni en verde tampoco. De transitar por los discursos con todos los semáforos en amarillo, eso es. Tal vez Sandra lo hacía por las mismas razones.

****



William Zapata Montoya (Medellín, Colombia 1971): estudió Comunicación Social en la Universidad de Antioquia. Tiene inéditos los libros: Películas de Carretera y Otras Canciones (novela), El Empeliculado (novela) y Jackson Heights Undergound (ensayo). Vive en Nueva York.






viernes, 20 de noviembre de 2009

POEMAS DE VICTORIANO VICARIO.Del libro: ” Fábula de Prometeo”. Selección de Rodrigo Verdugo.




CANTO PROFUNDO PARA ANGELES ABIENZO



Yo pienso en ti, yo pienso en ti, ¿qué hora de soledad me cubre de mareas?
Qué soledad, qué hora, qué soledad, pregunto,
Me ha llenado de otoño los ojos y las venas.
Tú eres mi sombra, tú, mi sombra iluminada,
Presente aquí, presente y sin consuelo.
Canta en la lejanía tu voz, y una sonata
De sonoras marimbas me sube por el pelo.

Y es necesario ahora vivir de tu presencia,
De tu presencia azul de isla perdida.
De tesoro que nunca me llenará las manos
De corazón nevado, de oleaje y de mirra.
¡Oh! tiempo de la buena virtud, oh, tiempo tuyo
Donde el primer sollozo encontró un pecho abierto.
Y la casa inclinada donde el amor perdido
Camina con la muerte sobre los muebles viejos.

Yo tengo aquí tu especie, tu material caído,
Y es preciso el sonido de una campana pura.
Porque sé que en tu traje de ángel que no muere
Vive mi corazón lleno de extrañas músicas.
Yo he sentido crecer tu muerte, Madre mía,
Y he sentido caer tus párpados de seda.
Qué más da ahora el afán del corazón sin eco
Cuando en la casa giran los espejos sin huellas.

¡Ah! Querida y llorosa sumisión, sí, llorosa
Conjugación de mirto y oro pulido apenas.
Hacia tu muerte voy como ola vencida
Para besar tu sombra pura de madreselvas.
Hoy el día profundo gira en torno el vino,
Gira en torno del vino la soledad amarga.

Y no estás, y no estás tras de los claros vidrios
Llenando con tu voz la casa abandonada.
Yo no quiero creer en tu lluvioso viaje,
Ni en tu traje de niebla, ni en tu origen deshecho.
Como en un sueño vives sumergida y distante
Con un clavel de sombra amarrado en el pecho.





ODISEA

Aquí la luna es sólo una paloma,
Un lirio apenas de metal o piedra.
Crece la soledad y crece el vino,
Y la noche es un río de aguas lentas.
Para morir un dulce sol de abejas
Apenas conocido por el sueño,.
Apenas muerte azul, apenas lluvia,
Amor apenas vivo, apenas muerto.

Yo no podría en tu ciudad morirme
Entre tanta paloma cenicienta,
Entre tantos corceles moribundos
Y un solo ángel de arena.
Qué dorado orfeón arrastraría
La tarde antigua y las estatuas llenas
De tanto olvido y tanto mar de azufre?
¡Oh! dorado castigo de agua muerta.

Pero, violín perdido, dulce lirio
Quebrado en una euforia de ceniza.
Perdido afán del corazón sin eco
Entre violentos soles. La escondida
Tristeza asoma su linterna sorda.
Y es un ángel de nieve tu sonrisa.




LA SOLEDAD Y EL HUMO

Tú no has sabido nada, pero la luz tan vieja me persigue
Y apenas hay alguna puerta, apenas,
Si tú me has dicho: el sol ha muerto.
Hay que encender linternas.
Nadie ha tenido tanto oro hoy día
Y tanta muerte. Llenas
Las manos de jazmines, me has besado
Y te has dormido entre mi voz, apenas

Si supieras como el mar me llama
Con sus cóleras grises y sus negras
Historias de naufragios, estarías
Modificando el sol, por una hebra
De soledad te arrimas a mi sombra
Y es un sollozo de ámbar tu melena.

Había tantos días para amarse
Y tantos soles rotos en la arena
Que te perdiste bajo un rubio esmalte
De caracoles musicales. Era
Mi antiguo amor la soledad, y estabas
Con un ángel y un ancla en la diestra.

Porque si el regresar hubiera sido para morir,
¿Qué río de aguas lentas me llevaría ahora?
Si tus manos no han conocido el lino ni la rueca
Mi corazón insomne te diría
Que se muere en el mar. Y muere apenas.





Victoriano Vicario: (1911-1966). Poeta Chileno. Autor de: “El lamparero alucinado” (prólogo de Jacobo Danke e ilustraciones de Pedro Olmos), Imprenta Gutenberg, Santiago de Chile, 1937, y “Fabula de Prometeo”, Ed Nascimento, Santiago de Chile, 1942.

domingo, 15 de noviembre de 2009

DOS POEMAS DE IDEA VILARIÑO.




La noche



Es un oro imposible de comprender, un acabado
silencio que renace y se incorpora.
Las manos de la noche buscan el aire, el aire
se olvida sobre el mar,
el mar cerrado,
el mar,
solo en la noche, envuelto
en su gran soledad,
el hondo mar agonizando en vano...
El mar oliendo a algas moribundas y al sol,
la arena a musgo, a cielo, el cielo
a estrellas. La alta noche sin voces
deviniendo en sí misma, inagotada y plena,
es la mujer total con los ojos serenos
y el hombre silencioso olvidado en la playa,
el alto, el poderoso, el triste,
el que contempla,
conoce su poder que crea, ordena el mundo,
se vuelve a su conciencia que da fe de las cosas,
y el haz de los sentidos le limita la noche.

Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,
el peso del silencio, ese arco, ese abandono,
enciéndeme las manos,
ahóndame la vida
con la dádiva dulce que te pido.
Dame la luz sombría, apasionada y firme
de esos cielos lejanos, la armonía
de esos mundos sellados,
dame el límite mudo, el detenido
contorno de esas lunas de sombra,
su contenido canto.
Tú, el negado, da todo,
tú, el poderoso, pide,
tú, el silencioso, dame la dádiva dulcísima
de esa miel inmediata y sin sentido.

Estás solo, lo mismo.
Yo no toco tu vida, tu soledad, tu frente,
yo no soy en tu noche más que un lago, una copa,
más que un profundo lago,
en que puedes beber aun cerrados los ojos,
olvidado.
soy para ti como otra oscuridad, otra noche,
anticipo de la muerte,
lo que llega en el día frío el hombre espera, aguarda,
y llega y él se entrega a la noche, a una boca,
y el olvido total lo ciega y lo anonada.
Sin límites la noche,
pura, despierta, sola,
solícita al amor, ángel de todo gesto...
Estás solo, lo mismo.
Ebrio, lúcido, azul, olvidado del alma,
concédete a la hora.


*******
*******


Quiénes son quiénes son...

Alma, Azul, Poema, Numen

Quiénes son quiénes son
metidos en mi vida
imponiendo ternura
espectros como yo
momentáneos y vanos
iguales a las hojas que pudre cada otoño
y no dejan memoria.
Quiénes son quiénes son.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando
por qué no
amando sin pavor
sin conjugarse nunca
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Quiénes son quiénes son.
Qué camada de muertos para el suelo que pisan
qué tierra entre la tierra mañana
y hoy en mí
qué fantasmas de tierra obligando mi amor.



*******



IDEA VILARIÑO
Poeta uruguaya nacida en Montevideo en 1920. Además de poeta, fue crítica literaria, traductora, compositora y educadora. En 1985, tras la dictadura, obtuvo la Cátedra de Literatura Uruguaya en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. De sus traducciones sobresalen los trabajos realizados sobre Shakespeare, reconocidos ampliamente por la crítica. Su personalidad y sus convicciones la llevaron durante muchos años a rechazar cualquier tipo de promoción de su nombre y de su obra. A pesar de ello, obtuvo varios premios internacionales y ha sido traducida a otros idiomas. Sus poemas, dotados de gran musicalidad, se agruparon en títulos como «La suplicante», «Poemas de amor», «Nocturnos» y «Poesía». Falleció en Montevideo en abril de 2009


domingo, 8 de noviembre de 2009

UN CUENTO DE NUBIA AMPARO MESA




Contra la corriente


Abrió los ojos. Sintió el olor de la agua de panela caliente. Escuchó correr el agua del grifo en la cocina. Imaginó a Rocío con su bata a rayas, inclinada contra el lavadero, con el pelo recogido, sus hombros redondos y sus largas piernas al descubierto. En pocos segundos la oiría diciendo la frase de todas las mañanas: “Conrado, levántese que lo coge el día. Recuerde que si llega tarde lo pueden despedir, y conseguir trabajo ahora es un milagro”.

Sí es el milagro que le permite comprar el mercado, pagar los servicios, cumplir con el arriendo y comprarse sus cigarrillos, aunque para hacerlo tenga que irse caminando hasta la fábrica. Pero ese milagro también se le parece al infierno. El calor reconcentrado por las tejas de zinc y aumentado por las máquinas de lavado de las telas. El dolor en su brazo derecho por el movimiento que repite sin tregua para cepillar el índigo y lograr el efecto de desgaste. Y la sensación de que es igual a uno de los utensilios de la fábrica al que solo miran cuando deja de funcionar.

Se levantó. Cumplió el ritual de cada día: bañarse, desayunar con agua de panela y arepa caliente, empacar el arroz con huevo para el almuerzo, darle un beso a Rocío y salir a la hora de siempre.
Bajó por la desolada calle. Apenas se descorría el fondo azul oscuro de la noche y al mirar hacia el horizonte pudo distinguir el cerro El Picacho. Se le pareció a un señor cómodamente acostado. Miró el reloj y por primera vez en muchos meses no apuró el paso. Era el mismo camino de siempre pero él no era el mismo hombre. “Así es la vida- pensó- uno no es el mismo siempre, aunque lo parezca y haga las mismas cosas”. Y como todos los días levantó la mano para saludar al dueño de la tienda quien, también como todos los días, estaba barriendo la acera.

Sentía el aire fresco en la cara y un primer rayo de sol se proyectó contra la montaña iluminando algunas casas. Imaginó las escenas que en ese mismo momento se estarían cumpliendo en cada una de ellas. Seguramente eran muy semejantes: asearse, buscar el atuendo para el día, desayunar, preparar lo necesario para el trabajo, despedirse de la familia y salir a enfrentar el otro mundo, el de afuera, donde cada uno deberá cumplir su rol. Seguramente en todos habría algo de prisa y las diferencias solo estarían determinadas por el escenario. “Pero no todos sentirán lo mismo”, pensó. Sí, para algunos, el nuevo día sería promesa de goce y libertad y para otros, como él, algo parecido a la muerte. “Cuando uno pierde los sueños, la vida pierde valor y uno se mueve como una marioneta”, reflexionó. Justo en ese momento pasaba por el Jardín Botánico. “Qué rico entrar aquí y quedarme sentado toda la mañana contemplando los árboles, escuchando a los pájaros y leyendo un rato. Pero ese lujo solo se lo pueden dar los ricos y los jubilados, o los poetas que han tenido el valor suficiente para vivir bajo sus propias leyes”.

Miró el reloj nuevamente. Las 6 y 30 de la mañana. Tendría que apurar el paso si no quería llegar tarde. El reloj de la fábrica era implacable. Un minuto de retraso no se podía disculpar con la excusa de que “ese reloj está adelantado”; porque ese era un reloj puesto al servicio del supervisor. “Es que el tiempo es una cosa muy ilógica”, caviló. “Quién me dice a mí que son las 6 y 30 y no las 6 y 25? ¡El reloj!” Claro que ya vendrían los físicos a explicar todo el fenómeno de la luz y de la rotación de la tierra. “Pero uno también puede crear su propio tiempo y sobre todo, andar a su propio ritmo” y zafó la manilla de su reloj. Lo puso en el bolsillo trasero del pantalón y después sacó un cigarrillo. Sus mejillas se hundieron y expandieron, mientras cerraba los ojos, en una acción que le permitió, junto con el humo, exhalar un suspiro hondo, un suspiro para descargar la ansiedad, tal vez la rabia, quizás la frustración de un hombre, que a sus 40 años quería descubrir la emoción de volar pero cada vez se sentía más atado a la tierra.

Tan ensimismado estaba que no se percató de la señora que venía de frente y reaccionó a tiempo para no chocarse con ella. En ese momento atravesaba el puente de El Mico. Se detuvo. Miró abajo el río. Vio sus aguas pardas, que al golpear las piedras sobresalientes de su lecho, producía blancos rizos espumosos, como si la fuerza de la corriente pudiera limpiar así de fácil las impurezas que arrastra el agua en su recorrido. “Un rio nunca se detiene”, se dijo, “sin embargo en su cauce quedan huellas del paso de los hombres” ¿Eso dónde lo había leído? O a lo mejor lo había escuchado en algún programa de televisión, o se lo había dicho algún amigo en una de esas largas conversaciones que tanto le gustan en las cuales se reflexiona sobre la vida. Es que a él le quedaban sonando retazos de frases que le servían para construir sus propias teorías. “Si uno pudiera recoger todo lo que viaja por este río podría reconstruir el paso del tiempo y conocer las acciones de los hombres. Hasta las más violentas” y recordó una noticia que salió en el periódico sobre un taxista y dos pasajeros que fueron abaleados por sicarios y luego fueron encontrados a la orilla del río. “Pero a veces, el río es capaz de ocultar el pasado, guardar los secretos. ¿Por qué no? El agua puede diluir o por lo menos convertir en partículas la vida de un hombre. Si uno quisiera desaparecer, el mejor cómplice podría ser el río”.

Puso el pie derecho sobre la barra inferior de la baranda del puente y apoyó el vientre en la parte superior. La mitad de su cuerpo quedó suspendida en ángulo recto con el agua. Sintió vértigo. ¿Cuántos metros habría hacia abajo? En ese momento recordó a Rocío, era tan miedosa que ni siquiera soportaba pasar por la acera del puente y prefería arriesgarse a transitar por la vía principal. Rocío, la había querido mucho, pero cada vez se sentía más lejos de ella. Sentía que lo asfixiaba con sus constantes requerimientos: que dejá esa fumadera, que no tendiste la cama, que en vez de ponerte a leer por qué no me ayudás a hacer el oficio, que cuándo será que dejamos de pagar arriendo y tenemos nuestra casa propia. Y en esa lucha constante que es la convivencia, el amor era una sombra del pasado, un recuerdo que les permitía soportarse pero no le daba nuevo aliento a la existencia.

Fue entonces, mientras veía a un grupo de gallinazos con sus alas extendidas recibir el sol a la orilla del río, cuando Conrado pensó que había llegado el momento. Ya lo había pensado muchas veces, pero era difícil olvidar las enseñanzas de su madre y tomar una decisión tajante: “mantén la paciencia y la mansedumbre” le decía ella. Esas palabras le sirvieron muchas veces para soportar los abusos y requerimientos absurdos, pero también eran como una invitación a ir en contra de la corriente. Dejar atrás las ataduras y emprender un viaje, ligero de equipaje (eso también lo había leído no recordaba dónde). Alguien sin pasado, sin etiquetas externas, alguien nuevo.

Miró al firmamento. Un amigo, de esos que solía encontrarse donde iba a tomarse una cerveza los viernes, le dijo un día que un hombre no debería pasar un solo día sin mirar por lo menos una vez al cielo. Hasta ese momento él solo podía hacerlo cuando iba para la fábrica, pero ahora sabía que tendría el firmamento sobre sí, acompañándolo en su recorrido, viajaría al ritmo de las nubes.
Se bajó de la baranda. Sacó de su bolsillo la billetera. Esa billetera de cuero negro, descolorida por el uso, era como su marca registrada. Tenía sus documentos de identificación, papelitos con los teléfonos de amigos y conocidos, registros de cuentas por pagar y las fotos de Rocío y de su madre. La abrió, sacó el único billete de 20 mil pesos que le quedaba de la quincena y lo puso en el bolsillo de la camisa. De nuevo esculcó sus bolsillos y sacó el reloj. Cuando lo compró le dijeron que era a prueba de agua, entonces pensó que después de todo, ese reloj anfibio seguiría dando vueltas, repitiendo su periplo de 12 horas invariables y monótonas. Lo miró por última vez. Eran las 7 en punto. Las puertas de la fábrica estarían ya cerradas. Rocío estaría extendiendo la ropa limpia en el pequeño patio de la casa. Su madre estaría saliendo de misa.

Con esas imágenes proyectadas en su cerebro, Conrado se dispuso a concretar su decisión. Ni siquiera necesitó fuerza para hacerlo. Alzó los dos brazos. Con la mirada puesta sobre el lecho del río vio caer casi al mismo tiempo esos dos objetos que marcaban su existencia. Los vio alejarse como dando pequeños saltos y confundirse con los demás desechos que bajaban por el río. ¿A dónde irían a parar? Seguramente se detendrían, ya maltrechos, en algún recodo y ahí se quedarían para dar testimonio, si es que alguien los encontraba, de que Conrado Rodríguez, vivo o muerto, estaría en algún lugar.

A paso lento dejó su habitual camino y tomó rumbo al sur, por la autopista, tratando de bordear el río. Aunque no fuese exactamente un explorador perdido en medio de la selva, sí quería sentirse como un aventurero que va sin rumbo fijo, guiado solamente por las rutas que marca la naturaleza, al compás del tic tac de su corazón.




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NUBIA AMPARO MESA. Vive en Medellín. Docente de Comunicación Social en la Universidd Pontificia Bolivariana.












sábado, 31 de octubre de 2009

LA FUENTE GRIEGA. Temas clásicos en la obra de Raúl Henao.

obra de giorgio de chirico



LA FUENTE GRIEGA

(TEMAS CLÁSICOS EN LA OBRA DE RAÚL HENAO).




LO QUE LAS MUJERES DICEN DE LA COJERA DE DIONISOS



“¿Por qué las mujeres de la Elida llaman a Dionisos para que vaya entre ellas con su pata de toro?”
(Plutarco)



Que la cojera nos devuelva la gracia
de la planta del pié
al que calzamos el coturno
para realzar
lo que nos fue dado en aumento
como la misma blancura del día
le hace presa de rapiña de la noche

Huerto de árboles frutales
más apetecibles
si les cercan de vallas.
Peces a la medida de su pecera
cuyos cristales no son menos
milagrosos.

Que se nos haya herido en el talón
apenas es el pago de la inmortalidad.






HIMNO ÓRFICO



¿Qué mano me arrebata de la mansión de la muerte?

Mis miembros mezclados a los miembros
de un río que se hunde en el abismo.
Mis miembros despedazados
por las santas mujeres ebrias
del monte Cécrope.
Mis entrañas guarnecidas en piedras preciosas.
Mi hombro reemplazado por un hombro de foca.

Descendiendo de la cuerda atada al cielo
Arrastrando mis pies desnudos
por el polvo de las ciudades.
Llevado aquí y allá por el amor
o el odio de los dioses, el odio de los no-nacidos

¡Que el hilo del amor pueda guiar mis pasos
por el laberinto del sueño al que apenas despierto!







PALABRAS A TIRESIAS


¡Oh adivino! sólo al precio de la ceguera se te concedió la fortuna
de entrever el futuro
Tú que en tiempos más amables profesabas la herética doctrina
que atribuye el doble sexo a los astros (Todavía las malas lenguas
afirman que disfrutabas de ambos sexos)

Al hijo del lirio leías en su horóscopo que “viviría mucho si no se veía
así mismo”, porque nadie puede amarse a sí mismo sin ahogarse
en el espejo de su amor.
Y a aquel desdichado que insultaba al mar Llamándolo “viejo borracho”
le aseguraste envidiaría la ceguera que le hubiera impedido
asistir a los propios responsos celebrados por una familia de dementes:

A causa de haber otorgado sus mejores votos por la guerra,
llamaba afeminados a quienes rodaban por el suelo,
jamás heridos sino embriagados por la insensata vid
que hace estremecer la tierra con la deshonestidad de hombres y mujeres

Quien podría reconocerlo embriagado a su vez, en medio de las batallas,
sino el enemigo de esa embriaguez, el enemigo de su odio...
Porque la sobriedad parece embriagada y la santidad no tiene buena opinión
del milagro. Quienes caminan al mediodía parecen caminar en la oscuridad.





EL ARÚSPICE



Nuevo juglar délfico, Edipo redivivo, busco la señal en el bosque de símbolos
que me propone la esfinge de los propios pasos: enigma transparente o filigrana musical.

Bajo la habladuría de ese papagayo inmemorial en la llama, crisolita del pensamiento, despierto entre los músicos de una orquesta impronunciable: tesoro oculto o abecedario.

Tanto la oruga como la vigilia, tejen su propia alada mariposa, con el hilo de mis labios y mi ceguera de arúspice o vidente.




EL CAMINO A ELÉUSIS


Dormía recostado en la torre de mármol negro a cuyo alrededor revoloteaba
una garza blanca. Cerca de mi se deslizaba el río de brillantes que abandonaba a su paso una cabellera de mujer. Bajo la cabellera, la mujer se fugaba entre el bosque de hulla.

Yo la seguía al atardecer guiado por un muchacho albino de la vecina localidad,
el valle brumoso, refugio del murciélago y la chotacabra. Pagábamos el flete al barquero en la isla de la maga. Había que cuidarse de beber el jugo del granado o de dormir a la sombra del espino blanco. Pudimos vislumbrar la espiga dorada al término de la muerte.

Regresamos sin volver el rostro hacia la mujer que nos acompañaba en la galería
infernal.





LA FUENTE CLÁSICA


“Al infierno con las estrellas -dijo- y echó a andar en la oscuridad.”
Dylan Thomas




¡Embrujo de la noche sin estrellas! Persigue la oscuridad mis pasos en el corredor
del hotel. Al fondo, en el espejo avejentado de la habitación, veo enmarcarse mi propio rostro: remedo de la carne antes que del espíritu, máscara prestada a un reo o rey de burlas.

Pero ¿es que guarda el corazón secreto aparte de su ceguera o desdoro? -me pregunto horas más tarde al adentrarme en el sueño: frente a una fuente de mármol entreverada de lirios, dos mujeres de la antigüedad clásica -rubia y morena respectivamente- me conminan a contestar el acertijo anterior ¡a riesgo de despertar!





EL LABERINTO


“El laberinto evoca siempre los misterios iniciáticos, los desviados caminos que llevan a la iluminación”
Alain Daniélou


1- El tráfico diurno encadena tu mente
A la apariencia de los sentidos,
En un abrir y cerrar de ojos
Eres pájaro en tu propia jaula
Galeote de tu propia
Galera de condenado.
La luz no ofrece sino muros y pasadizos,
Ángulos y aristas en el laberinto;
Es el títere de la irrealidad.
Tras la escena ilusoria
Borra la oscuridad la trama
De la ficción iluminísta
La irrealidad de la marioneta
Y te muestra al titiritero
Al descorrer el telón de fondo.

2- Abre los ojos a la oscuridad
A la hondura de la medianoche.
Una araña de catedral, un ratón
De iglesia es el sol nocturno
Y la lámpara tu propia imaginación.
Jamás interpretes el futuro
A la luz del sueño
O el vuelo de las aves,
Sino al presagio del primer estornudo,
De los ruidos estomacales,
Entre la miel y la harina,
En la gruta de las tres hermanas
En la virginal oscuridad del presente
Que es fiesta perpetua y celebración
Centro y salida del tiempo: El laberinto.







EL JARDÍN DE MIDAS



Me paseaba al capricho del viento tardío de agosto
entre los mil pétalos púrpuras de un jardín
de Midas.
Buscaba encontrar cerca a la fuente de agua,
donde se desleían como hielo picado
en una cuba de vino o champaña
las primeras estrellas nocturnas,
al viejo de nariz roma y orejas aguzadas
durmiendo la última resaca veraniega.
Ah, vieja sabiduría irónica atrapada en el cepo
de la embriaguez,
conocimiento que se oculta para mostrarse
más soleado o transparente.
Concédenos a cambio de una ofrenda de rosas silvestres
(porque sólo tus adeptos conjuntamos
a la dulzura de la viña, la amargura de la hiedra)
el postrero sosiego de la soledad y la buena muerte.






LEYENDO A HERÁCLITO «EL OSCURO»



Tiempo adverso, irreparable de la vida
Que quita todo presente o presencia
Y me deja sólo el murmullo
Del agua en el surtidor
Un rayo de sol suspendido en la oscuridad
El toque quedo del alba en la ventana.

Infierno y paraíso se torna toda búsqueda
Extrema, indefectible de la belleza.
Para el santo y el artista
Uno solo es el camino de arriba y abajo.






LA FUENTE DEL PASADO


Me paseo por la solitaria plazoleta
De pálidas estatuas
De mármol
En una ciudad antigua
Y desconocida.

En la esquina hablo
Con el hombre de carbón
Que arrastra por la calzada
El espumoso mar de la costa.


Una monja de teja blanca
Pasa en bicicleta
Enfrente de la calle
Desharinándose al menor soplo
De la brisa matinal.

Bajo el agua quieta de la fuente
Me veo jugando a las cartas.
Al fondo en un bosque de espadaña
Encuentro dormidas
Mis enamoradas del pasado.






FUENTE ERÓTICA


Bajo la fuente
Mis manos
Entretejen
El mar oscuro
De su cabellera

Mis brazos
Anudan
La helada cascada
De su cintura

Mis labios
Embriagan
El mármol
De sus labios

Mi rostro
Asoma
A su rostro amado
En el agua
Dorada del espejo.









GRADIVA O EL DELIRIO


Al mediodía en tus labios
El viento enciende
Cigarrillos como pájaros

Un rayo de sol son tus pechos

Hay una alondra perdida
En tu cintura
Tu cintura tallada
En una gota de rocío

La lava de un volcán
Corre por tu vientre
La espuma de mar
Levanta en tu flanco
Monumento al amor

Abajo tus caderas
Se deshojan
En la fuente de agua
Donde surge
A la mañana siguiente
Retumbando una banda de música.







Raúl Henao: Poeta y ensayista colombiano, nacido en Cali, 1944. Ha vivido en EE.UU. Venezuela y México. Escribe, básicamente, en periódicos y revistas que a través del mundo moderno mantienen vigente el ideario poético y libertario del surrealismo. Entre sus libros figuran: La parte del león (Monte Avila Editores, Caracas, 1978) Sol negro (Medellín, 1985) El partido del diablo / Poesía & crítica. ( Medellín, 1989) El virrey de los espejos y otras prosas poéticas (Medellín, 1996 La doble estrella /el surrealismo en iberoamérica (Ensayos. Editorial Endymión. Medellín, 2008) Haikus selectos (Fundación Zen Montaña de Silencio. Medellín, 2009)